jueves, 30 de septiembre de 2021

Conferencia sobre el General José de San Martín - Tte Cnel Morales

 Organizado por nuestro Instituto, y con la  adhesión del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. El Tte Cnel Morales realizón una extraordinaria charla sobre el prócer. La misma, moderada por el Prof. Julio Otaño contó con la participación de 25 participantes 



Francisco Solano López

Por José María Rosa

A su muerte ya casi nada quedaba del Paraguay, toda su población masculina entre los 15 y 60 años había muerto bajo la metralla.

"¡Muero con mi Patria!" Con esa última frase en sus labios, el 1 de marzo de 1870, en Cerro-Corá, el Mariscal Francisco Solano López, herido, agotado y desangrado, medio ahogado, moribundo y anegada en sangre el agua inmunda del arroyo que, caído sentado, lo circundaba, recibió un tiro de Manlicher que le atravesó el corazón.
Ahí quedó, muerto de espaldas, con los ojos abiertos y la mano crispada en la empuñadura de su espadín de oro -en cuya hoja se leía "Independencia o Muerte"-. "O, diavo do López!" ["Oh, diablo de López!"], comentó el macaco recluta del Imperio brasileño mientras pateaba el cadáver.   Las últimas palabras del Mariscal eran algo más que una metáfora: ya casi nada quedaba del Paraguay, toda su población masculina entre los 15 y 60 años había muerto bajo la metralla.  Muchísimas mujeres y niños también, cuando no por las balas, por las terribles epidemias de cólera y fiebre amarilla, o simplemente sucumbieron de hambre.

Tampoco quedaron ni altos hornos, ni industrias, ni fundiciones, ni inmensos campos plantados con yerba o tabaco, ni ciudad que no fuera saqueada. Apenas si un montón de ruinas cobijaba a los fantasmales trescientos mil ancianos, niños y mujeres sobrevivientes.

Se condenó al país a pagar fortísimas indemnizaciones por "gastos de guerra".  Paraguay perdió prácticamente la mitad de su territorio, que pasó a formar parte de Brasil. 


Cinco años antes, al comenzar la guerra de la Triple Alianza, el Paraguay de los López era un escándalo en América.

El país era rico, ordenado y próspero, se bastaba a sí mismo y no traía nada de Inglaterra... Abastecía de yerba y tabaco a toda la región y su madera en Europa cotizaba alto. 

Veinte años había durado la presidencia del padre, don Carlos Antonio López, hasta su muerte en 1862, y desde entonces la del hijo Francisco Solano.  El Paraguay tenía 1.250.000 habitantes, la misma cantidad de la vecina Argentina de entonces (¡Se exterminó en la guerra nada menos que al 75% de la población!).

El país era de los paraguayos. Ningún extranjero podía adquirir propiedades, ni especular en el comercio exterior. Y casi todas las tierras y bienes eran del Estado.

La balanza comercial arrastraba un saldo ampliamente favorable, y carecía de deuda externa.  Contaba con altos hornos y la fundición de Ibicuy fabricaba cañones y armas largas. Funcionaba el primer ferrocarril de latinoamérica, un telégrafo y una poderosa flota mercante. Tenía el mejor ejército de Sudamérica.

El nivel de la educación popular también era el primero del continente.  Además, Paraguay era un importante productor de algodón, materia prima que necesitaba el capitalismo inglés en su etapa de expansión imperialista para su industria textil, principal motor de su economía.  El bloqueo al sur esclavista de la Confederación, que proveía de algodón a la industria inglesa, producido por la guerra de Secesión norteamericana (1861-1865), hizo indispensable para los intereses británicos la destrucción de tal nación soberana. Esos intereses manipularon al círculo de influencia del emperador del Brasil y al partido mitrista y la oligarquía porteña y montevideana, hasta promover el vergonzoso exterminio espeluznante de todo un pueblo, que incluyó de paso a las montoneras argentinas.

Verdaderamente, como se ha dicho, la guerra de la Triple Alianza fue la guerra de la Triple Infamia.  Lo cierto es que la marcha final de siete meses de los últimos héroes paraguayos hacia Cerro-Corá, doscientas jornadas por el desierto, bajo el ardiente sol tropical, constituye una de las páginas más sórdidas pero también más gloriosas de la historia americana. Soldados abrazados por la fiebre o por las llagas y extenuados por el hambre, sin más prendas que un calzón, descalzos porque los zapatos, como el morrión y las correas del uniforme, han sido comidos después de ablandar el cuero con agua de los esteros. Todos están enfermos, todos escuálidos por el hambre, todos heridos sin cicatrizar. Pero nadie se queja. No se sabe adónde se va, pero se sigue mientras no sorprenda la muerte.

