viernes, 14 de febrero de 2020

El Conde Walewski, hijo Natural de Napoleón Bonaparte (1847)

Por Alfred de Brossard,

Acompañante del conde Walewski en la misión de 1847, nos ha dejado de don Juan Manuel este retrato muy al vivo y del natural y no del todo desfavorable a despecho de la inquina con que le trata el libro de que es autor.
EL DIPLOMATICO (1847): A su llegada monsieur Walewski hizo a Rosas una visita de cortesía y después mantuvo con él una larga conferencia. Habiéndome tocado asistir a estas diversas entrevistas, aprovecho la oportunidad para describir al jefe del gobierno argentino tal como se presentó ante nosotros.   El general Rosas es un hombre de talla mediana, bastante grueso y dotado, según todas las apariencias, de un gran vigor muscular. Los rasgos de su fisonomía son proporcionados; tiene la tez blanca y los cabellos rubios; en nada se asemeja al tipo español. Al verlo, diríase más bien un gentilhombre normando. Hay en su expresión una extraña mezcla de astucia y de fuerza; de ordinario mantiene su gesto apacible y hasta suave, pero por momentos la contracción de los labios le da una singular expresión de dureza reflexiva.
Se expresa con mucha facilidad y como un hombre perfectamente dueño de su pensamiento y de su palabra. Su estilo hablado es muy desigual; tan pronto se sirve de términos escogidos y hasta elegantes, como cae en la trivialidad. Es posible que entre por algo la afectación en esta manera de expresarse. Sus pláticas no son nunca categóricas, sino por el contrario, difusas y complicadas a fuerza de digresiones y frases incidentales. Pero esta prolijidad, es, sin duda, premeditada y calculada para desconcertar al interlocutor. En efecto, se hace muy difícil seguir al general Rosas en todos los rodeos de su conversación.

Sería imposible reproducir en todos sus aspectos esta conferencia que se prolongó por espacio de cinco horas. Rosas se mostró en ella, por momentos, como un perfecto hombre de estado y, según el caso, como un particular afable, y también infatigable dialéctico y orador vehemente y apasionado. Representó, a medida de las exigencias y con una rara perfección, la cólera, la franqueza y la bonhomía. Es comprensible que, visto cara a cara, pueda seducir o engañar… Dotado de una voluntad reflexiva y persistente, don Juan Manuel es un gobernante esencialmente absoluto; y aunque la fuerza —vale decir el principio de las gentes que carecen de principios — constituya la base de su gobierno; y a pesar de que en su política consulte sobre todo las necesidades de su posición personal, lo cierto es que gusta de pasar por hombre de razonamientos y de conviccionesMuestra gran horror por las sociedades secretas, las logias, como las llama.  Se indigna de que puedan suponer en él la menor afinidad con los revolucionarios enemigos del orden social y, como hombre de Estado, finge en sus máximas una gran austeridad que no guarda en su vida privada. «Yo sé muy bien, dice en sus conversaciones, que el ejemplo debe venir desde arriba».
Ha justificado hasta cierto punto sus pretensiones restableciendo el orden material en el país y en la administración; trabaja asiduamente de quince a diez y seis horas diarias en el despacho de los asuntos públicos y no deja pasar nada sin un riguroso examen. De tal manera, como él mismo lo repite, todo el peso y la responsabilidad del gobierno recae sobre él. Asi puede decirse que los principales resultados de su gobierno en el interior, han sido: 1.°) la seguridad pública; 2.°) una pasable justicia; 3.°) orden (aparente al menos) en las finanzas.

Pero el par de estos resultados honorables, hay otros que lo son mucho menos y que provienen de la situación del general Rosas y de la naturaleza de su educación y de su carácter.  Llegado al gobierno por medio de la astucia, el general Rosas ha visto violentamente atacada su administración y sólo ha podido mantenerse por la fuerza. Imperioso y vengativo por educación y por temperamento, se entregó al despotismo y ha hecho menosprecio de la libertad, después de haberla invocado tanto, como esos hombres descriptos por Tácito, que proclaman la libertad para derribar el poder y una vez en el mando la emprenden contra ella. De ahí esos favores exorbitantes que otorga a ciertos perdularios, atados a su destino por sus crímenes y sus vicios, individuos siempre listos para jugarse por él y cuya vida y bienestar es un insulto a la moral, y a la miseria públicas. De ahí, por fin, el sistema de opresión legal que hace pesar sobre todos sus enemigos y, hay que decirlo, sobre la parte más educada y esclarecida de la nación.
