jueves, 17 de abril de 2014

El General del petróleo....

"“El país reclama una ley que garantice el pueblo argentino el usufructo total de los beneficios derivados de las explotaciones petrolíferas, y que esto se realice en la mayor tranquilidad, libre de la áspera lucha de intereses que pone a prueba, y a menudo mancha, el honor de las personas y la dignidad de las funciones públicas Se trata de un asunto demasiado complejo, constituido por múltiples especializaciones que deben ser consultadas para formular una proyecto que coordine con unidad de doctrina las distintas actividades que integran la industria petrolífera y defender así, esta fundamental riqueza pública, establecer el conveniente ordenamiento de su explotación y alcanzar los objetivos que imponen el presente y el porvenir económico de la Nación. Podremos asegurar que el petróleo será para nuestro pueblo una fuente de progreso moral y material; tendremos la certidumbre de que nuestra política interna no sufrirá los contactos del oro infamante que conduce a la traición y que nuestras relaciones exteriores no serán nunca influenciadas por las ‘representaciones amistosas’ de las cancillerías extranjeras que respalden exigencias inauditas llamadas ‘derechos adquiridos’ de sus organizaciones petrolíferas, y nuestra Nación podrá gozar, en serena soberanía del usufructo de la riqueza petrolífera. ¡El petróleo argentino del pueblo y para el pueblo argentino!"

Enrique Mosconi

miércoles, 16 de abril de 2014

Carta de Hacienda de Figueroa

Hacienda de Figueroa en San Antonio, Diciembre 20 de 1834.
Mi querido compañero, señor don Juan Facundo Quiroga.

Consecuente a nuestro acuerdo, doy principio por manifestarle haber llegado a creer que las disensiones de Tucumán y Salta, y los disgustos entre ambos gobiernos, pueden haber sido causados por el ex Gobernador D. Pablo Alemán y sus manipulantes. Este fugó al Tucumán, y creo que fue bien recibido, y tratado con amistad por el señor Heredia. Desde allí maniobró una revolución contra Latorre, pero habiendo regresado a la frontera del Rosario para llevarla a efecto, saliéndole mal la combinación fue aprehendido:, y conducido a Salta. De allí salió bajo fianza de no volver a la provincia, y en su tránsito por el Tucumán para ésta, entiendo estuvo en buena comunicación con el señor Heredia. Todo esto no es extraño que disgustase a Latorre, ni que alentase el partido Sr. Alemán, y en tal posición los Unitarios que no duermen, y están corno el lobo acechando los momentos de descuido, o distracción infiriendo, al famoso estudiante López que estuvo en el Pontón, han querido sin duda aprovecharse de los elementos que les proporcionaba este suceso para restablecer su imperio. Pero de cualquier modo que esto haya sucedido me parece injusta la indemnización de daños y perjuicio que solicita el señor Heredia. El mismo confiesa en sus notas oficiales a este gobierno y al de Salta, que sus quejas se fundan en indicios, y conjeturas, y no en hechos ciertos e intergiversables, que alejen todo motivo de duda sobre la conducta hostil que le atribuye a Latorre. Siendo esto así, él no tiene por derecho de gentes más acción que a pedir explicaciones, y también garantías, pero de ninguna manera indemnizaciones.
Los negocios de Estado a Estado no se pueden decidir por las leyes que rigen en un país para los asuntos entre particular cuyas leyes han sido dictadas por circunstancias, y razones que sólo tienen lugar en aquel Estado en donde deben ser observadas. A que se agrega que no es tan cierto, que por sólo indicios, y conjeturas se condene a una persona a pagar indemnizaciones en favor de otra. Sobre todo debe tenerse presente que, aun cuando esta pretensión no sea repulsada por la justicia, lo es por la política. En primer lugar sería un germen de odio inextinguible entre ambas provincias que más tarde o más temprano de un modo o de otro, podría traer grandes males a la República. En segundo porque tal ejemplar abriría la puerta a la intriga y mala fe para que pudiese fácilmente suscitar discordias entre los pueblos, que sirviesen de pretexto para obligar a los unos a que sacrificasen su fortuna en obsequio de los otros. A mi juicio no debe perderse de vista el cuidado con que el Sr. Heredia se desentiende de los cargos que le hace Latorre por la conducta que observó con Alemán cuando éste, según se queja el mismo Latorre, desde el Tucumán le hizo una revolución sacando los recursos de dicha provincia a ciencia y paciencia de Heredia sobre lo que inculca en su proclama publicada en la Gaceta del jueves que habrá Vd. leído.
La justicia tiene ciertamente dos orejas, y es necesario para buscarla que Vd. desentrañe las cosas desde su primer origen. Y si llegase a probar de una manera evidente con hechos intergiversables, que alguno de los dos contendientes ha traicionado abiertamente la causa nacional de la Federación, yo en el caso de Vd. propendería a que dejase el puesto.
.Considerando excusado extenderme sobre algunos otros puntos, porque según el relato que me hizo el Sr. Gobernador ellos están bien explicados en las instrucciones, pasaré al de la Constitución.
Me parece que al buscar Vd. la paz, y orden desgraciadamente alterados, el argumento más fuerte, y la razón más poderosa que debe Vd. manifestar a esos señores gobernadores, y demás personas influyentes, en las oportunidades que se le presenten aparentes, es el paso retrógrado que ha dado la Nación, alejando tristemente el suspirado día de la grande obra de la Constitución Nacional. ¿Ni qué otra cosa importa, el estado en que hoy se encuentra toda la República? Usted y yo deferimos a que los pueblos se ocupasen de sus constituciones particulares, para, que después de promulgadas entrásemos a trabajar los cimientos de la gran Carta Nacional. En este sentido ejercitamos nuestro patriotismo e influencias, no porque nos asistiere un positivo convencimiento de haber llegado la verdadera ocasión, sino porque estando en paz la República, habiéndose generalizado la necesidad de la Constitución, creímos que debíamos proceder como lo hicimos, para evitar mayores males. Los resultados lo dicen elocuentemente los hechos, los escándalos que se han sucedido, y el estado verdaderamente peligroso en que hoy se encuentra la República, cuyo cuadro lúgubre nos aleja toda esperanza de remedio.
Y después de todo esto, de lo que enseña y aconseja la experiencia tocándose hasta con la luz de la evidencia, ¿habrá quién crea que el remedio es precipitar la Constitución del Estado? Permítame Vd. hacer algunas observaciones a este respecto, pues aunque hemos estado siempre acordes en tan elevado asunto quiero depositar en su poder con sobrada anticipación, por lo que pueda servir, una pequeña parte de lo mucho que me ocurre y que hay que decir.
Nadie, pues, más que Vd. y yo podrá estar persuadido de la necesidad de la organización de un Gobierno general, y de que es el único medio de darle ser y responsabilidad a nuestra República.
¿Pero quién duda que éste debe ser el resultado feliz de todos los medios proporcionados a su ejecución? ¿Quién aspira a un término marchando en contraria dirección? ¿Quién para formar un todo ordenado, y compacto, no arregla, y solicita, primeramente bajo una forma regular, y permanente, las partes que deben componerlo? ¿Quién forma un Ejército ordenado con grupos de hombres, sin jefes sin oficiales, sin disciplina, sin subordinación, y que no cesan/ un momento de acecharse, y combatirse contra sí, envolviendo a los demás, en sus desórdenes? ¿Quién forma un ser viviente, y robusto con miembros' muertos, o dilacerados, y enfermos de la más corruptora gangrena, siendo así que la vida y robustez de este nuevo ser en complejo no puede ser sino la que reciba de los propios miembros de que se haya de componer? Obsérvese que una muy cara y dolorosa experiencia nos ha hecho ver prácticamente que es absolutamente necesario entre nosotros el sistema federal porque, entre otras razones de sólido poder, carecemos totalmente de elementos para un gobierno de unidad. Obsérvese que el haber predominado en el país una facción que se hacía sorda al grito de esta necesidad ha destruido y aniquilado los medios y recursos que teníamos para proveer a ella, porque ha irritado los ánimos, descarriado las opiniones, puesto en choque los intereses particulares, propagado la inmoralidad y la intriga, y fraccionado en bandas de tal modo la sociedad, que no ha dejado casi reliquias de ningún vínculo, extendiéndose su furor a romper hasta el más sagrado de todos y el único que podría servir para restablecer los demás, cual es el de la religión; y que en este lastimoso estado es preciso crearlo todo de nuevo, trabajando primero en pequeño; y por fracciones para entablar después un sistema general que lo abrace todo. Obsérvese que una República Federativa es lo más quimérico y desastroso que pueda imaginarse, toda vez que no se componga de Estados bien organizados en sí mismos, porque conservando cada uno su soberanía e independencia, la fuerza del poder general con respecto al interior de la República, es casi ninguna, y su principal y casi todo, su investidura, es de pura representación para llevar la voz a nombre de todos los Estados confederados en sus relaciones con las naciones extranjeras; de consiguiente si dentro de cada Estado en particular, no hay elementos de poder para mantener el orden respectivo, la creación de un Gobierno general representativo no sirve más que para poner en agitación a toda la República a cada, desorden parcial que suceda, y hacer que el incendio de cualquier Estado se derrame por todos los demás. Así es que la República de Norte América no ha admitido en la confederación los nuevos pueblos y provincias que se han formado después de su independencia, sino cuando se han puesto en estado de regirse por sí solos, y entre tanto los ha mantenido sin representación en clase de Estados; considerándolos como adyacencias de la República. Después de esto, en el estado de agitación en que están los pueblos, contaminados todos de unitarios, de logistas, de aspirantes, de agentes secretos de otras naciones, y de las grandes logias que tienen en conmoción a toda Europa, ¿qué esperanza puede haber de tranquilidad y calma al celebrar los pactos de la Federación, primer paso que debe dar el Congreso Federativo? En el estado de pobreza en que las agitaciones políticas han puesto a todos los pueblos, ¿quiénes, ni con qué fondos podrán costear la reunión y permanencia de ese Congreso, ni menos de la administración general? ¿Con qué fondos van a contar para el pago de la deuda exterior nacional invertida en atenciones de toda la República, y cuyo cobro será lo primero que tendrá encima luego que se erija dicha administración? Fuera de que si en la actualidad apenas se encuentran hombres para el gobierno particular de cada provincia, ¿de dónde se sacarán los que hayan de dirigir toda la República? ¿Habremos de entregar la administración general a ignorantes, aspirantes, unitarios, y a toda clase de bichos? ¿No vimos que la constelación de sabios no encontró más hombre para el Gobierno general que a don Bernardino Rivadavia, y que éste no pudo organizar su Ministerio sino quitándole el cura a la Catedral, y haciendo venir de San Juan al Dr. Lingotes para el Ministerio de Hacienda, que entendía de este ramo lo mismo que un ciego de nacimiento entiende de astronomía ? Finalmente, a vista del lastimoso cuadro que presenta la República, ¿cuál de los héroes de la Federación se atreverá a encargarse del Gobierno general? ¿Cuál de ellos podrá hacerse de un cuerpo de representantes y de ministros, federales todos, de quienes se prometa las luces, y cooperación necesaria para presentarse con la debida dignidad, salir airoso del puesto, y no perder en él todo su crédito, y reputación? Hay tanto que decir sobre este punto que para sólo lo principal y más importante sería necesario un tomo que apenas se podría, escribir en un mes.
El Congreso general debe ser convencional, y no deliberante, debe ser para estipular las bases de la Unión Federal, y no para resolverlas por votación. Debe ser compuesto de diputados pagados y expensados por sus respectivos pueblos y sin esperanza de que uno supla el dinero a otros, porque esto que Buenos Aires pudo hacer en algún tiempo, le es en el día absolutamente imposible.
Antes de hacerse la reunión debe acordarse entre los gobiernos, por unánime avenimiento, el lugar donde ha de ser, y la formación del fondo común, que haya de sufragar a los gastos oficiales del Congreso, corno son los de casa, muebles, alumbrado, secretarios, escribientes, asistentes, porteros, ordenanzas, y demás de oficina; gastos que son cuantiosos y mucho más de lo que se creen generalmente. En orden a las circunstancias del lugar de la reunión debe tenerse cuidado que ofrezca garantías de seguridad y respeto a los diputados, cualquiera que sea su modo de pensar y discurrir; que sea uno, hospitalario, y cómodo, porque los diputados necesitan largo tiempo para expedirse. Todo esto es tan necesario cuanto que de lo contrario muchos sujetos de los que sería preciso que fuesen al Congreso se excusarán o renunciarán después de haber ido, y quedará reducido a un conjunto de imbéciles, sin talento, sin saber, sin juicio, y sin práctica en los negocios de Estado. Si se me preguntase dónde está hoy ese lugar diré que no sé, y si alguno contestase que en Buenos Aires, yo diría que tal elección sería el anuncio cierto del desenlace más desgraciado y funesto a esta ciudad, y a toda la República. El tiempo, el tiempo solo, a la sombra de la paz, y de la tranquilidad de los pueblos, es el que puede proporcionarlo y señalarlo. Los Diputados deben ser federales a prueba, hombres de respeto, moderados, circunspectos, y de mucha prudencia y saber en los ramos de la Administración pública, que conozcan bien á fondo el estado y circunstancias de nuestro país, considerándolo en su posición interior bajo todos aspectos, y en la relativa a los demás Estados vecinos, y a los de Europa con quienes está en comercio, porque hay grandes intereses y muy complicados que tratar y conciliar, y a la hora que rayan dos o tres diputados sin estas calidades, todo se volverá un desorden como ha sucedido siempre, esto es si no se convierte en una tanda de pillos, que viéndose colocados en aquella posición, y sin poder hacer cosa alguna de provecho para el país, traten de sacrificarlo a beneficio suyo particular, como lo han hecho nuestros anteriores Congresos concluyendo sus funciones con disolverse, llevando los diputados por todas partes el chisme, la mentira, la patraña, y dejando envuelto al país en un maremágnun de calamidades de que jamás pueda repararse.

