Por José María Rosa
En 1837 vio la luz en Buenos
Aires una revista titulada Boletín Musical. Figuraba en ella una composición
para piano con el rótulo de Dos en uno, letra de Juan María Gutierrez y música
de Juan Bautista Alberdi, Algunos de los artículos en ella publicados, se verán
más adelante reproducidos, en la revista
“La Moda”, Gacetín de Música, de poesía, de literatura y de costumbres.
El primer número apareció el 18 de noviembre de 1837. Según el historiador
Zinny, el “Prospecto” había sido redactado por el Doctor Juan Bautista Alberdi.
Sus restantes artículos figuran con el seudónimo de Figarillo-. Colaboraban en el “Gacetín”, los doctores
Juan María Gutiérrez, Jorge Corvalán, que actuaba al mismo tiempo como editor,
los hermanos Demetrio y Jacinto Peña, Carlos Tejedor, Carlos Eguía, Vicente
Fidel López, José Barros Pazos, Nicanor Albarellos y Manuel Quiroga de la Rosa.
Además de la parte literaria llevaba incluida piezas musicales, como ser Minués
de Juan Pedro Esnaola, Valses y Minués de Alberdi (Figarillo). Las composiciones sobre motivos de óperas,
que tanto incremento habían de adquirir hasta fines del siglo pasado, no faltan
en las publicaciones de “La Moda”, como tampoco la de un aire popular, que
aparece allí como huérfano de hermandad.
Otro folleto de Alberdi: “Ensayo sobre un Método nuevo para aprender a
tocar el piano con la mayor facilidad”, está dedicado a su maestro de
ideología, el doctor Diego de Alcorta.
Juzga al Minué “pesado y monótono”, y agrega que desde hace más de un
siglo Europa no lo baila y hasta Chile mismo lo ha dejado de lado. Lo curioso de esa carga llevada contra el
Minué es que Alberdi si no los bailaba, los escribía a todo propósito, al
parecer. Para nosotros, todas ellas nos demuestran hoy las aspiraciones que
hacia tan noble fin, inquietaban a la juventud de ese tiempo. Alberdi se movía
dentro de ella, con sus veintisiete años de edad. “Todo idealismo es
inaccesible para los que descendemos de la material España”. Para terminar,
algo que nos interesa en particular: su juicio sobre el Cielito. De él dice que es “hijo de las campiñas
argentinas, expresión de las alegorías nacionales; despierto y vivo como el sol
que alumbra nuestros campos está destinado a servir de peroración a nuestros
bailes: es compañero de la aurora; su música es acompañada por los pájaros del
alba; nace tiznado, negligente, gracioso como las últimas horas de una dulce
noche”. En otro de sus artículos se
ocupa de las “Condiciones de una tertulia de baile”. Comienza por expresar que
no hay necesidad de un pianista extraño a la reunión, porque todos los mozos lo
son, que no sólo ejecutan si que también componen, “y componen mejor que los
maestros (sic), porque como bailan componen música adecuada, con la misma
gracia, la misma movilidad, la misma variedad, el mismo abandono con que
bailan...” A estar a lo expresado por
Alberdi, quienes ignoren prácticamente la danza, mal pueden pensar en
escribirla “de manera adecuada”. El
primer cuidado para el éxito de una tertulia, escribe Alberdi, es el de elegir
un buen bastonero, que debe ser de necesidad hombre bromista, alegre... “que se ríe de todo, menos de lo que es
risible”. “A los minuetes iniciales, en
que toditas las damas, de cualquier edad que fueren, tienen que bailarlo, ha de
hacer seguir la Contradanza y luego después la Cuadrilla “con los ojos en los
pies, porque el baile, es asunto todo de los pies y nada de la cabeza, de la
boca o de los ojos”. Porque desaparece “la moda!”?
He querido cesar —escribe Alberdi— 1“ por las ocupaciones extraordinarias
de la imprenta; 2° por una considerable deserción de suscriptores, y 3- por la
no oportunidad de las publicaciones literarias”. Las dos
últimas razones han de haber sido las verdaderas causales del cese de la
publicación. La aserción de que “La Moda” fuera un periódico satírico contra
Rosas, según escribiera Zinny, ha sido desestimada por el doctor Quesada. Para
éste el gacetín en nada se relacionaba con la política, sino exclusivamente con
la literatura y la música.
