por José María Rosa
Rendido Estigarribia en Uruguayana, López ordenó el repliegue de todos los ejércitos paraguayos. Haría la guerra defensiva, la dura lucha sosteniendo palmo a palmo el suelo natal. Contra la opinión de Mitre, el ejército aliado quedó dividido en dos cuerpos. Uno al mando de Mitre iniciaría la invasión a Paraguay por Paso de la Patria; otro — exclusivamente brasileño— quedaría en el alto Paraná bajo la jefatura de Márquez de Souza. Antes de cruzar por el Paso de la Patria, Mitre hizo una extraña operación en la costa correntina; digo extraña, porque mandó combatir a enemigos cuyo número no conocía y con armamento que ignoraba a la División de Guardias Nacionales de Infantería, formada por gauchos reclutados en la campaña de Buenos Aires, «que hubieran sido excelentes soldados de caballería, pero que costaba mucho hacerlos infantes». Esta División, dirigida por el general Conesa y compuesta de 1751 hombres de tropa, fue estrellada contra un fuerte contingente paraguayo guarecido en un monte. Aquéllos, por la desproporción de armamentos, resultó una carnicería de gauchos, que Mitre — acampado a poca distancia— no se preocupó en socorrer: «¡Cómo sería el lance de desigual —comenta Carlos D’Amico en 1890— cuando la división tuvo fuera de combate el 75 por ciento, cuando con las armas que se usaban la regla era del 8 ó 10 por ciento en los hechos de armas más sangrientos!… ¡Cómo sería, que tuvieron que hacer de oficiales los sargentos, porque la mayor parte de aquéllos estaba fuera de combate!». Pehuajó fue un crimen, calificaba D’Amico ese combate. Nadie quiso creer en una impericia de Mitre, sino en el propósito deliberado de aniquilar a los gauchos y a sus oficiales —entre ellos Dardo Rocha, milagrosamente ileso en la masacre , que eran enemigos políticos suyos: «La prensa de Buenos Aires dijo entonces que Mitre habría querido deshacerse de numerosos e influyentes enemigos políticos, mandando a esa división a tan peligrosa acción de guerra, en vez de una división de línea.
Tengámoslo como una impericia, una tremenda y trágica impericia, como muchas otras que habría de cometer Mitre en esa guerra jalonada de sangrientos errores. En Pehuajó hubo un número impresionante de muertos argentinos sin que los paraguayos tuvieran mayores bajas y sin haberse obtenido beneficio alguno en la posición. Mitre, para descargarse de esa hecatombe (que no sería la única ni la mayor producida bajo sus órdenes) le echó la culpa a los muertos y moribundos del combate. En su orden del día, después de felicitar a los sobrevivientes enviados al matadero, les recomienda que «en los futuros combates sean menos pródigos de su ardor generoso y de su valor fogoso». Todo su propósito en esos primeros meses de 1866 está en ocupar Tuyuty. Ni se le ocurre —como planean los brasileños— una operación envolvente por el Chaco, que conduciría por mejor terreno hasta Asunción. Ha pasado más de un año desde la iniciación de la guerra, y los diarios porteños, transcurrido el primer momento de entusiasmo bélico, empiezan a burlarse de su frase «en seis meses en Asunción». Para descargarse, Mitre escribe dolorido al vicepresidente Marcos Paz: «¿Quién no sabe que los traidores alentaron al Paraguay a declararnos la guerra? Si la mitad de Corrientes no hubiera traicionado la causa nacional armándose en favor del enemigo; si Entre Ríos no se hubiere sublevado dos veces; si casi todos los contingentes incompletos de las provincias no se hubieran sublevado al venir a cumplir con su deber; si una opinión simpática al enemigo no hubiera alentado la traición, ¿quién duda que la guerra estaría terminada ya?» . No puede darse confesión más acabada de la impopularidad de la guerra. Contradiciendo sus proclamas henchidas de entusiasmo y retórica, acepta en carta particular que por lo menos la mitad de Corrientes, todo Entre Ríos y casi todo el interior «traicionaban la guerra». Buenos Aires, gobernada por su partido, no podía hacerlo y de allí exclusivamente llegaban contingentes de «voluntarios» que morirían heroica o inútilmente como en Pehuajó. Las virtudes estratégicas de Mitre empiezan a desconcertar a los jefes aliados. «Yo no sé qué será de nosotros» escribe Venancio Flores a su esposa el 3 de marzo, al día siguiente de un contraste que había costado «perder casi totalmente la División Oriental, y de veras que si a la crítica situación en que estamos se agrega la constante apatía del general Mitre, bien puede suceder que yendo por lana salgamos trasquilados». El error de López en esta etapa de la guerra estuvo en replegar el grueso de sus tropas a Paso Pucú para arriesgar el todo por el todo en una sola batalla (que habría de ser en Tuyuty, según su plan). Una sola batalla puede ganarse o perderse por causas ajenas al mando en jefe o la calidad de las tropas, como sucedería precisamente en Tuyuty. López suponía condiciones militares a Mitre, por lo menos dignas del prestigio pregonado en La Nación Argentina. Cuando se dio cuenta, después de Curupayty, con qué clase de estratega tenía que habérselas, era tarde para ganar la guerra. También los brasileños habían comprendido los puntos que calzaba el General en Jefe; poco menos que exigirían más tarde su reemplazo por el duque de Caxias para que la guerra tuviese fin. El duque sabía perfectamente quién era Mitre, aunque por discreción brasileña no lo dijo en voz alta. Pero lo escribió a su gobierno. Sus cartas fueron publicadas en 1902, al conmemorarse el centenario del ilustre guerrero, y forman el cuaderno de cargos más graves contra las condiciones militares de Mitre. En una de ellas (del 20 de setiembre de 1867) Caxias imploraba su relevo para no servir sus desconcertantes órdenes: «¿Mas eu que fico fazendo aquí as ordens de um homem que todo poderá ser menos general?». En otra, de poco después: «Cada vez estou mais persuadido de que o Mitre não quer acabar a guerra… creio que ele todo poderá ser menos general». En 1902, al publicarse esas cartas, Mitre vivía aún. Desde La Nación, dolido por esa mancha sobre su prestigio, debatirá con el muerto sobre la conducción militar. Le dirá indignado a Caxias: «quien jamás tuvo la iniciativa ni siquiera la idea de ningún plan de operaciones nunca hubiera imaginado que falsificara la historia… si a alguno cuadra esta acusación es a él mismo [a Caxias], negando los títulos de general a quien daba lecciones militares…» «¡Qué lejos estamos de los héroes de la llíada!», comenta Luis Alberto de Herrera.
