domingo, 28 de febrero de 2021

Bernardino Rivadavia

 Por el Prof. Jbismarck

El señor Rivadavia está sumamente quebrantado después de un ataque apoplético que sufrió hace cuatro meses (1841). Delgado, sin barriga, enteramente calvo y la voz balbuciente. Su presencia me causó gran sorpresa. Es otro hombre, y hasta su cabeza se conoce que ha sufrido algún tanto. Nos dimos un abrazo afectuoso. Su esposa lo acompañaba y su hijo Martín, de diecinueve años. Me mostró dos piezas bien curiosas: el retrato de Francisco Pizarro y una campanilla de plata de la inquisición de Lima, cuyo sonido es verdaderamente lúgubre y sin duda calculado para inspirar horror a las desgraciadas víctimas de aquel tribunal opresor y sangriento. .. El general San Martín hizo estos presentes a Rivadavia e1 año veintitrés a su regreso de Lima...

Al separarme del señor Rivadavia nos volvimos a abrazar, y en ese momento le dije: “¡Que este abrazo se repita pronto en Buenos Aires!”. Me contestó con un tono de solemnidad: “¡A Buenos Aires ni mis cenizas volverán!”

Al despedirse de Río de Janeiro, don Bernardino Rivadavia, que ahora está establecido en Madrid, ha prevaricado de sus principios y abjura de su fe política como americano y colaborador de la independencia de su patria. Blasfemaba en público de su país y de los hombres de todos los partidos, quemó preciosos manuscritos que había substraído de los archivos públicos de Buenos Aires durante el período de sus dos administraciones, vendió a vil precio el retrato de su amigo el general Belgrano, héroe de la Independencia, a quien Rivadavia siempre había encomiado, citándolo como modelo de patriotismo y virtudes republicanas. En fin: nada ha llevado de América sino el retrato de Pizarro, conquistador del Perú, y la campanilla de plata de la inquisición de Lima que le regaló San Martín y que Rivadavia ha destinado para hacer un presente al Museo de Madrid. Esta apostasia política ha echado un negro borrón sobre la reputación del señor Rivadavia. Era un hombre respetable por sus antecedentes, venerado de los buenos argentinos, como fundador del sistema representativo y de instituciones liberales en esta parte de la América del Sur. Sus desgracias excitaban el más profundo interés. Si hubiera regresado a Buenos Aires después de la caída de Rosas, no necesitaba ocupar la silla del poder para ejercer las más sublimes funciones, la de un patriarcado político. Pero ha cerrado su larga carrera de un modo tan indigno, tan inconsecuente con su anterior conducta, que todo lo ha perdido en un día de extravío y de irritación. Su memoria quedará marcada de un lunar indeleble. No es pues el hombre que se creía. Su civismo y sus tareas como hombre de estado eran virtudes fingidas para satisfacer otro estímulo más dominante —-<el de una exagerada ambición y un amor propio desmesurado, un orgullo sin límites—. Es verdad que él siempre tendrá motivo para quejarse de la ingratitud con que han correspondido sus eminentes servicios, pero ni motivo al parecer tan fundado podría justificar su deshonrosa defección; porque ha debido, con un espíritu filosófico, hacerse superior a su propia desgracia, cuya causa no ha sido otra que las calamidades de la época que debía, si tiene un espíritu elevado, haberse resignado como lo han hecho muchos de sus compatriotas más desdichados que él todavía porque se ven reducidos a mendigar el sustento diario, situación espantosa y desesperante que el señor Rivadavia no ha conocido”.

Tomás de Iriarte. Memorias.

Zoom Homenaje a José Hernández

 Por el Dr. Julio R. Otaño, Secretario del Instituto Rosas de Gral. San Martín.

Participaron integrantes de nuestro Instituto como el Vicepresidente Horacio Morales, el Tesorero Ricardo Pousa y el Vocal Bonafert.  Tambien el Presidente del Instituto Nacional Juan Manuel de Rosas Alberto Gelly Cantilo, Historiadores de nuestro país como Juan Carlos Serqueiros, Carlos Pistelli, Ricardo Gerardi del Campo, el Dr. Trueba y otros profesionales y especialistas en Historia.


