viernes, 24 de julio de 2015

Factores políticos y sociológicos en la independencia de la América Española

Por Fernando Álvarez Balbuena

Se analizan los motivos de la independencia de las naciones hispanoamericanas con especial atencion a los factores politicos y sociologicos.

Entre los años 1808 y 1825 tiene lugar la emancipación de los territorios españoles de América y ahora, doscientos años después, estamos padeciendo (y digo padeciendo en el genuino sentido de la palabra) una avalancha de alabanzas a situaciones y a personas que distan mucho de merecer la admiración y, menos aún, la gratitud de los españoles. A este sufrido pueblo español se le ha venido engañando desde antiguo y se le sigue engañando, dándole, ya en la escuela primaria, una especie de gato por liebre histórico que perdura gracias a las diversas ideologías políticas. Son muchas las cuestiones históricas que, a pesar de ser intrínsecamente mentiras, se han consagrado como verdades oficiales incuestionables, creándose de éste modo una serie de prejuicios históricos muy difíciles de desarraigar, aunque a éstas alturas la investigación y la crítica, afortunadamente, han llegado ya a conclusiones que difieren diametralmente de los estereotipos que se nos vienen transmitiendo desde hace doscientos años. Sin embargo, cada vez que alguien se sale de los cauces de las mentiras tradicionales, es tenido por un provocador o por un extravagante.
En esta ocasión quiero referirme a las guerras por la independencia de los territorios del Imperio Español en América que se inician tímidamente en 1808, y aprovechando la debilidad militar de España invadida por Napoleón, en el año 1812 tienen ya revuelto todo aquel continente. Este es un episodio desconocido prácticamente en España y valorado «a contrario sensu» de la auténtica realidad (R. de la Cierva). Porque la pérdida de la América Española tiene para España carácter de cataclismo. Pero, por una extraña y oscura razón o por una aún más extraña retracción íntima, los españoles parecen haberse negado a analizar y a llamar las cosas por su verdadero nombre: Llamamos independencia lo que deberíamos llamar secesión.
Y una de las falacias más repetidas durante los doscientos años a que me refiero, ha sido la de afirmar que todos los hispanoamericanos deseaban ardientemente conseguir la independencia de España. Sin embargo, lo cierto es que nunca existió esa unanimidad y si llegó a producirse y a consumarse el proceso independentista, no se debió a un impulso espontáneo de los propios hispanoamericanos. La realidad es que el movimiento por la independencia hispanoamericana fue impulsado desde el extranjero, se apoyó fundamentalmente en las minorías criollas ricas y se prolongó en una sucesión de guerras civiles en las provincias americanas, precisamente por la lealtad que miles de súbditos hispanoamericanos sentían por el rey y por la patria común.
Por ello afirmo que no me parece digno festejar, como quieren algunos, la independencia de las mal llamadas colonias americanas.
Lo primero que hay que dejar muy claro es que aquellos países de América nunca fueron colonias sino que fueron otros reinos que constituyeron parte integrante de España, Sus habitantes eran tan españoles y tan libres como los de la península, tal como lo reconocían los reyes españoles, desde Isabel y Fernando hasta la Constitución de Cádiz de 1812, tan glorificada por los liberales, la cual, en su artículo primero, definía a la Nación Española como «la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios».
Abundando en la igualdad de España con América, hemos de hacer notar que no es ningún tópico decir que trasladamos allí nuestra cultura, además de lengua y religión, pues se fundaron 50 Universidades. Al contrario que Inglaterra, Francia y Holanda, nuestras enemigas seculares, que en sus territorios sometidos, no fundaron ninguna.
En aquellas tierras gobernaba el rey por medio de las mismas instituciones que en España: virreinatos, capitanías generales, reales audiencias y reales chancillerías, igual que lo hacía en Valladolid, en Cataluña o en Sevilla, por lo tanto su separación de España fue una dolorosa y traumática ruptura de la gran unidad nacional que componía aquel imperio, hoy triste e injustamente denostado aún por los propios españoles y el cual, como dejó escrito Salvador de Madariaga:
El imperio más rico y majestuoso que el mundo vio en trescientos años, fue cantera de donde Francia, Inglaterra y Holanda sacaron los materiales para los suyos. Estas tres naciones tenían que justificarse (…) España tenía que ser culpable para que Francia, Holanda e Inglaterra, y luego los Estados Unidos, salvaran su conciencia. Y como, desde luego, España cometió todos los errores y faltas que eran de esperar en una nación humana, las otras tres no tuvieron otra cosa que hacer que generalizar y multiplicar los errores que España daba de sí, mientras dejaban caer bajo la mesa los que ellos cometían de suyo. Y así se ha venido escribiendo la Historia de España.{1}
Por lo tanto nada de celebraciones ni de conmemoraciones: Dolor, dolor inmenso, dolor como de miembro amputado, como de muerte de padre, madre o hermano. Dolor incompatible con España, porque España amó a América no solamente con la fe y la civilización que allí llevó, con la religión, con el idioma y con el derecho de gentes, sino también y muy especialmente con la sangre.
Porque el español, al revés que el inglés, el francés, el holandés y las demás naciones que formaron y sometieron colonias, se mezcló con el indígena. Los conquistadores, serían todo lo crueles que los calificó la Leyenda Negra, pero lo cierto es que tomaron por esposas a las indias y allí fundaron nuevas familias mestizas, crearon cincuenta universidades, y extendieron por todas las Américas la civilización europea, la religión y, en el contexto de la época, la libertad individual. Y quienes dicen lo contrario, o no saben lo que dicen, o mienten a sabiendas, o están influidos por doctrinas espurias.
Solo tienen que pensar por un momento en la miserable existencia que llevaban los indios precolombinos esclavizados por caciques crueles y sanguinarios. Tal es el caso de los mexicas o aztecas, cuyas inmensas pirámides escalonadas servían para sacar el corazón en su cumbre a los prisioneros de guerra y luego despeñarlos para que se rompieran sus huesos y llegaran así hasta las gradas de abajo, fáciles de trocear, para ser devorados por un pueblo encanallado que ya tenía preparadas las hogueras para asarlos como si fueran cerdos.
* * *
Cuando Napoleón designó a su hermano José «rey de España y de las Indias», envió emisarios a América, donde ante el vacío del poder real en España, se habían formado juntas de defensa a imitación de las españolas. Napoleón les pidió a dichas juntas la fidelidad de aquellos territorios. En todas partes recibió una repulsa total y la victoria de Bailén{2} se celebró en toda la América Española como propia, lo que era así muy natural. Además, como prueba de españolidad, los virreinatos enviaron a España muy generosas ayudas para que pudiera continuar la lucha contra Napoleón, no solo por parte de los gobiernos territoriales, sino también por donaciones y aportaciones voluntarias de particulares.
