En
su retirada de la batalla de Caseros, Rosas fue herido en la mano
derecha por una bala de fusil, aunque levemente, cuando abandonaba el
campo de batalla, apenas pasada la una de la tarde. Le quedaban fuerzas
bravas y leales, pero dado el desastre de la mayoría de las tropas que
comandaba y el caos que el enemigo había producido entre sus filas en
cuanto comenzaron las hostilidades, al mediodía la dio por perdida y
enfiló hacia Buenos Aires cruzando las líneas enemigas con la división
de gauchos veteranos que días antes habían desertado del ejército de
Urquiza, matando al coronel Aquino. En cuanto pudo, lo que
equivale a decir en cuanto quiso, se los sacó de encima y siguió
acompañado solamente por su asistente de confianza Lorenzo López.
Desde las cercanías de su campamento
de Santos Lugares, al noroeste de la ciudad, tomó la dirección sureste,
y una vez que cruzó cañadas, riachos y mucho campo tendido, llegó según
Saldías al almacén de Montero, en plena campaña, cerca del Paso de
Burgos sobre el Riachuelo, un poco más arriba de donde hoy queda el
puente Uriburu. Entró así a los arrabales del sur de la ciudad, y tiene
que haberse acercado a la desembocadura del río costeándolo por la que
era zona de saladeros, de una y otra ribera, hasta encontrar la calle
Sola, actual Vieytes, que terminaba en un puente de madera que unía
Barracas al Norte con Barracas al Sur, comúnmente llamado Puente de
Barracas, reemplazado luego en su estructura y en el nombre por el que
hoy se llama Victorino de la Plaza. Lo conocía bien porque por allí se
salía de la ciudad hacia la quinta de Piñeiro, donde el 24 de agosto de
1829 había firmado con el general Juan Lavalle el Pacto de Barracas, por
el que se nombró Gobernador Provisional de la provincia de Buenos Aires
al general don Juan José Viamonte, primer paso o maniobra política que
efectuó el futuro dictador en su camino al poder supremo.
Allí tomó la calle Sola hacia el N para dirigirse al pleno centro de la ciudad. En el plano de Adolfo Sourdeaux, que no tiene año de realización pero se calcula casi con certeza que fue dibujado por 1850, figura esa calle, o más bien camino, “con una población de apenas una docena de ranchitos”. Galopó por Sola más o menos 1,5 km hasta encontrarse con los “Mataderos del Sud”, diseñados en el plano hasta con sus corrales “de palo a pique”. Estaban ubicados exactamente en el triángulo verde que el Jardín Botánico del Sur y la Plaza España ocupan hoy en el encuentro de las calles Amancio Alcorta y Caseros. Para llegar, pasó por el costado de “La Convalecencia”, un lugar cuyo nombre lo dice todo y sigue destinado a los servicios sanitarios puesto que es el enorme predio ocupado hoy por el Instituto Borda y el Hospital Braulio Moyano, o, para mayor claridad, el frenopático de hombres y el frenopático de mujeres. Tiene que haberse dirigido hacia el O por la calle Caseros para hacer 500 m hasta la actual Solís, y otros 500 m por ésta última hasta desembocar en el Hueco de los Sauces, hoy Plaza Garay; o, de otra manera, haber tomado Salta hasta Garay, y por allí hacia el O para llegar al Hueco, donde encontró cobijo bajo unos frondosos árboles.
Con la aparición de la sombra se explica el desvío, aunque pequeño, realizado en su búsqueda, puesto que no debemos olvidar que eran alrededor de las cuatro de la tarde de un 3 de febrero, pleno verano fuerte en Buenos Aires, y venía galopando desde la una un hombre corpulento respetablemente entrado en kilos, alejado del ejercicio físico desde hacía rato, que el siguiente 30 de marzo cumpliría cincuenta y nueve años y traía el sabor amargo de la derrota en su caballo preferido, cuyo nombre parecía esa tarde un sarcasmo, “Victoria”, regalo de la reina británica de igual nombre. ¿O sería una yegua? Desmontó y pidió a su asistente una hoja de papel, en la cual escribió con lápiz, unos dicen que apoyándose sobre el recado, otros bajo un ombú, la conocida nota de su renuncia. Luego cambió la chaqueta por el poncho rojo del soldado que lo acompañaba y, calándose el gorro punzó de éste, se dispuso a entrar en el centro de la ciudad.