 

sábado, 13 de febrero de 2021

Artigas en el Paraguay: ¿30 años de silencio?

Por la Profesora Ana Ribeiro

Los últimos 30 años de Artigas, a los que me referiré, transcurrieron en Paraguay. Estuve en Paraguay dos veces y averigüé algunas cosas; supongo que no todo porque se trata de un tema sobre el cual se va a seguir investigando durante mucho tiempo. Hay un cierto desequilibrio entre la masa documental que generan los diez años de actuación pública de Artigas y esa especie de vacío gigantesco en el cual, durante treinta años, papeles de su puño y letra existen solamente dos. Solo hay dos cartas - de las que incluso se discute su autoría , aunque su firma es indiscutible - y luego hay papeles generados a su alrededor, pero que no proceden directamente de él, y aun éstos son muy escasos. Existen algunas comunicaciones y algunos comentarios, cosas que dice el comandante de Curuguaty que es la ciudad en la cual está durante veinticinco años, antes de pasar a Asunción, donde vive sus últimos cinco años.  De ese período, pues, poco documentado y muy interpretado (y por tanto “misterioso” para la historiografía uruguaya), me llamó poderosamente la atención el duelo de dos personas gigantescas que se genera en esos treinta años: el duelo entre el Caudillo y el Dictador.
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Y me gusta pensar el período en esos términos, porque ser un Caudillo y ser un Dictador son dos formas bien diferentes de administración del poder. Y son dos formas de administrar el poder nuevo, el poder que se genera cuando la ruptura del orden colonial obliga a los americanos a gobernarse por sí mismos por primera vez, lo que verdaderamente constituye una experiencia desafiante para todos ellos. Cuando se quiebra el orden hispano se rompe con algo que a nosotros nos cuesta entender y es que la gente amaba al rey. Nosotros actualmente votamos, elegimos, apoyamos a nuestros representantes políticos, pero no los amamos; ése es un sentimiento que no tenemos. Pero ellos amaban al rey y eso significaba que aunque el rey fuera un personaje cobarde, o aunque no se pensara que era excelente en todos los órdenes, eso no menguaba lo que sintetizaba tan bien la frase "El rey ha muerto, viva el rey". Que significa que más allá de su vida física, él es un emblema de una cantidad de cosas. O sea que si uno tenía un diferendo entre vecinos o tenía que apelar a sus derechos ciudadanos más grandes en función de alguna cosa -su libertad personal, su vida- siempre sabía que había un orden que garantizaba todas las cosas. Ese orden se quebró en la revolución y era tan rotundo romper con ese orden que la revolución y el propio Artigas, no comenzaron rompiendo con ese orden el primer día. Hubo que ir trabajando lentamente la idea de la ruptura. La revolución de 1811 - solemos olvidarlo- empieza en nombre de nuestro amado Fernando VII. El levantamiento comienza en contra de las autoridades virreinales; ¡ni siquiera Tupac Amarú se levantó contra el rey...! Porque la autoridad virreinal era algo cercano, en cambio el rey tenía una mediación que lo agigantaba, una aureola magnífica que no provenía únicamente del océano que mediaba entre España y América sino de ser un poder sacrosanto, absoluto, de origen divino, y al no ser una autoridad cercana; no se desgastaba con el gobierno, proceso que conocemos tan bien en los procesos democráticos del mundo contemporáneo. Era siempre un poder ausente y magnífico que sobrevivía la propia muerte física del rey una y otra vez. Cuando eso se quiebra, a medida que la revolución va creciendo, ahondando su contenido y haciéndose cada vez más radical, los americanos descubren que han roto con aquello que Bolívar llamaba -con gran enojo- esa especie de “minoridad de edad” a la cual España había sometido a los americanos, aquello por lo que protestaba en la Carta de Jamaica diciendo que nos habían quitado incluso una tiranía activa y efectiva. Aprender a autogobernarse era de verdad algo