Pero la quiebra del sistema ocurrió en 1810, al caer Sevilla en poder de los franceses, porque los buenos españoles de América, ante la ausencia de Fernando VII, de quien se decían fieles súbditos, terminaron por creer que todo estaba perdido frente al poder arrollador de Napoleón, con lo que los criollos ricos, más preocupados por sus propios negocios que por los de España, comenzaron por todas partes a levantar interesados movimientos de emancipación.
Pero los dos grandes virreinatos, Lima y Méjico se mantuvieron enteramente fieles a España y derrotaron a los insurgentes y en 1815, antes de terminada la Guarra de Independencia en España, toda Hispanoamérica había vuelto a la obediencia española, excepción hecha del Río de la Plata, donde a pesar de todo aún se mantenía la soberanía de Fernando VII y en Venezuela Boves, al frente de la caballería llanera, había expulsado del territorio nada menos que a Simón Bolívar, y cuando llegó la expedición española del general Morillo (1815-1820), ya acabada la Guerra de la Independencia, la unidad española del imperio americano estaba completamente recuperada.
Esta era le verdadera situación socio-política de nuestro país:
La catástrofe, primero, de la guerra con Francia y de la alianza con la propia Francia después, que nos impulsó a una serie de descalabros militares y políticos, como la Paz de Basilea, la Guerra de las Naranjas, etc. de los que no sacamos ningún provecho económico ni político, sino solo pérdidas, con toda aquella política errática de Godoy. Ésta serie de despropósitos acabó por llevarnos a una guerra con Inglaterra, la cual dominó todo el Atlántico y nos impidió el libre acceso a nuestras provincias americanas. Consecuencia de ésta guerra absurda fue La destrucción de la flota española en Trafalgar. He aquí la causa principal de nuestra impotencia para mantener el poder de España en sus provincias y territorios americanos. Igualmente el arriendo a barcos independientes del tráfico de mercancías, por carecer de una marina mercante propia, fueron causa de nuestra imposibilidad de defender aquellas provincias ultramarinas.
España quedó destruida por la Guerra de la Independencia que causó como dice Nombela{3} un millón de muertos, la pérdida de un siglo entero y la ruina económica y social de nuestro país, cuando ya «florecían» en Europa los altos hornos, las manufacturas con tecnología avanzada y diversos inventos que abarataban los costes, mejoraban los medios de producción y multiplicaban los beneficios comerciales.

 Entre tanto, ingleses y franceses lucharon en suelo español arrasando materialmente a España, en sus campos, en su incipiente industria, en su comercio y en sus ciudades, siguiendo las tácticas de «tierra quemada».
Por añadidura, entre las mentiras que se han hecho creer al pueblo está el decir que la Guerra de la Independencia la ganamos los españoles. Esto es falso. Tras la victoria de Bailén, el Ejército español acumuló derrota tras derrota y quedó materialmente deshecho. Solo con la llegada de los Ejércitos de Wellington se pudo derrotar a Napoleón en una guerra que para los ingleses era la «Peninsular Ward», sin que España les importara un bledo, porque para ellos España era solamente una casilla en el inmenso tablero de ajedrez de Europa, y no vinieron aquí por salvar a España, sino para acabar con su enemigo encarnizado, Napoleón. Los españoles se limitaron a inquietar a los franceses con las guerrillas, que si bien les hicieron mucho daño y ayudaron a ganar la guerra, no fueron ni las causantes ni las protagonistas de la victoria final.
Para mayor desdicha, las guerrillas primero (algunas acabaron en bandas de forajidos rurales) y las continuas sublevaciones, pronunciamientos y motines que se produjeron después de la guerra, acabaron con el espíritu nacional. Liberales exaltados, absolutistas, liberales moderados, bandoleros y la nefasta hipertrofia militar, terminaron por completo con la unidad de España. El siglo XIX no solamente destruyó a España y la convirtió en un país de tercer orden, sino que además nos costó la pérdida de América, cuando más la necesitábamos para podernos recuperar del desastre de la Guerra de la Independencia.
Igualmente fue nefasta para España la alianza del liberalismo con la masonería y la actitud de Fernando VII que exacerbó los ánimos liberales. Además y también contra lo que se nos ha hecho creer, estos tenían muy poco, o nada, de demócrata, pues como dice Ortega: Se puede ser muy demócrata y nada liberal, de igual manera que se puede ser muy liberal y nada demócrata.{4}
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La gesta española en la independencia de América, es muy poco conocida por haber sido incomprensiblemente ocultada a los españoles, y fue tan admirable como lo fue la propia conquista. España defendía todos los territorios americanos, desde Alaska a Tierra del Fuego con solo veinticinco mil hombres, lo que dice mucho del sentimiento de cariño, de la españolidad y de la lealtad de los indios, mestizos y blancos que componían la población americana.
Tan esto es así que, en realidad, no hubo una guerra de independencia en América, como veremos a lo largo de éstas páginas, sino un cúmulo de guerras civiles entre los propios americanos, ya que España no pudo enviar allá ejércitos que combatieran a los criollos para conservar la unidad de imperio. Una prueba evidente es que el proceso de independencia americano duró desde 1808 hasta 1824, nada menos que 16 años e incluso, en rigor, algo más porque el último paso de dicha independencia no fue la batalla de Ayacucho en Perú, sino el intento de recuperar el virreinato de la Nueva España en el año 1829, con la derrota española de Tampico. Así pues si la propia población americana no hubiera estado dividida entre partidarios de la unidad con España y los partidarios de la secesión, difícilmente la guerra hubiera podido durar tanto tiempo, hubieran bastado unos meses para consumar la independencia.
Téngase en cuenta, para apoyar éste tesis, que la independencia de las Trece Colonias de América del Norte duró mucho menos tiempo (1775-1783) y allí sí que combatieron fuertes ejércitos enviados por Inglaterra contra los colonos americanos.
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En el sur del Caribe, los criollos –hijos y descendientes de españoles– aleccionados por la ilustración francesa y, sobre todo, aleccionados por Inglaterra, y con ayudas de armamento militar, inglés, francés y también de los Estados Unidos, fueron los rebeldes contra España, en tanto que indios, mestizos y las clases populares defendieron a muerte la soberanía española.
