jueves, 12 de julio de 2012

El niño Modelo (Domingo F. Sarmiento)

Por Arturo Jauretche
EL NIÑO MODELO
Esta no es una zoncera vernácula, pero es madre de otras que lo son. Fue importada de los Estados Unidos como la "coca-cola", pero con menos aceptación por los párvulos.
Mark Twain nos ha divertido con sus historias del niño bueno y el niño malo, ridiculizando una educación que porque Benjamín Franklin estudiaba de noche y con vela, espera del estudio nocturno y con vela que cada niño invente el pararrayos.
El niño modelo de los norteamericanos es el niñito Benjamín Franklin: el nuestro, el niñito Domingo Faustino Sarmiento. Los norteamericanos propusieron a Franklin porque el otro candidato, Abraham Lincoln, tenía un físico más bien para niño malo. Aquí no se tuvo en cuenta la belleza física, como se comprueba con sólo mirar los innumerables Sarmiento, que en mármol, bronce, yeso o en reproducción fotográfica acechan a los niños en todos los rincones escolares. Tal vez el haber llegado a Presidente de la República en un país donde se educa para ciudadano y no para argentino, haya sido factor decisivo, desde que ser Presidente es la legítima aspiración de todo niño modelo que se respete.
En la práctica se trata de un error; lo que conviene es ingresar en el Colegio Militar aunque no se sea cadete modelo. Pero las zonceras —como se ve y se verá— son siempre teóricas y rechazan la experiencia.
Para compensar las lógicas resistencias maternales a que sus tiernas criaturas se parezcan físicamente al modelo, se distribuye una imagen de niño malo, la de Facundo, ocultando sus rasgos bajo una pelambre aterrorizadora, y se enseña a las criaturas lo que el niño modelo cuenta sobre la niñez del niño malo, que si no mató al padre fue porque estaba ocupado en sacarle los ojos a las gallinas. De quién era el feo —entre el niño malo y el bueno- tenemos un testimonio. Juan Bautista Alberdi, de vuelta de algunas de sus zonceras, de las que terminó siendo víctima, dice en "Palabras de un ausente": "Perdido entre los miembros del Instituto de Francia, cualquiera por la forma de la cabeza hubiera tomado a Facundo Quiroga como rival de Arago, el astrónomo; yo he visto bien a los dos". "Sarmiento, al contrario, ha sido equivocado con un aborigen de la pampa por las primeras gentes del gobierno de Washington, según lo he oído a un testigo ocular".
El niño modelo, según el patrón norteamericano, lleva un diario de su vida que se interrumpe por muerte prematura. El nuestro tiene que vivir para llegar a Presidente y para escribir su biografía ya crecidito. En este caso, la biografía se llama Recuerdos de Provincia. (Es curioso que todas las autobiografías sean de niños modelos. Habría que averiguar por qué no las escriben los niños malos).
Vamos a ver ahora algunas zonceras del niño modelo que son utilizadas en la educación de nuestros párvulos.

I) El niño que no faltó nunca a la escuela
La imagen del niñito Domingo Faustino Sarmiento que usted lleva metida adentro, es la de una especie de Pulgarcito con cara de hombre, calzado con grandes botas y cubierto con un enorme paraguas, marchando cargado de libros bajo una lluvia torrencial. (Los niños sanjuaninos son los únicos a quienes esta imagen no impresiona, pues saben que jamás llueve en San Juan durante "el período lectivo" como dice la prestigiosa "docente" doña Italia Migliavacca. Más bien a San Juan le da por los temblores y los terremotos).
¿A quién no le han machacado en la edad escolar cuando uno prefería quedarse en la cocina junto a las tortas y al maíz frito en los días lluviosos, conque Sarmiento nunca faltó a clase así lloviera, nevara o se desataran huracanes?
Lo dice el mismo niño modelo en Recuerdos de Provincia.
"Desde 1816, fecha en que ingresé en la escuela de primeras letras, la Escuela de la Patria, a la edad de cinco años, asistí a ella durante nueve regularmente, sin una falta". Esta es una de las virtudes del niño modelo que más ha torturado a la infancia argentina hasta la aparición de la nueva ola de niños malos (“revisionistas”). “¡Nueve años sin una falta a la escuela de primeras letras”, comentan estos malvados. Y agregan ante el contrito magisterio: "¡Flor de burro el tal niño modelo para pasarse nueve años aprendiendo las primeras letras! ¡Y después lo critican a uno si repite el grado!".
Conviene poner las cosas en su lugar.
El mismo niño modelo nos dice que en 1821, a los seis años de su ingreso en la escuela de primeras letras fue llevado al Seminario de Loreto de Córdoba, con lo que los nueve años de asistencia perfecta que nos cuenta quedaría reducidos a seis.
¿Volvió el niñito modelo a la escuela primaria por tres años después del rechazo en el Seminario?
Es indiscutible que una asistencia escolar perfecta de seis años a la escuela de primeras letras es una dosis excesiva hasta para un niñito un poco tarado. Mucho más si se trata de nueve. Y Sarmiento era un niño precoz. También lo dice en Recuerdos de Provincia cuando relata que ingresó a la escuela a los cinco años "sabiendo leer de corrido, en voz alta, con las entonaciones que sólo la completa inteligencia del asunto puede dar".
Con esto se derrumba la leyenda de los nueve años de asistencia perfecta, pero también la pretensión vengativa de los niños malos (revisionistas) que sostienen que era un burro. Ni un burro ni asistencia perfecta. Un niño cualunque; pero más bien aventajado, pues siempre fue el primero de la clase.
Don Leonardo Castellani, que es fraile y conoce mucho a los chicos, dice que "el chico que nunca se hizo la rabona es sospechoso". En general todos los chicos afirman, como Dominguito, que nunca "se la hicieron", pero conviene desconfiar.

