Por el Prof. Jbismarck
Don León Ortíz de Rozas y doña Agustina imaginaron una suerte de división del trabajo entre sus hijos varones, bastante verosímil para las prácticas de la época en la cual la empresa era una empresa familiar: Prudencio debía ser militar, Gervasio iniciarse como tendero para llegar a ser comerciante y Juan Manuel, el primogénito, tendría que administrar el patrimonio rural. Sin embargo, es probable que ambos esposos no estuvieran totalmente de acuerdo, y al parecer la madre pensaba que era mejor que el joven Rosas se iniciara haciendo un aprendizaje en una tienda, un espacio de formación necesario para administrar más adelante los bienes de la familia.
A Juan Manuel no parece haberle agradado ese plan y, como su madre lo castigó por desobediente, decidió escaparse de la casa e ir a vivir y conchabarse con sus primos Anchorena dejando un papel que decía: “Dejo todo lo que no es mío, Juan Manuel de Rosas”, cambiando la zeta por una ese" El joven Juan Manuel había tomado una decisión que tendía a individualizarlo, a diferenciarlo dentro de su linaje aunque sin renegar de su pertenencia. No parece haber sido un pasajero impulso juvenil pues, desde entonces, sería simplemente “Rosas”. En marzo de 1813, a la edad de veinte años y siendo por tanto menor de edad, Juan Manuel se casó con María Encarnación Josefa Ezcurra Arguibel, también porteña y tan sólo dos años menor. Era, por tanto, un matrimonio infrecuente entre los matrimonios de las familias elitistas, en los cuales los hombres solían ser mucho mayores que las “niñas”. Encarnación era hija de un próspero comerciante vasco que llegó a ocupar posiciones destacadas en el Consulado de Buenos Aires -Juan Ignacio Ezcurra— y de una porteña llamada Teodora Arguibel López, perteneciente a una familia extensa y de larga tradición en Buenos Aires. En rigor, se trataba de una alianza más vasta no sólo por la estrecha amistad entre los padres de ambos cónyuges sino porque su hermana Gregoria se casó con Felipe Ignacio Ezcurra y Arguibel, el hermano de Encarnación. Pese a ello, todos los biógrafos insisten en afirmar que la madre de Rosas se oponía a este casamiento hasta que se vio forzada a aceptarlo. Desde 1808 Rosas había sido puesto por su padre al frente de la estancia, y para 1811 había conseguido confirmar sus títulos de propiedad. Pero, poco después y debido al entredicho con su madre, devolvió los campos que administraba. Así, al contraer matrimonio la pareja fijó su residencia urbana en la casa de los Ezcurra y al año siguiente tuvo su primer hijo (Juan) y tres años después una hija, Manuela. Entre ambos hubo otra hija, María de la Encarnación, pero murió a poco de nacer en 1815. A su vez, en 1814 la pareja adoptó a un niño, Pedro Pablo, que era hijo de Manuel Belgrano y María Josefa Ezcurra, hermana de Encarnación, aunque había sido anotado como huérfano. Muchos años después, Rosas ofrecería una versión de su inicio autónomo en las actividades económicas: “Ningún capital quise recibir de mis padres, ni tener marca mía propia, ni ganados, ni tierras, ni capital mío propio, durante estuvieron a mi cargo las estancias de mis padres. [...] Salí a trabajar sin más capital que mi crédito y mi industria. Encar¬nación nada tenía tampoco, ni tenían sus padres”. Así, la imagen que a Rosas le gustaba dar era la de un hombre que se había hecho a sí mismo. Pero más allá de la veracidad de esta reconstrucción retrospectiva algo resulta claro: su “capital” inicial residía en su “crédito” y en su “industria”, es decir, en la fama y los saberes adquiridos y en las relaciones y los lazos sociales que su familia había forjado, recursos de los que Rosas supo hacer buen uso. Después de tantear posibilidades en la Banda Oriental y dedicarse a la venta de ganado en pequeña escala, en 1815 se asoció con Luis Dorrego —hermano de Manuel— y con Juan Nepomuceno Terrero (su “primer amigo y compañero”, como lo llamaría años después) para instalar el saladero de Las Higueritas en el partido de Quilmes.
Bibliografía: Gálvez Manuel "Vida de Don Juan Manuel de Rosas"
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