Conduce la hueste espectral el presidente y mariscal de la guerra Francisco Solano. Si no ha podido dar el triunfo a los suyos, les ofrecerá a generaciones venideras el ejemplo tremendo de un heroísmo nunca igualado.  Cinco años después, el gran Paraguay de los López quedó hundido, con todo su pueblo, en los esteros guaraníes. Desde entonces el Foreing Office quedaría como dueño absoluto de la región y dejaría desarticulada, por lo menos durante un largo período que todavía sufrimos, la posibilidad de integrar en una sola nación a la Patria Grande. La gran causa iniciada por Artigas en las primeras horas de la Revolución, continuada por San Martín y Bolívar al concretarse la Independencia, restaurada por la habilidad y energía de Rosas en los años del "sistema americano", y que tendría en el Gran Mariscal Francisco Solano López su adalid postrero.

Pero ya una año antes de Cerro-Corá, viejo y pobre en su destierro de Southampton, don Juan Manuel de Rosas, que por sostener lo mismo que López había sido traicionado y vencido en Caseros por los mismos que traicionaron y vencieron ahora al mariscal paraguayo, se conmovió, profundamente emocionado, ante la heroica epopeya americana. El viejo gaucho ordenó entonces que se cambie su testamento: El 17 de febrero de 1869, mientras Francisco Solano López y el heroico pueblo guaraní se debatían en las últimas como jaguares decididos que se niegan a la derrota, Rosas legó su espada:

"Su excelencia el generalísimo, Capitán General don José de San Martín, me honró con la siguiente manda: 'La espada que me acompañó en toda la guerra de la Independencia será entregada al general Rosas por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido los derechos de la Patria'.


"Y yo, Juan Manuel de Rosas, a su ejemplo, dispongo que mi albacea entregue a su Excelencia el señor Gran Mariscal, presidente de la República paraguaya y generalísimo de sus ejércitos, la espada diplomática y militar que me acompañó durante me fue posible defender esos derechos, por la firmeza y sabiduría con que ha sostenido y sigue sosteniendo los derechos de su Patria".

sábado, 18 de septiembre de 2021

Jorge Francisco Perrone un escritor Sanmartinense

Por el Prof. Jbismarck
Jorge  Francisco Perrone, nació en el pueblo de Gral. San Martín, el día 3 de noviembre de 1924. Desde muy joven desarrolló su vocación literaria. En 1946 edita su primer libro de poemas: “Primavera Campesina”, luego “Romances de aldaba”, “El Corazón es agua de trasiego”, entre otros.-
       En mayo de 1950 da a conocer su “Canto a Octubre” poema épico y comprometido.
   En el año 1951, escribe su novela “Se dice Hombre”, con la cual obtiene el Primer Premio de Literatura de la Provincia Buenos Aires. Dicen los conocedores del género literario que es una obra autobiográfica, pletórica de imágenes donde carne alli sus más queridos amigos.
  Asimismo fue uno de los iniciadores del revisionismo histórico en nuestro país.
  Continuando con su obra intelectual, luego de un extenso y minusioso estudio e investigación de la historia, edita en1974 su obra “Diario de la Historia Argentina’”’ en tres tomos. Es su más importante trabajo como historiador dque abarca esde las invasiones inglesas hasta el año 1946.-
  Una nueva obra da a luz en el año 1981, denominada: “Historia Argentina”, en tres volúmenes, abarca una amplio histórico de los acontecimientos ocurridos en la Argentina. (1516 a 1981).
  Continuado  con su investigación, publica “La Patria Reciente”en dos tomos, el primer tomo abarca los años 1943-1971 segundo 1972 a 1983..
  Luego en 1985, escribe una adaptación libre de profunda belleza: “Leyendas de Ayer y Siempre”. También forman parte de sus innumerables libros las obras: “Perón y Después” “Luján” etc. otro de sus múltiples tareas fue columnista del diario “La Prensa” y del quincenario “Latitud 34”.
  Fue fundador, directivo y presidente del Instituto de investigaciones Históricas de Gral San Martin. La Biblioteca Historiográfica de dicho instituto lleva su nombre.-
 Nació, vivió y murió (el 18 de febrero de 1995), en su querido pueblo de San Martin, Provincia de Buenos Aires.­, casado, con tres hijos y varios nietos y siempre recordado por su labor de investigación histórica, su pluma y su vehemente tarea en la búsqueda de la verdad histórica Argentina. Con amplia vocación de escritor, profundas aptitudes intelectuales y entusiasta  de nuestro pasado, participó activamente en la corriente del pensamiento nacional. En 1945 escribió sus: Cuentos y Poesías, dirigió un diario “MFL” obtuvo el Primer Premio de Literatura de la Prov. Bs. Aires en 1951, novela política “Se dice hombre”. Entre sus principales libros escritos se destacan: Diario de la Historia Argentina , Bibliografía de Rosas y Historia de la Nación Argentina. Asim­ismo, fue columnista de los diarios: Latitud 34 y La Prensa, dictó cátedras y conferencias en diversas lugares culturales y durante varios periodo.

