Por Julio R. Otaño
Facundo había sido muerto por una partida de las milicias de Tulumba mandada por el capitán Santas Pérez. Éste fue llamado a Córdoba por el coronel Francisco y José Antonio Reínafé para reiterarle la orden de matar a Quiroga. Le dieron dinero para decidirlo. Éste llamó a la gente (treinta y dos hombres: 28 soldados y 4 oficiales) para ejecutar lo que se le había ordenado. Estaba instruido de simular un asalto a la diligencia por ladrones: de allí el innecesario saqueo y la masacre de los acompañantes. Al saber en Córdoba la muerte de Quiroga, el gobernador, José Vicente, delegó el mando y partió a la Villa del Rosario. “Esperemos el bostezo de los pueblos sobre el acontecimiento del finado general Quiroga, el que creo que quede en papeles”. Las comunicaciones decían que Quiroga había- sido atacado y muerto por bandoleros. Pero el correo de Quiroga, Agustín Marín, que había galopado con retraso detrás de la galera y visto lo ocurrido, denunciaba lo realmente ocurrido al juez de paz de Sinsacate. Guillermo Reinafé tuvo el cinismo de encomendar la investigación y persecución al mismo Santos Pérez, que lo hace con la partida asesina. Acusan a milicianos santiagueños; Ibarra indignado escribe “antes de la salida-del finado general se supo que en la de Córdoba lo esperaban para matarlo, estando la ejecución encargada al llamado Santos Pérez .. ”, y agrega que “trabajará hasta descubrir a los verdaderos culpables y arrastrarlos a un tribunal nacional cuyo fallo, no será impotente”. Para cubrir las formas, y ante la denuncia de Ibarra, se ordena un rápido juicio a Santos Pérez “acusado injustamente por el Excmo. señor gobernador de Santiago del Estero”. Se lo absuelve de culpa y cargo declarándolo “benemérito de la patria en grado heroico”. La impresión era que se echaba tierra y todo quedaría en el olvido. Juan Manuel de Rosas con la suma de poderes, toma en sus enérgicas manos el esclarecimiento del crimen. Se precipitan las cosas. El fraile Aldao, comandante de armas de Mendoza, informa a Rosas una propuesta de Francisco Reinafé para una alianza de Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, el Estado Oriental y los descontentos de Buenos Aires”, que desencadenaría la guerra civil si “Buenos Aires movía fuerzas contra Córdoba”. – Rosas ''la hace saber a López, al tiempo de preguntarle si" es “de mi propia opinión respecto a que los unitarios -son los autores y los Reinafé los ejecutores” de la muerte de Quiroga. López guarda silencio, y Rosas lo conmina el 23 de junio que ha de anunciar públicamente “hallamos usted y yo conformes en que los unitarios son los autores y los Reinafé; los ejecutores de: la muerte de Quiroga”. Si López estuvo complicado en la muerte de Quiroga, fue un secreto que Rosas no quiso ni dejó revelar. O creyó en la inocencia de López, o simuló: creerla ofreciéndole la impunidad si abandonaba a los Reinafé. Otra cosa hubiera significado una guerra civil contra la mitad de la Confederación (Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y Comentes), donde López era fuerte, y desde luego contra los unitarios y lomonegros. Este proceder, si era López partícipe de la muerte de Quiroga, no sería de estricta justicia pero otra cosa no se podía hacer. No procedió contra López y Cullen, pero los separó de sus aliados de Montevideo, que desconfiarán de ellos en adelante. Rosas conminó al “gobierno de Córdoba” a entregar antes de los treinta días a los cuatro hermanos Reinafé, para ser juzgados ‘por el tribunal que designen las provincias confederadas”. Pasan los treinta días, y como nada se hace, cierra las fronteras con Córdoba y obliga a las demás provincias, incluso Santa Fe, a tomar igual medida." Él “cierre, de las fronteras” exteriorizaba la ruptura con el gobierno de una provincia confederada, previa a la guerra que todas debían. llevarle: no habría correos, ni se permitiría el cruce de pasajeros, no reconocerían los actos y documentos de su gobierno. La legislatura de Córdóba elige gobernador provisorio a Pedro Nolasco Rodríguez (hijo dé Victoriano Rodríguez, fusilado junto a Liniers en Cabeza del Tigre.), de antecedentes unitarios y suegro de José Antonio Reinafé. Santiago Derqui, ligado con los Reinafé y presidente de la nueva legislatura cordobesa, informa a Buenos Aires la deposición de José Vicente y haberse nombrado conjueces “para Juzgar a los cuatro hermanos acusados. Rodríguez ordena su captura; pero Francisco escapa a Montevideo, José Antonio a Bolivia y Guillermo se esconde en -la sierra. Santos Pérez, será incitado a huir. El único detenido es José Vicente, que cuenta con la coartada de haber delegado, el gobierno, el día posterior a la muerte de Quiroga. Rosas monta en cólera. Pide que las cosas se lleven seriamente, quejándose a López que el nuevo gobierno cordobés “está lleno de unitarios”. Rodríguez mete presos a los componentes de, la partida secuestrándoles la ropa de los asesinados que se habían repartido. Encuentra a Guillermo cerca de Barranca Yaco, en un refugio silvestre de troncos y ramas; -que, abatido, confiesa él crimen ordenado por su hermano Francisco. Días después se entrega Santos Pérez: no se tiene por culpable porque ha matado a Quiroga en misión y orden oficial. José Antonio ha escapado por a Bolivia y Alejandro Heredia (puntal de Rosas) sin preocuparle trámites procesales, ni invasión de territorio extranjero, lo saca con una partida tucumana entregándolo al gobierno-de Córdoba. Francisco