Lo primero que debe tratarse en el Congreso no es, como algunos creen, de la erección del Gobierno general, ni del nombramiento del jefe supremo de la República. Esto es lo último de todo. Lo primero es dónde ha de continuar sus sesiones el Congreso, si allí donde está o en otra parte. Lo segundo es la Constitución General principiando por la organización que habrá de tener el Gobierno general, que explicará de cuántas personas se ha de componer ya en clase de jefe supremo, ya en clase de ministros, y cuáles han de ser sus atribuciones, dejando salva la soberanía e independencia de cada uno de los Estados Federados. Cómo se ha de hacer la elección, y qué calidades han de concurrir en los elegibles; en dónde ha de residir este Gobierno, y qué fuerza de mar y tierra permanente en tiempo de paz es la que debe tener, para el orden, seguridad, y respetabilidad de la República.
El punto sobre el lugar de la residencia del Gobierno suele ser de mucha gravedad, y trascendencia por los celos y emulaciones que esto excita en los demás pueblos, y la complicación de funciones que sobrevienen en la corte o capital de la República con las autoridades del Estado particular a que ella corresponde. Son éstos inconvenientes de tanta gravedad que obligaron a los norteamericanos a fundar la ciudad de Washington, hoy Capital de aquella República que no pertenece a ninguno de los Estados confederados.
Después de convenida la organización que ha de tener el Gobierno, sus atribuciones, residencia y modo de erigirlo, debe tratarse de crear un fondo nacional permanente que sufrague todos los gastos generales, ordinarios y extraordinarios, y al pago de la deuda nacional, bajo del supuesto que debe pagarse tanto la exterior como la interior, sean cuales fueren las causas justas o injustas que la hayan causado, y sea cual fuere la administración que haya habido de la hacienda del Estado porque el acreedor nada tiene que ver con esto, que debe ser una cuestión para después. A la formación de este fondo, lo mismo que con el contingente de tropa para la organización del Ejército nacional, debe contribuir cada Estado Federado, en proporción a su población cuando ellos de común acuerdo no tomen otro arbitrio que crean más adaptable a sus circunstancias; pues en orden a eso no hay regla fija, y todo depende de los convenios que hagan cuando no crean conveniente seguir la regla general, que arranca del número proporcionado de población. Los norteamericanos convinieron en que formasen este fondo de derechos de Aduana sobre el comercio de ultramar, pero fue porque todos los Estados tenían puertos exteríores no habría sido así en caso contrario. A que se agrega que aquel país por su situaci6n topográfica es en la principal y mayor parte marítimo como se ve a la distancia por su comercio activo, el número crecido de sus buques mercantes, y de guerra construidos en la misma república, y como que esto era lo que más gastos causaba a la república en general, y lo que más llamaba su atención por todas partes, pudo creerse que debía sostenerse con los ingresos de derechos que produjesen el comercio de ultramar o con las naciones extranjeras.
Al ventilar estos puntos, deben formar parte de ellos los negocios del Banco Nacional, y de nuestro papel moneda que todo él forma una parte de la deuda nacional a favor de Buenos Aires; deben entrar en cuenta nuestros fondos públicos, y la deuda de Inglaterra, invertida en la guerra nacional con el Brasil; deben entrar los millones gastados en la reforma militar, los gastados en pagan la deuda reconocida, que había hasta el año de Ochocientos veinte y cuatro procedente de la guerra de la Independencia, y todos los demás gastos que ha hecho esta provincia con cargo de reintegro en varias ocasiones, como ha sucedido para la reunión y conservación de varios congresos generales.
Después de establecidos estos puntos, y el modo como pueda cada Estado Federado crearse sus rentas particulares sin perjudicar los intereses generales de la República, después de todo esto, es cuando recién se procederá al nombramiento del jefe de la República y erección del Gobierno general. ¿Y puede nadie concebir que en el estado triste y lamentable en que se halla nuestro país pueda allanarse tanta dificultad, ni llegarse al fin de una empresa tan grande, tan ardua, y que en tiempos los más tranquilos y felices, contando con los hombres de más capacidad, prudencia v patriotismo, apenas podría realizarse en dos años de asiduo trabajo? ¿Puede nadie que sepa lo que es el sistema federativo, persuadirse que la creación de un gobierno general bajo esta forma atajará las disensiones domésticas de los pueblos? Esta persuasión o triste creencia en algunos hombres de buena fe es la que da ansia a otros pérfidos y alevosos que no la tienen o que están alborotando los pueblos con el grito de Constitución, para que jamás haya paz, ni tranquilidad, porque en el desorden es en lo que únicamente encuentran su modo de vivir. El Gobierno general en una República Federativa no une los pueblos federados, los representa unidos: no es para unirlos, es para representarlos en unión ante las demás naciones: él no se ocupa de lo que pasa interiormente en ninguno de los Estados, ni decide las contiendas que se suscitan entre sí. En el primer caso sólo entienden las autoridades particulares del Estado, y en el segundo la misma Constitución tiene provisto el modo cómo se ha de formar el tribunal que debe decidir. En una palabra, la unión y tranquilidad crea el Gobierno general, la desunión lo destruye; él es la consecuencia, el efecto de la unión, no es la causa, y si es sensible su falta, es mucho mayor su caída, porque nunca sucede ésta sino convirtiendo en escombros toda la República. No habiendo, pues, hasta ahora entre nosotros, como no hay, unión y tranquilidad, menos mal es que no exista, que sufrir los estragos de su disolución. ¿No vemos todas las dificultades invencibles que toca cada Provincia en particular para darse constitución? Y si no es posible vencer estas solas dificultades, ¿será posible vencer no sólo éstas sino las que presenta la discordia de unas provincias con otras, discordia que se mantiene como acallada y dormida mientras que cada una se ocupa de sí sola, pero que aparece al instante como una tormenta general que resuena por todas partes con rayos y centellas, desde que se llama a Congreso general?
Es necesario que ciertos hombres se convenzan del error en que viven, porque si logran llevarlo a efecto, envolverán a la República en la más espantosa catástrofe, y yo desde ahora pienso que si no queremos menoscabar nuestra reputación ni mancillar nuestras glorias, no debemos prestarnos por ninguna razón a tal delirio, hasta que dejando de serlo por haber llegado la verdadera oportunidad veamos indudablemente que los resultados han de ser la felicidad de la Nación. Si no pudiésemos evitar que lo pongan en planta, dejemos que ellos lo hagan enhorabuena pero procurando hacer ver al público que no tenemos la menor parte en tamaños disparates, y que si no lo impedimos es porque no nos es posible.
La máxima de que es preciso ponerse a la cabeza de los pueblos cuando no se les pueda hacer variar de resolución es muy cierta; mas es para dirigirlos en su marcha, cuando ésta es a buen rumbo, pero con precipitación o mal dirigida; o para hacerles variar de rumbo sin violencia, y por un convencimiento práctico de la imposibilidad de llegar al punto de sus deseos. En esta parte llenamos nuestro deber, pero los sucesos posteriores han mostrado a la clara luz que entre nosotros no hay otro arbitrio que el de dar tiempo a que se destruyan en los pueblos los elementos de discordia, promoviendo y alentando cada gobierno por sí el espíritu de paz y tranquilidad. Cuando éste se haga visible por todas partes, entonces los cimientos empezarán por valernos de misiones pacíficas y amistosas por medio de las cuales sin bullas, ni alboroto, se negocia amigablemente entre los gobiernos, hoy esta base, mañana la otra hasta colocarlas en tal estado que cuando se forme el Congreso lo encuentre hecho casi todo, y no tenga más que marchar llanamente por el camino que se le haya designado. Esto es lento a la verdad, pero es preciso que así sea, y es lo único que creo posible entre nosotros después de haberlo destruido todo, y tener que formarnos del seno de la nada.
Adiós, compañero. El cielo tenga piedad de nosotros, y dé a Vd. salud, acierto, y felicidad en el desempeño de su comisión; y a los dos, y demás amigos, iguales goces, para defendernos, precavernos, y salvar a nuestros compatriotas de tantos peligros como nos amenazan.

