viernes, 10 de abril de 2020

Comandancia de los Santos Lugares de Rosas (Hoy Museo Juan Manuel de Rosas de Gral. San Martín)

Por el Prof. Julio R. Otaño 
Alrededor de 1840 el Gobernador y Encargado de las Relaciones Exteriores Juan Manuel de Rosas establece el Celebre Cuartel General de los Santos Lugares de Rosas, con base en las antiguas construcciones del convento de los Mercedarios, lIamadas "Las Crujias", y el que al poco tiempo se convirtió en el más importante centro militar de la Confederación.  La irradiación de las actividades colaterales del Cuartel General, de artesanos, profesionales y  asistentes de diversa orden, más el caudal humano especifico del ejército, contándose en forma  permanente con efectivos de las distintas armas que oscilaba entre los dos mil y cinco mil hombres,  produjeron un acentuado crecimiento poblacional y comercial del pueblo, que se mantuvo constante hasta 1852.

    Museo Histórico de Rosas (1840), Argentina .............. … | Flickr
El Cuartel General en su apogeo, ocupaba los terrenos que hoy corresponden a San Andrés, comenzando desde su asentamiento principal en el edificio de La Crujía que estaba ubicado aproximadamente sobre la intersección de las actuales Avenida Presidente Perón y Ayacucho y sus construcciones complementarias y carpas para la tropa hacia el otro edificio que fue de los Mercedarios y también cuartel, en parte del hoy Liceo Militar General San Martin (posiblemente comunicados a través de túneles).  
Rosas ordenó la construcción de una casa para su exclusivo alojamiento y que funcionó como Comandancia.  Las únicas personas autorizadas a acceder a la misma fueron el General Agustín Pinedo, Jefe supremo de los cuarteles y el Edecán y amigo de la familia Rosas: Antonino Reyes.
 La presencia habitual del Jefe de la Confederación en esta casa, posibilitó que aquí se escribiera gran parte de nuestra historia, aquí se ratificó la Convención Arana-Mackau, fechada en los Santos Lugares de Rosas el 31 de octubre de 1840 y luego entre 1845 y 1846, Rosas desde aquí, asumió la dirección estratégica de la "Guerra del Paraná" sostenida contra la Intervención Armada Anglo-Francesa y cuyo ícono fue la Batalla de la “Vuelta de Obligado”.  A unos 100 metros entre las calles Ayacucho y La Crujía fueron fusilados Camila y el Sacerdote Gutiérrez víctimas de una sociedad rígida, inflexible y con el agravante de una guerra civil.
Una vez loteados los terrenos, cambió toda la geografía física y humana. 
Sólo quedó la antigua comandancia adquirida por la familia Comastri, quién la conservó, con pequeños detalles; es el único testimonio físico de las antiguas construcciones del Cuartel General.
El Instituto de Investigaciones Históricas de Gral. San Martín encabezado por los Historiadores Jorge Perrone, Jaime González Polero, Mario Fraire, Peralta, Peláez, el padre Clovis, los hermanos Torreira, Luis Agosta buscaron incansablemente que la reliquia fuera adquirida por el Estado Municipal.  Para tener una idea: donde estaban las caballerizas hoy se encuentran regios duplex.......
El Intendente Carlos Brown mostró interés en adquirirla pero finalmente y por decisión Política del Intendente Antonio César Libonatti y el HCD se logró comprarla.  

Transformándose en el "Museo Regional Juan Manuel de Rosas"...Museo Histórico sito en la calle Diego Pombo 3324 de San Andrés.  Jaime González Polero, un gran luchador por la reivindicación de Rosas fué su primer Director.   
El Auditorio del Museo lleva su nombre.
El Intendente Dr. Ricardo Ivoskus realizó importantes obras y su sucesor el Dr. Gabriel Katopodis procedió a muchas reformas culturales y técnicas que lo han puesto en valor y no sólo es un orgullo de los sanmartinenses sino de aquellos que aman la Historia Nacional.  Durante muchos años, el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas presidido por el Dr. Carlos De Santis y la Asociación Cooperadora presidida por el Dr. Guichal realizaron y realizan múltiples conferencias y mesas redondas, sobre temáticas históricas. Además todos los 20 de Noviembre se celebra el Acto OFICIAL DEL DÍA DE LA SOBERANÍA.
HOY ES UN LUGAR HISTÓRICO Y CULTURAL QUE NADIE DEBE DEJAR DE CONOCER.
Revisionistas de Gral San Martín: Inaguración sala "Juan Manuel de ...             El municipio refacciono el museo juan manuel de rosas 2 ...