En Méjico sucedió justo al revés. La aristocracia era muy conservadora y fiel a Fernando VII y reprimió con mano dura los alzamientos de los curas mestizos y masones Hidalgo y Morelos. Pero la propia aristocracia mejicana, junto con los buenos españoles de aquel virreinato, ya lo hemos dicho antes, al ver la impotencia española y cómo se imponían en la Madre Patria las corrientes liberales y radicales, que ellos odiaban, y ante el vacío de poder español, se sumó al levantamiento general y, aunque por motivos distintos a los de Bolívar, San Martín, O´Higgins, etc., acabaron por declarar igualmente su independencia.
 España, para consolidar el imperio, preparó una expedición importante, de unos treinta mil hombres, pero el pronunciamiento de Riego en Cabezas de San Juan y la posterior defección de los generales masones del Ejército, echó por tierra la operación y consumó la pérdida de América.
La expedición se dirigía a la parte más secesionista, el Rio de la Plata, donde se habían sublevado Bolívar y San Martín (tan masones como Riego y miembros de las logias Lautaro, con ramificaciones importantes en Cádiz (Mendizábal, Puyrredón, Alcalá Galiano, Istúriz, etc.). Aquellos temían la llegada de las tropas españolas y estaban literalmente aterrorizados, sabedores de que gozarían del apoyo popular y que formarían, junto con los leales realistas, un ejército muy superior en eficacia al suyo. Pero la larga mano de las logias, en las que militaban muchos oficiales liberales del Ejército, como está perfectamente demostrado y documentado, trabajaron intensamente comprometiendo a cuantos militares masones pudieron para propiciar el infame pronunciamiento que evitó la salida del Ejército y así se consumó la independencia de aquellas provincias. Insisto una vez más:PROVINCIAS, que no COLONIAS
Así pues, queda claro que a finales de 1819 la masonería preparó aquel nuevo golpe a cargo de oficiales encuadrados en el Cuerpo de Ejército acantonado en Cádiz para ir a combatir a América, pero su comandante en jefe, el general Enrique José O´Donnell, conde de La Bisbal, que participó en los preparativos de golpe, acabó por detener a varios oficiales conjurados. Pese a ello, el 1 de enero de 1820, el comandante Rafael del Riego se sublevó en Cabezas de San Juan con la excusa de proclamar la Constitución de 1812. Riego no consiguió ningún éxito militar importante ni adhesiones andaluzas para proclamar la constitución, pero sí consiguió abortar la expedición a América. Sin embargo, cuando la columna de Riego estaba prácticamente desecha, la masonería consiguió sublevar las guarniciones de La Coruña, El Ferrol, Vigo, Oviedo, Zaragoza, Pamplona, Tarragona y Cádiz, y el Conde de La Bisbal (un sinuoso traidor y falsario) se unió finalmente a los sublevados, con lo que se consumó también el caos en España, porque, contrariamente a lo que nos ha transmitido la historiografía liberal, al obligar los sublevados a Fernando VII a jurar la Constitución de Cádiz, no se produjo la paz en España. Todo lo contrario, empezaron otra vez las algaradas, los motines, las revoluciones, las guerras intestinas (recuérdese la Regencia de Urgell que controlaba en Cataluña todo un ejército fiel a Fernando VII) y los pronunciamientos y ello tuvo, como ya dejamos dicho, su reflejo en América.
Volviendo al tema central de este ensayo, diremos que la independencia de los reinos americanos, aunque las guerras civiles continuaron en ellos hasta 1828, tuvo con éste pronunciamiento su definitiva consagración, pero, ninguna legitimidad, porque eran parte integrante de España y, curiosamente, quienes promovieron la separación de la madre patria, no eran, como cabría esperar, indios autóctonos americanos, ni mestizos, ni las clases populares que eran una inmensa mayoría. Estos se sentían muy unidos a España y tenían a gala llamarse españoles No así los criollos; es decir, los hijos de los españoles que fueron a poblar y a civilizar aquellos territorios y que los incorporaron a la corona de España en pie de igualdad con los demás reinos peninsulares. Pruebas de su españolidad son los nombres de los territorios, por ejemplo, la isla de Santo Domingo que fue bautizada como «La Española» o México como «Virreinato de La Nueva España», o el «Virreinato de Nueva Granada», nombres todos que dicen mucho de la españolidad de aquellas lejanas tierras.
 Los reyes de España, empezando por Fernando e Isabel, prohibieron a Colón y a los que le siguieron hacer esclavos a los indios. Cuando se consumó la conquista y se estableció una nueva raza india y mestiza, tanto indios como mestizos estaban profundamente orgullosos de su origen español. Contra todo lo dicho por la leyenda negra, elaborada por interesados historiadores anglosajones y franceses y débilmente basada en las obras de Las Casas y de Bernal Díaz del Castillo, el indio fue liberado por los conquistadores de la esclavitud y del trato mucho más inhumano y cruel que le proporcionaban sus propios caciques.
Entre las mentiras históricas que se nos han transmitido, está la de que las raíces de la rebelión eran antiguas en América y que comenzaron en el siglo XVIII, bajo el reinado de Carlos III.
Igualmente algunos autores aseguran que, dado que los Estados Unidos lograron separarse de Inglaterra (1775-1783), la independencia de la América Española era inevitable. Esta afirmación constituye una de las mayores falacias históricas que conozco y, aunque no podemos rebatirla aquí y ahora in extenso, si quiero decir dos cosas:
a) Las Trece Colonias norteamericanas SÍ ERAN COLONIAS y no parte integrante de Inglaterra. (nunca hubo mestizaje anglo indio en las colonias. Y a mayor abundamiento, ya independientes los EE. UU. masacraron literalmente a los indios en una guerra en la que los yankees iban con carabinas automáticas y con cañones contra arcos y flechas).
b) La situación de los habitantes de las Trece Colonias era muy distinta de la de los españoles americanos. Sus antecedentes también distintos. Recuérdese que los ingleses que emigraron a América, huían de la persecución religiosa en Inglaterra.
c) El episodio del Mayflower y el éxodo de los perseguidos puritanos, constituye por si solo una prueba irrefutable de la situación inglesa y de los motivos que tuvieron aquellas gentes para huir de la metrópoli e ir a establecerse en América.
También se han buscado por otros autores antecedentes ilustrados. Así se dice que Aranda propugnó una reforma del Imperio, estableciendo en los distintos virreinatos y territorios nuevas monarquías federadas con España y al frente de las cuales estarían Príncipes españoles pero al parecer, según A. R. Wright, el famoso memorial de Aranda es, más que discutible, apócrifo.
