POR JORGE SULÉ
Nos referimos a ciertas informaciones asentadas en el libro:
“Juan Manuel de Rosas. La construcción
de un liderazgo político” de Raúl O. Fradkin y Jorge Gelman, autores que se
mueven en la presunción de objetividad e imparcialidad que se atribuyen a la
investigación histórica..,y algo han avanzado.
Señalaremos datos, errores, omisiones contextuales sin los
cuales queda la información incompleta o directamente adulterada,
circunstancias varias que nos suscita la lectura de este libro que, no
obstante, recomendamos.
En las primeras páginas los autores afirman que Rosas
dominaba el francés y el inglés. No es
cierto. Rosas dominaba el castellano bien, el latín mal y el pampa indígena
bien. Durante el bloqueo anglo-francés
iniciado en 1845, y que duró unos años, el 12 de junio de 1847 Rosas recibió al
embajador francés, conde Walewski, quien trajo como traductor a Brossard,
funcionario de la embajada francesa que hablaba el castellano, por lo que
ofició de. intérprete entre Walewski, que no hablaba el castellano; y Rosas,
que no hablaba el francés.
En cuanto al idioma inglés, durante casi tres meses de
trayecto en el buque inglés Conflict que llevó a Rosas al exilio, tanto él como
Manuelita fueron aprendiendo algunas expresiones de ese idioma, gracias a los
buenos oficios de un marino inglés y un diccionario de dicha lengua.
En la página 204 los autores reconocen el “fuerte sustento
legal e institucional” que tuvo Rosas: tuvieron que agregar el sustento popular
que lo acompañó hasta sus últimos días y posteriormente en su ausencia (en las
pulperías rurales o en la evocación de provocadoras guitarras).
En la página 240, en la que se recuerda la campaña al
desierto de 1833, se da por “acuchillado” al cacique Chocorí. Error. El
blandengue Francisco Sosa, que lo persiguió y no lo alcanzó, le llevó a Rosas
la lanza del cacique y su cota de malla (su coraza) compuesta por siete cueros
superpuestos de venados que cubría el torso del cacique. Se entendió entonces que un indio sin su
lanza y desnudo en la Patagonia era hombre muerto. No fue así. Hacia 1841
apareció Chocorí con sus hijos Sayueque y Antiglif y pidió la paz a Rosas,
quien lo aceptó y lo incorporó al “negocio pacífico”.
En la página 243, los autores recuerdan la cantidad de
indios muertos en la campaña al desierto (entre 1400 a más de 3000). Se omite
enumerar las bajas de los soldados de línea, ni a los miles de cautivos
liberados. Al parecer para los autores
un cristiano muerto no es igual a un indio muerto. Asoma acá la trampa
dialéctica. Si matan los cristianos (españoles, criollos, blancos) a algún
indio, o a muchos, será siempre un genocidio. Si en las pirámides truncadas de
México se le arrebata el corazón a los indios prisioneros de guerra, o algunos
blancos (cristianos) derrotados en algún entrevero, en homenaje a algún dios,
es explicado ese sacrificio como un sublime arrebato teológico.
Si miles de indios murieron esclavizados en las tribus,
trabajando durante años en la construcción de monumentos faraónicos para
depositar el cadáver de un rey , que era justamente quien los había exterminado
hasta la muerte, los simpatizantes indigenistas hablarán de las maravillas de
los testimonios arquitectónicos de los nativos. Ahora bien, si hubo indios que
murieron trabajando en el sistema de mita, se dirá simplemente que el Estado
español los oprimía cruelmente. De tal
modo, se llega a la conclusión que el mundo cristiano es mendaz y antihumano, y
la indianidad generosa y buena por naturaleza y arquitectónicamente bella.
Después de esta disgresión que no les viene mal a
repetidores y gacetilleros, también se hace necesario explicar el porqué de
algunas órdenes de violencia que fueron dictadas por Rosas a algunos de sus
subordinados en la Campaña del Desierto.
No todos los indios eran iguales. Los había dispuestos a tratar y otros
no. Rosas, cuando organizó la expedición, siempre tuvo en su cabeza el punto
neurálgico al que tenía que llegar y desbaratar. Ese lugar era Choele Choele,
de excelente pastoreo en el Río Negro, lugar de concentración de la hacienda
robada en estancias de Córdoba, San Luis y Buenos Aires, por indios ranqueles y
vorogas, para luego ser trasladados para su venta a los hacendados chilenos.
Ese lugar, dominado por Chocorí, sus indios; soldados y suboficiales desertores
que pagaban con alcohol, y chucherías a sus socios ranqueles y vorogas y con
mujeres para servicio y serrallo de los suyos. .
Rosas tenía en su punto de mira fundamental ese lugar de
comercialización y traslado. Sus órdenes de eliminación o de exterminio fueron
para estos huiilinches pehuenches (Chocorí y su gente), No así para otros, por
ejemplo, para los tehuelches, con los cuales suscribió tratados de paz,
sugiriéndoles que defendieran y comercializan con Carmen de Patagones y así lo
hicieron.
En la página_307, se repite otro disparate: “Rosas en los
altares de las Iglesias”. El inventor de la especie "'fue Rivera Indarte
en “Rosas y sus opositores” sin mayor examen lo repitió Florencio Varela en el
“Comercio del Plata”, estando exiliado, y lo reiteró ingenuamente Félix Frías
en “La gloria del tirano Rosas”.
