Por Arturo Jauretche
La guerra de la Independencia, y la Independencia misma, no alteran la situación de fondo. Pero la guerra da a la clase inferior una movilidad que la saca de su situación pasiva al incorporarla a la milicia. La caída económica del interior con el derrumbe de su artesanado a consecuencia del comercio libre desplaza también hacia la clase inferior a sectores cuyas actividades económicas le habían permitido mantenerlo en el estrato casi marginal de la "gente decente".
Aparece
el caudillo. Será primero el caudillo de la Independencia, militar o no, que
hace la recluta de sus soldados en la clase inferior, lo cual es ya un motivo
de fricción de la "gente principal" con el jefe, salido
generalmente de la misma, porque al hacer soldado al peón, lo priva de su
brazo perjudicando la explotación de sus bienes. En este conflicto el
caudillo, jefe militar, hostilizado por la "gente principal" se hace
fuerte en la solidaridad que la guerra crea entre la tropa y el mando. De esta
manera el militar deviene caudillo, y más en la medida que la guerra de
recursos hace depender el éxito de una absoluta identificación, que para esa
guerra es más eficaz que los reglamentos de cuartel y el arte académico de
mandar.
Dice
José María Paz en sus "Memorias" (Ed. Cultura Argentina, 1917)
refiriéndose al general Martín Güemes: Principió por identificarse con los
gauchos en su traje y formas..., ...desde entonces empleó el bien conocido
arbitrio de otros caudillos, de indisponer a la plebe con las clases elevadas
de la sociedad. (Como se ve, esta terminología está todavía vigente, cuando
se altera el predominio exclusivo de la clase principal).
Agrega:
Adorado de los gauchos que no veían en su ídolo sino al representante de la
ínfima clase, el Protector y Padre de los Pobres como le llamaban.
(El
abuso de la expresión carismática, en cuanto ésta implica una elección de los
dioses, es en mi concepto un modo de retacear la verdadera significación del
caudillo como hecho social, pues tiende a darle un carácter de magia o brujería
a una adhesión consciente de la masa en el terreno de los intereses, aunque
ésta se haya hecho subconsciente una vez dados los elementos de prestigio y autoridad
y el acatamiento consiguiente. No otra cosa he querido significar en “Los
Profetas del Odio” cuando digo que el Caudillo es el sindicato del gaucho).
Joaquín
Díaz de Vivar (Revista del Instituto de Investigación Histórica "Juan
Manuel de Rosas". N° 22: Pág. 147), refiriéndose a la única institución
consuetudinaria de nuestra Constitución vigente, el Ejecutivo fuerte, dice que
los Estatutos Provinciales Constitucionales que lo crearon se inspiraban en la
realidad social a que estaban destinados: Por su parte las organizaciones
lugareñas, las de las provincias argentinas en las que convivían políticamente
su clase principal, cuyos representantes ocupaban una silla curul en su
legislatura y frente a ello, su más importante magistratura, el Gobernador que
era —casi siempre— el jefe natural de las muchedumbres rurales, sobre
todo, y a veces también de las urbanas; el gobernador, que era una especie de
personalidad hipostasiada de ese mismo pueblo, de esas masas que habían hecho
la historia argentina y que se expresaban a través de su natural conductor, ese
aludido gobernador, que indistintamente era plebeyo como Estanislao López o
el "Indio" Heredia (no obstante su casamiento con la linajuda
Fernández Cornejo) o "Quebracho" López o Nazario Benavídez, o que era
un hidalgo como Artigas, como Quiroga, como Güemes y desde luego como Juan
Manuel de Rosas.
Lo
dicho por Díaz de Vivar trasciende al Derecho Público y explica en mucho las
substanciales diferencias entre federales y unitarios, pues revela que los
primeros comprendieron la relación entre el derecho y el hecho social, frente
a los revolucionarios teóricos, nutridos de ideologías y de proposiciones
importadas cuyo supuesto igualitarismo democrático era el producto de la
consideración exclusiva de uno de los estratos sociales: el de la "gente
principal" o "decente" y prescindía de la existencia de los
inferiores. Mientras para los federales el pueblo tenía una significación
total —ahora dirían totalitaria— para los unitarios es sola la clase
principal, la parte “sana y decente” de la población como ahora.
Veamos el debate sobre el
sufragio en la Constitución Unitaria de 1828. En el artículo 6° se excluía del
derecho al voto a los criados a sueldo, peones, jornaleros y soldados de
línea. Galisteo expresa la oposición federal diciendo: El jornalero y el
doméstico no están libres de los deberes que la República les
impone, tampoco deben estar privados de sus voces... al contrario, son estos
sujetos, precisamente, de quienes se echa mano en tiempos de guerra para el
servicio militar.
Dorrego dice: He aquí
la aristocracia, la más terrible, porque es la aristocracia del dinero...
Échese la vista sobre nuestro país pobre: véase qué proporción hay entre domésticos,
asalariados y jornaleros y las demás clases y se advertirá quieres van a tomar
parte en las elecciones. Excluyéndose las clases que se expresa en el artículo,
es una pequeñísima parte del país que tal vez no exceda de la vigésima parte...
¿Es posible esto en un país republicano?... ¿Es posible que los asalariados
sean buenos para lo que es penoso y odioso en la sociedad, pero que no puedan
tomar parte en las elecciones?... Señalando a la bancada unitaria agregó: He
aquí la aristocracia del dinero y si esto es así podría ponerse en giro la
suerte del país y merccarse... Sería fácil influir en las elecciones; porque no
es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una cierta porción de
capitalistas... Y en ese caso, hablemos claro: ¡El que formaría la elección
sería el Banco! Con razón Estanislao López escribía en 1831: Los unitarios
se han arrogado exclusivamente la calidad de hombres decentes y han proclamado
en su rabioso despecho que sus rivales, es decir, la inmensa mayoría de los
ciudadanos argentinos, son hordas de salvajes y una chusma y una canalla vil y
despreciable que es preciso exterminar para constituir la República (José
María Rosa, ''Historia Argentina", tomo, IV, pág. 53 y sig.). En el mismo
debate Ugarteche protestaba por los derechos que se le negaban a los nativos y
los privilegios que se le acordaban a los extranjeros: Yo quisiera saber en
qué país hay tanta generosidad... Todas nuestras tierras las vamos vendiendo a
extranjeros y mañana dirá la Inglaterra: esos terrenos son míos, porque la
mayor parte de tus propietarios son súbditos míos, luego yo soy dueña de
esas propiedades. Y lo que no se pudo el año 1806 con las bayonetas cuando
todavía éramos muy tontos se podrá con las guineas y las libras inglesas...
Trasladémonos ahora al escenario
actual y percibiremos las verdaderas filiaciones históricas que no son las que
distribuyen los profesores de Educación Democrática; también se ve clarito que
los jefes federales percibían la identidad de la voluntad popular con los intereses
nacionales, y la de los privilegiados con los extranjeros.
Con
la caída del Partido Federal y los caudillos la clase inferior deja de ser
elemento activo de la historia; su presencia en la vida del Estado no alteraba
la situación en la relación de los estratos sociales entre sí, pero obligaba a
contarla como parte de la sociedad.
Después
de Caseros, y más precisamente de Pavón, deja de jugar papel alguno y es sólo
sujeto pasivo de la historia.
Sus problemas no cuentan en las soluciones a buscar, ni sus inquietudes
nacionales perturban las directivas imperiales. La política será cuestión
exclusiva de la "gente principal" durante más de cincuenta años.
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