lunes, 7 de marzo de 2011

Adolfo Saldías: el Padre del Revisionismo Argentino

Por Julio R. Otaño

Nació en Buenos Aires, el 6 de septiembre de 1849.
Se recibió de abogado en 1875 y realizó su tesis sobre el tema del Matrimonio civil. Comenzó a actuar en política a través del popular Partido Autonomista de Buenos Aires, liderado por Adolfo Alsina, enfrentado a Bartolomé Mitre, junto con Aristóbulo del Valle, Leandro Alem y Bernardo de Irigoyen, entre otras personalidades con las que formará en el futuro la Unión Cívica Radical.
Al subir Roca al poder, se cumplían casi treinta años de la caída de Rosas y hacía tres que el Restaurador había muerto en Southampton. Sólo los que andaban arriba de los cuarenta podían recordar de primera mano su gobierno. En ese treintenio se impuso dentro de la enseñanza un cuadro negativo de dicha etapa histórica, sobre la que todos parecían estar de acuerdo.
La Historia de Domínguez impuso el tono, que sólo se modificó para cargar las tintas en los posteriores libros de López, Es­trada y Pelliza.
En cuanto a Mitre, si bien no escribió espe­cíficamente sobre Rosas, su actitud y su modo de pensar no diferían para nada de aquéllos, a los que apoyaba con su autoridad.
Sería en 1881, y a través de la pluma de un joven de treinta y un años de familia unitaria, que Rosas entraría de lleno en la historiografía bajo una nueva luz, mucho más histórica en estructura.
En ese año Adolfo Saldías publicó el primer tomo de su “Historia de Rosas”, basado en enorme caudal de documentos y en un riguroso método heurístico.
Prácticamente sin an­tecedentes, la autoría de este libro lo consagró, no sólo en su tiempo, sino en la posteridad. Como señala Julio Irazusta: "Aunque dejó muchos escritos y publicó antes de morir una obra de aliento, Adolfo Saldías ha quedado como el hombre de un solo libro: su Historia de Rosas. Y este hecho es tan­to más significativo cuanto que nada, en los antecedentes del autor, permitía esperar esa armonía entre el escritor y su tema de la que surge, por lo general, la obra maestra".
Con la aparición del tercer tomo en 1887, quedó com­pletado el trabajo de Saldías sobre el Restaurador. En las primeras páginas afirmaba: "... estoy habituado a ver cómo se derrumban en mi espíritu las tradiciones fundadas en la palabra autoritaria que, atando el porvenir al presente, echan al cuello de las generaciones un dogal inventado por el demonio del atraso. Pienso que aceptar sin beneficio de in­ventario la herencia política y social de los que nos prece­dieron, es vivir de prestado a la sombra de una quietud que revela impotencia. La prédica de los odios constituye, por otra parte, un verdadero peligro para el porvenir de las ideas, cuyo desenvolvimiento retarda, lanzando en senderos extra­viados a la juventud, en vez de iniciarla en la experiencia saludable de la libertad, o en las lecciones moralizadoras que presentan los propios infortunios políticos". Y termina con estas palabras: "He escrito lo que tengo por verdad a la luz de los documentos, y lo que pienso que es conveniente se sepa para ejemplo y experiencia".
Tan pronto como apareció la obra, Saldías se apresuró a enviarle un ejemplar al venerado maestro, Bartolomé Mitre, del que era irreductible adversario político, pero al que ad­miraba intelectualmente sin retaceos.
Esperaba la palabra crítica pero alentadora que consagrara su largo trabajo.
Lo que recibió fue un baldazo de agua fría, con el balde incluido.
La carta de don Bartolo lleva fecba 5 de octubre de 1887, y comienza con un verdadero elogio: "He pasado parte del día y casi toda la noche leyéndolo", lo cual, teniendo en cuenta las 920 páginas del grueso volumen, es casi un aplauso ce­rrado.
Pero de inmediato venía el descuento: "Es un libro que debo recibir y recibo, como una espada que se ofrece galantemente por la empuñadura; pero es un arma del adver­sario en el campo de la lucha pasada, y aun presente, si bien más noble que el quebrado puñal de la mazorca que simboli­zaría, por cuanto es un producto de la inteligencia".
Y con­testando al prólogo de la obra, le descarga: "Si por tradi­ciones partidistas entiende usted mi fidelidad a los nobles principios porque he combatido toda mi vida, y que creo haber contribuido a hacer triunfar en la medida de mis fa­cultades, debo declararle que conscientemente los guardo, como guardo los nobles odios contra el crimen que me animaron en la lucha".Ya estaba todo dicho.
Como señala Irazusta, la actitud de Mitre "asombra por su voluntad de incomprensión".
En esa carta, rapsodia a la intolerancia, está ausente el historia­dor.
Sólo habla el irreductible político que se niega a bajar las banderas de guerra.