jueves, 9 de abril de 2020

La epidemia de Fiebre Amarilla de 1871 y el Presidente Domingo F. Sarmiento

Por el Prof. Jbismarck
La fiebre amarilla había llegado anteriormente a Buenos Aires en los barcos que arribaban desde la costa del Brasil, donde era endémica. ​ No obstante, la epidemia de 1871 se cree que habría provenido de Asunción del Paraguay, portada por los soldados argentinos que regresaban de la Guerra de la Triple Alianza;​ ya que previamente se había propagado en la ciudad de Corrientes. ​ Algunas de las principales causas de propagación de esta enfermedad, transmitida por el mosquito Aedes aegypti,: la provisión insuficiente de agua potable; la contaminación de las napas de agua por los desechos humanos; el clima cálido y húmedo en el verano; el hacinamiento en que vivían en los conventillos los inmigrantes europeos, los saladeros que contaminaban el Riachuelo -límite sur de la ciudad-, el relleno de terrenos bajos con residuos y los riachos -denominados «zanjones»- que recorrían la urbe infectados por lo que la población arrojaba en ellos.  La plaga de 1871 hizo tomar conciencia a las autoridades de la urgente necesidad de mejorar las condiciones de higiene de la ciudad, de establecer una red de distribución de agua potable y de construir cloacas y desagües.  En 1871 convivían en la ciudad de Buenos Aires el Gobierno Nacional, presidido por Domingo Faustino Sarmiento, el de la Provincia de Buenos Aires, con el gobernador Emilio Castro, y el municipal, presidido por Narciso Martínez de Hoz.  Situada sobre una llanura, la ciudad no tenía sistema de drenaje, la situación era muy precaria en lo sanitario y existían muchos focos infecciosos como el Riachuelo convertido en sumidero de aguas servidas y de desperdicios arrojados por los saladeros y mataderos situados en sus costas. 
Un episodio de fiebre amarilla en Buenos Aires. Juan Manuel Blanes ...
Dado que se carecía de un sistema de cloacas, los desechos humanos acababan en los pozos negros, que contaminaban las napas de agua y en consecuencia los pozos, que constituían una de las dos principales fuentes del vital elemento para la mayoría de la población.​ La otra fuente era el Río de La Plata, de donde el agua se extraía cerca de la ribera contaminada y se distribuía por medio de carros aguateros, sin ningún saneamiento previo.  La ciudad crecía vertiginosamente debido principalmente a la gran inmigración extranjera: para esa época vivían tantos argentinos como extranjeros, y estos últimos sobrepasarían a los criollos pocos años más tarde. El primer censo argentino de 1869 registró en la Ciudad de Buenos Aires 177 787 habitantes, de los cuales 88126  eran extranjeros; de estos, 44 233 -la mitad de los extranjeros- eran italianos y 14 609 españoles.   Desde principios del año 1870 se había tenido noticias en Buenos Aires de un recrudecimiento de la fiebre amarilla en Río de Janeiro. En el mes de febrero —y nuevamente en marzo— se logró evitar el desembarco de pasajeros infectados que llegaron en dos vapores desde esa ciudad. No obstante, el presidente Sarmiento vetó el proyecto de extender la cuarentena a todos los buques procedentes de esa ciudad y en una oportunidad ordenó autorizar el desembarco de los pasajeros de dos buques provenientes de Río de Janeiro y la prisión del médico del puerto de Buenos Aires por haberlo impedido.  
Durante la guerra, la ciudad de Corrientes había sido el centro de comunicación y abastecimiento de las tropas aliadas, incluidas las brasileñas, de modo que no es seguro que la enfermedad haya llegado desde el Paraguay. En esta ciudad de 11 000 habitantes, murieron de fiebre amarilla alrededor de 2 000 personas entre diciembre de 1870 y junio del año siguiente.  Soldados que regresaron de la guerra transportaron el virus; se da como fecha de iniciación de la epidemia en Buenos Aires el 27 de enero de 1871 con tres casos identificados por el Consejo de Higiene Pública de San Telmo Las mismas tuvieron lugar en dos manzanas del barrio de San Telmo, lugar que agrupaba a numerosos conventillos. La epidemia prosperó en los conventillos humildes de los barrios del sur, muy poblados y poco higiénicos.  Recién el 2 de marzo de 1871, cuando el carnaval llegaba a su fin, las autoridades encabezadas por Martínez de Hoz prohibieron su festejo: la peste ahora azotaba también a los barrios aristocráticos. Se prohibieron los bailes y más de la tercera parte de los ciudadanos decidió abandonar la ciudad. 