De cualquier forma y dado el poco rigor histórico del que muchos autores hacen gala para justificar la pérdida del imperio español, puede rearguírseles la famosa sentencia de Theodor Momsem: «Quien quiere buscar raíces antiguas, en cualquier caso histórico, las encuentra siempre con poco esfuerzo. Por ejemplo: el que pretenda buscar antecedentes remotos a la caída del Imperio Romano en el siglo V d.C, puede buscarlas (inventándolas) en los asesinatos de Julio César y Cicerón en el siglo I a.C.{5}
Existía, latente en América, como también en diversas provincias de la propia España, un cierto descontento, más que antiespañol, antidependiente, pero no por razones políticas sino puramente económicas y mercantiles, contrarias al monopolio comercial que tenía la Península en América. Sobre todo eran los criollos ricos quienes ansiaban comerciar libremente con Inglaterra, Francia, Holanda, etc. etc. sin pasar por la Hacienda Española, pero nunca durante todo el siglo XVIII se formó un partido que odiara tanto a España, como el criollista del siglo XIX, partido a quien podemos tachar con razón de contrabandista, pues el comercio ilegal con Gran Bretaña y con otras potencias, se hacía con frecuencia y, a veces, con la inhibición y el desinterés o corrupción de los gobiernos locales del Imperio.
Existe al respecto una carta (24 de Febrero de 1782) de los miembros de la sociedad criolla, dirigida al prócer criollo Francisco de Miranda para que les ayudara a sacudirse el yugo español. Dicha carta es igualmente falsa, fue escrita por el propio Miranda (masón), según asegura el hispanista Alfredo Boultan, para exhibirla en Londres, donde acudió como paladín de los criollos minoritarios en demanda de ayuda para independizarse y con nulo apoyo del resto de la población venezolana.
La infiltración masónica en el Ejército fue la última causa de la pérdida del imperio. Como ya hemos dicho, eran numerosos los oficiales que, al igual que Riego, pertenecían a las logias de obediencias inglesa y francesa, y la manida y escasamente rigurosa afirmación de que los barcos comprados a Rusia para embarcar al Ejército eran inservibles, es difícilmente sostenible. Cobardía, traición y masonismo. Ésa es la verdad que hoy se nos oculta. A quién o a quienes interesa mantener esta mentira histórica, es cosa que no corresponde aclarar hoy aquí, pero habida cuenta de cómo se desarrollaron los acontecimientos en la España de fines del XIX y, sobre todo, del primer tercio de XX, dejo a la audiencia que saque las deducciones oportunas.
Pero para quienes insisten en ignorar la definitiva influencia masónica en la independencia americana , tanto al comienzo (1808), como en el decisivo 1820, sepan que desde la Guerra de la Independencia se fueron estableciendo logias en cada unidad militar y se había creado un ambiente claramente opuesto a la intervención en América, para lo que sirvieron como pretexto a sus fines ocultos, estos tres argumentos: uno el mal estado de los barcos, otro, las crueldades de los nativos y criollos para con los combatientes realistas y, el mejor manipulado de los tres, que era la vuelta al régimen constitucional instaurado por las Cortes de Cádiz, con el que se enmascaraban los verdaderos motivos de la rebelión de Cabezas de San Juan.
Riego, dirigió a estas tropas su proclama en tal sentido, pues literalmente, les decía el 1 de enero de 1820 que:
«Mirando por el bien de la Patria y de las tropas he decidido tomar las armas para impedir que se verifique el embarque proyectado y establecer en nuestra España un gobierno justo y benéfico que asegure la felicidad de los pueblos y de los soldados.»
Presentaba así, torticeramente, los objetivos del golpe en este curioso y parcial orden, azuzando el descontento de la tropa, ya de por si renuente a la aventura americana, haciendo otras manifestaciones como la siguiente:
«Los militares del ejército expedicionario deben estar convencidos de los peligros que corren si se embarcan en buques medio podridos, aún no desapestados, con víveres corrompidos, sin más esperanzas para los pocos que lleguen a América que morir víctimas del clima, aún cuando resultaran vencedores en la guerra.»
Abundaba además, en éste aspecto negativo, la creencia de que las condiciones insalubres de América acabarían con los que se libraran de la matanza india.
Riego ni por un momento pensó en partir hacia América y, para justificar su cobardía y su traición, a la vez que obedecía órdenes de las logias, fundamentó su rebelión invocando la nueva puesta en vigencia de la Constitución de 1812, y diciendo que gracias a su reposición España sería nuevamente un país libre y que, en consecuencia, nada teníamos que hacer en América, ya que al recibirse allí la noticia de la nueva puesta en vigor de la Constitución de Cádiz, los americanos volverían de su propia voluntad a la obediencia de España.
Los soldados del Ejército expedicionario destinados a América, enardecidos por la arenga de Riego, anunciándoles que se abortaba la expedición, pasaron la noche bailando la «muñeira» por no tener que partir hacia América, influidos por la masonería que había hecho correr la mentira de que los indios, exasperados con el dominio español, los iban a asesinar sin piedad, de manera cruel y bárbara, lo que era una burda mentira, ya que los indios y los mestizos era todos pro-españoles.
En cuanto al los barcos rusos de los que se dijo que estaban podridos y no podían navegar, vinieron hasta Lisboa y Cádiz desde el norte de Rusia, navegando por mares mucho más revueltos y peligrosos que el Atlántico, por tanto, aunque viejos y poco resistentes, podrían haber sido carenados y restaurados mínimamente y navegar hasta América. Colón, con sus tres carabelas, fue allá con barcos de mucha menor seguridad y le sirvieron para descubrir un continente.
Por lo que atañe a la moderna teoría de que la masonería no influyó para nada en la Independencia Americana, como sostiene Ferrer Benimelli, nos remitimos la obra de José María García León quien en una interesante monografía, titulada La Masonería Gaditana, confirma el hecho de que numerosos agentes americanos, en connivencia con los masones y por obvios intereses económicos, prestaron gran ayuda y colaboraron con el movimiento subversivo. De dicha obra entresacamos los siguientes párrafos:
«Lo cierto es que por dichos años residía en Cádiz un potentado comerciante bonaerense, Andrés Argibel, quien partidario de la independencia de la provincia del Río de la Plata, logró establecer contactos con el conde de La Bisbal. En relación con la fingida sorpresa que se llevó el conde cuando los sucesos del Palmar del Puerto, fueron detenidos y desterrados de Cádiz, dos americanos, acusados de actividades conspiratorias relacionadas con el movimiento independentista. Posteriormente por medio de una orden judicial fue registrada la casa de un rico comerciante peruano, Nicolás Achaval, a fin de aclararse una importante suma de dinero que este había recibido procedente de Gibraltar […] Después se supo que con ocasión del pronunciamiento de Riego, tanto Argibel como Lezica, contribuyeron al mismo con mil pares de zapatos y doce mil duros, hecho que puso muy al descubierto la protección de los americanos al alzamiento de las tropas […] En una línea muy parecida se expresan otros historiadores hispanoamericanos. Así Santiago Arcos apunta que un verdadero pánico se apoderó de la ciudad de Buenos Aires cuando se supo que una fuerza expedicionaria se estaba preparando para salir de España. Si bien este temor quedó apaciguado al saberse que Puyrredón había enviado una considerable cantidad de dinero a los masones españoles. También Léon Suárez viene a confirmar la vital actuación de Puyrredón resaltando su audacia e inteligencia al realizar una activa propaganda para evitar un embarque que les podía resultar funesto. Añade que tanto Argibel como Lezica, desde Cádiz, se movieron clandestinamente con mucha eficacia, dando sin límite alguno cuánto dinero estimaron conveniente.» (Op. cit. pp. 6 y 7).