nuevo y difícil que puso sobre el tapete la discusión esencial de todo el proceso revolucionario, es decir ¿a quién retrovierte la soberanía después de romper con el rey? Lógicamente Buenos Aires entendió que retrovertía en ella: era el centro administrativo y ejercía el control del Río de la Plata. Ella había logrado derrotar a la “nodriza de ciudades”, la primera ciudad del Sur, que había sido Asunción. Con su cara al Río de la Plata y su perspectiva oceánica había desplazado a la pobre Asunción, asfixiada entre la tierra. Claro que a Buenos Aires le pareció natural que el poder quedara en sus manos y también le pareció natural que tuvieran el dominio aquellos que tenían mejores capacidades intelectuales , lo que, generalmente, indicaba su pertenencia a las clases más altas porque eran los que sabían leer y escribir y los que estaban mejor vestidos, “decentemente presentados” en sociedad .  Otra interpretación del uso y destino de la soberanía es la que hacen aquellos que creen que la soberanía retrovierte en cada uno de los fragmentos en los cuales se quiebra, y eso significaba que un pequeño pueblo indígena que había sido una reducción hasta no hacía mucho tiempo, podía tener derecho a una asamblea y a un diputado, aunque lógicamente ese diputado fuera el sacerdote que hacía poco les daba instrucción religiosa y velaba por el pueblo, pero como era el que sabía leer y escribir, generalmente iba él. Sus reivindicaciones políticas eran modestas, no se podían comparar con un documento como el de las Instrucciones del Año XIII: pedían por favor que les devolvieran la tierra y que el ala oeste del pueblo (que se la apoderó Fulano de Tal) retrovirtiera sobre al pueblo, que tenía un uso comunitario de la tierra. Esos eran sus reclamos y eso era para ellos el correcto uso de su fragmento de la soberanía. Esa discusión esencial se extendió a lo largo de todo el territorio conmovido por la revolución y las reacciones y los poderes que se recrearon a partir de allí fueron múltiples.  ¿Qué poderes surgieron al caer el del rey? Cuando la gente tiene que comandarse por sí misma lo que suele hacer es elegir a uno igual a uno, pero mejor. El caudillo es un gaucho mejor y esa es una definición sencillísima y hermosa que sirve para entender a Artigas, por ejemplo. El es un caudillo y se siente investido de un poder que en ciertos momentos es absoluto, y en otros retrovierte a la gente y se torna democrático. Esto sucede en un ejercicio bastante complejo en el cual, por momentos, él hacía didáctica política y ,en otros, ejercía un poder efectivo y ejecutivo. Era un poder nuevo en todos los órdenes.  Paraguay tuvo el mismo miedo que la Provincia Oriental frente a Buenos Aires y ensayó un sistema propio. Lo hizo inaugurando una política de aislamiento, preservadora en absoluto de su independencia, que inició Gaspar Rodríguez de Francia, continuó a lo largo de los López, y fue quebrada, brutalmente, a partir de la Guerra de la Triple Alianza.
Cuando el 5 de setiembre de 1820 Artigas llega derrotado a las puertas del Paraguay con una casaca colorada y una alforja en la que hay cuatro mil patacones, quien llega es un Caudillo que golpea a las puertas de un territorio que estaba en manos del Supremo, el dictador absoluto del Paraguay. Dictador es un título extraño que solamente pude entender cuando encontré las Exequias Fúnebres que se escribieron a la muerte de Gaspar Rodríguez de Francia.  Documento emanado de un momento de vacío de poder, porque su poder fue tan absoluto que su desaparición física generó anarquía y puso a Paraguay de cara a la realidad: no había poderes sustitutos. Ese vacío de poder provoca, por ejemplo, la prisión de Artigas, que con setenta y siete años arrastró grillos durante un mes. Lo hicieron prisionero esos lugartenientes de tercera o cuarta categoría que era lo único que Gaspar Rodríguez de Francia dejaba subsistir en Paraguay, porque para que su poder fuera absoluto se encargó específicamente de terminar con los españoles, con la clase alta y con los intelectuales. Todo el que pensara demasiado, tuviera demasiado dinero, demasiada independencia política y de criterio, era sospechoso a los ojos de Gaspar Rodríguez de Francia.  