Otra fiebre amarilla, la de 1871, tuvo al presidente Sarmiento en ...
Los hospitales no dieron abasto y se alquilaron otros privados.  El puerto fue puesto en cuarentena y las provincias limítrofes impidieron el ingreso de personas y mercaderías procedentes de Buenos Aires.  Miles de vecinos se congregaron, en la Plaza de la Victoria para designar una «Comisión Popular de Salud Pública». Al día siguiente, tal agrupación nombró como presidente al abogado José Roque Pérez y como vicepresidente al periodista Héctor Varela; además, la conformaron, entre otros, el vicepresidente de la Nación Adolfo Alsina, Adolfo Argerich, el poeta Carlos Guido y Spano, el sacerdote irlandés Patricio Dillon.   La población negra, vivir en condiciones miserables los transformó en uno de los grupos poblacionales con mayor tasa de contagio. Según crónicas de la época, el ejército cercó las zonas donde residían y no les permitió emigrar hacia el Barrio Norte, donde la población blanca se estableció y escapó de la calamidad. Murieron masivamente y fueron sepultados en fosas comunes.  Entre las víctimas, estuvieron Luis José de la Peña, el ex diputado Juan Agustín García, el doctor Ventura Bosch y también murieron los doctores Francisco Javier Muñiz, Carlos Keen y Adolfo Argerich. El 24 de marzo, falleció el presidente de la Comisión Popular, José Roque Pérez, quien ya había escrito su testamento cuando asumió el cargo ante la certidumbre de que moriría contagiado.  Mientras tanto Sarmiento decidió huir. No sólo eso, sino que además empezó a promulgar la necesidad del éxodo: no debía quedar alma en la Buenos Aires infectada, todo el mundo debía marcharse hasta que desapareciera la peste.
Para dar el ejemplo, se subió a un tren puesto especialmente para él y la comitiva oficial de 70 autoridades, tanto del Gobierno como del Poder Judicial y del Congreso, incluido el vicepresidente Adolfo Alsina. Y se fue a Mercedes, a poco más de 100 kilómetros del delirio de tanta mortandad.   Fue una decisión que al Maestro de América no sólo le costó tomar, sino que además a partir de entonces le acarreó un precio altísimo, y de la que se arrepintió poco tiempo después, cuando volvió a la ciudad infectada todavía en medio de las críticas, pero cuando el pico epidémico ya había pasado.   Los ecos de mayor resonancia por la partida de Sarmiento y de buena parte de la dirigencia nacional aparecieron en el diario La Prensa, propiedad de José C. Paz, un rico estanciero y encumbrado diplomático que enarbolaba a ultranza los valores del conservadurismo de la época. Los dardos al sanjuanino se volvieron muletilla. "Hay ciertos rasgos de cobardía que dan la medida de lo que es un magistrado y de lo que podrá dar de sí en adelante, en el alto ejercicio que le confiaron los pueblos", decía el diario en su edición del 21 de marzo de 1871.
Cuando la fiebre amarilla castigó a Buenos Aires y el presidente ...
El progreso de la epidemia, el abandono de la ciudad de unos 62.000 habitantes, que habían huido presas del terror, la feria declarada a las actividades administrativas, con excepción de los indispensables organismos del estado, la clausura de las escuelas y de las iglesias, el cierre del puerto, transformaron a Buenos Aires en una gran aldea silenciosaLos médicos no sabían que el mosquito era el vector de la enfermedad, algo que no sería descubierto hasta una década más tarde.