Los intereses de Inglaterra, de Francia y de Holanda y los intereses de los criollos, que no de los mestizos ni de los indios, fueron el detonante y la causa final de la secesión, que aunque solo en cierta medida, como hemos visto, procedían ya de los tiempos de la ilustración, pero no tuvieron nunca hasta 1808 fuerza suficiente, ni en la opinión pública americana, ni en su propia robustez, hasta que la Guerra de la Independencia nos acabó por sumir en la miseria y en la impotencia, porque nuestro Imperio en América fue como el romano, integrador y asimilador de razas y culturas y fue precisamente la debilidad española (como la de nuestra madre Roma) la que consumó la ascensión al poder en América de los mal llamados «libertadores», vuyo verdadero calificativo sería el de traidores, sin paliativos ni eufemismos.
Es curioso examinar el contraste de las reacciones generales contra la secesión de los estados españoles y las de la guerra del norte contra el sur de los Estados Unidos, cuyas consecuencias duran también hasta la actualidad. Sin embargo la secesión de los estados sudistas se considera ilegítima, en tanto que se considera legítima la de los virreinatos españoles en América.
HIPOCRESIA INTERNACIONAL, muy bien vendida por Hollywood. En dicha Guerra de Secesión americana, los héroes son Lincoln, Grant, Sheridan, Custer y todos los generales del Norte, en tanto que los villanos son Jefferson Davies y Robert E. Lee. A los primeros se les glorifica y a los segundos se les denigra, se les llamó rebeldes y aún a día de hoy la opinión general está con el Norte.
Más aún: cuando Texas se separó de México, todos los participantes en la super glorificada gesta de El Álamo, (Houston, D. Crockett, etc.) fueron unos héroes, (1836). Sin embargo, cuando Texas se unió a los sureños en la Guerra Norte-Sur, (1861) Texas fue un estado rebelde y traidor. El negocio de Hollywood así nos lo ha dicho también cientos de veces, hasta hacérnoslo creer.
Hoy, incomprensiblemente para la dignidad nacional de España, ensalzamos y llamamos patriotas a los traidores como Bolívar, Riego, San Martín (militares españoles todos) O´Higgins, et& y nadie se acuerda de los verdaderos héroes de la lucha contra la secesión, como fueron los virreyes José de Abascal y José de la Serna que lucharon solamente con hombres, valientes, pero sin armamento suficiente ni recursos militares modernos para su tiempo, como cañones de retrocarga, fusiles, etc.
Mientras tanto, aquí nos aprestamos a elevar a los pedestales de las plazas públicas a los traidores y a festejar con grandes aspavientos la independencia de las que nunca fueron colonias, sino partes integrantes de España, contra la que se rebelaron con la ayuda de Inglaterra, Francia, Holanda y de los Estados Unidos. Y se separaron, quede claro, por meros intereses económicos y no por ningún motivo político ni, menos aún, patriótico.
Pero así se escribe la historia. Ahora, en los libros españoles, desde la escuela primaria hasta la universidad, se glorifica a Riego, que con su cobarde traición en Cabezas de San Juan ayudó decisivamente a San Martín y a Bolívar, repito machaconamente todos militares españoles, y los tres masones, como otros muchos más, y con ellos a cuantos se rebelaron contra España. Así consiguieron sus propósitos secesionistas; sin embargo, ahora, todos ellos son considerados entre nosotros unos héroes, cuando en realidad fueron simple y llanamente reos de alta traición.
Contrariamente, en América, desde los sectarios murales de Rivera, Orozco o Xiqueiros, hasta los libros de texto para los actuales escolares, Hernán Cortés, Alvarado, Pizarro, Valdivia y cuantos prosiguieron su aventura, hasta los últimos heroicos virreyes del Perú, Abascal y De la Serna, son etiquetados de usurpadores, de ladrones o, lo que es peor, de asesinos. Tampoco gozan allí, sobre todo en México, de mucha mejor fama los españoles que fueron como emigrantes a aquellas tierras y que contribuyeron con su trabajo al desarrollo y a la prosperidad de los ya estados independientes.
Esta prosperidad americana duró mientras los españoles fueron allí a «hacer las Américas», es decir, a trabajar. Y al enriquecerse ellos, crearon riqueza también para aquellos países. Esto duró hasta que las situaciones políticas de los Estados de la América Española fueron asumidas por tiranos de verdad y por dictadores corruptos, por oligarquías militaristas, por asesinos de incalificable crueldad, todos ellos, precisamente, hijos de aquellos países, que volvieron a sumirles en la miseria precolombina, miseria de la que aún disfrutan a día de hoy. Por eso ahora, en vez de emigrar los españoles a América, son los americanos los que emigran a España, donde encuentran el pedazo de pan que llevarse a la boca y que sus gobernantes les niegan. Y vienen aquí porque, a pesar del tiempo transcurrido, se sienten espiritual, lingüística, cultural y moralmente españoles, tal y como se sentían hace doscientos años.
CONCLUSIONES:
1º) La independencia de la América Española no fue espontánea, se tardó en consumar 20 años, porque se gestó en unas enormes guerras civiles dentro de aquellos inmensos territorios, donde las minorías criollas impusieron por las armas su criterio secesionista.
2º) Hubiera sido fácil desmontar las revoluciones criollas, enviando allá tropas y pertrechos, si España hubiera estado fuerte y en paz, y con una marina potente, como la que tenía antes de Trafalgar, y no con una guerra contra Napoleón primero, y traiciones como la de Riego, disputas y guerras intestinas después, que la arruinaron, la hicieron perder un millón de hombres y dejaron arrasada su industria incipiente, su agricultura y su economía.