En esas Exequias Fúnebres, les decía, encontré el sentido de la palabra “Dictador”. Exequias que se escribieron casi por la inercia del mismo poder que él había generado. Había en ellas unos versos, muy malos desde el punto de vista literario, escritos en su honor, en los que se decía que : los romanos tuvieron sus emperadores, Grecia tuvo sus prohombres, los hebreos a Salomón, pero - terminaban diciendo- : "Nosotros tuvimos mucho más que eso. Tuvimos un Dictador". Es decir que en este caso “Dictador” no es un adjetivo peyorativo sino una medida de poder.  Y no hay mayor medida de poder que la arbitrariedad absoluta y eso Francia lo manejaba magistralmente. Supo demostrar que su poder era realmente absoluto, él, que primero fue electo democráticamente por un Senado como “Dictador” y luego recibió un  voto, de confianza aún mayor, cuando se lo nombró “Dictador Vitalicio”, “Supremo Vitalicio”, mientras viviera sería Dictador de este país. Ese manejo que hacía Gaspar Rodríguez de Francia del poder absoluto es un dato importante para una de las preguntas que suele formularse la historiografía uruguaya: ¿por qué recibe a Artigas, por qué no lo mata, por qué es generoso si sabe que Artigas se ha complotado en su contra? Suelo pensar que fue una de esas tantas cosas que le sirvieron para dar la medida absoluta de su poder, no es la razón única pero creo que es una muy válida. ¿Por qué es sorprendente que no lo haya matado? Porque el hombre que llega derrotado, con una casaca colorada y cuatro mil patacones (que inmediatamente envía a sus hombres prisioneros en la Isla Das Cobras: Andresito, Otorgués y Bernabé Rivera), ese hombre, había querido matar a Gaspar Rodríguez de Francia.  El oficio del 7 de diciembre de 1811 es muy conocido, en el Artigas que escribe al Paraguay, se convierte en el mejor cronista de la revolución, la cuenta paso a paso con una belleza y un sentimiento que pocos tuvieron al escribir. En el dice "Yo llego dentro de poco con este pueblo de héroes, a mi destino" y describe el largo derrotero de lo que historiográficamente llamamos “el éxodo”. En ese oficio Artigas justifica las bondades de una unidad entre la Banda Oriental y Paraguay: es decir que desde siempre su intención fue sumar al Paraguay al sistema que pensaba construir. Luego se cansó de una y otra invitación y del recelo de los paraguayos. Porque Paraguay le admiraba y a la vez le tenían temor, porque pensaban: " ¿Hasta dónde él no es Buenos Aires? Parece que está peleándose con Buenos Aires... ¿pero es así o es una estrategia tramposa?". La desconfianza paraguaya era legítima: no olviden que Artigas comienza la revolución como un militar obediente a Buenos Aires y que solo después recibe un mandato político que se va agigantando y termina matando su obediencia militar, desde las Asambleas Orientales en adelante. El tuvo que aprender a convivir, con angustia en su interior, los dos roles. Y hay momentos en que lo tironean de un lado y del otro y en la documentación esa dualidad del político de investidura popular y el militar de obediencia debida a Buenos Aires, se percibe claramente.  Finalmente vence el político, y se pone de verdad al servicio de la voluntad de su pueblo, pero eso es al final: al principio es un militar obediente a Buenos Aires; después es un político.  