Hombre de campo. Rosas ha sido en efecto el jefe de la reacción del hombre del campo contra la influencia predominante de la ciudad. Imbuido de prejuicios de orgullo castellano, detesta en masa a los extranjeros, cuyos brazos y cuyos capitales podrían enriquecer el país, y apenas si les acuerda una mezquina hospitalidad. Agricultor por nacimiento, por educación y por tendencias, poco le importa de la industria. Esta predilección le ha inspirado algunas buenas medidas, porque predica con el ejemplo de sus propiedades que están perfectamente administradas y cultivadas. Ha fomentado el cultivo de cereales y lo ha mejorado cargando con un pesado derecho de importación a los trigos que Buenos Aires hacía traer hasta entonces de la América del Norte.
Educado en las máximas exclusivas del derecho colonial español, no comprende ni admite el comercio sino rodeado de tarifas prohibitivas y de rigores aduaneros. De ahí la estancación en el comercio y en la industria y el absoluto abandono de los objetos de utilidad material. Resultado de imagen para juan manuel de rosas agricultor
En contraposición a esto, el general Rosas se preocupa mucho por los medios que pueden servir a un gobierno para influir sobre el espíritu de los pueblos y acuerda gran importancia a la instrucción pública porque la instrucción pública y la religión son medios de influencia política.
Por ese mismo motivo interviene activamente en la prensa periódica; paga diarios en Francia, Inglaterra, Portugal, Brasil y Estados Unidos y él mismo dirige sus periódicos de Buenos Aires: La Gaceta Mercantil, El Archivo Americano y el British Packet. Los artículos de estos periódicos son escritos, dictados, y por lo menos corregidos, por el mismo general Rosas y cada uno se hace con vistas a la política de Europa o América, siempre con un objetivo bien preciso, y destinado a producir un efecto determinado.
La Gaceta Mercantil, destinada especialmente al interior de la Confederación, repite diariamente la misma polémica: «Las comunicaciones son tan difíciles —dice Rosas — que de treinta números, pueden perderse veintinueve. Es necesario que el número treinta enseñe a los lectores lo que no le han enseñado los veintinueve perdidos».
El Archivo Americano, revista redactada en tres idiomas (español, inglés y francés) por don Pedro de Ángelis, está destinada a Europa en general. El British Packet, diario escrito en inglés, como su nombre lo indica, sirve de órgano al gobierno argentino para dirigirse al comercio británico.
Si don Juan Manuel comprende muy bien la acción de la prensa, conoce asimismo muy bien el poder de la disciplina militar y se ocupa con especial cuidado del ejército, que constituye uno de sus principales sostenes. Por él arruina sus propias finanzas y se mantiene en amenaza contra los países vecinos.

Rosas se siente animado por pensamientos de ambición, tiene el instinto de las grandes empresas y es demasiado sagaz y avisado para no comprender que todo gobierno, por absoluto que sea, necesita algún apoyo de la opinión pública. Su aversión por los extranjeros, su desprecio por la industria y el comercio, su predilección por la agricultura, son sentimientos de que participa toda la facción que lo apoya y sobre los cuales ha sabido fundar su crédito y su popularidad. Ha ido más lejos; se ha exhibido como campeón de la independencia americana, amenazada, según él y sus parciales, por las costumbres e ideas europeas y por la ambición de los gobiernos del viejo mundo. Y este pensamiento, expresado con ardor, ha realzado singularmente su reputación, no solamente ante sus partidarios, sino ante los pueblos de más allá del Atlántico y de los Estados Unidos. Por eso sus admiradores lo saludan con el nombre de Gran Americano.
El general Rosas alimenta otra ambición muy a propósitos para halagar el orgullo de su pueblo; la reconstrucción del antiguo Virreinato de Buenos Aires, que supone la reunión en un solo haz, de todas las provincias argentinas, el sometimiento del Paraguay recalcitrante y recobro de la influencia, siquiera indirecta, sobre la Banda Oriental, como antes del tratado de 1828. Esto es, evidentemente, su programa.