3º) Cabe echar muchas culpas a los liberales españoles, los cuales tenían muy poco de demócratas, como lo prueban tanto sus continuas sublevaciones como la propia tan alabada Constitución gaditana, cuyos diputados fueron elegidos «a dedo», sobre todo los representantes americanos que se nombraron por sustitutos que vivían en Cádiz, sin que viniera un solo diputado de ultramar. Para mayor falta de legitimidad democrática, la Constitución de 1812 nunca fue sometida al referéndum de la Nación.
4º) La independencia de América no fue una cuestión política (mienten quienes así lo aseguran, historiadores incluidos) Fue una rebelión militar, nada democrática, regida por criterios económicos de minorías burguesas blancas y criollas, ricas y, por tanto, bien abastecidas de armas y materiales bélicos por Inglaterra, Francia, Holanda y, en último término, por los propios Estados Unidos, que así pagaron la ayuda que les prestó Gálvez, en tiempos de Carlos III. Poco podían hacer los virreyes leales con las tropas realistas (que eran una enorme mayoría) sin medios materiales para reprimir la sublevación. Quede claro, pues, que no fue con arreglos políticos como se consumó la secesión americana, sino con la fuerza militar, con el sometimiento y con la crueldad anti india. Los virreinatos, durante toda la época 1808-1825, estuvieron en una verdadera guerra civil. Hubiera sido necesario ayudar a las mayorías realistas, porque carecían de dinero, los ricos eran los criollos que negociaron la compra de material bélico a las potencias enemigas de España, en tanto que los realistas ni podían recibir ayuda de una España arrasada por la Guerra de la Independencia, ni tenían dinero para buscarla en otro lado.
5º) Los verdaderos ganadores de éstas guerras americanas, fueron los criollos ricos, con los ingleses, holandeses, franceses y los Estados Unidos, que aprovecharon las inmensas riquezas de aquel imperio para hacer fabulosos negocios (cosa que no hizo nunca España), al margen de la soberanía de la que ahora llaman hipócritamente Madre Patria, a la que traicionaron, prefiriendo a su grandeza sus mezquinos intereses.
Y cuando la Santa Alianza, al reponer a Fernando VII en el trono de España, quiso enviar tropas a América para reconquistar el Imperio Español, Los Estados Unidos, invocando la llamada «Doctrina de Monroe» (América para los americanos) amenazó a Europa con el reconocimiento de todos los sediciosos y con represalias políticas y comerciales.
6º) Inglaterra tiene bien ganado el título de «La Pérfida Albión», pues durante toda la Guerra americana jugó con dos barajas. En España luchando contra la Francia napoleónica y en el Atlántico alentando y ayudando bajo mano las aspiraciones de los criollos, para favorecer su comercio, al margen de la legalidad de su tratado de alianza con España.
7º) En definitiva: El imperio se rompió traumática y dolorosamente, solo quedaron en pié hasta 1898 Cuba, Puerto Rico y las Islas Filipinas. La secesión de estos últimos territorios tiene otros condicionamientos, no en vano pasaron casi ochenta años desde los primeros pruritos independentistas. Pero también en el 98, como en el 08 la intervención de los Estados Unidos, igualmente por intereses comerciales, fue el apoyo necesario para despojarnos de los restos del Imperio.
Pero sí hemos de decir que el desgajamiento del Imperio partió de América hacia España. Fue algo así como la deslealtad de un hermano que se niega a auxiliar a otro hermano cuando éste más lo necesita. Y España necesitaba de América, tanto durante la Guerra de la Independencia, como, y sobre todo, después de ella pues no había medios suficientes para la recuperación económica tras el desastre bélico.
En cuanto a la legitimidad de la secesión de la América Continental primero, como de la Insular después, podemos decir sin empacho que fue la misma que ahora podría tener la independencia de Cataluña o del País Vasco, porque, al igual que estas provincias peninsulares, América era parte integrante de España. Su emancipación, mejor dicho su ruptura de vínculos con la Madre Patria, se produjo, quede claro, por meros y fuertes intereses económicos enmascarados por el patriotismo del que blasonaron los separatistas y que las mentiras interesadas de la Historia nos han hecho creer, porque ese tipo de patriotismo –precisamente ese– como dice el doctor Johnson, «es el último refugio de los canallas».
APÉNDICE:
Masones dirigentes de la revolución americana:
Baquijano, Rivadavia, O´Higgins, Belgrano, Miranda, Nariño, Bolívar, San Martín, Montufar, Rocafuerte, etc. (cit. Pedro Barroso González-Peral en Historia Contemporánea de España Coordinada por Javier Paredes pp.114-115)
Notas
{1} Madariaga, S. de (1980) Auge y Ocaso del Imperio Español en América.
{2} Aunque mucho se ha escrito por parte española sobre la genialidad estratégica del General Castaños, hoy parece que la victoria española se debió más a la escasa capacidad del General Dupont para enfrentar una situación que, en principio, le era favorable. Napoleón le destituyó con deshonor, afeándole su fracaso de Bailén y considerándole «un incapaz»
{3} Nombela, J. Impresiones y Recuerdos (1976 –reimpresión)
{4} Ortega y Gasset, J. (1977 ) El Espectador (meditaciones sobre los castillos)
{5} Momsem, T. (1930) «Historia del Imperio Romano»
http://www.nodulo.org/ec/2014/n152p10.htm

La industria de la memoria

Por  Alberto Buela

El título del presente artículo es un remedo del famoso libro de Norman Finkelstein La industria del holocausto donde el autor judío denuncia a todos aquellos paisanos suyos que, sin haber padecido los horrores de la segunda guerra, se aprovechan del holocausto para enriquecerse y victimizarse para vivir bien. Pues en la sociedad de consumo la víctima racial y política es un ser privilegiado. El holocausto se ha transformado en una industria que utiliza la reivindicación como una fábrica productora de bienes: dinero, fama y honores.
La industria de la memoria viene a ser una especie de hermana menor de la industria del holocausto. Sitial reservado al exclusivo club de los judíos en donde no se permite la entrada de otras comunidades: gitanos, gay, católicos, etc., también exterminados en los campos de concentración.
Cuando la presidente Cristina Kirchner declaró en París: Argentina sufrió un holocausto durante la dictadura militar, la Liga antidifamatoria francesa la reprendió diciendo que hubo un solo holocausto que es el de ellos. Pasó lo mismo con los armenios y su reclamo de genocidio, a lo que el primer ministro israelí Simón Péres respondió: el único genocidio es el nuestro.