El pueblo de Gral. San Martín espera el merecido  reconocimiento público como escritor, historiador y pensador del movimiento nacional.- 

jueves, 9 de septiembre de 2021

IMPORTANTE HALLAZGO DONDE FUSILARON A DORREGO

El pasado domingo, un grupo de “buscadores de historias sepultadas”, autorizados por la Secretaría de Cultura, Educación y Turismo, estuvo trabajando en el sitio de fusilamiento del Coronel Dorrego, en la ciudad de Navarro, con instrumental de alta tecnología en busca de piezas metálicas sepultadas por el paso de más de 190 años.  Oscar Froilán González, su hijo Damián González y Héctor Abel Piñol, con detectores de metales de última generación hicieron un “barrido” del área cercana al templete que recuerda el trágico fusilamiento y hallaron significativas piezas de la época de esta triste historia que tuvo a ese lugar como escenario.
   
Fueron descubiertas y rescatadas debajo de la tierra, dos monedas de 5/10 acuñadas por “Banco Nación – Buenos Ayres” fechadas 1825 y 1827, un proyectil de mosquetón (impactado), un botón de uniforme, un fragmento de anillo para trenzar cueros y la hoja de un gran cuchillillo.
Las piezas halladas, que sin dudas forman parte de los rezagos perdidos o dejados en ese trágico 13 de diciembre de 1828, fueron entregadas a la Secretaría para que ésta las incorpore al Patrimonio Municipal y sean exhibidas en el museo del Parque Dorrego.
Estimulados por este hallazgo y por la voluntad generosa de los “buscadores de historias”, la Municipalidad de Navarro intentará gestionar autorizaciones para avanzar en la exploración de éste y de otros espacios de interés histórico.