Curupayty (22 de setiembre) No obstante la promesa del 14 de Mitre a López de no «hacer modificación alguna en la situación de los beligerantes», el General en Jefe de los aliados dispuso el inmediato asalto a la formidable posición fortificada de Curupayty. Tal vez lo movió la emulación hacia Márquez de Souza, que con sus 12 000 brasileños había tomado el 3 de setiembre el vecino campo fortificado de Curuzú. Si Curuzú estaba en poder de Márquez de Souza, Curupayty sería de Mitre. Preparó su plan. El mismo día de prometer armisticio a López, Mitre desembarcaba en Curuzú, al oeste de Curupayty, con 9 000 soldados argentinos: la flor y nata del ejército. Junto con los 8 000 de Márquez de Souza tomarían en un paseo militar el campo atrincherado, acercándose a la poderosa fortaleza de Humaitá. Para mayor seguridad, el 17 —día fijado para el ataque— Polidoro y Venancio Flores vendrían de Tuyuty a cooperar en la batalla. También la escuadra brasileña ayudaría con un constante cañoneo. De toda la guerra, es ésta la primera batalla planeada por Mitre, y también la primera (y única) dirigida por él. Desgraciadamente para el historial de Mitre, López no había creído en su promesa de armisticio del 14 y estaba alerta. En Curupayty destinó a su mejor hombre de guerra, el general José Eduvigis Díaz, vencedor de Estero Bellaco y Boquerón, que había preparado en poco tiempo la defensa del campo: cortando árboles (abatíes) que, dispuestos con sus enormes raíces para afuera ocultarían sus 49 bocas de fuego. Y con siete batallones de infantería y cuatro escuadrones de caballería esperaba el ataque. No se dio la batalla el 17 por la lluvia, prolongada hasta el 20. Cesada ésta el 22, Mitre ordenó el ataque a la bayoneta a las fortificaciones, ante la estupefacción de Márquez de Souza, porque el terreno estaba convertido en un pantano. No obstante, el leal guerrero acató la insensata orden. En cuatro columnas se lanzaron los 17 000 argentinos y brasileños por un campo fangoso llevando la bayoneta en posición de ataque, mientras los 49 cañones paraguayos ocultos entre los abatíes hacían estragos en los atacantes. Todo anduvo mal. Tamandaré que había prometido «descangalhar tudo isso em duas horas», disparaba con excesiva elevación sus tiros, que no caían en las trincheras paraguayas; Polidoro y Flores se detuvieron a «churrasquear» y no llegaron a tiempo. Mientras tanto, los infantes argentinos y brasileños, calados de barro, chapoteaban sirviendo de blanco a los paraguayos. Mientras Mitre, poseído de una embriaguez heroica, ordenaba avanzar, avanzar siempre. Hasta que Márquez de Souza, muy respetuosa pero firmemente, le advirtió que aquello iba a ser la derrota mais grave de esta guerra, y de seguirse el heroico avance morirían todos los atacantes sin tocar las trincheras paraguayas. Consiguió dar el toque de retirada. «Cuando Mitre se encontró con esa defensa [las trincheras paraguayas protegidas por árboles], no se le ocurrió nada —dice D’Amico— y mandó atacar con ataque franco, a pesar de saber, dice en su parte, que esa posición era intomable cargándola a pecho descubierto. El resultado no podía ser dudoso. Los soldados argentinos sembraron el campo de cadáveres, llegaron a la zanja, soportaron un momento el fuego a boca de jarro de los paraguayos que ellos no veían y tuvieron que retroceder sembrando otra vez de cadáveres el campo de batalla». Diez mil muertos argentinos y brasileños quedaron tendidos en el fangal frente a Curupayty. Las bajas paraguayas fueron exactamente de 92. El emperador debió gestionar amistosamente de Mitre que volviese a su país porque revolucionarios «paraguayistas» se habían hecho dueños de las provincias del oeste: la montonera volvía a galopar por los llanos de La Rioja como en los tiempos de Facundo o los más recientes del Chacho enarbolando como bandera la alianza con Paraguay para combatir a Mitre. Nunca se supo si fue por este motivo o por alejarlo de los campos de batalla que le llegó a Mitre la insinuación de su licencia. Tomó el mando el duque de Caxias. Debió reponer al ejército de su tremenda derrota: catorce meses quedará inactivo.
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