Año 1842. A bordo del bergantín General Belgrano, buque insignia de la escuadra de la Confederación, se hacen grandes preparativos. No se trata felizmente de aprestos bélicos sino de un acontecimiento social: la señorita hija del gobernador ha anunciado su visita a los barcos de la flota el dia 11 de mayo Si el tiempo lo permite. Al anuncio, hecho días atrás, se agregaron bultos de ropa para renovar los gastados equipos de los marineros y doscientas llamantes banderas destinadas al adorno de los navios. La noticia causó muchos sinsabores a los responsables de la recepción. ¿Vendría Rosas?, ¿qué viento soplará? ¿qué lugar será más tranquilo para embarcar a señoras poco acostumbradas a la navegación? por fin se decidió que el traslado se realizaría en tres balleneras comandadas por el ayudante Alsogaray —que obsequió un cajón del mejor champagne para la fiesta— y por un marino muy galante y experto en acompañar damas. Al venerable almirante Brown correspondía hacer los honores de la flota.
Una brillante comitiva seguía a Manuela Rosas cuando ésta subió la escala de honor del buque insignia, engalanado con todos sus empavesados y gallardetes: estaba su prima Corina, sus amigas Arana. Beláustegui, Madero y Frank, sus tíos, el general Mansilla y Prudencio Rosas, la lnfaltable tía Agustina que no perdía ninguna diversión, el gobernador de Salta y varios personajes más. Apenas llegada a bordo, la Joven besó y abrazó al anciano almirante diciéndole:
“Antes que todo deseo conocer el camarote en que mi segundo padre reposa las fatigas de la guerra”.
Brown le contestó conmovido:
“Señorita —admito con placer su alusión.— Estas aguas devoraron a mi pobre Elisa no terminada aún la campaña del Brasil y contemplaré en la persona de Ud. el espíritu de la hija perdida, cual si ella me visitara hoy” “La amable curiosa, dice El Nacional, que era la estatua animada de la ternura, bajó la vista visiblemente emocionada”. Un pequeño incidente estuvo a punto de aguar la reunión: al recorrer la comitiva la cámara del almirante, el general Mansilla vio una cómoda butaca y aprovechó para repantigarse en ella, sin saber que era el asiento favorito del dueño de casa. Este, con las manías propias de su edad, prohibía que nadie se sentara allí y precipitándose sobre el inocente Mansilla lo tomó del brazo exclamando: “En esta silla no se sienta nadie sino yo, yo, yo..
Manuela, perspicazmente, comprendió el cariz que podía tomar el entredicho e interponiéndose abrazó a Brown diciendo:
“Hace bien mi viejo en no permitir que se invadan sus dominios”.
Se almorzó bajo un toldo dispuesto en la cubierta y el buen humor fue general. Los larguísimos brindis resultaron una ocasión más de beber a la salud de todos. Manuela lo hizo por su padre y por el que consideraba su segundo padre, el almirante. Algunos fanáticos federales enturbiaron la simpática sobremesa y nuevamente Brown se enojó; el famoso mazorquero Juan Pablo Alegre brindó “Por la importante vida de nuestro Restaurador de las Leyes y porque la sangre inmunda de los salvajes asquerosos unitarios corra como las aguas de nuestros ríos”.
Indignado, el almirante derramó su copa sobre el mantel: “Yo no quiero sangre a bordo, señor mayor, aquí estamos en una fiesta y no en un combate para recordar lo que sólo es de aquellos casos”.
Al despedirse, Manuelita solicitó permiso para arengar a los tripulantes del Belgrano y lo hizo demostrando gran aplomo en una joven de su edad. Con voz sonora y elocuente manifestó que hablaba en su calidad de hija del gobernador de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina. La breve arenga fue aclamada entusiastamente y veintiún cañonazos saludaron a los visitantes. Sólo fue de lamentar que la concurrencia, extraordinariamente alegre, se sintiera imposibilitada de continuar inspeccionando los demás barcos. Se había tomado demasiado. Hasta el anciano general, que era bastante mal bebedor, pese a su sangre irlandesa, confesó que a la tercera copa le flaquearon las piernas. El champagne de Alsogaray rindió pues sus frutos en esta agradable jornada marinera.
(Revista Historia W 30).
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