Alfred de Brossard

(Traducción de José Luis Busaniche)

Sarmiento y el Estrecho de Magallanes

POR VICENTE D. SIERRA
En febrero de 1843 de Angelis informaba a Guido que en Chile el gobierno había disuelto la Comisión Argentina y llamado a silencio a la prensa antirrosista. Destacaba que el gobierno chileno había hecho conocer sus pretensiones a la costa boliviana del Pacífico, por lo que infería que aquella conducta respondía a que se preparaba una guerra de conquista contra Bolivia para quitarle su salida al mar. En tales circunstancias interesaba contar con la amistad argentina.  Pero no eran sólo aspiraciones contra Bolivia las que alentaba Chile, sino también la de extenderse hacia el sur. Contaba para hacer el ambiente necesario con la pluma de un argentino, Domingo Faustino Sarmiento, quien había fundado, con apoyo oficial, un periódico titulado “El Progreso”, el 10 de noviembre de 1842, en cuyas columnas inició una campaña preconizando el envío de una expedición militar al estrecho de Magallanes. Como dice Ricardo Font Ezcurra, Sarmiento hizo el sensacional descubrimiento de que casi toda la Patagonia argentina pertenecía a Chile.
Si en la segunda mitad del siglo XIX la disputa de límites con la Argentina apasionó a Chile, el problema puede ser dividido en dos grandes períodos. Durante el primero Chile sólo se interesó en reivindicar como propia, en la parte austral, la zona comprendida entre los Andes y el Pacífico, hasta el Cabo de Hornos; durante el segundo las presiones chilenas se extendieron hacia la Patagonia argentina. Ni la provisión del Virrey La Gazca, de 18 de abril de 1548, designando a Pedro de Valdivia La gobernación de Chile, extendida hasta los 41° sur, ni a ley 12, título 15, libro 2, de la Recopilación de Leyes de Indias, sancionada en 1680, que creó la Real Audiencia de Chile, permiten inducir que alguna vez se entendió que la Patagonia entraba en jurisdicción chilena, aunque esta última disposición estableció como jurisdicción de dicha institución lo que se “poblare y pacificare dentro y fuera del estrecho de Magallanes y la tierra adentro hasta la provincia de Cuyo inclusive”.   Pero en este caso es evidente que se extendió Chile hasta el estrecho, como también es que  posteriormente, al establecerse el Virreinato del Río de la Plata, el territorio de Chile quedó limitado al sur por el río Bío Bío en más o menos 38° sur; pero en Chile se mantuvo la idea la idea de que el límite austral que le correspondía era el cabo de Hornos, y así el general O’Higgins, en el artículo 3º de la Constitución de 1822, lo estableció:   “El territorio de Chile conoce por limites naturales: al sur el cabo de Hornos, al norte el despoblado de Atacama, al oriente los Andes, al occidente el mar Pacífico; le pertenecen las islas del  archipiélago de Chiloé, la de la Mocha, la de Juan Fernández, la de Santa María y demás adyacentes. La Constitución de 1833, reprodujo dicho artículo; lo mismo la redactada por Joaquín José de Mora, en 1828; sin que se registre acto alguno para hacer extensiva en la forma expresada dicha soberanía. Tanto Portales como posteriormente el presidente Bulnes nada hicieron para modificar dicha declaración de límites, extendiendo a la Patagonia las apetencias chilenas. Más adelante ampliaremos la información sobre el asunto. 
Parece que-corresponde a O'Higgins haber sido, antes que cualquier otro de sus compatriotas, quien destacó la necesidad de adoptar medidas para tomar posesión efectiva del estrecho de Magallanes; siendo notorio que en 1836 sometió a un amigo, el capitán Juan H. Smith. un proyecto “para establecer buques de vapor en el estrecho de Magallanes para remolcar los veleros procedentes del océano Atlántico' en viaje al Pacífico”.