Este límite en cuanto a la jerarquía de las víctimas impuesto mundialmente luego de la guerra de Yon Kipur allá por 1973, obligó a las otras víctimas, las de la izquierda activa y progresista a la creación de la industria de la memoria para tener un lugar teórico donde referenciarse y reivindicarse. Así, los gobiernos de corte socialdemócrata tanto en España y Portugal como en Iberoamérica comenzaron a utilizarla en función de sus intereses y en beneficio de las víctimas o pseudo víctimas tanto del franquismo, del Estado Novo, como de las dictaduras militares recientes.
Estas víctimas o pseudo víctimas se multiplicaron por miles, así como sus familiares, con el objeto expreso de cobrar suculentas indemnizaciones del Estado, que en algunos casos durarán ad vitam.
El caso argentino es emblemático pues a partir de los 6.415 desaparecidos y 743 víctimas de ejecución sumaria, que el gobierno de Menem indemnizó con un promedio de U$S 220.000 la cifra trepó con las reparaciones compensatorias a más de 12.000 beneficiarios, casi el doble del número reconocido oficialmente. A ellos se sumaron luego los descendientes y familiares. Así, por ejemplo, un hijo de desaparecidos cobra mensualmente un promedio de tres salarios mínimos, unos u$s 1.000. Qué en Argentina es hoy un muy buen sueldo.
 Como afirma el profesor D´Angelo: El fraude ideológico sobre el número de personas desaparecidas esconde un verdadero fraude económico, que le ha costado una suma sideral al Estado argentino.
Esta multiplicación exagerada de víctimas se produce por el uso de la memoria histórica o memoria colectiva en donde se viene a justificar con razones meramente subjetivas y no históricas el carácter de víctima, que en su inmensa mayoría son pseudo víctimas, como se ha probado hasta el cansancio o ad nauseam. El buen filósofo español Gustavo Bueno afirma que: el concepto de memoria es esencialmente subjetivo, psicológico, individual: la memoria está grabada en un cerebro individual y no en un cerebro colectivo.
Es que la memoria no es otra cosa que la evocación de las imágenes del pasado. La memoria es sensible pues se maneja con imágenes, no existe la memoria intelectual pues el acto de aplicarse a nociones abstractas es un acto de la razón.
La memoria tiene dos funciones principales, como reminiscencia, esto es, como reproducción del pasado sin reconocimiento y  como recuerdo, cuando reconoce y localiza las imágenes del pasado. En cuanto al olvido no es otra cosa que una retención caída.
Hoy en Occidente la victimización es la manera más cómoda de vivir en sociedad. No solo porque el carácter de víctima permite vivir sin trabajar sino porque otorga  impunidad en los juicios. Las barbaridades que ha dicho Hebe de  Bonafini, de las Madres de Plaza de Mayo, han gozado de una impunidad absoluta y así como ella, tantos otros beneficiarios de la industria de la memoria.
El caso emblemático en España fue el de republicano catalán Enric Marco quien se presentó durante treinta años como sobreviviente de un campo de concentración nazi, hasta que un historiador profesional desenmascaró que no había estado prisionero.
La reacción de la izquierda progresista no fue de condena sino que salió a escribir novelas con semejante personaje. Es decir, que la industria de la memoria da tanto para un zurcido como para un fregado.
Es que ni las máximas contradicciones la detienen pues se apoya en una versión subjetiva y parcial. Es que la memoria histórica es siempre sesgada, considera a unos y a otros no. No existe la imparcialidad. Es como afirma el gran historiador alemán Reinhart Koselleck  (1923-2006): un producto ideológico a partir del cual no podemos conseguir ningún conocimiento cierto.
La memoria colectiva o histórica se transforma así en un registro de relatos personales o colectivos que busca reconstruir el pasado a partir de los valores de una izquierda progresista que no tiene en cuenta al otro. Por ejemplo, en España la Asociación para la recuperación de la memoria histórica (ARMH) reivindica las víctimas del franquismo pero no las víctimas de los rojos, los siete mil sacerdotes asesinados o la masacre de Paracuellos ordenada y ejecutada por Ramón Carrillo jefe del partido comunista español.
Nuestra observación es que la industria de la memoria con su utilización espuria pone en crisis o en  duda la existencia de una genuina conciencia colectiva que para nosotros, los que nos situamos desde la perspectiva de “los pueblos”, es una cuestión importante. Pues sostenemos que existe una memoria de los pueblos que se expresa a través de sus tradiciones nacionales y se encarna en su ethos particular, pero que no está adecuadamente expuesta en las historias oficiales, siempre dóciles a los poderes políticos de turno.
Es que no se puede pensar de manera genuina, no se puede hacer filosofía sino desde una tradición nacional de pertenencia y esa tradición nacional se encuentra anclada y es expresión de un ethos nacional. Por eso un filósofo de la altura de Hans Georg Gadamer: la filosofía es la aclaración erger en la formulación de una nueva historia a la historia oral, la historia cotiteórica de un ethos vigente, porque el ethos no es creado por los fílósofos
La cuestión es ¿cómo lograr una genuina conciencia colectiva sin desvirtuarla ideológicamente? Haciendo converger en la formulación de una nueva historia a la historia oral, a la historia cotidiana, incluso a memoria particular, alejándola de los clichés ideológicos para anclarla en los valores y vivencias del ethos nacional.
Este ethos adquiere su significación plena cuando tiene como marco de referencia;  la ecúmene cultural a la que pertenecemos por derecho propio: en nuestro caso Iberoamérica.
En resumen para reconstruir el pasado en forma genuina tenemos que recurrir a la ciencia histórica y sus métodos, pensarla desde la tradición nacional, y allí utilizar los distintos instrumentos con que se nutre. Tradición que a su vez se expresa en un ethos, pero que no se limita a la Argentina sino que tiene su anclaje en la ecúmene iberoamericana.
Cuando el historiador Ernst Nolte demostró allá por los años ochenta del siglo pasado que la historia reciente de Alemania, especialmente la de la segunda guerra mundial, se había transformado en un pasado que no pasa, el mundo académico y los voceros de la policía del pensamiento saltaron como leche hervida. Es que Nolte puso en evidencia el mecanismo por el cual la memoria histórica había reemplazado a la historia como ciencia, con lo que quedó en evidencia la incapacidad histórica de los famosos académicos y los presupuestos ideológicos-políticos que guiaban sus investigaciones.