No hay una sola crítica a la heurís­tica, ni una palabra sobre el método, no se rebate un solo punto, no se discute nada, es pura y simplemente un ¡NO! cerrado.
Saldías no intentó polemizar con Mitre, ni disminuyó su respeto hacia el que consideraba maestro indiscutido.
Cuan­do en 1892 reeditó el trabajo, le cambió el nombre, en lo que algunos quieren ver una concesión al ambiente poco propicio a la reivindicación de Rosas; de ese modo el libro pasó a lla­marse “Historia de la Confederación Argentina”.
La actitud de Saldías la explica Irazusta: "No fue por ninguna razón subalterna que don Adolfo prodigó en libros posteriores sus elogios (matizados con discretas reservas) al vencedor de Pavón y organizador de la nación reunifícada; sino por firme convicción. Su silencio ante las censuras del maestro respon­dían al respeto, pero también al hecho de que compartía con Mitre, más que con el caudillo por él historiado, el pensa­miento de fondo sobre la realidad nacional".
Lo cual es perfectamente exacto. Saldías era un liberal neto, cuyas diferencias con Mitre podrían ser de matiz, pero no de fondo.
Por ello, si destaca con vigor la acción política externa de Juan Manuel de Rosas, su defensa de la soberanía y su gallardo enfrentamiento con Francia e Inglaterra; si es el primer historiador que, al decir de Ricardo Rojas, intro­duce la simpatía federal en la historiografía nacional y al mismo tiempo intenta comprender a las masas del Interior y sus caudillos, nada de lo anterior disminuye en un ápice su admiración por Rivadavia y los unitarios, a los que empalma con don Juan Manuel en un mismo plano de elogio y respeto.
En ello Saldías es canónicamente liberal.
Aparte el valor intrínseco de la obra, Saldías alcanzó un notable éxito de público por la agilidad y vigor del estilo li­terario.
Señala Irazusta: "... el arte de la composición, más importante para la gran literatura que el don del estilo, Saldías lo poseía en un grado extraordinario. En él radica el secreto de su éxito, porque es lo que más ayuda a hacerse leer". Pero además Saldías tenía estilo, un estilo que luego perdió en libros posteriores, cuya prosa fría y precisa,, im­personal, hace echar de menos el picante sabor de la Historia de la Confederación”.
Tras la andanada de Mitre había callado La Nación; calló también el Quijote, callaron todos.
El joven promisorio de 1877 era el fracasado de 1887.
Debieran serle un gran consuelo las cartas entusiasmadas de Manuelita escritas con sus trémulas manos de anciana: "Realmente esa obra es ¡colosal! Estamos leyendo el primer tomo, yo en alta voz para que mi pobre Máximo no pierda el hilo, la comprenda bien y no fatigue su cabeza. Las verídicas referencias a los antecedentes y hechos gloriosos de mi finado padre, bien me han conmovido" le escribe desde Londres. O el apoyo efusivo del viejo coronel Prudencio Arnold de Rosario, el aliento de Antonino Reyes desde Montevideo o la simpatía con que Bernardo de Irigoyen le hablaba, en su salón privado (pintado de rojo punzó), del extraordinario valor histórico de su libro, y el más extraordinario coraje de su autor al editarlo.
Nadie comentaba en público el Rosas, pero desaparecía de los anaqueles.
Al año de ponerse a la venta el tercer tomo, ya no quedaba un solo ejemplar. ¿Éxito genuino o maniobra de algunos para hacerlo desaparecer?
Lentamente se iba conociendo la verdad sobre Rosas; Pero el mayor efecto de la Historia de la Confederación se producía fuera del país. Aquí resultaba difícil romper la barrera de intereses que impedía conocer o juzgar al pasado. Saldías tuvo un éxito completo y perdurable. En sus páginas comprendió la verdad el mejicano Carlos Pereyra, que inicia su Rosas y Thiers con esta frase apoyada en el libro de Saldías: "A Rosas no se lo ha historiado ; se lo ha novelado. Y se lo ha novelado en folletín. Otros hombres públicos odiados y maldecidos, han tenido la fortuna de no merecer en tan alto grado la atención preferente de las comadres de ambos sexos, amantes de explicarlo todo por la fístula".
Saldías participó activamente en la Revolución del 90 y fue uno de los primeros en entrar al Parque de Artillería, junto a Leandro Alem, siendo detenido y desterrado a Uruguay.
Uno de los fundadores de la Unión Cívica Radical en 1891, volvió a ser parte de una insurrección armada en la Revolución de 1893, siendo nuevamente detenido, encarcelado en Ushuaia y nuevamente desterrado a Uruguay.
En 1898 fue Ministro de Obras Públicas y en 1902 Vicegobernador de Buenos Aires, junto a Bernardo de Irigoyen.
Falleció en La Paz, Bolivia el 17 de octubre de 1914. Su Obra es Inmortal.

Bibliografía:

Irazusta, Julio “Adolfo Saldías”
Rosa, José María “Historia Argentina”
Scenna, Miguel Angel “Los que escribieron nuestra Historia”

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