viernes, 3 de septiembre de 2021

Caseros: itinerario final del Restaurador en Argentina

por Jorge A. Vilella Tonnelier
 En su retirada de la batalla de Caseros, Rosas fue herido en la mano derecha por una bala de fusil, aunque levemente, cuando abandonaba el campo de batalla, apenas pasada la una de la tarde. Le quedaban fuerzas bravas y leales, pero dado el desastre de la mayoría de las tropas que comandaba y el caos que el enemigo había producido entre sus filas en cuanto comenzaron las hostilidades, al mediodía la dio por perdida y enfiló hacia Buenos Aires cruzando las líneas enemigas con la división de gauchos veteranos que días antes habían desertado del ejército de Urquiza, matando al coronel Aquino. En cuanto pudo, lo que equivale a decir en cuanto quiso, se los sacó de encima y siguió acompañado solamente por su asistente de confianza Lorenzo López.
Desde las cercanías de su campamento de Santos Lugares, al noroeste de la ciudad, tomó la dirección sureste, y una vez que cruzó cañadas, riachos y mucho campo tendido, llegó según Saldías al almacén de Montero, en plena campaña, cerca del Paso de Burgos sobre el Riachuelo, un poco más arriba de donde hoy queda el puente Uriburu. Entró así a los arrabales del sur de la ciudad, y tiene que haberse acercado a la desembocadura del río costeándolo por la que era zona de saladeros, de una y otra ribera, hasta encontrar la calle Sola, actual Vieytes, que terminaba en un puente de madera que unía Barracas al Norte con Barracas al Sur, comúnmente llamado Puente de Barracas, reemplazado luego en su estructura y en el nombre por el que hoy se llama Victorino de la Plaza. Lo conocía bien porque por allí se salía de la ciudad hacia la quinta de Piñeiro, donde el 24 de agosto de 1829 había firmado con el general Juan Lavalle el Pacto de Barracas, por el que se nombró Gobernador Provisional de la provincia de Buenos Aires al general don Juan José Viamonte, primer paso o maniobra política que efectuó el futuro dictador en su camino al poder supremo.
Allí tomó la calle Sola hacia el N para dirigirse al pleno centro de la ciudad. En el plano de Adolfo Sourdeaux, que no tiene año de realización pero se calcula casi con certeza que fue dibujado por 1850, figura esa calle, o más bien camino, “con una población de apenas una docena de ranchitos”. Galopó por Sola más o menos 1,5 km hasta encontrarse con los “Mataderos del Sud”, diseñados en el plano hasta con sus corrales “de palo a pique”. Estaban ubicados exactamente en el triángulo verde que el Jardín Botánico del Sur y la Plaza España ocupan hoy en el encuentro de las calles Amancio Alcorta y Caseros. Para llegar, pasó por el costado de “La Convalecencia”, un lugar cuyo nombre lo dice todo y sigue destinado a los servicios sanitarios puesto que es el enorme predio ocupado hoy por el Instituto Borda y el Hospital Braulio Moyano, o, para mayor claridad, el frenopático de hombres y el frenopático de mujeres. Tiene que haberse dirigido hacia el O por la calle Caseros para hacer 500 m hasta la actual Solís, y otros 500 m por ésta última hasta desembocar en el Hueco de los Sauces, hoy Plaza Garay; o, de otra manera, haber tomado Salta hasta Garay, y por allí hacia el O para llegar al Hueco, donde encontró cobijo bajo unos frondosos árboles.
Con la aparición de la sombra se explica el desvío, aunque pequeño, realizado en su búsqueda, puesto que no debemos olvidar que eran alrededor de las cuatro de la tarde de un 3 de febrero, pleno verano fuerte en Buenos Aires, y venía galopando desde la una un hombre corpulento respetablemente entrado en kilos, alejado del ejercicio físico desde hacía rato, que el siguiente 30 de marzo cumpliría cincuenta y nueve años y traía el sabor amargo de la derrota en su caballo preferido, cuyo nombre parecía esa tarde un sarcasmo, “Victoria”, regalo de la reina británica de igual nombre. ¿O sería una yegua? Desmontó y pidió a su asistente una hoja de papel, en la cual escribió con lápiz, unos dicen que apoyándose sobre el recado, otros bajo un ombú, la conocida nota de su renuncia. Luego cambió la chaqueta por el poncho rojo del soldado que lo acompañaba y, calándose el gorro punzó de éste, se dispuso a entrar en el centro de la ciudad.
No estaba lejos de su objetivo y aún era temprano. Para alcanzarlo se dirigió directamente al E, hacia el Río de la Plata por una zona no demasiado poblada ya que no tenía ningún interés en que lo reconocieran. Por Garay llegó hasta Santa Rosa, llamada de la Trinidad a partir de 1769; Victoria, en 1808; Universidad, en 1822; Santa Rosa desde 1849 y, finalmente, Bolívar desde 1857. Eran las cinco de la tarde cuando llegó a la casa del encargado de negocios británico, Mr. Robert Gore.
El diplomático no estaba, pero cuenta que cuando llegó de regreso a su casa encontró a Rosas en su cama, “cubierto con el humo y polvo de la batalla y sufriendo fatiga y hambre”. De inmediato dispuso su traslado a un buque de guerra antes de que se conociese su paradero, y arregló lo necesario para el embarque con la ayuda de Manuelita y en contra del parecer de Rosas, que quería permanecer dos o tres días en la casa para arreglar sus cosas.
Después de vestir al general Rosas con un gran capote y gorro de marino, a su hija como si fuese un joven y al hijo con las propias ropas de Gore, partieron a la medianoche y llegaron al río, donde encontraron las aguas muy bajas, teniendo que caminar unas 400 yardas (370 metros) antes de poder subir a la lancha francesa “Le Bon Père”, la que los condujo al buque de guerra inglés “Locust”, listo para zarpar a Montevideo. Al llegar a la rada, trasbordaron a los refugiados al “Centaur”, nave capitana de la flotilla inglesa en el Plata bajo el mando del almirante W.W.Henderson, quien había combinado con Gore los detalles de la huída de Rosas. De este buque pasaron el 10 de febrero al “Conflict”, a cargo del comandante Jenner, como el descubridor de la vacuna, en el cual partieron a su destino.
La travesía se hizo muy larga y duró más de cuarenta días, ya que a medio camino explotó una de las calderas y debieron seguir a vela. Llegaron a Cork, Irlanda, el 19 de abril, y desembarcaron finalmente en Plymouth unos días después, el 26, “donde temporariamente y por primera vez pisó (Rosas) suelo inglés”, y tomó habitaciones en el Moorshead’s Royal Hotel, en la cercana Devonport, sobre el mar. El arribo fue saludado por la batería del Fuerte con una salva de cañonazos; lo esperaban al pie de la planchada varios dignatarios e hicieron pasar por la aduana rápidamente su equipaje para que no pudiera tener ninguna molestia. Un reportero de The Times se convirtió en testigo asombrado de este despliegue de honores, y al día siguiente el periódico comentó: “Ha sido maravillosa la ansiedad de estos caballeros ingleses, de alto rango militar y naval, por estrechar su mano”. Tres meses después, el exiliado ya estaba viviendo en Southampton.
Entre los integrantes del reducido grupo de compañía estaban su hija Manuelita, que se casaría el 22 de octubre del mismo año con Máximo Terrero; su hijo Juan con su esposa, Mercedes Fuentes Arguibel, y el joven Juan Manuel Ortiz de Rozas Arguibel, de 13 años, que luego sería gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1913, año de su fallecimiento. Los militares eran el brigadier general Pascual Echagüe, el coronel y edecán Jerónimo Costa, el coronel Manuel Febre y el sargento trompa José Machado.