viernes, 11 de abril de 2014

Inaguración sala "Juan Manuel de Rosas" del Museo Homónimo

Con la Presencia del Intendente Municipal Dr. Gabriel Katopodis, del Historiador Pacho O'donnell, del Presidente del Instituto J. M. de Rosas de Gral San Martín Carlos De Santis, del Secretario de Gestión y Relaciones Institucionales David Alvarez, de la Directora del Museo Nora Torreira y del reconocido dirigente don Mario Fraire; y en el marco de la reestructuración y reconceptualización del relato el diá sábado 5 de abril del 2014, se inaguró la sala "Juan Manuel de Rosas" en homenaje al Heroico Restaurador de las Leyes

Mariano Moreno

Por el Prof. Jbismarck

Ernesto Palacio se expresó sobre los enfrentamientos en el seno de la Junta que llevaron a la derrota política de Moreno, con la consecuencia de poner en peligro el destino de la revolución. Dirá Palacio sobre el impulsivo estilo de Moreno: ” La fracción timorata de la Junta se escandalizaba por la audacia de esas expresiones y prefería esperar y contemporizar”:  La opción ante la cual se encontraron los hombres de Mayo era avanzar en las conquistas obtenidas, o permitir, como ocurrió, que los realistas se recompusieran de los primeros golpes.  Jorge Abelardo Ramos escribio: “Mariano Moreno, será la figura de rasgos más acusados; este joven enérgico, tan astuto como ardoroso, que revelará en pocos meses una intuición política asombrosa para su edad y su medio, será el mas grande revolucionario de su época, el que disfrutará más efímeramente el poder y sobre quién la gloria se ensañará como en pocos para volver irreconocible su verdadero programa”.   
Ramos señala uno de los temas más graves de nuestra historia, como es su desfiguración sistemática, lo que ha motivado que los argentinos estemos impedidos de conocer cabalmente la tarea desplegada por hombres de la talla de Moreno. El liberalismo que impregna la versión oficial de la historia argentina fue expresada por Mitre y sus seguidores, los que debieron recurrir a la deformación del pensamiento de Moreno o San Martín para hacerlos aparecer como más proclives a las ideología mitrista.   
Norberto Galasso también reivindicó la figura de este revolucionario: “ El Moreno de 1810 dista mucho de ser un bibliófilo ajeno a su tiempo ... Ha bebido las enseñanzas de los revolucionarios europeos en aquella rica biblioteca del Alto Perú. Peno no se enajena en ellas. No incurre en el error de esos ‘jóvenes afrancesados’ que años más tarde recitan discursos progresistas mientras traicionan el país apoyando una invasión extranjera”.  
En cambio, José María Rosa expresó un concepto totalmente contrario: “Era un intelectual del tipo de quienes tratan de amoldar la realidad a los libros: sus ideas políticas las había recogidos de lecturas que le despertaban una fe hondísima”.   
Hugo Wast lo considero un demagogo, en contraposición con Saavedra: "En el seno de la Junta, Moreno representaba la demagogia liberal contra la tradición católica y democrática que encarnaba Saavedra. Por eso, los modernos demagogos, los masones, los anticatólicos en cualquier partido en que militen (socialistas, comunistas, etc.) descubren en Moreno su primer antepasado en la historia argentina". Federico Ibarguren tambien descalificó al editor de La Gaceta. 
Algunos contemporáneos suyos escribieron: Tomás Guido  dijo: ” Pero estaba reservado al doctor Moreno simbolizar en su persona el espíritu de una grande regeneración. Elocuente... Ardiente... republicano, gozaba de una facilidad sorprendente para la expedición de los negocios de la administración. Su vasta inteligencia abrazaba todas las peripecias de una situación erizada de dificultades... Obrero infatigable en la organización... comprendió su misión sublime y con firmeza incontrastable arrostró las preocupaciones, atacó los abusos y sentó las bases de la República Argentina”.   
Domingo Matheu era otro protagonista que lo conoció en profundidad  por haber sido compañero en la Junta, lo retrató así: “... Moreno (era) el verbo irritante de la escuela, sin contemplación a cosas viejas ni consideración a máscaras de hierro”.  Era un político práctico que no estaba atado a ninguna doctrina que no fuera el bienestar de sus patria y su gente, los criollos e indios olvidados por el viejo sistema colonial. Tradujo el Contrato Social de Juan Jacobo Rousseau, pero utilizó las enseñanzas del pensador francés sólo en la medida que le sirviesen para luchar por sus objetivos de obtener la igualdad de derechos de las colonias americanas. El capítulo referido a la religión no lo editó por considerar que Rousseau deliberaba en este tema. Profundamente católico pero enemigo de los sacerdotes que justificaban la esclavitud de los indígenas y el sometimiento de los criollos.   Aquellos que ensalzan a Moreno como el más alto exponente del liberalismo olvidan que su defensa de la libertad estaba condicionada por los intereses superiores de la Nación y del primer gobierno que asumía la representación de los criollos. 
Cuando editorializó sobre la libertad de escribir, remarcó que se daría esa libertad pero siempre y cuando “no se oponga en modo alguno a las verdades santas de nuestra augusta religión y a las determinaciones del gobierno”.   La organización y edición de la Gaceta fue obra fundamental de Moreno, es realmente increíble la actividad desplegada en aquellos días convulsionados, su tarea como propagandista de la revolución es otra de las facetas del gobernante. La causa patriota necesitaba una voz que hiciera conocer los puntos de vistas de la Junta, el periódico que dirigió Moreno permitió que en las provincias se conocieran las medidas y opiniones del gobierno. Se publicaba dos veces a la semana y en algunas ocasiones aparecía un número extraordinario. Según cuenta su hermano Manuel, hasta su alejamiento del país, Mariano fue su exclusivo redactor.   Cuando en el mes de diciembre se dio a conocer el decreto que prohibía conceder empleos a los españoles, algunos criollos protestaron por la medida, que no alcanzaba a los que estuvieran empleados a esa fecha. Manuel Moreno opinaba que esta decisión estaba dirigida a terminar con la discriminación que existía hasta el momento, la que impedía a los criollos ocupar cargos de mayor responsabilidad, pero el decreto esta destinado a que los enemigos de la Junta se enquistaran en la administración pública para boicotear las medidas que propiciaban el cambio de sistema. A quienes criticaban a Mariano por su intransigencia, su hermano Manuel les contestaba:        
“Querer una revolución sin males es tan quimérico como una batalla sin desgracias, y así los culpables de las acaecidas en Buenos Aires, que por su fortuna han sido muy raras, son los promotores de la revolución misma”.

