Pocos
saben que el doctor Castelli, el deslenguado de los tiempos patrios,
era hermano de Juan N. Terrero, el consuegro de don Juan Manuel. Esas
“mescolanzas” (si se escribe así) de las familias porteñas: Castelli y
Belgrano, primos hermanos, sus padres arribaron a Buenos Aires en el
mismo barco, y se ve que eligieron a mujeres de una mesma familia. El
sobrino de Castelli, adoptado por don Juan Manuel. Su hijo, asesinado y
descabezado en el levantamiento de “Los Libres del Sud”. Su sobrino,
casado con Manuelita, la hermanastra de su sobrino, y así podríamos
seguir un siglo.
Nacido el
19 de julio de 1764, estudió en el Real Colegio San Carlos, en el
Monserrat de Córdoba, y en Charcas, perteneciente a las provincias del
Alto Perú. Abogado, y fogoso amante, cuentan las malas lenguas, defendió
a su tío, Domingo Belgrano, quien aparentemente hizo su fortuna de
malos modos. Su padre, Ángel Castelli y Salomón, veneciano, probó suerte
con un comercio, y desde entonces le quedaría el apodo a don Juanjo:
“El hijo del boticario”. Fue vicesecretario del Consulado, pero la mala
salud del titular, lo dejaba a cargo constantemente del mismo. (jeh)
Llegada la Revolución y el proceso emancipador, fue de los principales
jefes, y el mejor de todos elllos en los tiempos de Mayo. Condujo
políticamente la campaña al Alto Perú, fusiló a Liniers, y terminó
corrido por los mismos pueblos que lo vivaban hasta el delirio. Hasta la
Muerte, socarrona con los filosos oradores, le jugó una última broma:
Un tumor provocó que le cortaran parte de la lengua, “Y el orador de la
Revolución”, “Yo soy, la Revolución”, como se dijo a sí mismo, alguna
vez, terminó mudo y moribundo, esperando que lo juzgaran por sus malas
acciones, y entrecerrado en el cuartel de Patricios, en donde hoy está
la “Manzana de las Luces”. Se supone que sus restos descansan debajo de
la imagen de San Judas Tadeo, en la iglesia de San Ignacio, ubicada
precisamente en ese lugar histórico. Bien que pudo reír el fantasma
deslenguado, en estos tiempos, cuando los chicos (algunos) del Nacional,
defecaron en el medio del atrio sagrado.
“Visité a Castelli cuando la vida se le iba en aquel vertiginoso
octubre de 1812. Su última actuación pública fue en Diciembre del ’11,
cuando intentó mediar para que las tropas gubernamentales no
escarmentaran con saña a los patricios insurrectos encerrados en el
Cuartel de las Temporalidades, en donde guardaba cárcel. Su hija Ángela
quería casarse precisamente con uno de ellos, y me habló para
convencerlo del trámite. Sabes que él aborrecía al saavedrismo, de los
tiempos de Huaqui, y creía que su hija le traicionaba. Un largo pleito,
comidilla de aquella Buenos Aires, envolvió el tema.
Ya no tenía lengua ni fuerzas, ni tampoco frases insolentes con las cuáles rematar conversaciones. Al reconocerme entrando a su cuarto putrefacto, me sonrió, tosiendo, hasta contento:
Ya no tenía lengua ni fuerzas, ni tampoco frases insolentes con las cuáles rematar conversaciones. Al reconocerme entrando a su cuarto putrefacto, me sonrió, tosiendo, hasta contento:
–Sí, ya sé, Ud. sin habla, y yo sin brazo, La
risa lo retorció todo, y hasta a mí me dolían sus convulsiones. Me
acerqué a su lecho, le apreté la mano, el hombro luego, y le susurré al
oído: Nuestros infiernos actuales, Castelli, nos han ganado el cielo.
Volvió a retorcerse todo; Garabateaba en la pizarra que usaba para comunicarse, algo, pero no le entendí.
Le saludé y me fui de ese olor a muerte y dolor. De tristeza, inigualable. De patria, muerte, y olvido: Del “Padre, de la Revolución de Mayo”. Del más grande hombre que la tierra había dado, y en arruinarlo todo. En esa desesperada lucha por ocultar sus temores, sus prejuicios, y ese ingrato apodo de “Hijo del boticario, Satanás en persona”. Cuando me crucé con su viuda, en otra ocasión, buscando ella que le pagaran sueldos atrasados, me contaría:
Le saludé y me fui de ese olor a muerte y dolor. De tristeza, inigualable. De patria, muerte, y olvido: Del “Padre, de la Revolución de Mayo”. Del más grande hombre que la tierra había dado, y en arruinarlo todo. En esa desesperada lucha por ocultar sus temores, sus prejuicios, y ese ingrato apodo de “Hijo del boticario, Satanás en persona”. Cuando me crucé con su viuda, en otra ocasión, buscando ella que le pagaran sueldos atrasados, me contaría:
-Juan me pidió su pizarra, antes de morirse, y escribió: “Si ves al futuro, dile que no venga”. Y
reímos los dos, aunque más no sea para recordar a aquel ladino
maravilloso. Del bastardo hasta morir, del genio a la locura, y el
patriota sin igual; Del mayor hombre de convicciones libres que yo
conociera, y en esos tiempos violentos, que pudiéramos dar. El Danton
ante el Robespierre (por Moreno) y la ventaja que su Desmoulins
(Belgrano), lo superaría, y con creces, hasta la eternidad. Del Padre de
la Patria, difícil de igualar, y de aquel discurso en la Puerta del
Sol, que resuenan en mis oídos, gritándole al mundo, ¡Lo que éramos!
Éramos la cuna, de la verdadera Libertad”.
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