ha sido recibido en Montevideo por los unitarios como un exilado político. Rosas, con la anuencia de López, pide al congreso provincial que elija gobernador al comandante de Pampayasta Manuel López. Manuel López (alias Quebracho) es caudillo rural de Pampayasta. Se lo tiene por amigo de Estanislao López. Rosas lo sabe un federal íntegro, no ligado con los Reinafé. Como el nombre de Quebracho ha salido de Santa Fe, se reserva indicar al ministro y señala al Dr. Calixto María González, hombre, —según sus palabras a Santa Fe— de “fidelidad, de firmeza y de aversión a nuestros enemigos”. Rodríguez y Santiago Derqui buscan rechazar la candidatura de Quebracho. No resulta porque los hombres fuertes del interior —Ibarra en Santiago, Heredia en Tucumán, Aldao en Mendoza— ya giran en la órbita de Rosas. Este ordena a Quebracho adelantar sus milicias desdé Río Tercero y asumir el mando desbaratando a todos. A Buenos Aires han ido presos los tres Reinafé habidos, Aguirre, Santos Pérez y la gente de la partida ejecutora. Por resolución de las provincias, Rosas debe juzgarlos. Delega el sumario y la sentencia en Manuel Vicente Maza, reservándose “revisarla". Pérez confiesa la autoría de “la ejecución” ordenada por Francisco, José Antonio y Guillermo Reinafé que le garantizaron era “cosa convenida con los señores López y Rosas”. Guillermo niega y asegura que “son cosas de Francisco”; lo mismo dicen José Vicente y José Antonio. Pero los tres aceptan que supieron el crimen y nada hicieron por evitarlo. Se da al juicio las apariencias legales: los 'procesados nombran sus defensores. Uno de ellos, Marcelo Gamboa, presenta un largo escrito: no hace una defensa de fondo sino una requisitoria contra la falta de constitución escrita. Los Reinafé, a su entender, no podían ser juzgados por una delegación de los gobernadores provinciales en el de Buenos Aires: sería necesario una constitución escrita y las leyes que creasen el fuero federal. Impugna como juez a Rosas que ha prejuzgado la culpabilidad de sus defendidos en las comunicaciones cursadas a las provincias. Pide al mismo Rosas que le conceda autorización para publicar la defensa,
Rosas se molesta con duro lenguaje: “Sólo un atrevido, insolente, picaro, impío, legista y unitario” ha podido presentarle, bajo la apariencia de ejercer el derecho de defensa, un pedido de' publicar un escrito de propaganda política”. Lo condenaba a “no cargar la divisa federal, ni ponerse, ni usar en público los colores federales”. Si no cumpliese, sería “paseado por las calles de Buenos Aires en un burro celeste”. Maza se pronuncia aconsejando el fusilamiento de Santos Pérez y los cuatro oficiales de la partida por autores materiales, de Guillermo y Francisco (ausente) por ordenar el crimen y de José Vicente y José Antonio (éste acaba de morir en la prisión) por cómplices; también debería fusilarse a 17 de los 28 soldados de la partida eligiéndolos por sorteo. A distintas penas, a los, demás y considera exentos el ex gobernador Rodríguez. y José Roque Funes. Pasa la sentencia a Rosas que pide dictamen al asesor de Estado, doctor Lahitte, quien solicita su confirmación. Rosas lo hace el 27 de mayo. Los defensores (entre ellos Gamboa, a quien se ha levantado la inhibición) piden que se conmuten las penas. Rosas solicita 'informes a Maza y Lahitte, que se pronuncian por el cumplimiento de la sentencia, pero aconsejan. que el gobernador rebaje los soldados sorteados. En la sentencia definitiva, del 9 de octubre, se reducen éstos a tres. El juicio duró dos años; fueron condenados a muerte y sus bienes confiscados. José Antonio murió en la cárcel, pero Pérez y los dos hermanos restantes sufrieron la sentencia el 25 de octubre de 1837. El último hermano, Francisco, murió en 1840, luchando contra el hermano y sucesor de Estanislao López, Juan Pablo López, en el mismo combate en que también murió el antecesor de don Estanislao, Mariano Vera.
Andrienne Macaire, Ejecución de Vicente y Guillermo Reynafé y de Santos Pérez, 1837, litografía, 46 x 41 cm, Museo Histórico Nacional, Buenos Aires. Escasos días antes, precisamente el día 25 de octubre, Vicente y Guillermo Reynafé, junto con Santos Pérez habían sido colgados en la Plaza de la Victoria. La litografía de Macaire es posiblemente la imagen más compleja que nos ha llegado de su vasta producción. En la semiesfera ubicada en la parte superior del eje central se desarrolla el fusilamiento de los acusados. Es una escena cargada de tensión, dinamizada por el ritmo de las figuras de los soldados y sus armas. Los cuerpos de los acusados se presentan vendados y sumisos frente a los arcos del Cabildo. El otro espacio, el principal, es el verdadero núcleo de la imagen, dividido de la viñeta del fusilamiento por una cadena que remite de modo claro a la condena y el castigo. Es un espacio heterogéneo, con escalas divergentes, donde se desarrolla el desenlace de la primera acción: la sentencia indicaba que debían " suspenderse sus cadáveres por seis horas, en la misma plaza " (La Gaceta Mercantil, 1837).
Bibliografía
Busaniche José Luis "Historia Argentina"
Crónica Argentina, dirigida por A. J. Pérez Amuchástegui
Gálvez Manuel "El General Quiroga"
Levene Ricardo "Historia Argentina"
Palacio Ernesto "Historia Argentina"
Revista Todo es Historia Nro 3 Proceso a los asesinos de Quiroga
Rosa José María "Historia Argentina" tomo 4
Sierra Vicente "Historia Argentina"
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