miércoles, 9 de abril de 2014

Las mujeres de Don Juan Manuel

Por: Oscar Sule Antes de referirnos al tema en cuestión y para contribuir mejor a su entendimiento, creemos pertinente primero hacer una breve descripción de la personalidad física y psicológica de don Juan Manuel de Rosas. Nos valdremos o apelaremos a los testimonios de sus parientes, de los extranjeros, particularmente de los embajadores o diplomáticos que lo alternaron, los de sus amigos y de sus enemigos políticos y los testimonios de sus historiadores más enjundiosos. Para ello es necesario parar la historia en un año; yo elegí estimativamente 1835, Rosas tiene 42 años. “Es un hombre de llamativa presencia, da la impresión de salud y vigor físico” . Su estatura apenas sobrepasa la media (1,76; 1,78 mts), su cabeza siempre erguida de dimensión proporcionada a su cuerpo, de cabello rubio dorado con dos ondas negligentemente alborotadas. Su frente cae como un acantilado, sus cejas rubias y despobladas, con párpados encapotados y en el fondo sus ojos celestes de mirada penetrante y dominadora. Nariz fina y labios apretados. De espaldas anchas y abiertas y busto prominente que barruntan un desarrollo importante de sus vías respiratorias profundas, los que delatan el ejercicio hípico a la que estuvo sometida su larga vida rural. Tiene manos pulcras a pesar de haberlas usado tantos años en los menesteres del campo. Sus gestos son medidos aunque a veces se exprese con un histrionismo calculado. Su vocabulario es amplio o mejor dicho variado. Es distinto el que emplea para comunicarse con los indios del que estampa en su correspondencia con Guido o Anchorena: es distinto el lenguaje familiar al lenguaje protocolar o el que emplea para discutir con los diplomáticos extranjeros. De vez en cuando alguna mala palabra o una expresión grosera. Cuenta el historiador Manuel Gálvez en su libro ya citado que habiendo concurrido a una tertulia, evento social que no solía frecuentar, una niña de la sociedad porteña amenizaba la reunión entonando al parecer con dulce voz una canción de la época. Rosas inclinándose hacia un contertulio que estaba a su lado le preguntó “¿A qué manada pertenece esta yeguita que relincha tan lindo”? . Siguiendo un esquema psicologista, la personalidad cuenta con tres esferas: la intelectual, la volitiva y la afectiva. La facultad dominante en Rosas es la volitiva, particularmente la voluntad, el carácter, el tesón: su voluntad es indoblegable y dominante. Es de una tenacidad descomunal y su fuerza es pura potencialidad. No hay objetivo que se proponga que no lo logre a largo o corto plazo. Sabe esperar y no se precipita. Rosas nació para mandar. Ese carácter dominante lo heredó de su madre. Su sobrino Lucio V. Mansilla, hijo del general y futuro escritor cuenta que cuando volvió de París trajeado a la moda europea y visto por toda la gente al cruzar la Plaza de la Victoria camino de regreso a su casa, su madre, Agustina Rosas, hermana del Restaurador, le recomendó ir a saludar a su tío pero con otro traje. Después de recibirlo cariñosamente su prima Manuelita fue a buscar a su padre. Rosas tardó bastante y cuando llegó a la habitación donde esperaba Lucio el tío lo abrazó pero le espetó “Me imagino que no viniste agringado” (le habrían pasado el dato de la vestimenta) y mirándolo inquisitorialmente le dijo, “estás muy flaco ¿no te dieron de comer en las europas?” e inmediatamente sin consultarlo ordenó “Manuelita un plato de arroz con leche para Lucio” y después de haberlo comido, Rosas ordenó otro plato de arroz con leche y así sucesivamente mientras simultáneamente le leía el Mensaje que días después Rosas iba a leer en la Legislatura. Y así siguieron, plato tras plato: cuanta Mansilla “yo comía maquinalmente, obedecía a una fuerza superior a mi voluntad…la lectura continuaba yo ya tenía la cabeza como un bombo…mientras que mi cinturón también se seguía estirando. Rosas posee una inteligencia natural; analiza una cuestión con precisión minuciosa: es detallista al exceso. Aborda un tema y lo agota en profundidad sin matices: no tiene semitonos: o es bueno o es malo, blanco o negro, celeste o colorado, unitario o federal. Es esquemático y maniqueo. En su inteligencia lo que sobresale o lo que más se presenta es el sentido común, un sólido pedestre y abrumador sentido común, como se desprende de estos hechos. Hacia 1831, primer gobierno de Rosas, lo pasó mucho tiempo en la campaña norte bonaerense: se hacía necesario enviar recursos y armas a López y Quiroga para combatir a la liga militar unitaria de Paz, ayudar a las localidades desvastadas por las incursiones de Lavalle y parlamentar con los indios. En esa circunstancia recibió una carta del Ministro de Guerra don Marcos Balcarce protestando porque los indios habían robado la hacienda de sus estancias. Rosas le contesta que hace lo que puede y que de Buenos Aires no ha recibido “recursos para tapar el hambre de una multitud de huéspedes que han pasado la cordillera” y en otra carta de nuevo a Balcarce le manifiesta que no hay que matarlos a los indios sino “que era necesario matarles el hambre” Rosas ha cursado los estudios primarios en el establecimiento de Francisco Javier de Argerich. Su adolescencia y juventud fueron modelados por el trabajo. Cuando los jóvenes de su edad concurren a estudios superiores o frecuentan el café de Marcos discurriendo sobre política o filosofía o en las tertulias en las que la música, la poesía y las polleras amplias y perfumadas de las niñas penetraban por primera vez en los sentidos y los corazones de los jóvenes de la ciudad, Juan Manuel tuvo como pedagogía a la naturaleza y como maestras a las escarchas amanecidas del invierno, a los calores y secas brutales del estío y los vientos huracanados del sur. Si a este magisterio le agregamos el ejercicio cotidiano en la conducción de una peonada compuesta por gauchos chúcaros e indios levantiscos a los que disciplinó a través del trabajo rudo de todos los días, podemos barruntar los perfiles temperamentales de su personalidad. Efectivamente, su universidad fue el trabajo y la naturaleza: de ellos indujo sus propios razonamientos que combinó con su carácter, herencia de madre. En cuanto a la esfera afectiva, la que guarda los sentimientos, el placer, el cariño, la tristeza, Rosas también los registró. No fue frío ni indiferente a los más tiernos sentidos del alma como algunos unitarios lo pintaron. Expresó su amor filial, fue fiel y amante esposo, cultivó su amor paternal y de viudo tuvo una amante. DOÑA AGUSTINA TERESA LÓPEZ DE OSORNIO La madre doña Agustina Teresa López de Osornio, hija de Clemente López de Osornio y Manuela Rubio y Gámiz, heredó de su padre don Clemente no solamente la estancia sino sus cualidades psicológicas y morales. Doña Agustina fue de carácter fuerte, posesiva y lista para la acción y el predominio. Era caritativa pero severa e inflexible en sus decisiones. En la estancia de su padre, en el rincón de López, cuando se lo permitía su naturaleza siempre henchida de fecundidad (tuvo 20 hijos) “mandaba parar rodeo, ordenaba los apartes, contaba la hacienda, montaba y a galope tendido inspeccionaba las manadas y rebaños” . De su carácter habla la siguiente anécdota contada por su nieto Lucio V. Mansilla. “Eran los tiempos en que Lavalle derrocó a Dorrego y éste se dirigió hacia Cañuelas buscando el apoyo de Rosas. En Buenos Aires el nuevo gobierno ordenó la requisa de todos los caballos que se encontraran en las casas de la ciudad. Los milicos policías llegaron a la casa de los Rozas atendiéndolos doña Agustina que les contestó que ella no tenía opinión política pero que siendo las bestias para combatir a su hijo no podía facilitarlas. Los policías volvieron pero no los atendió. Por tercera vez, hablando por la ventana con el comisario le dijo que si quería echar abajo las puertas que lo hiciera. Las órdenes eran perentorias y así lo hicieron: fueron a las caballerizas y doña Agustina les dijo, “ahí los tienen”: los caballos habían sido degollados y les expresó “mande Ud. sacar eso, yo pagaré la multa por tener inmundicias en mi casa: yo no lo haré”. No es extraño que