miércoles, 20 de enero de 2016

El Caudillo "Sindicato del Gaucho"

Por Arturo Jauretche 

La guerra de la Independencia, y la Independencia misma, no alteran la situación de fondo. Pero la guerra da a la clase inferior una movilidad que la saca de su situa­ción pasiva al incorporarla a la milicia. La caída econó­mica del interior con el derrumbe de su artesanado a consecuencia del comercio libre desplaza también hacia la clase inferior a sectores cuyas actividades económicas le habían permitido mantenerlo en el estrato casi marginal de la "gente decente".
Aparece el caudillo. Será primero el caudillo de la Independencia, militar o no, que hace la recluta de sus sol­dados en la clase inferior, lo cual es ya un motivo de fric­ción de la "gente principal" con el jefe, salido generalmen­te de la misma, porque al hacer soldado al peón, lo priva de su brazo perjudicando la explotación de sus bienes. En es­te conflicto el caudillo, jefe militar, hostilizado por la "gen­te principal" se hace fuerte en la solidaridad que la guerra crea entre la tropa y el mando. De esta manera el militar deviene caudillo, y más en la medida que la guerra de recursos hace depender el éxito de una absoluta identifica­ción, que para esa guerra es más eficaz que los reglamentos de cuartel y el arte académico de mandar.
Dice José María Paz en sus "Memorias" (Ed. Cultura Argentina, 1917) refiriéndose al general Martín Güemes: Principió por identificarse con los gauchos en su traje y formas..., ...desde entonces empleó el bien conocido arbitrio de otros caudillos, de indisponer a la plebe con las clases elevadas de la sociedad. (Como se ve, esta terminología está todavía vigente, cuando se altera el predominio exclusivo de la clase principal).
Agrega: Adorado de los gauchos que no veían en su ídolo sino al representante de la ínfima clase, el Protector y Padre de los Pobres como le llamaban.
(El abuso de la expresión carismática, en cuanto ésta implica una elección de los dioses, es en mi concepto un modo de retacear la verdadera significación del caudillo como hecho social, pues tiende a darle un carácter de magia o brujería a una adhesión consciente de la masa en el terreno de los intereses, aunque ésta se haya hecho subconsciente una vez dados los elementos de prestigio y autoridad y el acatamiento consiguiente. No otra cosa he querido significar en “Los Profetas del Odio” cuando digo que el Caudillo es el sindicato del gaucho). 
 
 Joaquín Díaz de Vivar (Revista del Instituto de Investigación Histórica "Juan Manuel de Rosas". N° 22: Pág. 147), refiriéndose a la única institución consuetudinaria de nuestra Constitución vigente, el Ejecutivo fuerte, dice que los Estatutos Provinciales Constitucionales que lo crearon se inspiraban en la realidad social a que estaban destina­dos: Por su parte las organizaciones lugareñas, las de las provincias argentinas en las que convivían políticamente su clase principal, cuyos representantes ocupaban una silla curul en su legislatura y frente a ello, su más importante magistratura, el Gobernador que era —casi siempre— el jefe natural de las muchedumbres rurales, sobre todo, y a veces también de las urbanas; el gobernador, que era una especie de personalidad hipostasiada de ese mismo pueblo, de esas masas que habían hecho la historia argentina y que se expresaban a través de su natural conductor, ese alu­dido gobernador, que indistintamente era plebeyo como Es­tanislao López o el "Indio" Heredia (no obstante su casa­miento con la linajuda Fernández Cornejo) o "Quebracho" López o Nazario Benavídez, o que era un hidalgo como Ar­tigas, como Quiroga, como Güemes y desde luego como Juan Manuel de Rosas.
Lo dicho por Díaz de Vivar trasciende al Derecho Pú­blico y explica en mucho las substanciales diferencias en­tre federales y unitarios, pues revela que los primeros com­prendieron la relación entre el derecho y el hecho social, frente a los revolucionarios teóricos, nutridos de ideologías y de proposiciones importadas cuyo supuesto igualitaris­mo democrático era el producto de la consideración exclusi­va de uno de los estratos sociales: el de la "gente princi­pal" o "decente" y prescindía de la existencia de los infe­riores. Mientras para los federales el pueblo tenía una sig­nificación total —ahora dirían totalitaria— para los unita­rios es sola la clase principal, la parte “sana y decente” de la población como ahora.
Veamos el debate sobre el sufragio en la Constitución Unitaria de 1828. En el artículo 6° se excluía del derecho al voto a los criados a sueldo, peones, jornaleros y soldados de línea. Galisteo expresa la oposición federal diciendo: El jornalero y el doméstico no están libres de los deberes que la República les impone, tampoco deben estar pri­vados de sus voces... al contrario, son estos sujetos, precisamente, de quienes se echa mano en tiempos de guerra para el servicio militar.
 
Dorrego dice: He aquí la aristocracia, la más terrible, porque es la aristocracia del dinero... Échese la vista sobre nuestro país pobre: véase qué proporción hay entre domésticos, asalariados y jornaleros y las demás clases y se advertirá quieres van a tomar parte en las elecciones. Excluyéndose las clases que se expresa en el artículo, es una pequeñísima parte del país que tal vez no exceda de la vigésima parte... ¿Es posible esto en un país republicano?... ¿Es posible que los asalariados sean buenos para lo que es penoso y odioso en la so­ciedad, pero que no puedan tomar parte en las elecciones?... Seña­lando a la bancada unitaria agregó: He aquí la aristocracia del dinero y si esto es así podría ponerse en giro la suerte del país y merccarse... Sería fácil influir en las elecciones; porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una cierta porción de capitalistas... Y en ese caso, hablemos claro: ¡El que formaría la elección sería el Banco! Con razón Estanislao López escribía en 1831: Los unitarios se han arrogado exclusivamente la calidad de hombres decentes y han proclamado en su rabioso despecho que sus rivales, es decir, la inmensa mayoría de los ciudadanos argentinos, son hordas de salvajes y una chusma y una canalla vil y despreciable que es preciso exterminar para constituir la República (José María Rosa, ''Historia Argentina", tomo, IV, pág. 53 y sig.). En el mismo debate Ugarteche protestaba por los derechos que se le negaban a los nativos y los privilegios que se le acordaban a los extranjeros: Yo quisiera saber en qué país hay tanta generosidad... Todas nuestras tierras las vamos vendiendo a extranjeros y mañana dirá la Inglaterra: esos terrenos son míos, por­que la mayor parte de tus propietarios son súbditos míos, luego yo soy dueña de esas propiedades. Y lo que no se pudo el año 1806 con las bayonetas cuando todavía éramos muy tontos se podrá con las guineas y las libras inglesas...
Trasladémonos ahora al escenario actual y percibiremos las ver­daderas filiaciones históricas que no son las que distribuyen los profesores de Educación Democrática; también se ve clarito que los jefes federales percibían la identidad de la voluntad popular con los inte­reses nacionales, y la de los privilegiados con los extranjeros.
Con la caída del Partido Federal y los caudillos la cla­se inferior deja de ser elemento activo de la historia; su presencia en la vida del Estado no alteraba la situación en la relación de los estratos sociales entre sí, pero obligaba a contarla como parte de la sociedad.
Después de Caseros, y más precisamente de Pavón, deja de jugar papel alguno y es sólo sujeto pasivo de la historia. Sus problemas no cuentan en las soluciones a bus­car, ni sus inquietudes nacionales perturban las directivas imperiales. La política será cuestión exclusiva de la "gente principal" durante más de cincuenta años.

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