jueves, 8 de marzo de 2012

Esas cosas felisbertianas...

por Don Singulario


-¡Qué melancólico lo veo, don Singulario! ¿Qué cosa lo atribula?
-El sábado tuve un tiempo en blanco y recorriendo viejos libros encontré un cuentito de un uruguayo, músico de profesión, pianista, director de orquestas populares, escritor original, que generó polémicas en sectores antagónicos –como Arlt aquí– en el Montevideo de los años ’40.
Su cosmovisión tendía hacia el animismo, era diferente y pagana, donde cualquier objeto podía poseer su propia humanidad y transformarse como en los sueños y las fantasías más extrañas o desopilantes, confundiendo al lector. Estuvo casado con una agente de espionaje de la URSS, que utilizó a su marido para vincularse con la sociedad uruguaya. El Ignoraba las actividades de su mujer, sin embargo su obra abunda en pasajes sobre esa situación.
-¿Y quién es ese yoruga?
-Nacido en un país laico, por tradición los nombres de sus pobladores nunca se atuvieron al Santoral y el suyo, Felisberto Hernández (1902-1964), fue singular. Un cuento corto “La Pelota” me conmovió y quiero compartirlo:
«Cuando yo tenía ocho años pasé una larga temporada con mi abuela en una casita pobre. Una tarde le pedí muchas veces una pelota de varios colores que yo veía a cada momento en el almacén. Al principio mi abuela me dijo que no podía comprármela, y que no la cargoseara; después amenazó con pegarme; pero al rato y desde la puerta de la casita – pronto para correr – yo le volví a pedir que me comprara la pelota. Pasaron unos instantes y cuando ella se levantó de la máquina de donde cosía, yo salí corriendo. Sin embargo ella no me persiguió: empezó a revolver un baúl y a sacar trapos. Cuando me di cuenta que quería hacer una pelota de trapo, me vino mucho fastidio. Jamás esa pelota sería como la del almacén.
Mientras ella la forraba y le daba puntadas, me decía que no podía comprar la otra y que no había más remedio que conformarse con ésta. Lo malo era que ella me decía que la de trapo sería más linda; era eso lo que me hacía rabiar. Cuando la estaba terminando, vi cómo ella la redondeaba, tuve un instante de sorpresa y sin querer hice una sonrisa; pero enseguida me volví a encaprichar. Al tirarla contra el patio el trapo blanco del forro se ensució de tierra; yo la sacudía y la pelota perdía la forma: me daba angustia de verla tan fea; aquello no era una pelota; yo tenía la ilusión de la otra y empecé a rabiar de nuevo.
Después de haberle dado las más furiosas patadas me encontré con que la pelota hacía movimientos por su cuenta: tomaba direcciones e iba a lugares que no eran los que yo imaginaba; tenía un poco de voluntad propia y parecía un animalito; le venían caprichos que me hacían pensar que ella tampoco tendría ganas de que yo jugara con ella. A veces se achataba y corría con una dificultad ridícula; de pronto parecía que iba a parar, pero después resolvía dar dos o tres vueltas más. En una de las veces que le pegué con todas mis fuerzas, no tomó dirección ninguna y quedó dando vueltas a una velocidad vertiginosa. Quise que eso se repitiera pero no lo conseguí. Cuando me cansé, se me ocurrió que aquel era un juego muy bobo; casi todo el trabajo lo tenía que hacer yo; pegarle a la pelota era lindo; pero después uno se cansaba de ir a buscarla a cada momento.
Entonces la abandoné en la mitad del patio. Después volví a pensar en la del almacén y a pedirle a mi abuela que me la comprara. Ella volvió a negármela pero me mandó a comprar dulce de membrillo (cuando era día de fiesta o estábamos tristes, comíamos dulce de membrillo). En el momento de cruzar el patio para ir al almacén, vi la pelota tan tranquila que me tentó y quise pegarle una patada bien en el medio y bien fuerte; para conseguirlo tuve que ensayarlo varias veces. Como yo iba al almacén, mi abuela me la quitó y me dijo que me la daría cuando volviera. En el almacén no quise mirar la otra, aunque sentía que ella me miraba a mi con sus colores fuertes. Después que nos comimos el dulce yo empecé de nuevo a desear la pelota que mi abuela me había quitado; pero cuando me la dio y jugué de nuevo me aburrí muy pronto. Entonces decidí ponerla en el portón y cuando pasara uno por la calle tirarle un pelotazo. Esperé sentado encima de ella. No pasó nadie. Al rato me paré para seguir jugando y al mirarla la encontré más ridícula que nunca: había quedado chata como una torta. Al principio me hizo gracia y me la ponía en la cabeza, la tiraba al suelo para sentir el ruido sordo que hacía al caer contra el piso de tierra y por último la hacía correr de costado como si fuera una rueda.
Cuando me volvió el cansancio y la angustia le fui a decir a mi abuela que aquello no era una pelota, que era una torta y que si ella no me compraba la del almacén yo me moriría de tristeza. Ella se empezó a reír y a hacer saltar su gran barriga. Entonces yo puse mi cabeza en su abdomen y sin sacarla de allí me senté en una silla que mi abuela me arrimó. La barriga era como una gran pelota caliente que subía y bajaba con la respiración. Y después yo me fui quedando dormido »
-Realmente don es conmovedor, me acordé de mis sueños jugando en la vereda con la de trapo –que también tenía vida propia– donde un árbol podía ser Perfumo o Dellacha defendiendo, y el poste de luz Labruna o Pontoni tirándome una pared para batir a Carrizo o Musimessi. Por lo demás, me dejó intrigado con eso de la espía…
-Las cosas inanimadas a las que don Felisberto les daba vida, son las mismas que los chicos hacen desde que el mundo es mundo.
En La Nación, “Felisberto Hernández y la Espía Soviética”: Alicia Dujovne Ortiz narra la historia sobre su casamiento con María Luisa Las Heras -alias África- (espía, coronela de la KGB) y las coincidencias con el cuento Las Hortensias, que don Felisberto escribió y le dedicó. La historia es la siguiente:
Horacio vive con su mujer, María Hortensia, a la que llama solamente María para distinguirla de Hortensia, la muñeca de tamaño natural tan parecida a ella que le ha regalado. La manía de Horacio consiste en coleccionar muñecas un poco más altas que las mujeres normales para hacerles representar escenas. Las muñecas parecían seres hipnotizados cumpliendo misiones desconocidas o prestándose a designios malvados. En un diálogo Alex, su valet ruso, le comenta que esa muñeca se parece a una espía soviética… (Ese cuento estuvo durante mucho tiempo fuera de circulación por decisión de sus herederos que lo consideraban pagano, erótico y morboso)
-Don Singulario, medio complicada la historia, el escritor fue usado en una de espías sin su conocimiento, mientras el fantaseaba con situaciones análogas. Me quedo con la cabeza del pibe apoyada en la zapán de la anciana
-Hoy nos dedicamos a recordar al casi ignoto escritor oriental. En esta época tan agitada politicamente, a veces un cachito de nostalgia y fantasías con espías, nietos y abuelas barrigonas enlazadas a pelotas y muñecas, vale la pena.

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