entre la madre y el hijo hayan tenido algunos entredichos. Efectivamente se sabe que terminada la escuela primaria, Juan Manuel fue ubicado por su madre como dependiente de una de las tiendas más importantes de Buenos Aires. No era un trabajo desdoroso: la tienda era el centro de reunión de las clases pudientes de la ciudad, en donde se alternaba con lo más granado de la sociedad porteña y se establecían relaciones sociales de todo tipo, desde una simple amistad hasta una relación sentimental más profunda, desde el encuentro fortuito hasta el vínculo político buscado. El dependiente de tienda ya estaba involucrado necesariamente en la alta clase social. Ocurrió que el dueño de la tienda le ordenó al adolescente Juan Manuel que lavara los pisos, orden que no cumplió retirándose de la tienda. Doña Agustina lo reprendió y le ordenó volver a la tienda pero su hijo se negó y la madre lo encerró en una pieza por su desobediencia. Juan Manuel se sacó la ropa, forzó la cerradura y dejó una nota que decía “dejo todo lo que no es mío” y firmaba Juan Manuel Rosas, dejando también la “z” reemplazada por la “s”. Se llegó hasta las casas de sus primos los Anchorena a quienes les pidió ropa y trabajo. Ya reconciliado con los padres, don León Ortiz de Rozas, advirtiendo el carácter y la vocación por el campo que demostraba su hijo, lo autorizó a administrar la estancia de la familia (ya había sido muerto por los indios don Clemente y su hijo en un malón). Juan Manuel apenas tenía entre 17 y 18 años y ya empezaba a cargarse de responsabilidades grandes y peligrosas y a vivir fuera de su casa paterna. No obstante las visitas que hace a su hogar, escribe cartas a su madre “Mucho tiempo hace que no llevo a mis labios la mano de la que me dio el ser y esto amarga mi vida, le pido la bendición” . Rosas decide contraer matrimonio en 1813, con Encarnación Ezcurra y Arguibel: el tenía 20 años, ella 18. Agustina se opone al casorio, lo considera a su hijo aún muy jóven. Conociéndola a su madre, Juan Manuel instrumenta una treta. Le hizo escribir una carta a Encarnación en la que ella sugiere estar embarazada. Juan Manuel dejó la carta engañosamente en su mesa sabiendo que su madre la leería. Efectivamente doña Agustina leyó la carta y para evitar el escándalo social consiguiente, accedió al casamiento de su hijo. Todo ese temperamento posesivo e imperioso, doña Agustina se lo transmitirá a su hijo.
ENCARNACIÓN EZCURRA Y ARGUIBEL Rosas como cónyuge fue fiel esposo de Encarnación. No hubiera encontrado en todo el mundo una compañera como su esposa, que completara con tanta eficacia su personalidad. Doña Encarnación fue una mujer de armas llevar, mujer también de acción y de alto voltaje temperamental. No era bella, pero sus rasgos faciales eran armoniosos. Su cabello era castaño y recogido en forma de rodete. Su hablar era expresivo, a veces tumultuoso. Medio hombruna en su aspecto con momentos de exaltación y apasionamiento. Su personalidad se muestra en todo su vigor en los acontecimientos del año 1833. Rosas está en el sur y ella le comunica por carta los vaivenes de la política despotricando siempre contra los federales cismáticos. El gobierno de Balcarce apoyaba a los cismáticos por lo que Encarnación le hizo la guerra. En carta a Rosas le dice “las masas están cada día más dispuestas a trabajar de firme veremos que hacen los figurones” y ante la proximidad de las elecciones en las que se presentan dos listas, la de los apostólicos y la de los cismáticos, Encarnación le comunica a Rosas “no la hemos de perder, pues en caso de debilidad de los nuestros en algunas parroquias se armará bochinche y se los llevará al diablo a los cismáticos. Lo mismo me peleo con los cismáticos que con los apostólicos débiles pues los que me gustan son los de hacha y tiza” . Así sobreviene la revolución de los restauradores con la consiguiente caída de Balcarce. Encarnación ha sido protagonista contribuyendo decididamente a esta revolución. Tal fue el carácter de la esposa de Juan Manuel que fallece en 1838 a los 43 años afectada por una enfermedad mortal, quizás cáncer en la zona ginecológica.
MANUELITA ROSAS Es en este momento que aparece como protagonista Manuelita; tenía 21 años y era la antítesis de su madre. Nació el 24 de mayo de 1817 y fue bautizada con el nombre de Manuela Robustiana. Fue el hada buena que le faltaba a Rosas. Su estatura es la media, 1.70, 1.72 mts que es buena estatura para una mujer. Cabeza proporcionada al cuerpo con un magnífico cabello castaño que cuidaba con esmero y coquetería; ojos y nariz pequeños. No fue una belleza como sus tías Agustina o Mercedes Rosas pero repasando las memorias de sus contemporáneos, la ven atractiva, de bonito cuerpo, cintura leve y flexible y por sobre todas las cosas se la ve como una figura esbelta que con sus movimientos transmite gracia y voluptuosidad. A la muerte de su madre, Manuelita comenzó a desempeñar las comisiones oficiales de representación que le indicaba su padre. Rosas le encargó incluso el cuidado de los papeles públicos y hasta los secretos de los problemas políticos de estado y ejecutaba muchas de las acciones sugeridas por su padre. Originó sentimientos amorosos en más de un diplomático importante que cayeron rendidos ante su gracia femenina. Tal el caso de Lord Howden, embajador inglés que junto con el francés Walesky vinieron a negociar el fracaso que experimentaron en la guerra del Paraná. En una oportunidad Manuelita invitó a Lord Howden a una excursión a caballo desde Palermo hasta Santos Lugares. En el trayecto el inglés se le declaró pero Manuelita le manifestó que su corazón ya tenía dueño pero que a él lo consideraría con el afecto que se siente a un hermano. El inglés a los pocos días de ese año 1847 ordenó unilateralmente levantar el bloqueo de los buques ingleses ante el estupor desagradable del conde Walesky. El embajador Southern que firmó el tratado de paz en 1848, alzándose la Confederación con otro triunfo diplomático, también se dijo que cortejó a Manuelita. La “niña”, como le decía Rosas, tenía un salón en lo que es hoy estimativamente Bolívar y Moreno en el que se hacían tertulias sociales en donde Manuelita demostraba su inalterable amabilidad y gracia femenina. La rodeaban muchas niñas como Josefa Gómez, Juanita Sosa, Dolores Merced, Sofía Frank, Telésfora Sánchez, Petronila Villegas, Marica Mariño y otras amigas que con los mozos de su edad bailaban despreocupadamente mientras gustaban algún bocadito. Una noche, el 25 de mayo de 1841, Manuelita recibió de manos del edecán del almirante francés Dupotet, una caja con una carta escrita por el cónsul de Portugal con sede en Montevideo en la que le decía que la caja portaba un diploma y una medalla de la Sociedad de Anticuarios de Copenhague como obsequio a Rosas. La niña dejó la caja en una mesa en el centro de la sala y al otro día se la llevó a su padre quien le pidió que la abriera. Manuelita se la llevó a su dormitorio acompañada por una amiga, Telésfora Sánchez. Dejemos que el hecho lo cuente la misma protagonista. “la llevé a mi dormitorio y sentada en una silla al lado de la ventana, llamé a una jóven amiga mía, Telésfora Sánchez, que entonces me acompañaba, para que me ayudase a descocer los forros…Puse a un lado los forros y papeles, y al abrir la caja con la llave, saltó la tapa de un modo tan violento haciendo tan fuerte ruido que Telésfora y yo dimos un grito…Telésfora me dijo: Manuelita: fíjate, parecen cañones los tubos que la forman…Esa misma mañana la llevé a mi padre, y él, al mirar la máquina comprendió la terrible realidad. Guardó silencio un momento, y después mostrándosela al primer escribiente de la secretaría, don Pedro R. Rodríguez, le dijo: “es ésta una máquina infernal enviada por mis enemigos para matarme, pero Dios es justo. Vaya Vd inmediatamente a llamar al señor Ministro Arana”. No tardó en llegar dicho señor, quien quedó doblemente aterrado al saber si hubiera sido yo la víctima de tan espantosa trama. Tanto mi padre como él me abrazaron y besaron tiernamente, felicitándome por la protección que el Todopoderoso me había dispensado, y al decirme mi padre: “hija