Lógicamente Paraguay lo mira con desconfianza. Y también lógicamente, en 1815,  Artigas, ya cansado de proponerle alianzas y acuerdos, directamente entra a complotar contra Francia. Está en el apogeo de su poderío, está con su amigo Amaro Candioti, y envía a Cabañas como correo, diciendo : "Voy a entrar en Paraguay, voy a buscar la cabeza de Gaspar Rodríguez de Francia". Sus hombres le roban al Dictador, además, un cargamento entero de armas, se las llevaba Robertson -el mismo que lo describe sentado en una cabeza de vaca, comiendo carne y tomando ginebra- junto con otras cosas finas que siempre encargaba a los comerciantes ingleses, porque Gaspar Rodríguez de Francia era un hombre refinado a quien le gustaban los catalejos, las buenas medias, la buena ropa, los buenos libros. Todo eso le es robado, junto con la carta que Alvear le enviaba en la que le proponía cambiar soldados  paraguayos por fusiles. Por supuesto que Gaspar Rodríguez de Francia no sabía eso y quecuando lo supo se puso furioso, porque el Dictador estaba animado de un nacionalismo acendrado y más allá de que dispuso de las personas y del Paraguay entero con absoluta arbitrariedad y fue muy cruel en la represión de todo lo que se le oponía, hizo de ese país un sitio ordenado y próspero bajo su mandato.  Ese hombre se puso furioso cuando conoció el contenido de la carta de Alvear: ¿Cómo me va a proponer a mí cambiar paraguayos por rifles? Pero esa carta aún no había llegado a sus manos cuando Artigas la intercepta y la difunde y pide que la divulguen porque los paraguayos al leer eso, se iban a poner en contra de Gaspar Rodríguez de Francia.  Todo eso le había hecho Artigas a Francia, pero Francia lo recibe luego de desarmar a sus últimos soldados y a él mismo, a los jirones de lo que había sido un ejército, porque Artigas era un animal acorralado que venía corriendo a lo largo del río Miriñay durante once días, persecución que Cáceres describe con maestría. Cáceres estaba entre los que lo perseguían, junto con Ramírez y describe : nosotros venimos comiéndonos los caballos que quedan reventados a la noche; al que no aguanta más lo comemos y al otro día seguimos con los que están frescos. Entonces, calculen lo que pasaba con el que iba delante, huyendo, con menos fuerza aún. Ese animal acorralado llega el 5 de setiembre de 1820 a Candelaria, Francia lo recibe, lo llevan a Asunción, donde llega el 23. Cuando llega es alojado en el Convento de la Merced, orden mendicante que como tal, tenía un enorme terreno y recibía, como limosna, animales. Criaban hanchos, ovejas, vacas; era una especie de gran estancia o chacra en medio del corazón de Asunción. Allí, en una celda, está recluido durante tres meses.   En ese lapso le escribe al Dictador dos cartas que la historiografía uruguaya discutió durante mucho tiempo e, inclusive, hizo lo peor que hace la historiografía uruguaya que no es discutir sino no discutir, ignorar, con lo cual entierra definitivamente los temas. La primera que habló de esas dos cartas fue una maestra, Elisa Menéndez. Luego se las consideró, pero siempre parcialmente, porque se trata de dos cartas de las que cuesta asimilar el tono celebratorio y heroico con el que suele rodearse la figura de Artigas. Son dos cartas respetuosas, que algunas personas han tildado de obsecuentes; no sé si puede llamárselas así. En la primera de ellas, del 27 de diciembre - en medio del clima navideño - Artigas le escribe al Dictador agradeciéndole todos los presentes que le ha enviado y le dice: "Usted ha sido generoso con un hombre desprovisto de todo mérito ante los ojos de usted" ...y convengamos en que era cierto que estaba desprovisto de todo mérito. Y luego, por supuesto, le solicita verlo. El Dictador no lo vio nunca. En la segunda carta él ya sabe que su destino es Curuguaty, traslado resultante de su protesta, la que formuló por medio de una pregunta: ¿ qué puede hacer un sacerdote entre frailes? Curuguati era una aldea que quedaba a unos trescientos kilómetros de Asunción, a la que, en esa época costaba varios días llegar porque no había un camino de tierra; el camino de tierra que existe actualmente resulta, todavía, bastante difícil y estamos en el año 2010.  Así que en esa segunda carta agradece su nuevo destino y el asilo que se le brinda.  