No estaba lejos de su objetivo y aún era temprano. Para alcanzarlo se dirigió directamente al E, hacia el Río de la Plata por una zona no demasiado poblada ya que no tenía ningún interés en que lo reconocieran. Por Garay llegó hasta Santa Rosa, llamada de la Trinidad a partir de 1769; Victoria, en 1808; Universidad, en 1822; Santa Rosa desde 1849 y, finalmente, Bolívar desde 1857. Eran las cinco de la tarde cuando llegó a la casa del encargado de negocios británico, Mr. Robert Gore.
El diplomático no estaba, pero cuenta que cuando llegó de regreso a su casa encontró a Rosas en su cama, “cubierto con el humo y polvo de la batalla y sufriendo fatiga y hambre”. De inmediato dispuso su traslado a un buque de guerra antes de que se conociese su paradero, y arregló lo necesario para el embarque con la ayuda de Manuelita y en contra del parecer de Rosas, que quería permanecer dos o tres días en la casa para arreglar sus cosas.
Después de vestir al general Rosas con un gran capote y gorro de marino, a su hija como si fuese un joven y al hijo con las propias ropas de Gore, partieron a la medianoche y llegaron al río, donde encontraron las aguas muy bajas, teniendo que caminar unas 400 yardas (370 metros) antes de poder subir a la lancha francesa “Le Bon Père”, la que los condujo al buque de guerra inglés “Locust”, listo para zarpar a Montevideo. Al llegar a la rada, trasbordaron a los refugiados al “Centaur”, nave capitana de la flotilla inglesa en el Plata bajo el mando del almirante W.W.Henderson, quien había combinado con Gore los detalles de la huída de Rosas. De este buque pasaron el 10 de febrero al “Conflict”, a cargo del comandante Jenner, como el descubridor de la vacuna, en el cual partieron a su destino.
La travesía se hizo muy larga y duró más de cuarenta días, ya que a medio camino explotó una de las calderas y debieron seguir a vela. Llegaron a Cork, Irlanda, el 19 de abril, y desembarcaron finalmente en Plymouth unos días después, el 26, “donde temporariamente y por primera vez pisó (Rosas) suelo inglés”, y tomó habitaciones en el Moorshead’s Royal Hotel, en la cercana Devonport, sobre el mar. El arribo fue saludado por la batería del Fuerte con una salva de cañonazos; lo esperaban al pie de la planchada varios dignatarios e hicieron pasar por la aduana rápidamente su equipaje para que no pudiera tener ninguna molestia. Un reportero de The Times se convirtió en testigo asombrado de este despliegue de honores, y al día siguiente el periódico comentó: “Ha sido maravillosa la ansiedad de estos caballeros ingleses, de alto rango militar y naval, por estrechar su mano”. Tres meses después, el exiliado ya estaba viviendo en Southampton.
Entre los integrantes del reducido grupo de compañía estaban su hija Manuelita, que se casaría el 22 de octubre del mismo año con Máximo Terrero; su hijo Juan con su esposa, Mercedes Fuentes Arguibel, y el joven Juan Manuel Ortiz de Rozas Arguibel, de 13 años, que luego sería gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1913, año de su fallecimiento. Los militares eran el brigadier general Pascual Echagüe, el coronel y edecán Jerónimo Costa, el coronel Manuel Febre y el sargento trompa José Machado.
Allí tomó la calle Sola hacia el N para dirigirse al pleno centro de la ciudad. En el plano de Adolfo Sourdeaux, que no tiene año de realización pero se calcula casi con certeza que fue dibujado por 1850, figura esa calle, o más bien camino, “con una población de apenas una docena de ranchitos”. Galopó por Sola más o menos 1,5 km hasta encontrarse con los “Mataderos del Sud”, diseñados en el plano hasta con sus corrales “de palo a pique”. Estaban ubicados exactamente en el triángulo verde que el Jardín Botánico del Sur y la Plaza España ocupan hoy en el encuentro de las calles Amancio Alcorta y Caseros. Para llegar, pasó por el costado de “La Convalecencia”, un lugar cuyo nombre lo dice todo y sigue destinado a los servicios sanitarios puesto que es el enorme predio ocupado hoy por el Instituto Borda y el Hospital Braulio Moyano, o, para mayor claridad, el frenopático de hombres y el frenopático de mujeres. Tiene que haberse dirigido hacia el O por la calle Caseros para hacer 500 m hasta la actual Solís, y otros 500 m por ésta última hasta desembocar en el Hueco de los Sauces, hoy Plaza Garay; o, de otra manera, haber tomado Salta hasta Garay, y por allí hacia el O para llegar al Hueco, donde encontró cobijo bajo unos frondosos árboles.