mía, demos fervientes gracias al Divino Ser que con tanta bondad nos ha salvado con su suprema protección”, mi llanto, sin desprenderme de sus brazos, no le permitió continuar…” Como lo explica Manuelita, la caja estaba dispuesta para que al abrirse los cañoncitos ubicados en un círculo hicieran fuego. La suerte quiso que la máquina, ya sea por humedad o por algún desperfecto no funcionó. Después del atentado se desató el torrente de felicitaciones y alabanzas a Manuelita. Hubo manifestaciones y fiestas en las parroquias. Pero el hecho suscitó otra iniciativa: se empezó a pensar en la sucesión de Rosas por si éste falleciera víctima de otro atentado o por razones naturales y los más encumbrados hombres del Partido Federal señalaron a Manuelita como sucesora de su padre. La iniciativa fue comunicada a Rosas por carta de José María Rojas y Patrón. Rosas rechazó el petitorio por improcedente e inapropiado de la idea. Manuelita siguió siendo el hada buena que dulcificó aquellos años tormentosos de la política. Ya en el exilio y liberada de las responsabilidades a la que estaba sujeta en Palermo esperó a su novio Máximo Terrero que dejó su patria y su familia y fue al encuentro de su amada; Manuelita contrajo matrimonio en octubre de 1852, ya tenía 35 años. “¡Petronita! –dice Manuelita el 26 de noviembre de 1852 en carta a su amiga- El 23 del pasado octubre recibimos en la iglesia católica de este pueblo la santa bendición nupcial que nuestros amantes corazones han esperado tantos años. Tu, que conoces a mi Máximo, puedes tener la certidumbre de que me hará completamente feliz. Las bondades y la ventura de pertenecerle me han hecho olvidar ya los malos momentos y todas las contrariedades que he sufrido en mi vida. Abrázame muy fuerte, amiga mía, y gózate en la felicidad de tu amiga”. La pareja se instaló en Londres, mientras, su padre arrendó o alquiló una especie de granja en Southampton de 148 acres, unas 100 Hs que Rosas la trabajó personalmente. Manuelita con su familia lo visitaban en las fiestas tradicionales, en los cumpleaños, en las vacaciones de sus hijos y en las pascuas. En carta a Josefa Gómez le comenta “Te aseguro que los días que paso a su lado pasan como por encanto, no tan sólo por lo que me encanta estar cerca de él y verlo tan entretenido con los nietos, sino como me gusta tanto el campo, sus ranchos son para mí un palacio”. En marzo de 1877, recibe noticias preocupantes de la salud de su padre. Se dispone ir a Southampton en donde encuentra a Rosas ya moribundo. Padre e hija intercambian algunas palabras cariñosas y Rosas fallece a dos días de la llegada de su hija. Manuelita siguió con su vida en Londres rodeada de Máximo Terrero y sus dos hijos Manuel Máximo, y Rodrigo a los que dedicó su vida aunque siempre añoró su vida en Buenos Aires, lo demuestra su copiosa correspondencia a sus amigas porteñas: más de cuarenta cartas a Josefa Gómez, nueve cartas o quizás más a Petrona Villegas, otras tantas a otras. A su padre que lo visitaba con su marido e hijos también le escribía desde Londres: se han detectado por lo menos siete cartas escritas a su padre. Jamás en boca de Manuelita se escuchó una palabra de resentimiento o reproche para con él. Por el contrario siempre fueron expresiones de cariño y admiración. Lo sobrevivió 21 años. Falleció en 1898, tenía 81 años.
EUGENIA CASTRO En este recorrido sentimental hubo otra mujer en la vida de Rosas, una mujer que durante más de diez años compartió la vida del rubio dictador en sus años de viudez: se llamó Eugenia Castro. El comandante Juan Gregorio Castro, poco antes de su muerte nombró a Rosas tutor de sus dos hijos Eugenia y Vicente. Eugenia llegó a la casa de Rosas (actual calle Moreno y Bolívar) ya declarada la enfermedad de Encarnación que fallece como ya recordamos el 19 de octubre de 1838. Hacia 1840 Rosas se va a ir trasladando paulatinamente al caserón de Palermo cuya construcción ya estaba en sus finales. Se muda con su familia, los empleados de su secretaría, sus edecanes y ordenanzas, peones y personal de servicio y con ellos Eugenia Castro. Los pocos que se han ocupado del tema la describen como una muchachita de “criollos encantos” “una de esas chinitas calladas que parece que no rompen un plato” de ojos negros vivaces y coqueteadores. Cuando entró al servicio de Rosas y antes que falleciaera Encarnación en 1838 a quien cuidó solícitamente, ya venía embarazada dando a luz ese mismo año a su primera hija Mercedes que llevó el apellido Costa “porque fue engendrada por Sotero Costa Arguibel” , un sobrino de Encarnación Ezcurra. Algunos historiadores se han equivocado al adjudicarle a Rosas esta primera paternidad. Poco tiempo después de fallecida Encarnación, Eugenia empezó a endulzar la viudez de Rosas con quien tuvo varios hijos; la primera fue Angela, la preferida de Rosas a la que llamaba “soldadito”. El censo de 1855 consigna la edad de Eugenia en 35 años y la de Angelita 14 años por lo que se deduce que Eugenia contaba entre 19 o 20 años cuando inició sus relaciones con Rosas, habiendo nacido su primera hija con Rosas en 1841. Luego vinieron cinco hijos más, Nicanora, Emilio o Armilio, Justina, Joaquín y Adrián este último que nace según dicho censo en 1852. El 3 de febrero de 1852 en Caseros, Rosas es derrocado y enseguida se embarca en el Conflict. No hemos realizado la investigación sobre el día y el mes de nacimiento de Adrián para confirmar o desechar la paternidad de Rosas, de este hijo de Eugenia que enseguida formó pareja con otro hombre con quien engendró dos hijos más. Ya en Southampton don Juan Manuel recibe cartas de Eugenia, el 4 de diciembre de 1852, el 13 de marzo de 1853, el 7 de marzo de 1853, el 7 de mayo de 1854 y el 6 de febrero de 1855, incluso cuando ya vivía con otro hombre. Rosas le contesta el 5 de junio de 1855. Se excusa por no haber escrito antes. Le notifica que en la escribanía conocida por Nepomuceno Terrero están las escrituras de la casa y el terreno que le corresponden. Le comenta sus apremios económicos, le reitera su llamado para venir a vivir con él en Inglaterra junto con “tus hijos”, “si cuando quise traerte conmigo”, según te lo propuse con tanto interés en dos muy expresivas y tiernas cartas hubieras venido no habrías sido tan desgraciada”. Como se advierte, Rosas le ha escrito en varias oportunidades antes de 1855. Se agradece “el envío como obsequio de los escapularios de Nuestra Señora de las Mercedes que me enviaste”. Le pide que le mande el apero que quedó en la casa después de algún otro comentario se despide: “Adiós querida Eugenia. Memorias a Juanita Sosa si es que aún sigue soltera. Te bendigo como a tus queridos hijos. Bendigo también a Antuca (Mercedes) y te deseo todo bien como tu afectísimo paisano. Juan Manuel de Rosas”. Como se aprecia en la despedida, bendice a sus hijos y aparte, separadamente, a Antuca, seudónimo de Mercedes, la primera hija de Eugenia, porque no es hija suya. Seguirá la correspondencia con Eugenia y Angelita, “La soldadito”, su preferida, con intercambio de presentes, pañuelitos, alguna que otra libranza por parte de Rosas. La última carta de Rosas está fechada en 1870. En su testamento redactado en 1862 que consta de 24 cláusulas; la 12, la 13, 14 y 15 están referidas a Eugenia haciendo alusión a su casa y un terreno, regalado por Rosas, que le corresponden cuyas escrituras según el texto del testamento ya habrían sido entregadas por Nepomuceno Terrero. También se le adjudica una cierta cantidad de dinero cuando le sean devueltos a Rosas los bienes confiscados según la esperanzada cláusula Nº 12.
