Por el Prof. Jbismarck
Era hijo de Nicolás Antonio de Acha y de Juana Ventura Salomón y Ramírez. En 1818 era alférez del Regimiento de Dragones de la Patria. Participó en los combates de Cepeda y Arroyo del Medio contra los caudillos federales, y cayó prisionero en la batalla de Gamonal (1820). Era sargento mayor en 1828, cuando el gobernador Manuel Dorrego se refugió en el fuerte de Salto, después de la derrota de Navarro. Acha y su jefe, el coronel Bernardino Escribano, tomaron presos a su superior, el coronel Ángel Pacheco y también a Dorrego, a quien envió al campamento de Juan Lavalle. Aunque no tuvo participación en su fusilamiento, seguramente sabía de antemano que sería fusilado. Lavalle lo ascendió a coronel de caballería por este "mérito". Tras la derrota unitaria en Buenos Aires, se dirigió a Córdoba para unirse a las fuerzas de José María Paz, comandante militar de la Liga del Interior. Participó en las batallas de La Tablada y Oncativo. Tras la captura del general Paz, se retiró con Lamadrid hacia el norte, donde después de derrotar a los hermanos Reynafé, combatió en las derrotas de Capayán y La Ciudadela. Finalmente emigró a Bolivia.
Había regresado y se hallaba en Tucumán, en 1840, al formarse la Coalición del Norte contra Juan Manuel de Rosas, a la que se adhirió, incorporándose a las fuerzas del gobernador salteño Manuel Solá. Éste le confió la organización y adiestramiento de los contingentes que se formaban en su provincia, donde no había oficiales capaces, al menos en el bando unitario. Atacó al caudillo Juan Felipe Ibarra en Santiago del Estero, pero éste lo venció con su táctica favorita de "tierra arrasada". Tras unirse a las fuerzas de Lavalle y Lamadrid, éstos lo mandaron a invadir por segunda vez Santiago del Estero. Pero le fue peor aún, porque desertó la mayor parte de sus fuerzas. Con lo que le quedaba pasó a La Rioja, donde fue derrotado en Machigasta (1841) por José Félix Aldao. Catamarca y La Rioja cayeron en manos de los caudillos federales, y Acha huyó a Tucumán. Allí se unió al ejército del general Lamadrid en la marcha hacia Cuyo, como jefe de su vanguardia. Derrotó a las fuerzas de Nazario Benavidez primero y a las de José Félix Aldao después en Angaco — a las puertas de la ciudad de San Juan — el 16 de agosto de 1841, en la batalla más sangrienta de las guerras civiles argentinas. Pero enseguida malogró el éxito, olvidándose de las fuerzas que aún tenía el gobernador Benavidez, que lo atacó poco después en la llamada Batalla de La Chacarilla. No tuvo Acha más remedio, previo un consejo de guerra con el mayor Agüero, capitán Viera y teniente Martínez, que reconcentrar sus fuerzas en las torres de la Catedral de San Juan.
Por fin, el mayor Gallardo, a la cabeza de 24 infantes, y el teniente Moreno, con 40 Jinetes, penetran en la plaza y se apoderan de los cañones unitarios, que Acha no tuvo tiempo de clavar. Benavidez le hace intimar rendición por medio del coronel Ramírez, pero ante la contestación soberbia del jefe unitario, hizo enfilar los cañones contra la iglesia y principió a derribar la torre. Habría sido entonces insensatez el no rendirse. Acha levantó la bandera de parlamento; pero al oficial que le pedía su espada, dijo : “Vuelva Vd. donde está su superior y dígale de mi parte que si Mariano Acha ha sido vencido, en la derrota no ha perdido ni su rango ni su dignidad, y que su espada no será entregada sino a su igual”. La capitulación fué, pues, hecha vino Benavidez en persona, subió a la torre, donde se hallaba Acha, recibió su espada, lo tomó del brazo y lo condujo a su propia casa. Este quedó preso en la propia casa del vencedor. Junto con el general Acha cayeron prisioneros el coronel Crisóstomo Alvarez — postrado en cama, — los comandantes Ciríaco Lamadrid, el hijo mimado del caudillo militar, y Rufino Ortega. Tal fué la acción de San Juan, perdida por Acha, debido a su incalificable falta de disciplina y a los celos personales con Lamadrid. Oribe llamaba .socarronamente a Lamadrid “general de vidalitas”; era, por lo menos,, Un “libertador” algo singular, pues, cómo los condottieri de los tiempos medios italianos, parecía preferir se perdiera la causa que representaba, cuando la casualidad no le deparaba el papel prominente.