De allí lo tomaron todos los historiadores, novelistas,
ensayistas y gacetilleros actuales. Esta repetición, que va desde los
nombrados, pasando por Grosso hasta Levene, se convirtió en una tradición de
errores, originada en un disparate de uno de los opositores. A ninguno se le
ocurrió consultar las hemerotecas de la Biblioteca Nacional para estudiar las
ceremonias religiosas de la época de Rosas. En la gaceta mercantil en 1839 se
describe cómo el retrato de Rosas era “colocado en el pabellón que le estaba
preparado en el prebisterio (en la catedral)”. En otros periódicos se describe el espacio que
estaba preparado en el prebisterio (La Merced); en otro “dos centinelas hacían
de guarida de honor en el prebisterio (Balvanera)”. En ninguna parte se dice
que el retrato fuera colocado en el altar. Dicho lugar (el prebisterio) es el
espacio más cercano al altar, su utilización no es una profanación. En la
actualidad es el lugar que se reserva para el Presidente de la República y
eventualmente su esposa. Para notificación de los gacetillerros repetidores: el
rito venia de los tiempos españoles. Era costumbre llevar las efigies de los
reyes hasta las iglesias y ser recibidas allí por los prelados y cleros, bajo
palio, para conducirlos al prebisterio. Se ve entonces que los autores de turno
no han ido a la hemeroteca, algunos sólo han repetido una tradición de errores.
En la página 310 se deslizan varios errores que por no
investigar, repiten afirmaciones de María Sáenz Quesada, que incurre en
inexactitudes que los autores repiten.
Nos referimos a la amante que tuvo Rosas después que fallece
en 1838 su esposa Encarnación que precisó atención por su dolencia terminal
(cáncer) especialmente en sus dos últimos años 1837 y 1838 en el que falleció
el 20 de octubre. Cuando Eugenia se
incorpora (como una especie de empleada doméstica) ya venía embarazada. Tuvo a
su primera hija hija Mercedes ese año 1838 y que llevo el apellido Costa porque
fue engendrada por Sotero Costa Arguibel, un sobrino de Encarnación. Para sostener que Eugenia tiene amores con
Rosas desde los trece años, María Sáenz Quesada afana en su libro “Mujeres de
Rosas”, citado abundantemente por los autores, que Eugenia nace entre
1823-1825, La autora desconoce el Censo de 1855 y 1869, en donde están
asentados los datos de toda la familia de Eugenia Castro, que dicen que su año
de nacimiento fue 1820, habiendo tenido su primera hija a los 18 años,
Mercedes, por un Arguibél. Los autores del libro que comentamos, repetidores de
una autora que tampoco investigó el tema, incurren en las mismas aseveraciones
incorrectas de su fuente. Así nacen o se
perpetúan las tradiciones de errores todos llevados por sus detestos o
prejuicios (¿la objetividad?). A Dios
gracias queda en los documentos que los autores desconocen.
En la página 322 los autores cometen otro error sustancial
al afirmar que Rosas impide el flujo á metálico al interior. No leyeron el decreto de Rosas que prohíbe el
flujo de metálico y la exportación de metálico “tan solo por agua”. Quien mira
el mapa de la Argentina, se dará cuenta que el decreto está dirigido a las
provincias del litoral, y parcialmente Santa Fé, pero dejaría libre de esa
traba al resto. Allí comienzan los
enojos de Urquiza. Los historiadores cuando se refieren a esas prohibiciones se
comen el final del decreto “tan solo por agua” y hacen recaer las prohibiciones
sobre el resto del interior.
Ya sea por ignorancia o deshonestidad intelectual omiten la
parte del decreto que dice “POR AGUA” y así alimentan la animosidad hacia
Buenos Aires para hablar de su inveterado centralismo. De paso ocultan que acá
se esconde uno de los enojos de Urquiza que lo llevará a Caseros.
En la página 318 haciendo alarde de imparcialidad y
objetividad reconocen que Rosas hacía votar a toda la población incluyendo a
todos los soldados: omiten decir que también los hacía votar a los indios “de
sargento para arriba”. No seguimos adelante con la enumeración de otros
errores, omisiones o verdades a medias que nos hacen creer que los grandes
autores revisionistas mencionados en la extensa bibliografía citada no han sido
prolijamente leídos. Apenas ha habido
una mirada superficial y deficiente. Pero nos advierte que los nuevos cultores del
revisionismo contemporáneo están totalmente ignorados, repitiéndose los libros
de las comentes historiográficas afines a los autores que los inhabilita a la
tan aclamada ecuanimidad que pretenden esgrimir.
Por lo menos ya no hablan de la
“tiranía sangrienta”, es un paso adelante.
Han reemplazado lo de la “tiranía sangrienta” por un
“bendigo a tutti” que desde el pulpito neutral, como decía Jauretche a Félix
Luna, intentan distribuir justicia mitad por mitad, eclécticamente.
¿Podrán hacerlo? ¿mandarlos a todos al Paraíso? Rosas se
encontrará con Urquiza y le preguntará, “¿se recuerda en las escuelas que yo
derroté a Francia e Inglaterra y que Ud se unió con Brasil para combatir su
propia patria?”. Urquiza quizás le responda, “no había otra alternativa para
escribir el “cuadernillo de 1853”. También se encontrarían Mitre y El Chacho y
Mitre lo abrazaría con las dos manos al Chacho, pero este solamente lo
abrazaría con una mano porque con la otra se estaría sosteniendo la cabeza que
le cortaron en Olta. No está mal perseguir la ecuanimidad. ¿Podrá lograste? ¡Pero investiguen muchachos, investiguen!