​  De modo que, aparte de expulsar a los habitantes de los conventillos, tarea de la que se encargaba la Comisión Popular, los médicos sólo podían actuar sobre los síntomas. ​ Estos se desarrollaban en dos períodos: en el primero el paciente tenía repentinos dolores de cabeza con escalofríos y decaimiento general. Luego seguía el calor y el sudor, la sed se intensificaba y el paciente se debilitaba,  sus miembros se agitaban fuertemente. En este punto la enfermedad a veces podía ser vencida naturalmente y el paciente se hallaba mejor al día siguiente con tan solo dolores de cabeza y debilidad en el cuerpo, y al poco tiempo se recuperaba. Pero si los síntomas y signos se agravaban, se llegaba entonces al segundo período de la enfermedad: la piel del paciente tomaba color amarillo, los vómitos se volvían sanguinolentos y finalmente negros. La orina disminuía hasta suprimirse completamente. Se producían hemorragias en las encías, lengua, nariz y ano. El paciente carecía de sed y a veces tenía hipo, su pulso se debilitaba. Llegaba entonces el delirio, seguido de la muerte.  El clero secular y regular permaneció en sus puestos, asistiendo en sus domicilios a enfermos y moribundos. Las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, también conocidas como Hermanitas de la Caridad, cerraron sus establecimientos de enseñanza para poder dedicarse a trabajar en los hospitales.  El cura Eduardo O'Gorman,​ párroco de San Nicolás de Bari, se preocupó por las necesidades de numerosos niños desamparados y huérfanos y en abril fundó el Asilo de Huérfanos, del que se hizo cargo personalmente.  Fallecieron durante la epidemia más de 50 sacerdotes y el propio arzobispo Federico Aneiros estuvo muy grave.  La ciudad contaba solamente 40 coches fúnebres, de modo que los ataúdes se apilaban en las esquinas a la espera de que coches con recorrido fijo los transportasen. Como eran cada vez más los muertos, y entre ellos se contaban los carpinteros, dejaron de fabricarse los ataúdes de madera para comenzar a envolverse los cadáveres en trapos. Por otra parte, los carros de basura se incorporaron al servicio fúnebre y se inauguraron fosas colectivas.  El gobierno municipal adquirió entonces siete hectáreas en la Chacarita de los Colegiales  y lo llamó Cementerio del Oeste. Los decesos disminuyeron en mayo, y a mediados de ese mes la ciudad recuperó su actividad normal; el día 20 la comisión dio por finalizada su misión. El 2 de junio, por primera vez, ya no se registró ningún caso. 
El diario inglés The Standard publicó una cifra de víctimas fatales por la fiebre que se consideró exagerada y provocó indignación a los porteños: 26 000 muertos. Es difícil establecer con exactitud la cantidad correcta, pero los datos de las fuentes más serias la cifran entre los 14000 y los 15000.  La mayor parte de las víctimas vivían en los barrios de San Telmo y Monserrat (el centro de Buenos Aires) y en los barrios situados en proximidades del Riachuelo, bajos y húmedos, aptos para la proliferación de mosquitos.​
 Del total de muertos, un 75 % del total fueron inmigrantes, especialmente italianos.
A partir de la epidemia, las autoridades y la población de la ciudad tomaron conciencia de la urgencia de establecer una solución integral al problema de la obtención y distribución de agua potable. El Ingeniero Bateman dirigió —a partir de 1874— la construcción de la red de aguas corrientes, que hacia 1880 proveyó de agua a la cuarta parte de la ciudad. En 1873 se inició la construcción de obras cloacales. En 1875 se centralizó la recolección de residuos al crear vaciaderos específicos para depositarlos.  En 1884, temiendo la aparición de un nuevo brote, los doctores José María Ramos Mejía, director de la asistencia pública, y José Penna, director de la Casa de Aislamiento (actual Hospital Muñiz), se decidieron por cremar el cuerpo de un tal Pedro Doime, que había sido afectado de fiebre amarilla. Esta se convirtió en la primera cremación realizada en Buenos Aires.  ​ La sociedad fue dejada a su suerte por sus dirigentes políticos encabezados por el Presidente de la Nación, quienes tenían la responsabilidad de sostener la función indelegable del Estado ante una emergencia como la de 1871. Quizás, no se hubiera logrado, por la ausencia del conocimiento científico de entonces, salvar más vidas. Pero sí, la tragedia hubiese tenido menos ribetes inhumanos.   Nunca tuvo tanta pertinencia el pensamiento del Dr. Ramón Carrillo al afirmar que “Frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas.”



