Por José María Rosa
Sarmiento no solamente se sintió chileno y quiso tomar carta de naturalización en Chile; sobre todo se sintió norteamericano y quiso hacernos tomar a todos los argentinos carta de naturalización en los Estados Unidos.Se le despertó una gran admiración por los Estados Unidos durante el breve viaje de tres meses realizado en 1847; que se renovaría con su estada de tres años como ministro diplomático entre 1865 y 1868. No era la admiración comprensible de alguien que quisiera emular a los yanquis; no, era la sumisión de quien consideraba a los hombres de su suelo y de su sangre muy por debajo de ellos y creía que el mejor destino para la Argentina era su incorporación total, o en parte, a los Estados Unidos.
De eso nos ha dejado algunas lamentables muestras en sus cartas y escritos. Por ejemplo:
El 1º de abril de 1868, poco antes de ocupar la presidencia de la República Argentina, formulaba un proyecto para colonizar los territorios nacionales, entonces despoblados. “Formar en el Chaco una colonia norteamericana – escribe en una carta publicada por la Academia Argentina de Letras y reproducida por Manuel Gálvez – puede ser el origen de un territorio y, un día, de un Estado yanqui... pues yo cuidaré que conserve su lengua.”
Por la misma fecha escribe a Mrs. Mann solicitándole que su hijo acepte el cargo de Rector de una Universidad norteamericana, que impartiría la enseñanza en inglés y habría de funcionar en San Juan (ídem); pues tratándose de universidades yanquis, Sarmiento era partidario de la enseñanza libre. O mejor dicho: de la enseñanza estatal y laica, pero norteamericana.
Como presidente propuso que en los conflictos entre la Argentina y los Estados Unidos fuera árbitro ¡ la Suprema Corte norte-americana! Afortunadamente sus ministros no le hicieron caso.
Llenó de maestras yanquis las escuelas normales. Una de ellas, Mary O. Graham de La Plata, ponía obstáculos para desfilar con la bandera Argentina. En fin, tomó la enseñanza normal como manera de “educar al soberano” en beneficio de los americanos del norte sobre los americanos del sur. La confesión más completa y absurda del yanquismo de Sarmiento se encuentra escrita en Conflicto y armonía de las razas en América, libro que consideraba “el Facundo llegado a la madurez”, la obra cumbre de su vida como escritor. Compara la raza latina con la sajona, en detrimento – claro es – de la primera. Para peor nuestros gigantes padres fueron tan estúpidos que en 1806 y 1807, cuando se vinieron los ingleses, no se dejaron conquistar y los vencieron en la Reconquista y la Defensa. Pero los disculpa porque seguro “no conocían las instituciones inglesas ni la idea de libertad”, pues." si no se habrían arrojado a los brazos de Beresford y Whitelocke que les traían “los beneficios de la civilización inglesa, las ventajas del comercio y el seguro, el privilegio de tener asambleas electivas como las colonias inglesas”. Todo eso habría valido más que la menguada independencia iniciada en 1810.
Ya que no fuimos colonia inglesa – sigue Conflicto y armonía, etc.– por la tontería o la ignorancia de nuestros mayores, deberíamos acercar este país absurdo nacido en 1810 a la raza sajona por el lado que tuviéramos más cerca: esto es, por los Estados Unidos. Preparar las cosas por la educación – esto llama “educar al soberano” – para que un día llegue “la ansiada unidad de toda América, bajo la generación sajona.” Y termina el libro con estas encendidas palabras: “No detengamos a los Estados Unidos en su marcha; es lo que en definitiva proponen algunos (los partidarios de un nacionalismo “bárbaro”). Alcancemos a los Estados Unidos. Seamos la América como el mar es el Océano. Seamos los Estados Unidos.”
Comparto la opinión que entre Sarmiento y la Argentina (la Argentina como nación) hay una oposición inconciliable, y no se puede estar con ambos a la vez. Lo malo, lo irremisiblemente malo de Sarmiento no es su militancia política antirrosista, ni su posición religiosa, ni su salvaje y autoritaria acción de gobierno, ni las “falsedades a designio” sembradas en sus libros. Es su profundo, meditado y constante antinacionalismo; su desprecio (más que desprecio: odio) por las cosas argentinas; su extranjerismo, y su triste encono contra el pueblo que quiso exterminar primero (“no ahorre sangre de gauchos”), y darle después una educación deprimente – allí vino la falsificación de la historia – a fin de incapacitarlo para su destino nacional y hacerle seguir el papel de Texas o Puerto Rico.
Pero no estoy de acuerdo con la idea de que Samiento sea un traidor.No traiciona quien sirve honesta y lealmente una causa que entiende buena: Sarmiento creía con toda buena fe en la civilización sajona, en los Estados Unidos, en los beneficios del comercio libre; y descreía de su tierra, de sus hermanos de sangre, de la propia historia. Gran escritor, infatigable luchador, de absoluta sinceridad hasta cuando “miente a, designio”, es algo muy distinto a aquel general que se sentía muy argentino, muy entrerriano, muy federal, muy afín con los suyos, pero que les puso precio y los vendió a Brasil por algunos millones de patacones. Sarmiento no traicionaba al escribir y obrar como lo hizo, porque no amaba a la Argentina, sino a una entidad futura que hablara inglés y formara parte de sus admirados Estados Unidos.
Tuvo grandes condiciones como escritor y político ¡lástima que no estuvieran al servicio de la Argentina, precisamente! Fue tal vez la primera figura intelectual de esa modalidad que llamamos antipatria, propia de los países semicoloniales. Contribuyó de gran manera a la profunda desargentinización de la Argentina que se consiguió en la segunda mitad del siglo pasado.
La mejor manera de combatir las ideas de Sarmiento es difundir los libros de Sarmiento. Escritos para una época cuya mentalidad aristocrática y extranjerizante sobrevive, confesadamente, en muy pocos, la lectura de los libros de Sarmiento constituye hoy un precioso antídoto para contrarrestar el veneno liberal vertido por los libros oficiales de historia. Nos presentan un Sarmiento tan antiargentino, oligárquico, autoritario, de insensibilidad feroz para masacrar
gauchos, extranjerizante sin pudores y hasta con jactancia, que basta tener una fibra de argentinidad para sentirse indignado.
Lo malo es que, fuera de algunos capítulos del Facundo (precisamente aquellos escritos para acusar la “barbarie” nativa) leídos hoy como descripción amena de nuestra realidad criolla, nadie conoce los libros de Sarmiento. Los cincuenta y dos tomos de sus Obras Completas juntan polvo en los sótanos y las ediciones posteriores duermen en los anaqueles de las bibliotecas escolares con las páginas sin abrir. La verdad es que fuera de algunos envenenados revisionistas para criticarlo, nadie arremete con los libros de Sarmiento. Creo que es de Groussac, y para Alberdi, esa frase tan certera: “Los libros de nuestros grandes próceres constituyen el alambrado de púas que cuida sus estatuas ¡guay con cruzarlo!”.
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