La historiografía uruguaya habría preferido verlo peleando, también, en ese momento. Lo que personalmente creo que hay que interpretar es, precisamente, esa voluntad de seguir viviendo, esa voluntad de aceptar un destino diferente al que había tenido hasta ese momento, de aceptar su derrota y agradecer lo que de verdad era generoso, fueran cuales fueran las razones geopolíticas de Gaspar Rodríguez de Francia para respetarle la vida.  Ramírez estaba al acecho en las fronteras de Paraguay y pedía la cabeza de Artigas y Francia no solo no se la entregó sino que mandó su ejército a rechazar la presencia de Ramírez en los límites de sus tierras. Debemos tener en cuenta que los códigos de la época no eran nada gentiles porque ese mismo Ramírez pierde la cabeza en manos de la gente de López y que la misma va a ser exhibida como trofeo encima de un escritorio, dentro de una jaula ... Gaspar Rodríguez de Francia perfectamente podía haber hecho eso con Artigas y no lo hizo. Por eso a mí la palabra “cárcel” me parece que no se ajusta.  Confinamiento sí.      Resultado de imagen para gaspar rodriguez de francia                     
Francia lo confinó, es decir que no le permitió salir de allí, como lo hizo también con Bompland, el sabio naturalista por el cual pidió toda la comunidad científica del mundo y especialmente la francesa, cuando Francia era una potencia política , cultural y científica de primer orden. Hizo lo mismo con Gorgonio Aguiar, y con Pedro Campbell. También hizo lo mismo con cantidad de soldados de Artigas que ingresaron con él en aquel año de 1820: los que se insurreccionaron o intentaron alguna cosa sospechosa fueron muertos. Los que se quedaron calmos vivieron y se murieron de viejos dentro de Paraguay.  Ese Artigas que recibe el destino de Curuguaty lo acepta, se va y vive durante veinticinco años en una aldea difícil de clasificar y describir. Algunos dicen que entonces era lo que no es ahora, que era un centro yerbatero importante, y calculan una población de unos once mil habitantes. Pero Félix de Azara (que la había visitado una década antes que Artigas fuera trasladado allí) dice que era algo así como la recopilación de todas las desgracias y que era un pueblo muy pequeño, que no pasaba de cuatro mil habitantes. Era un centro yerbatero; como consta en la documentación de compra y venta de yerba en partidas importantes. No podía ser un lugar ganadero porque está asentado sobre una tierra arcillosa y salada que no permite la cría de ganado. Pero aunque el ganado que había era escaso, Artigas llegó a tener noventa cabezas de ganado, caballos y mulas. En una investigación del doctor Eduardo Gómez consta la existencia de un recibo por el cual le venden a Artigas seis caballos y algunas mulas, fiado y y con promesa de pago en yerba. En esa aldea vive Artigas veinticinco años y se incorpora con absoluta naturalidad a la vida de Curuguaty, a sus oficios religiosos, a las prácticas militares que eran habituales en el pueblo, porque allí había (y sigue habiendo) un cuartel muy grande; Brasil está del otro lado de la frontera de Mbaracayú y la aldea crece recostada a la ladera del Mbaracayú. Algunos investigadores han afirmado que el Dictador mantuvo vivo a Artigas por si Brasil quería avanzar, y a modo de barrera. Otra opinión es que lo mantuvo vivo por si Buenos Aires quería avanzar contra Paraguay. Quizás la razón ha sido la suma de todo: dar su propia medida de poder absoluto por medio de la arbitrariedad, de la benevolencia frente a alguien caído en desgracia, más las dos posibilidades estratégicas. Más por el valor simbólico de su nombre –en este último caso- que por el poder real porque Artigas , definitivamente, lo ha perdido cuando llegó a Paraguay... Allí vive hasta que muere el Dictador y él es llevado preso durante un mes. Tenía setenta y siete años y estaba arando la tierra sin camisa, un dato que personalmente me llamó mucho la atención, porque nunca lo había visualizado así; quizás, como todos ustedes, lo había visualizado más como una estatua y no vigoroso y con setenta y siete años, labrando la tierra sin camisa (en setiembre hace mucho calor en Asunción). Esa estampa siempre me pareció bellísima.  