El vencedor de San Juan era un hombre generoso. Hasta sus mismos enemigos lo han reconocido su carácter era bondadoso, dúctil. Durante su larga dominación en San Juan, “la provincia no fue ensangrentada, y sirvió de refugio en muchos casos; había paz y tranquilidad” Los recuerdos que se conservan de Benavides son tan gratos, que contrastan con las épocas “civilizadas” posteriores, como la de Sarmiento.
Nada tiene de extraño que concediera a los rendidos la capitulación con garantía de la vida y que mereciera estas palabras en una comunicación oficial del mismo Lamadrid: “El general Acha, el capitán Ciríaco Lamadrid, que fue el último en deponer su espada, y algunos otros oficiales, existen hoy prisioneros en poder del señor Benavidez; este general los trata hasta hoy con una generosidad no acostumbrada”. Por otra parte, no hay que olvidar que Benavidez no era más que un jefe divisionario del “ejército de Cuyo”, que mandaba en jefe el general Aldao, por eso su primer medida fue, remitir los prisioneros importantes directamente a Aldao. ¿Podía acaso ignorar que Aldao, despechado por su reciente y vergonzosa derrota, irritado con la conducta demasiado autónoma de su subalterno, dejaría de aprovechar la oportunidad de vengarse de su vencedor y, a la vez, desautorizar a su segundo, desconociendo la capitulación y disponiendo de los prisioneros como rendidos a discreción? Era difícil que Benavides pudiese abrigar esa duda: tan es así, que remitió a Aldao sólo parte de sus prisioneros (Acha y otros), prefirió dejar en San Juan los que más estimaba (Crisóstomo Alvarez, Vieira y otros) y conservó consigo algunos que deseaba salvar (Ciríaco Lamadrid y otros).
Benavidez remitió, pues, la plana mayor rendida, pero con una escolta reducida, mandada por el comandante Fonfrías, a fin de que la entregase a Aldao, como general en jefe del ejército de Cuyo, del cual él no era sino segundo. El general Lamadrid entró a San Juan el día 24; encontró allí la familia de Benavidez y la tomó prisionera de guerra, en calidad de rehenes, haciendo que la señora escribiera una carta a su marido, para que entregara a Acha y el hijo de Lamadrid. en cambio de su familia. Pero Benavides contestó que “no canjeaba prisioneros de guerra por mujeres y niños inocentes”. Lamadrid demoró aun tres días en San Juan, para mandar al comandante Peñaloza, con la mira de rescatar los prisioneros, que llevaban una marcha anticipada de dos días. Pero Lamadrid, tranquilo respecto de la suerte de su hijo Ciriaco, que quedó con Benavidez, pareció no preocuparse mayormente de Acha y sus acompañantes ... Se llega aquí al nexo del problema histórico estudiado.
El día 15 de septiembre de 1841 cerca de la localidad puntana de Posta de Cabra el teniente Marín, por órdenes de José Félix Aldao, hizo poner de rodillas al general Acha y le disparó por la espalda, castigo destinado a los traidores ya que le imputaban tal calidad por haber entregado al gobernador Manuel Dorrego a Juan Lavalle quien lo ejecutó en 1828. Ya muerto Acha le cortaron la cabeza y la colocaron en la punta de una pica, exponiéndola. Nazario Benavídez afianzó su prestigio militar y su poder político en todo Cuyo transformándose en el hombre más respetado y temido de la década que comenzaba. Al día siguiente, 16, Pacheco comunicaba el hecho a Rosas, desde su campamento del Desaguadero. Y desde entonces los unitarios le atribuyeron el hecho….Indudablemente, Rosas no podía mirar con ojos simpáticos a Acha, causante inmediato de la tragedia de Navarro, trece años antes, cuando, siendo oficial del cuerpo que escoltaba a Dorrego, sublevó A los soldados, traicionó a sus jefes y entregó maniatado al mártir, para que se cometiera el funesto error de sacrificarlo. De ahí habían nacido las guerras civiles que ensangrentaban a la confederación, y era natural que al gobierno no le pareciera un prisionero común el amotinado de 1828.
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