UNA INVESTIGACIÓN PERIODÍSTICA Hacia 1928, el 28 de enero, el diario “Crítica” de Natalio Botana publicó un reportaje extenso a Nicanora Rosas de Galíndez, que dijo tener 82 años, pero por el censo de 1855 ya tendría 84 años, por otra parte, en el reportaje ella misma manifiesta haber nacido en 1844, la única hija sobreviviente de Rosas y Eugenia localizada por un periodista en una casita de la localidad de Glew (antes perteneciente al distrito de Lomas de Zamora) en donde vivía con una de sus hijas. El reportaje publicado en el diario “Crítica” llegó a la redacción de “Todo es Historia” por gentileza del Profesor Juan Palazzolo y publicado nuevamente en dicha revista con un título que dice entonces “La Mujer” y un subtítulo “Los recuerdos de una hija de Rosas”. La anciana le relata al periodista lo que recuerda de su niñez viviendo en la casona de Palermo, las relaciones de su madre Eugenia con Rosas, algunos caracteres de la personalidad de su padre al que denomina “el viejo”, las actividades de Manuelita, los regalos a los pobres y su noviazgo con Máximo Terrero, pero especialmente el comportamiento del “viejo” para con sus hijos tenidos con Eugenia. El periodista de “Crítica” entre otras cosas le preguntó “Y a ustedes ¿los quería Rosas?” la anciana le contestó “Era loco por los chiquillos. Vivía rodeado de sus hijos…” El periodista insiste “por ahí se dice que era tirano hasta con los chicos” – “¡Mentira!” Replicó la anciana “A nosotros nos salvaba de ir muchas veces a la escuela. Nos daba lecciones el capellán de Palermo. No nos gustaban y sin embargo mi madre nos mandaba ¡Salgan de aquí demonios! ¡vayan a la escuela!” “Entonces íbamos a ver al viejo y le decíamos, hoy no queremos ir a la escuela”. “Bueno. Vuélvanse. Concedía con alegría. Hoy es el día de San Vacanuto decía Rosas”- “¿Y qué santo es ese? inquirió el periodista a Nicanora, “El Santo de la Rabona debía ser y nos poníamos a jugar todos juntos”. Rosas se refería jocosamente a las vacaciones (San Vacanuto) y así la anciana Nicanora Rosas fue desgrananado sus recuerdos de la infancia en la casona de Palermo como la etapa más feliz de su vida. ¿Tuvo Rosas otros amores carnales además de Encarnación y Eugenia? Sus largas temporadas en el campo – Encarnación lo acompañaba en primavera y verano volviendo a la ciudad en temporada invernal – y más de veinte años en los que tuvo todo el poder político en sus manos, pareciera probable que haya tenido otras oportunidades. Pero es totalmente indemostrable. Ni siquiera sus enemigos políticos tan recurrentes a las habladurías y chimentos y tan sensibles a las irregularidades que pudiere cometer Rosas, detectaron los amores clandestinos que tuvo con Eugenia. Todo parece convenir que Encarnación y Eugenia fueron sus únicos amores carnales. En esta materia debemos admitir que fue extremadamente sobrio. Resulta aún más cuando lo comparamos con un Urquiza que tuvo un centenar de hijos o con un Fructuoso Rivera que no perdonó a ningún rancho en la Banda Oriental, ganándose el sobrenombre que Rosas le endilgó “el padrejón Rivera” por lo de padrillo, y años después los cuantiosos amores de un Roca y otros personajes encumbrados de la política. La gran pasión de Rosas sin lugar a dudas fue el mando, el poder, finalmente la política que lo absorbió en cuerpo y alma por lo que tenemos que desechar ante la luz de los hechos y más aún ante la documentación cuantiosa que se conoce la existencia de alguna otra relación erótica. MANUELITA ASISTE A ROSAS En el año 1876, Rosas le escribió a Manuelita informándole de algo que para el viejo exilado habrá sido desgarrador. “Triste siento decirte que las vacas ya no están en este Farm. Dios sabe lo que dispone y el placer que sentía al verlas en el field, llamarme, irme a mi carruaje a recibir alguna ración cariñosa por mis manos, y al enviar a ustedes la manteca. Las he vendido por veintisiete libras y si más hubiera esperado, menos hubieran ofrecido…” . El hombre que en su patria tuvo rodeos de miles de cabezas de ganado, vendía sus últimas tres vacas para poder sobrevivir en el exilio por veintisiete libras. Seguramente de esas libras salieran las requeridas para su sepelio. Efectivamente meses después, en marzo de 1877, al finalizar una jornada fría de trabajo en el campo Rosas contrajo pulmonía que derivó en neumonía. En la tarde del 12 de marzo de 1877. Manuelita fue llamada con urgencia por un telegrama del médico de su tatita. Dr. Wibling. Llegó a la granja antes de la medianoche. El 13 Rosas permaneció estable pero al otro día muy temprano se descompuso definitivamente. Manuelita en carta a su esposo le informó “Salté de la cama y cuando llegué a él lo besé tantas veces como tu sabes lo hacía siempre y al besarle la mano la sentí ya fría. Le pregunté ¿cómo te va tatita? Su contestación fue mirándome con la mayor ternura”. No sé niña, no es nada…”. Así se clausuraba la historia de Juan Manuel de Rosas. Su hija en la misma carta a Máximo Terrero concluyó “Así, tú vez, Máximo mío, que sus últimas palabras y miradas fueron para mí, para su hija…”. Leonardo Castellani allá por 1960 versificó. Sintiese en una ventolera de la pampa infinita Hollando en un potro la gramilla helada Oyó como una voz de lejos “Como anda tatita” Y se oyó a sí mismo muy lejos: “Niña no es nada”. BIBLIOGRAFÍA GÁLVEZ, Manuel: “Vida de Juan Manuel de Rosas” Edit. Tor, 5ª edic, 1950. SULÉ, Jorge Oscar: “Rosas y sus relaciones con los indios”. Colección Estrella Federal. Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Bs. As. 2003. BONURA, Lina y Elena: “El sentido común en el poder”. Edic. propia. Bs. As. 1986. IBARGUREN, Carlos: “Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo”. Edit. Frontispicio. Bs. As. 1959. IBARGUREN, Carlos: “Manuelita Rosas”. Edit. Carlos y Roberto Nalé. 1953. BROSSARD. A de: “Rosas visto por un diplomático inglés”. Hist. Argentina de José María Rosa. T IV. LYNCH, John: “Juan Manuel de Rosas” EMECÉ Bs. As 1984. ROTJER, Aníbal A.: “Rosas prócer argentino” Teoría 1992. DARWIN, Carlos: “Diario de un naturalista alrededor del mundo”. Traducción de Juan Mateos. Edit. Calpe. Madrid 1921. CÁRDENAS, Felipe (h): “Las tres mujeres de Juan Manuel”. “Todo es historia”. Mayo 1967. LOJO, María Rosa: “La Princesa federal”. Edit. Planeta Bs. As. 2000 CENSO DE 1855. Proporcionado por gentileza de la Sra. Verónica Galletti. CALZADA, Rafael: “Cincuenta años en América”. Citado por Felipe Cárdenas (h). “TODO ES HISTORIA”. “La mujer”. Los recuerdos de una hija de Rosas. Reproducción de un reportaje hecho por un periodista a Nicanora Rosa de Galíndez publicado en “Crítica” el 28 de enero de 1828. CHÁVEZ, Fermín: Proemio a “Instrucciones a los capataces de estancia” de Juan Manuel de Rosas. Edit. Teoría. ROSA, José María: “Historia Argentina” TOMO IV. Edit. Oriente. Bs. As. 1969. O´ DONNELL, Mario: “Juan Manuel de Rosas: el maldito de nuestra historia oficial”. Edic. Planeta. Bs. As. 2001. PICCINALI, Héctor: “San Martín y Rosas”. Colección Estrella Federal 1998. MANSILLA, Lucio V. “Rozas”. Edit. Garnier Hermanos. París 1898. GÁLVEZ, Manuel: “Vida de Juan Manuel de Rosas”. Edit. Tor 5ª edic, 1950. GÁLVEZ, Manuel: Op. Cit. MANSILLA, Lucio: “Rozas” Ed. Garnier Hermanos. París. 1898. SULÉ, Jorge “Rosas y sus relaciones con los indios”. Colección Estrella Federal 2003. Inst. Hist. Juan Manuel de Rosas BONURA, Lina y Elena “El sentido común en el poder”, editado por Inst. Bibliográfico Zinny s.f. IBARGUREN, Carlos: “Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo” Edit. Frontispicio 1959. IBARGUREN, Carlos: Op. cit ROSA, José María: “Historia Argentina” T IV. Edit. Oriente 1964. Ibidem. IBARGUREN, Carlos: “Manuelita Rosas”, pág 45. Edit. Carlos y Roberto Nalé. 1953. Ibidem. Pág 54. IBARGUREN, Carlos: Op. cit. Pág 62. CÁRDENAS, Felipe (h): “Las tres mujeres de Juan Manuel”. “Todo es Historia”, mayo de 1967. LOJO, María Rosa: “La Princesa Federal” Ibidem Censo de 1855 proporcionado por gentileza de la Sra. Verónica Galletti. CALZADA, Rafael “Cincuenta años en América”, citado por Felipe Cárdenas (h) en “Todo es Historia” mayo 1967. El Dr. Rafael Calzada inició juicio a Manuela Rosas de Terrero en 1886 por petición de herencia. En esa demanda están las cartas de Rosas a Eugenia para demostrar el vínculo. La demanda fue desestimada por razones de jurisdicción. Copia de dicho reportaje obra en mi biblioteca obsequiado por el historiador Fermín Chávez. Lamentablemente la copia obsequiada no registra el número o mes de la Revista “Todo es Historia” que lo reprodujo. CHÁVEZ, Fermín. Proemio a “Instrucciones a los capataces de estancias” de Juan Manuel de Rosas. Edit. Theoría. 1999 IBARGUREN, Carlos: Op. Cit. CHÁVEZ, Fermín: Op. Cit.

