Fragmento de Deán Gregorio Funes, Bosquejos de nuestra revolución.
"Fácil es calcular, que todo el estado estaba en vísperas de una guerra civil. En efecto, Lima, Montevideo, el Paraguay, los jefes de Córdoba, Potosí y Charcas, se disponían a empeñar una lucha sangrienta contra la Capital y sus adherentes. Pero esta misma irritabilidad era el principio de una vigilancia activa en el gobierno, y de un entusiasmo ardiente en los patriotas.
Concurría a guiar los pasos inciertos de los pueblos en esta atrevida carrera, a más de las enérgicas y sabias producciones del gobierno, el celo verdaderamente patriótico de uno y otro clero. Dar a la opinión pública más extensión en sus ideas, y conseguir el triunfo sobre los errores de la educación y la ignorancia: este creyó que era su deber. Proceder tanto más recomendable, cuando tenía que luchar con el de sus obispos diocesanos, quienes, más ocupados con las ventajas de un puesto que temían perder, que con los intereses de su rebaño, pretendían sojuzgar sus derechos por sus preocupaciones.
Ya que el gobierno no había podido ganar a los jefes de provincia por el convencimiento, él medita abrirse camino por la fuerza, y dejar a los pueblos en el uso expedito de su libertad. Una expedición auxiliadora se organiza, llevando por destino las provincias del interior. Cuando esto sucedía, era precisamente el tiempo en que Concha, Gobernador de Córdoba, y el Obispo Orellana, excitados por el carácter ardiente de Liniers, miraban esta revolución como un crimen de Estado, concitaban a los pueblos a la inobediencia y los provocaban a la venganza. Para sanarlos de este frenesí y hacerles entender que caminaban a su propia ruina y la del pueblo, nada había servido mi dictamen producido en una junta. En breve advirtieron estos hombres ilusos que luchaban contra una tempestad inaudita y en mares desconocidos. Abandonados de sus propios soldados, que nunca los siguieron de corazón, fueron tomados prisioneros.
La Junta había decretado cimentar la revolución con la sangre de estos aturdidos, e infundir con el terror un silencio profundo en los enemigos de la causa. (...)
Tanta moderación (se refiere a los pedidos de clemencia) no la estimó el Gobierno compatible con la seguridad del Estado. El puerto bloqueado por los marinos de Montevideo, los manejos ocultos pero vivos, de los españoles europeos; en fin, el sordo susurro a favor de Liniers entre unas tropas como las nuestras que habían sido consorte de sus triunfos no dejaba ya otra opción que o la muerte de estos conspiradores o la ruina de la libertad. En fuerza de este dilema la Junta ratificó su fallo, menos en la parte que comprendía al Obispo, y hombres de otro temple cortaron unos días, que en otro tiempo habían corrido en beneficio de la Patria".
Fragmento de Juan M. Berutti, Memorias curiosas.
"El 28 de agosto de 1810 entró en esta capital un chasqui que vino del paraje que llaman de la esquina distante de esta como cien leguas entre la jurisdicción de Córdoba y de esta ciudad, cuyo chasqui lo mandó el señor doctor Castelli vocal de esta Junta, que hacía algunos días había salido sin saberse para dónde con un escribano y acompañado de más de cincuenta húsares que iban al mando de don Domingo French, coronel del Regimiento de Infantería de América, el que trajo la infausta noticia que fue para todo el pueblo de un general sentimiento, de que en dicho paraje fueron arcabuceados por orden de la Junta el excelentísimo señor don Santiago de Liniers. (...)
Todos, según cuentan, murieron al golpe, y sólo Liniers padeció algo, pues las balas pasaron sin darle ninguna en el pecho ni en la cabeza, y sólo sí una le dio en un vacío por lo que viendo French esto, y que padecía, fue inmediatamente y lo acabó dándole un pistoletazo en el pecho. No siendo extraño que los húsares no le hubieran acertado, pues dicen que les temblaban las manos al dispararle a un hombre a quien tanto se debía, y que fue tan amado. (...)
La Junta determinó quitarle la vida en este lugar, porque de traerlos a esta capital hubiera todo el pueblo y tropas pedido por Liniers, y habría sido ocasión de una sublevación general, y por obviarla se ejecutó en este paraje".
"El 28 de agosto de 1810 entró en esta capital un chasqui que vino del paraje que llaman de la esquina distante de esta como cien leguas entre la jurisdicción de Córdoba y de esta ciudad, cuyo chasqui lo mandó el señor doctor Castelli vocal de esta Junta, que hacía algunos días había salido sin saberse para dónde con un escribano y acompañado de más de cincuenta húsares que iban al mando de don Domingo French, coronel del Regimiento de Infantería de América, el que trajo la infausta noticia que fue para todo el pueblo de un general sentimiento, de que en dicho paraje fueron arcabuceados por orden de la Junta el excelentísimo señor don Santiago de Liniers. (...)
Todos, según cuentan, murieron al golpe, y sólo Liniers padeció algo, pues las balas pasaron sin darle ninguna en el pecho ni en la cabeza, y sólo sí una le dio en un vacío por lo que viendo French esto, y que padecía, fue inmediatamente y lo acabó dándole un pistoletazo en el pecho. No siendo extraño que los húsares no le hubieran acertado, pues dicen que les temblaban las manos al dispararle a un hombre a quien tanto se debía, y que fue tan amado. (...)
La Junta determinó quitarle la vida en este lugar, porque de traerlos a esta capital hubiera todo el pueblo y tropas pedido por Liniers, y habría sido ocasión de una sublevación general, y por obviarla se ejecutó en este paraje".
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