El desarrollo de la navegación de vapor asignó singular importancia a la navegación por el estrecho. En setiembre de 1840 barcos ingleses “Perú” y “Chile”, de vapor y de vela, cruzaron el estrecho, demostrando la ventaja del sistema sobre los simples veleros. El comandante de la escuadrilla, Jorge Peacock, dejó constancia de su paso, el 18 de septiembre, erigiendo un tronco en lo alto de punta Santa Ana, encerrando al pie descripción del viaje. Debe tenerse en cuenta que las naves, en su vuelta por el cabo a Hornos, empleaban de 40 a 60 días, con los riesgos inherentes a la navegación de la zona mientras que, con remolcadores de vapor podrían cruzar el estrecho en 30 ó 40 hora» Tal ahorro de tiempo aseguraba al puerto chileno de Valparaíso la certeza de llegar a ser el más importante del Pacifico. Durante !a presidencia de Bulnes insistió O’Higgins en su idea, que incluía una labor colonizadora en la zona, y así, en carta de 4 de agosto de dicho año, dirigida al ministro Ramón Luis Irrazábal, insistió en su proyecto, que debió de ser obsesión en él, ya que tal anhelo señoreó el ocaso de su vida al poner la palabra “Magallanes” en sus labios, en el momento de expirar, a medio día del 24 de octubre de 1842.
Poco antes un marinero norteamericano que había actuado como cazador de lobos en Magallanes, Jorge Mabon, o Mebon, solicitó a fines de 1841 una concesión por diez años para explotar el servicio de remolcadores en el estrecho. Por decreto de 21 de diciembre de dicho año el gobierno designó a Diego Antonio Barros, Domingo Espiñeira y Santiago Ingram para estudiar dicha demanda, a la que apoyaron con un dictamen en el que destacaban que antes era preciso tomar poseción efectiva del estrecho, “que es, si no el único, el más respetable de los títulos que se podían alegar, llegado el caso de ocupación extraña ’. El gobierno chileno comprendió que la concesión no podía ser dada sin tener la posesión del estrecho, pero que carecía de títulos para ocuparlo, salvo el acto mismo de hacerlo para afirmar luego un derecho de utis posidetis, ya que en aquellos momentos la Confederación Argentina no ejercía ningún derecho de soberanía sobre el lugar.
Otro hecho que instó al gobierno de Chile a actuar fue un informe privado que Andrés Bello comunicó al ministro de Relaciones Exteriores Ramón Luis Irrazábal, según el cual estaba en conocimiento de que Francia proponía ocupar el estrecho. Se dispuso armar una goleta, que se llamó “Ancud”, que condujera a su destino a Domingo Espiñeira Riesco, nombrado intendente de la Provincia de Chiloé, con la responsabilidad  de organizar la expedición marítima que contaría el propósito de su gobierno de afirmar la soberanía chilena sobre el estrecho.
La alegación de sendos derechos históricos, incluyendo a casi toda la Patagonia, ha carecido siempre de seriedad histórica. Lo notorio que el gobierno chileno consideró necesario ir  a datos y elementos para justificar la ocupación permanente del estrecho de Magallanes, y a la par mover a la opinión pública, para la cual utilizó la pluma de Sarmiento. Los artículos del sanjuanino, que inició la campaña el 10 de noviembre de 1842, en las columnas de “El Progreso”, y siguió publicando casi diariamente, crearon opinión. Font Ezcurra publicó una carta de Pedro Díaz de Valdez a Jorge Mebon, de 21 de noviembre de 1842, en la que decía:
“Su estimable del 19 que acabo de recibir me ha llenado de satisfacción al ver que su asunto progresa rápidamente, GRACIAS A LOS INCOMPARABLES ESFUERZOS DE SU DIGNO AMIGO SARMIENTO. Tengo en mi poder todos los números de «El Progreso» que se han publicado hasta la fecha y debo confesar que la materia está tratada con mucha maestría..., la relación de Sarmiento es perfectamente satisfactoria..., y no deja nada bajo la posibilidad de ser cuestionable por nadie, EN PRESENCIA DE LOS INALTERABLES DOCUMENTOS QUE PRESENTA. Si Ud. lo ve no deje de saludarlo en mi nombre y expresarle mi gratitud por la parte activa que. ha tomado en el negocio.”