Cuando recupera su libertad su situación económica cambia. En los primeros años el Dictador le pasaba una pensión que rondaba los quinientos pesos, que era más de lo que ganaba anualmente un Ministro, pues éstos percibían trescientos pesos. Es decir que le dio un sueldo importantísimo. Ya en el año 1829 la pensión es menor y representa mucho menos de lo que gana un capitán por año; no pasa de doscientos pesos.  Luego, directamente se la suspende porque él daba casi todo a los pobres, como todos sabemos porque Rengger y Longchamp lo registran en su crónica y ha sido ampliamente repetido en toda la historiografía sobre el período.  Pero, muerto el Dictador y luego del mes de cárcel, su situación económica se torna bastante lastimosa. Es entonces que comienzan a aparecer las pocas cartas que hay del período, en las que nunca es él quien escribe; tiene setenta y siete años y no escribe más. Quien escribe y contesta a los Cónsules López y Alonso, primero, y, luego directamente, al Presidente López (las autoridades que finalmente emergen para ocupar el vacío de poder post-Dictador), es el comandante de Curuguaty, de apellido Gauto, quien es un ejemplo de longevidad en el poder, porque fue comandante de Curuguaty durante todo el Gobierno de Francia y durante el de López. Solamente descubren que era bastante pillo y hurtaba mucha cosa, cuando muere y se hace un arqueo de todos sus bienes. Allí descubren vaquitas y terrenos por todas partes y se sabe que su poder era bastante "non sancto", pero él ya estaba muerto y quien estaba en el poder era López... Ese comandante Gauto, dueño de todos los poderes de Curuguaty, es quien comienza a recibir las primeras pensiones y cartas.  Los Cónsules primeramente le mandan decir que queda libre para irse a su país, si lo desea. La respuesta inmediata es que no quiere. Luego insisten: Si no quiere irse, por favor dispóngale usted honras fúnebres acordes con su jerarquía. En la siguiente, por las dudas, le escriben: No vaya a decírselo, pero prepare honras fúnebres importantes, porque es un personaje importante. Llame a los principales vecinos del lugar. Esto ocurrió en 1841; las primeras cartas son de agosto y estas últimas son del mes de setiembre.
La respuesta de Artigas, invariablemente, es que no desea regresar, hasta que en determinado momento explica mejor por qué no desea hacerlo, sobre todo cuando llega la primera comunicación de Fructuoso Rivera, Presidente de la República, dirigida al Brigadier General José Artigas, pidiendo su retorno para vivir en el seno de sus compatriotas y recibir los honores que merece. Hay un enviado de Rivera que está esperando la respuesta, entonces ésta es más clara y contundente, porque los Cónsules le exigen a Gauto que la respuesta de Artigas aparezca porque quizás Uruguay siga pensando que no hay libertades en Paraguay; ellos quieren aventar aquella imagen que había generado Francia de enclaustramiento y de prisión y precisaban probar que estaba libre y que era él quien no se quería ir. Entonces la respuesta de Artigas es de enorme contundencia: Dígale que le agradezco todo y que yo no deseo volver; que me dejen aquí; que solo regresaría al Uruguay si eso fuera bueno para Paraguay. Es decir que si Paraguay entiende que es bueno que él regrese por alguna razón, entonces , y solo entonces, lo haría. Frente a esta última nota, los cónsules, finalmente, le dicen que entienden su punto de vista, no insisten más, y le mandan una minuta y dinero: veinticinco pesos. A los días Gauto les escribe diciéndoles: Recibí la minuta, lo hice llamar y se la entregué. No se llevó las telas que usted le manda porque el sastre que le cose la ropa no estaba. Solamente tomó un peso y se fue a comprar comida. No le puedo decir a usted la alegría de este anciano. Había llegado a un estado de desamparo económico importante, pero no dejaba de resaltar su agradecimiento al gobierno paraguayo. Alrededor de la misma fecha la Guerra Grande llega a un punto muy álgido y culminante. Y hay una pequeña carta de Artigas (a la que accedí porque me la cedió el hijo del doctor Eduardo Gómez, quien la tiene microfilmada -en Paraguay existe una copia, pero él me dio la foto del original), en la que manda decir, siempre por medio de Gauto, que "por un si acaso" ofrece su "inutilidad". El está viejo y sabe que no es mucho, pero lo que sea, sea útil o inútil lo ofrece "por un si acaso", a raíz del rumor que corría por Corrientes.  