Antonio "el gaucho" Rivero

Por José María Rosa

Había nacido en Entre Ríos, y el destino lo llevó a las Malvinas. Fue pastor y esquilador de ovejas en Puerto Soledad. Presenció impotente el atropello de los norteamericanos de la Lexington, el 28 de diciembre de 1831, y como consiguió ocultarse con algunos compañeros, no fue secuestrado como la mayoría de los colonos. Fueron un puñado, apenas, para mantener la soberanía de las islas, hasta octubre de 1832, en que llegó la goleta Sarandí, con un nuevo comandante de las islas, el mayor Mestivier, y una colonia de confinados por delitos comunes.
Era dura la vida en las soledades del Sur, y pesada la mano del mayor Mestivier. Los confinados se sublevaron, aprovechando que el capitán José María Pinedo se había ido con la Sarandí a alejar a algunos pescadores norteamericanos; Mestivier fue muerto, y se cometieron muchos desmanes. Pero el regreso de Pinedo restableció el orden.
Por poco tiempo. El almirantazgo británico quiso aprovechar el desamparo que la Lexington produjo en Soledad, y ordenó al comandante J. J. Onslow, de la corbeta Clío, que se apoderase de las Malvinas. El 2 de enero, Onslow se presentó en Soledad, y Pinedo no tuvo un gesto de heroica locura; dejó arriar el pabellón argentino porque “las instrucciones que tenía –dice en su informe– me prohibían hacer fuego a ningún buque de guerra extranjero, y sí sólo defender mi buque”.
Onslow organizó la nueva colonia británica. El piloto inglés de la Sarandí, Mateo Brisbane, fue hecho “delegado”; otro inglés, Dickson, encargado de izar la Union Jack; un francés, Jean Simon, capataz de trabajos. No faltaron –era inevitable –algunos argentinos que se plegaron al orden triunfante. Pero también era inevitable que otros no aceptaran el dominio inglés.

Un día –el 26 de agosto de 1833–, los matreros, en número de ocho y encabezados por Rivero, volvieron a Soledad y dieron muerte a Brisbane, a Dickson, a Simon y a algunos más. La academia de Historia, en mérito a documentos ingleses, dice que el móvil de Rivero y sus compañeros (“entre los cuales había algunos confinados”, recalca), al desertar primero y caer más tarde en plan de guerra sobre Soledad, era porque Brisbane les pagaba los salarios en billetes de papel, y ellos querían metálico. Me parece una explicación demasiado materialista para una reacción tan excesiva, y no comprendo qué diferencia hacía a los gauchos los billetes o el metálico en las soledades del archipiélago. Preparados para perder la vida, quisieron hacerlo bajo la bandera argentina, y arriaron el pabellón británico.
¿También por metálico?
Hasta enero de 1834 estuvieron las Malvinas bajo el control de los gauchos de Rivero. Las familias de los colonos ingleses fueron confinadas en un islote y alimentadas por los dueños de la situación. En octubre llegaron algunas balleneras inglesas, pero no se atrevieron con los facciosos: debió esperarse a enero de 1834, en que una goleta de guerra consiguió imponerse, y Rivero y los suyos cayeron presos. Se les hizo un proceso en el buque Spartiate, de la estación naval británica de América del Sur. Tan inicuo, que el almirante inglés no se atrevió a convalidarlo, y prefirió desprenderse del asunto desembarcando a Rivero y los suyos en la República Oriental del Uruguay. El cabecilla fue dado de alta en el ejército argentino por Rosas, para morir, como era su ley, el 20 de noviembre de 1845 peleando contra los ingleses en la Vuelta de Obligado.
Esa fue la vida del gaucho Rivero. Nuestros académicos entienden que “sus antecedentes no son nada favorables para otorgarle títulos que justifiquen un homenaje”. Basándose en interrogatorios en inglés del curioso proceso, nos aclaran que era un gaucho peleador, tal vez de malos antecedentes, y que se juntaba con antiguos confinados. Pero también Martín Fierro era un gaucho peleador, de malos antecedentes, y que se juntaba con matreros como él.