Rosas y la vacunación de los indígenas

Por Alberto Gelly Cantilo.
Juan Manuel de Rosas siempre se interesó en combatir la enfermedad epidémica de la viruela por ser tan mortal mediante la aplicación de la vacuna y extenderla fundamentalmente entre las tribus indígenas que tanto sufrían por este flagelo que producía miles de víctimas. Por ello realizó una importante acción para que los pueblos originarios confiaran en los médicos y no en los curanderos y hechiceros aprovechando sus estrechas relaciones con los diversos caciques fundamentalmente con Pincén, Cachul y Catriel a quienes convence ante la grave epidemia de viruela que atacaba a los indígenas en el año 1836. Finalmente esos caciques se trasladan a la ciudad de Buenos Aires a solicitarle un remedio contra la viruela sobre el que tanto les había hablado Rosas. Esa medicina tan famosa era la vacuna antivariólica. Sin embargo el Restaurador los convence primero en consultar a los médicos y de ese modo logra que además de vacunarlos los médicos los atiendan con medidas de higiene y además los traten de otras enfermedades dejando paulatinamente olvidada la influencia de curanderos y hechiceros. 
También concurre en numerosas ocasiones a reuniones con los integrantes de los pueblos indígenas donde se hace vacunar en presencia de todos ellos diciéndoles “ Ustedes son los que deben ver lo que mejor les convenga. Entre nosotros los cristianos, este remedio es muy bueno, porque nos priva de la enfermedad terrible de la viruela; pero es necesario para administrar la vacuna que el médico la aplique con mucho cuidado, y que la vacuna sea buena, que el médico la reconozca. También es necesario, que aún cuando a una persona le prenda la vacuna bien, y sea buena, a los cinco años después, se vuelva a vacunar porque en esto nada se pierde, y puede aventajarse mucho. Después de esto si quieren ustedes que se vacune la gente puede el médico empezar a hacerlo poco a poco, para que pueda hacerlo con provecho, y bien hecho, y para que tiempo tiempo también, para reconocer prolijamente a los vacunados".   Rosas les hablaba en forma breve, clara y simple y les da el ejemplo haciéndose vacunar él mismo. Era un profundo conocedor de los medios primitivos de curación que tenían los indígenas y de su preocupación ante la terrible enfermedad.  Sin embargo siempre les demuestra que respeta su libertad y ante sus consultas les responde señalándoles la ventaja de la aplicación de la vacuna, su forma de aplicación, la ventaja que tiene y por último les señala que es fundamental e indispensable la intervención del médico para el éxito de este remedio. No obstante siempre les dice que son ellos los que libremente deben decidir que hacer. No impone sólo informa y sugiere.  Es interesante señalar la preocupación de Rosas por el avance y el desarrollo de la medicina en nuestro país fundamentalmente en lo que se refiere a la población indígena. No sólo el médico debe ingresar en la comunidad de las tribus de indios para vacunar sino que luego deberá ser consultado para el tratamiento de las otras enfermedades y de esa forma esos pueblos irán saliendo de la ignorancia y el atraso para ir integrándolos al resto del país.  Incluso en sus tratos con los indios Rosas antes de entregarles yerba o tabaco les pedía que se vacunasen en las épocas de epidemias de viruela. El cacique Pincén decía "Juan Manuel muy bueno pero muy loco. No podíamos recibir sus regalos sin que un gringo nos tajeara el brazo, que decía que era un gran gualicho contra la viruela".   Rosas difundió la aplicación de la vacuna contra la viruela a todos los habitantes la Confederación Argentina y en reconocimiento a su labor fue designado Miembro Honorario de la Real Sociedad Jenneriana para la Exterminación de la Viruela de Londres, creada cinco años después de que Edward Jenner descubriera la vacuna antivariólica.