Corrientes se sentía ampliamente amenazada por los avatares de la Guerra Grande y se estaba formando una especie de frente anti Rosas muy grande y Paraguay estuvo a punto de ingresar en él. Llegó a tener soldados puestos a disposición del General Paz, esa es la razón de su presencia en Paraguay y de ella deriva la entrevista que le hace a Artigas en sus últimos años.  En 1845, el Presidente López le manda una carta a Gauto (que estaba mencionada muy fugazmente en algún libro muy viejo en Uruguay, y en este último viaje encontré el riginal entre los documentos). Allí le dice: Dígale al General Artigas que me he acordado de él para un puesto de instructor del ejército y que si es por problemas de su edad y su salud, que él lo considere. En caso de que acepte usted pondrá a disposición de él todo lo necesario para que regrese. Y al mes Artigas está en Asunción, entonces cabría deducir que aceptó. Qué pasó en ese viaje no lo sé, porque finalmente instructor del ejército no fue. O se sintió viejo y achacoso -el viaje debe haber sido muy duro-, o llegó y conoció mejor la situación política. ¿O - como se dice en tantos libros- pelear contra un federal no fue cosa que le pareciera buena?. Quizás una mezcla de todo.  El caso es que Artigas se queda en Asunción protegido por los López, vive en una pequeña casa al lado de la casa solariega de los López, que estaba en las afueras de Asunción; hoy es un barrio alejado del centro, entonces era una zona de veraneo y paseo llamada Ibiray. Allí vive con sus sirvientes. Generalmente se nombra a Ansina, pero en la documentación se nombra a dos sirvientes. Inclusive los dos lo acompañan al cementerio cuando muere. Es decir que allí también estaba el pobre Montevideo Martínez, bastante olvidado.  Artigas vivió su etapa final en Ibiray, en una situación de respeto y mucha protección .  Todos quienes lo entrevistan son personas con una misión política muy clara en aquel Río de la Plata completamente convulsionado por la Guerra Grande. Quienes lo visitan no son meros curiosos; son personajes con una misión política que van a ver a alguien que en algún momento estuvo en la mente del Presidente paraguayo para un puesto específico.  Uno de esos viajeros dice algo con lo que me gustaría finalizar. Ustedes saben, todos sabemos que: Artigas murió el 23 de setiembre y fue trasladado en un carretón al cementerio. El carretón no era un “sinónimo” de pobreza, encontré una disposición de los cementerios de Asunción y en aquella época , la regla municipal establecía que los muertos debían entrar en un carretón. Pero no me gustaría terminar con esa imagen tan triste ni tampoco con esa preciosa página que alguien escribe en la prensa paraguaya, que dice: "Al General Artigas no le gustaban las ciudades" y después de confortar a sus parientes diciéndoles que allí fue amado y protegido, termina con esa fórmula necrológica tan impactante que es: "Séale la tierra leve", que a mi siempre me pareció de  muchísima fuerza.  Me gustaría terminar con la imagen que da Beaurepaire Rohan, dice que Artigas era una ruina -realmente era una ruina para lo que había sido, un hombre de ochenta años que cuando lo habían dejado de ver era el general victorioso de espaldas anchas-, pero todavía está enérgico y fuerte; todavía pasea a caballo y tiene una mirada fulgurante. ¡Hay que tener muchísima fuerza interior para tener una mirada fulgurante a los ochenta y seis años.

jueves, 4 de febrero de 2021