Es sabido que la memoria es siempre la memoria de un sujeto individual o si se quiere de una persona, singular y concreta. La memoria no existe más que como memoria de alguien. Su naturaleza estriba en otorgarle al sujeto el principio de identidad. Yo soy yo y me reconozco como tal a lo largo del tiempo de mi vida por la memoria que tengo de mi mismo desde que existo hasta el presente. Si existe o no una “memoria colectiva” esta es una cuestión que no está resuelta. El gran historiador alemán  Reinhart Koselleck (1923-2006) sostuvo que no. Así, en su última  entrevista en Madrid, publicada póstumamente el 24/4/2007, afirma:
Y mi posición personal en este tema es muy estricta en contra de la memoria colectiva, puesto que estuve sometido a la memoria colectiva de la época nazi durante doce años de mi vida. Me desagrada cualquier memoria colectiva porque sé que la memoria real es independiente de la llamada "memoria colectiva", y mi posición al respecto es que mi memoria depende de mis experiencias, y nada más. Y se diga lo que se diga, sé cuáles son mis experiencias personales y no renuncio a ninguna de ellas. Tengo derecho a mantener mi experiencia personal según la he memorizado, y los acontecimientos que guardo en mi memoria constituyen mi identidad personal. Lo de la "identidad colectiva" vino de las famosas siete pes alemanas: los profesores, los sacerdotes (en el inglés original de la entrevista: priests), los políticos, los poetas, la prensa..., en fin, personas que se supone que son los guardianes de la memoria colectiva, que la pagan, que la producen, que la usan, muchas veces con el objetivo de infundir seguridad o confianza en la gente... Para mí todo eso no es más que ideología. Y en mi caso concreto, no es fácil que me convenza ninguna experiencia que no sea la mía propia. Yo contesto: "Si no les importa, me quedo con mi posición personal e individual, en la que confío". Así pues, la memoria colectiva es siempre una ideología, que en el caso de Francia fue suministrada por Durkheim y Halbwachs, quienes, en lugar de encabezar una Iglesia nacional francesa, inventaron para la nación republicana una memoria colectiva que, en torno a 1900, proporcionó a la República francesa una forma de autoidentificación adecuada en una Europa mayoritariamente monárquica, en la que Francia constituía una excepción. De ese modo, en aquel mundo de monarquías, la Francia republicana tenía su propia identidad basada en la memoria colectiva. Pero todo esto no dejaba de ser una invención académica, asunto de profesores.”
En concordancia con esto ya había reaccionado cuando el gobierno alemán decidió erigir un símil de la estatua de La Piedad en la Neue Wache para venerar a las víctimas de las guerras producidas por Alemania. Koselleck levantó su voz crítica para advertir que un monumento de connotación cristiana resultaba una "aporía de la memoria" frente a los millones de judíos caídos en ese trance. Pero también en 1997, cuando el ayuntamiento de Berlín decidió erigir un monumento para recordar el Holocausto judío, volvió a la palestra para recordar que los alemanes habían matado por igual a católicos, comunistas, soviéticos, gitanos y gays. Nadie como él, entre los historiadores, hizo tanto para desembarazar a la escritura y a las representaciones de la historia del brete a que la someten los ideólogos de la “memoria histórica”.
 El reemplazo de la historia como ciencia, como conocimiento por las causas, con el manejo metodológico que exige el trabajo sobre los testimonios y materiales del pasado, por parte de la memoria histórica siempre parcial e interesada (la ideología es un conjunto de ideas que enmascara los intereses de un grupo, clase o sector) ha desembocado en la moderna damnatio memoriae o condena de la memoria.
La damnatio memoriae era una condena judicial que practicaba el senado romano con los emperadores muertos por la cual se eliminaba todo aquello que lo recordaba. Desde Augusto en el 27 a.C. hasta Julio Nepote en el 480 d.C. fueron 34 los emperadores condenados. Se llegaba incluso hasta la abolitio nominis, borrando su nombre de todo documento e inscripción. Se buscaba la destrucción de todo recuerdo. Se destruían sus bustos y estatuas. Suetonio cuenta que los senadores lanzaban sobre el emperador muerto las más ultrajantes y crueles invectivas. La intención era borrar del pasado todo vestigio que recordara su presencia.
Las damnationes se realizaban a partir del poder constituido y su presupuesto ideológico era: de aquello que no se habla no existe. Arturo Jauretche, ese gran pensador popular argentino en su necrológica de nuestro maestro, José Luís Torres, nos habla de la confabulación del silencio como mejor mecanismo de los grupos de poder.  Es una manifestación de prepotencia del poder establecido, con lo que busca eliminar el recuerdo del adversario, quedando así el poder actual como único dueño del pasado  colectivo.
No es necesario ser un sutil pensador para comparar estas destrucciones de la memoria y eliminaciones de  todo recuerdo con lo que sucede con nuestros gobiernos de hoy. En España una vez muerto Franco comenzó una campaña de difamación contra su persona y sus obras que llegó hasta cambiarle el nombre al pueblo donde nació. En Argentina cuando cayó Perón en 1955 se prohibió hasta su nombre (por dictador), reapareció la vieja abolitio nominis. Hace poco tiempo el gobierno de Kirchner hizo bajar el cuadro del ex presidente Videla (por antidemócrata). Al General Roca que llevó la guerra contra el indio le quieren voltear la estatua (por genocida). Se le quitó el nombre del popular escritor Hugo Wast a un salón de la biblioteca nacional (por antijudío). Y así suma y sigue.
Cuando la historia de un pueblo cae en manos de la memoria colectiva o de la memoria histórica lo que se produce habitualmente es la tergiversación de dicha historia, cuya consecuencia es la perplejidad de ese pueblo, pues se conmueven los elementos que conforman su identidad.
Es que la memoria lleva, por su subjetividad, necesariamente a valorar de manera interesada lo qué sucedió y cómo sucedió. Así para seguir con los ejemplos puestos, objetivamente considerados, Franco fue un gobernante austero y eficaz, Perón no fue un dictador, Videla fue un liberal cruel, Roca no fue un genocida y Wast fue un novelista católico. Vemos que aquello que deja la memoria histórica es un relato mentiroso que extraña al hombre del pueblo sobre sí mismo.
La memoria histórica es un producto de la mentalidad y los gobiernos jacobinos, aquellos que gobiernan a favor de unos grupos y en contra de otros. Aquellos que utilizan los aparatos del Estado no en función de la concordia interior sino como ejercicio del resentimiento, esto es, del rencor retenido, dando a los amigos y quitando a los enemigos. La sana tolerancia de la visión y versión del otro acerca de los acontecimientos históricos es algo que la memoria histórica no puede soportar, la rechaza de plano. La consecuencia lógica es la dammnatio memoriae, la condena de la memoria del otro.