La campaña se cerró con un editorial titulado: “Navegación y Colonización del Estrecho de Magallanes”, el 28 de noviembre del mismo año, artículo que no fue incluido en la edición de las obras completas de Sarmiento. Dice así:
 “Concluiremos con algunas reflexiones generales la ya harto difusa investigación sobre la posibilidad y ventajas de la colonización del Estrecho. ¿Qué falta mientras tanto para que todos esos bienes puedan contarse en el número de las cosas positivas, para que en lugar de ser meras conjeturas o ilusiones risueñas pasen a ser hechos? Nada: PUES QUE NADA SERIA DAR EL PRIMER PASO QUE ES MANDAR AL ESTRECHO ALGUNAS COMPAÑIAS DE SOLDADOS Y LOS VÍVERES NECESARIOS PARA SU MANTENIMIENTO. Todo lo demás está en manos del espíritu de empresa, tanto nacional como extranjero, que allana las dificultades y que sabe aventurar capitales cuando el prospecto de una utilidad inmediata se ofrece luminoso a su vista. El espíritu de empresa ha realizado en estos días los prodigios más asombrosos. Para él la naturaleza no presenta obstáculos insuperables; las distancias desaparecen; los climas se dulcifican y la furia de los elementos se embota y se desarma. Para Chile basta en el asunto de que tratamos decir quiero, y el Estrecho de Magallanes se convierte en foco de comercio, de civilización y de industria, que en pocos años puede sobreponerse a todos los centros mercantiles de la América del Sud. Lo repetiremos hasta la saciedad: aquel punto está llamado para figurar en un gran papel en el comercio del mundo. La América está en vísperas de alzarse en medio del globo como el rico almacén en que todas las naciones del mundo vendrán a proveerse de cuantas materias primeras necesiten sus fábricas. Sus metales preciosos, sus productos tropicales, sus peleterías atraerán a sus costas las naves de todo el mundo, y la inmensa extensión de su superficie será bien pronto el cuadro extenso en qué germinarán mil naciones, formadas por la emigración europea, que cada día invade en mayor número las costas americanas. La multitud de islas del Pacífico se hacen ya otras tantas naciones y otros nuevos focos de comercio; y la nueva Holanda que se alza entre ellas como un inmenso coloso destinado a ser bien pronto una nación poderosa, no permanecerá cuatro años más sin eslabonarse a la cadena de vapores que liga ya a una gran parte de la tierra. Los puntos civilizados del África ensanchan cada día sus relaciones en estos mares; y el Estrecho de Magallanes será, cualquiera que sea nuestra conducta a este respecto, el centro de todas estas líneas de navegación. ¿Se cree por ventura, que si intereses tan grandes han de permanecer por siempre librados a merced de la naturaleza, que el arte intente nada para resguardarlos? ¿La previsión europea que anda a caza de tierras para formar colonias, y que se anticipa de un siglo en la ocupación de aquellos puntos del globo que ofrecen la más leve importancia comercial, se descuidará en aprovecharse de lo que nuestra incuria deja abandonado a la nulidad y al desamparo? Pero veamos lo que sucede en el momento. La Inglaterra se estaciona en las Malvinas para ventilar después el derecho que para ello tenga. En cambio no falta cada año que transcurre en el mensaje del gobierno de Buenos Aires el párrafo obligado: «EL GOBIERNO CONTINÚA SUS RECLAMACIONES Y ESPERA DE LA JUSTICIA Y DEL GABINETE BRITANICO QUE SERÁN ATENDIDAS.» Y seamos francos, rio obstante qué esta invasión universal de la Europa sobre nosotros NOS SEA PERJUDICIAL Y RUINOSA, ES ÚTIL A LA HUMANIDAD, a la civilización y al comercio. Los pueblos ganan en ello; y el' globo todo se enriquece y se puebla de naciones cultas a merced de estas injusticias MOMENTÁNEAS. Los únicos que pierden somos nosotros, los pueblos de la raza española, que cercados por todas partes por la industria europea y estrechados por los focos de riqueza y civilización que se levantan a nuestro lado, permaneceremos siempre anonadados, por nuestra propia inferioridad y nuestra impotencia. Supongamos un momento que una nación europea; la Inglaterra, que no ve una isla que no la llame su colonia; supongamos una Colonia extranjera en el Estrecho, con el poder de desenvolvimiento que tiene toda otra raza que no sea la nuestra, con los millares de emigrados que pueden reunirse en un día en derredor del pabellón inglés, con su marina, con sus industrias y su actividad, y con las ventajas inapreciables de posición tan escogida, ¿qué viene a ser el comercio de Chile, la prosperidad de Chile, la importancia de su posición? Un recuerdo, un humo vano. El centro del comercio estaría allí, y nuestros comerciantes, y los de Bolivia, Perú, Ecuador y México irían a proveerse en tropel al nuevo mercado abierto para sus tiendas de menudeo, y nuestros productos todos irían como arrastrados por la atracción de una corriente magnética a ponerse a disposición de los monopolizadores del comercio.” Tras muchas otras consideraciones de homenaje al colonialismo, Sarmiento agregaba: "No vemos por qué a la vuelta de algunos siglos no hayan nuestros nietos descendido a formar la masa ignorante e impotente de una población, sustituyéndose a los que hoy ocupan la cumbre de la sociedad, los elementos más hábiles, más activos y más industriosos que cada día se introducen.” Tras alegar que del extranjero les llegaban a los americanos americanos la riqueza y el progreso, preguntaba!