Con la aparición de la sombra se explica el desvío, aunque pequeño, realizado en su búsqueda, puesto que no debemos olvidar que eran alrededor de las cuatro de la tarde de un 3 de febrero, pleno verano fuerte en Buenos Aires, y venía galopando desde la una un hombre corpulento respetablemente entrado en kilos, alejado del ejercicio físico desde hacía rato, que el siguiente 30 de marzo cumpliría cincuenta y nueve años y traía el sabor amargo de la derrota en su caballo preferido, cuyo nombre parecía esa tarde un sarcasmo, “Victoria”, regalo de la reina británica de igual nombre. ¿O sería una yegua? Desmontó y pidió a su asistente una hoja de papel, en la cual escribió con lápiz, unos dicen que apoyándose sobre el recado, otros bajo un ombú, la conocida nota de su renuncia. Luego cambió la chaqueta por el poncho rojo del soldado que lo acompañaba y, calándose el gorro punzó de éste, se dispuso a entrar en el centro de la ciudad.
No estaba lejos de su objetivo y aún era temprano. Para alcanzarlo se dirigió directamente al E, hacia el Río de la Plata por una zona no demasiado poblada ya que no tenía ningún interés en que lo reconocieran. Por Garay llegó hasta Santa Rosa, llamada de la Trinidad a partir de 1769; Victoria, en 1808; Universidad, en 1822; Santa Rosa desde 1849 y, finalmente, Bolívar desde 1857. Eran las cinco de la tarde cuando llegó a la casa del encargado de negocios británico, Mr. Robert Gore.
El diplomático no estaba, pero cuenta que cuando llegó de regreso a su casa encontró a Rosas en su cama, “cubierto con el humo y polvo de la batalla y sufriendo fatiga y hambre”. De inmediato dispuso su traslado a un buque de guerra antes de que se conociese su paradero, y arregló lo necesario para el embarque con la ayuda de Manuelita y en contra del parecer de Rosas, que quería permanecer dos o tres días en la casa para arreglar sus cosas.
Después de vestir al general Rosas con un gran capote y gorro de marino, a su hija como si fuese un joven y al hijo con las propias ropas de Gore, partieron a la medianoche y llegaron al río, donde encontraron las aguas muy bajas, teniendo que caminar unas 400 yardas (370 metros) antes de poder subir a la lancha francesa “Le Bon Père”, la que los condujo al buque de guerra inglés “Locust”, listo para zarpar a Montevideo. Al llegar a la rada, trasbordaron a los refugiados al “Centaur”, nave capitana de la flotilla inglesa en el Plata bajo el mando del almirante W.W.Henderson, quien había combinado con Gore los detalles de la huída de Rosas. De este buque pasaron el 10 de febrero al “Conflict”, a cargo del comandante Jenner, como el descubridor de la vacuna, en el cual partieron a su destino.
La travesía se hizo muy larga y duró más de cuarenta días, ya que a medio camino explotó una de las calderas y debieron seguir a vela. Llegaron a Cork, Irlanda, el 19 de abril, y desembarcaron finalmente en Plymouth unos días después, el 26, “donde temporariamente y por primera vez pisó (Rosas) suelo inglés”, y tomó habitaciones en el Moorshead’s Royal Hotel, en la cercana Devonport, sobre el mar. El arribo fue saludado por la batería del Fuerte con una salva de cañonazos; lo esperaban al pie de la planchada varios dignatarios e hicieron pasar por la aduana rápidamente su equipaje para que no pudiera tener ninguna molestia. Un reportero de The Times se convirtió en testigo asombrado de este despliegue de honores, y al día siguiente el periódico comentó: “Ha sido maravillosa la ansiedad de estos caballeros ingleses, de alto rango militar y naval, por estrechar su mano”. Tres meses después, el exiliado ya estaba viviendo en Southampton.
Entre los integrantes del reducido grupo de compañía estaban su hija Manuelita, que se casaría el 22 de octubre del mismo año con Máximo Terrero; su hijo Juan con su esposa, Mercedes Fuentes Arguibel, y el joven Juan Manuel Ortiz de Rozas Arguibel, de 13 años, que luego sería gobernador de la provincia de Buenos Aires en 1913, año de su fallecimiento. Los militares eran el brigadier general Pascual Echagüe, el coronel y edecán Jerónimo Costa, el coronel Manuel Febre y el sargento trompa José Machado.
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