II) El buen compañerito
El artículo 49 del Reglamento del Niño Modelo establece que éste es un buen compañerito. Sarmiento lo sabía y sugiere que era un buen compañerito desde que se pintó como caudillo infantil, que nos cuenta en Recuerdos de Provincia cuando describe las guerrillas a pedradas en las que era jefe de su bando. Este relato es de mano maestra, sólo que resulta un poco contradictorio con lo que se sabe de los niños modelos en general, que nunca tiran piedras ni pelean. Más bien son incomprendidos, lo que los obliga a pasarse los recreos junto a las niñas o al lado de la maestra. (Para caudillo en una de cascotazos el que me gusta es más bien el "niño" Facundo).
¿Era el niño Domingo Faustino Sarmiento un buen compañerito?
En Recuerdos de Provincia, nos cuenta lo siguiente: "Estaba establecido el sistema seguido en Escocia de ganar asientos. Proponíase una cuestión de aritmética y los que no sabían bien me miraban. Se habían de perder en la votación los que se paraban, yo fingía pararme para precipitarlos. Si, por el contrario, convenía pararse, yo me repantigaba en el asiento y me paraba repentinamente para soplarle el lugar a los que me habían estado atisbando."
Cuando le leí esto a mi sobrinito (niño malo revisionista) hizo un comentario irreproducible, agregando enseguida: —"¡Vaya y pase que no soplara! ¡Pero encima enterraba a sus compañeros!".
Así, de las propias palabras del niño modelo resulta que, por un lado era el compañerito que exige el reglamento, y por otro, el "falluto" que dice mi sobrinito con otras cosas más.
Es una lástima que el autor de Recuerdos de Provincia no nos cuente qué le pasaba a la salida de la escuela al niñito modelo que había "enterrado" a sus compañeritos.
Recuerdo que tuve en cuarto grado un compañerito así: la maestra tuvo que ponerlo primero en la fila a la salida de la escuela para que "se las picara" a tiempo; y también estaba obligado a entrar mucho antes de que sonara la campana y a prescindir de "malas juntas" en los recreos.Además, Sarmiento nos cuenta lo siguiente: "No supe nunca bailar un trompo, rebotar la pelota, encumbrar un cometa ni uno solo de los juegos infantiles a que no tomé afición en mi niñez".
Esto sí se concilia con la calidad del niño modelo, pero de ninguna manera con la de caudillo de los compañeritos: es como si lo nombraran capitán al más patadura del equipo.
En función de estas contradicciones y la falsedad de aquello de los nueve años de asistencia perfecta es que los niños malos (revisionistas) empiezan a insinuar que el niñito modelo Domingo Faustino Sarmiento era un poco mentirosito.

III) El niño que no mintió jamás
¿Era mentiroso el niñito Domingo Faustino Sarmiento?
También en Recuerdos de Provincia nos dice don Domingo Faustino Sarmiento: "En la escuela me distinguí siempre por una veracidad ejemplar, a tal punto que los maestros la recompensaban proponiéndola de modelo a los alumnos y citándola con encomio y ratificándome más y más en mi propósito de ser siempre veraz, propósito que ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de que dan testimonio todos los actos de mi vida".
Esta veracidad es tanto más meritoria por lo que dice enseguida: "La familia de los Sarmiento tiene en San Juan una no disputada reputación, que han heredado de padres a hijos, direle con mucha mortificación mía, de embusteros. Nadie les ha negado esa cualidad, y yo les he visto dar tan relevantes pruebas de esta innata y adorable disposición que no me queda duda que es alguna calidad de familia".
Hagamos pues el debido mérito a esta veracidad inquebrantable que el niño practicó con el tenaz apoyo de su madre, doña Paula, oponiéndose al "don de la familia".
Dice a este propósito, también en Recuerdos de Provincia: "Mi madre, empero se había prevenido para no dejar entrar, con mi padre, aquella polilla en su casa y nosotros fuimos criados en un santo horror por la mentira".
¿Pero ese "santo horror" sólo duró mientras su madre consiguió impedir que en su casa entrara esa "polilla"? Parece que fue así según resulta de las Mentiras de Sarmiento que escribió Ramón Doll, y que afortunadamente no llega a manos escolares, pues los niños malos aprovecharían la copiosa recopilación de Doll para su labor destructiva del modelo. Sólo basta recordar lo que Sarmiento dice defendiéndose de las inexactitudes de su Facundo: "Cuando hay que mentir se miente", lo que ratifica en la carta a Rafael García del 28 de octubre de 1868: "Si miento, lo hago como don de familia, con la naturalidad y la sencillez de la veracidad".
Como se ve, ya crecidito, al niño Sarmiento —57 años para la fecha de la carta— poco le queda de aquel "propósito que ha entrado a formar el fondo de mi carácter y de que dan testimonio todos los actos de mi vida". A esa edad Sarmiento confiesa —¿será verdad?— que en materia de veracidad sigue vivito y coleando el "don de familia" y que la veracidad de que "dan testimonio todos los actos de mi vida" está completamente penetrada por la polilla que habría combatido inútil¬mente doña Paula.

No hay comentarios:

Publicar un comentario