“¿El gobierno de Chile, con los poderosos elementos que le presta su posición, su tranquilidad interior, y la riqueza del país, no se ocupará un momento en probar a hacer un esfuerzo para asegurarse un porvenir colosal, y que puede conducirlo la anticipación de otra nación más calculadora, que le arrebate de las manos los elementos' de prosperidad que no ha sabido, o no ha querido utilizar?” Sarmiento terminaba diciendo: “Si no hemos logrado excitar el interés del público y de las autoridades, acháquese este defecto a nuestra inhabilidad y falta de luces. Nuestras, intenciones servirán de disculpa”.
Este artículo de Sarmiento, acota Font Escurra, “era un golpe de maza, muy suyo, asestado, con toda la potencia de su talento, contra la integridad territorial argentina”. Que lo fuera no debe sorprender. El triunfo de Rosas, sancionado por el Tratado Mackau-Arana; la derrota de Lavalle y la destrucción de la Coalición del Norte hacían escribir a Sarmiento en “El Progreso” del 11 de enero de 1843 las siguientes líneas:
“Los argentinos residentes en Chile proscripta de su patria pierden desde hoy la nacionalidad. Chile puede ser en adelante nuestra patria querida. .. siempre que con lealtad trabajen por el interés de Chile, por la libertad de Chile y por el progreso de Chile. QUE NÓ SUÉNE MÁS El NOMBRE DE LOS ARGENTINOS en la prensa chilena; que los que en nombre de aquella nacionalidad perdida ya habían levantado la voz, guarden silencio respetuoso; que se acerquen a los que por ligereza u otros motivos los habían provocado: y les pidan amigablemente un rincón en el hogar doméstico, de lo que en lo sucesivo no serán huéspedes, sino, miembros permanentes... Ahora no hay más patria que Chile. Para Chile debemos vivir solamente, y en esta nueva afección deber ahogarse todas las antiguas afecciones nacionales...”
No eran palabras improvisadas. El 11 de febrero de 1841, recordando su ida a Chile exclamaba: “Teníamos la Cordillera delante y detrás de ella estaba Chile, LA PATRIA QUERIDA.” Más tarde, el 9 de agosto de 1842, escribía como chileno en “El Mercurio”: “¿Qué males ha hecho nuestra desgraciada HERMANA la República Argentina:" Y perduró tanto en él esta posición, que en 5 de abril de 1884, estando en Chile, dijo: “Yo tengo el mérito de haberme identificado con Chile, fui chileno, señores, os consta a todos.”
El 21 de setiembre de 1843 el capitán de fragata graduado de la marina chilena Juan Guillermo (John Williams), acompañado por el teniente de artillería Manuel González Hidalgo, junto con Jorge Mebon, en carácter de piloto segundo, y  conduciendo como voluntario al naturalista prusiano B. Philippó y al sargento de artillería E. Pizarro, tomaron posesión del estrecho de Magallanes y su territorio, en nombre de la República de Chile, "a quien pertenece —dice el acta respectiva—, conforme está declarado en el artículo 1” de su Constitución política-..” En Puerto Hambre se estableció el fuerte que debía servir de base a la colonización; el que fue bautizado el 30 de octubre con el nombre de Puerto Bulnes. En 1849 fue trasladado, dando paso a la naciente ciudad de Punta Arenas. El gobierno de Buenos Aires empeñado en los conflictos de la intervención anglo-francesa, tardó varios años en tener noticia de la ocupación del estrecho por Chile