Los unitarios
se organizaban militarmente en Montevideo, para unirse a las fuerzas de Rivera
y Lavalle. Estos, en combinación con los franceses, pensaban llevar la guerra a
la Confederación. Miguel Irigoyen,
miembro de la ‘ ‘ Comisión Argentina ’ ’, que actuaba en Montevideo, redactó la
letra de “Libertad”; “Canción de la joven generación”. Puesta en música por el
pardo Roque Rivero, fue cantada en el Teatro de Montevideo la noche del viernes
3 de agosto de 1839. Había sido especialmente escrita para amenizar un
espectáculo a beneficio de los “Cruzados de la Libertad” que se disponían a
engrosar las fuerzas de Lavalle. La
música recogida por el capitán D’Hastrel, fue dada por él a publicidad en
París, conjuntamente con otras canciones y danzas populares platenses, cuyo
contenido sonoro nos es desconocido.
Adversa fortuna acompañarían a los “libertadores”. En plena retirada y
frente a la amenaza del ejército de Oribe, emprenden el camino hacia Córdoba. De paso por Santa Fe dejaron los soldados de
Lavalle el recuerdo do una danza cantada, de flamante creación, al decir de
allí. En un sermón que desde el pulpito
de la iglesia del convento de La Merced, pronunciara indignado el sacerdote a
sus sorprendidos feligreses, anatematizada la letra original que acompañaba a
la música, y cuyo estribillo, al ensalzar el pie de la moza, lo daba como
divino, en vez de humano. Esa
canción-danzada que por entonces hacía su aparición circunstancial en la
capital santafesina, no era otra que la posteriormente denominada “El Palito”.
A la letra obscena que se la adaptó y debió su nombre. La danza misma,
realizada por un hombre entre dos mujeres, dejaba entender, aun a los menos
avisados, que se trataba de una simbólica coreografía erótica. Es por ello que,
en ciertas provincias, como la de Buenos Aires, la autoridad policial
juzgándola, con acierto, licenciosa, no permitía su exhibición pública, y diera
en la cárcel con quienes desconocieran tan celosa atribución. La entrada del general unitario Lamadrid en
Córdoba fue celebrada con composiciones poéticas, músicas triunfales y
retumbantes vivas. En el Teatro se aclamaban las representaciones dramáticas de
Juan Casacuberta, secundado por su esposa Manuelita Funes. Los aficionados a la ópera, por su parte,
festejaron el acontecimiento, aplaudiendo entusiastamente a los cantantes que
esa noche del 29 de noviembre del 40, hacían oír, bajo la dirección del maestro
Pedro A. Fernández, ex primer violín y director de la orquesta de Buenos Aires,
la obra de Bossini “El Barbero de Sevilla”.
Como por entonces las noticias de los sucesos que acaecían, aun siendo
cercanos al lugar en que se desarrollaban, no llegaban a conocimiento público
con la rapidez que las circunstancias requerían, mientras se realizaban
aquellos festejos, se ignoraba que el día anterior, 28 le noviembre, al
retirarse Lavalle de Santa Fe, ante la amenaza de Oribe, éste lo había
alcanzado y deshecho en la batalla de Quebracho Herrado, en el limite mismo de
Córdoba con aquella provincia. Comenzaba
con este desastre el principio del fin de “Los Cruzados le la Libertad”.
Trágico, más que funesto término para las armas de Lavalle, ese año de 1841. En
cada provincia que atravesaba iba dejando el aciago recuerdo de una
derrota. Todas esas acciones guerreras
habían sido celebradas, en su momento, con los estruendosos vítores a la
Federación, marciales músicas 7 canciones patrióticas; lucidos bailes cuando
no, como después del : triunfo de San Cala, en Mendoza (8 de enero de 1841),
con la exaltaron del retrato de Rosas, llevado por los cordobeses hasta la Sala
de Representantes de la ciudad, presidido el cortejo por la esposa del Gobernador,
con numeroso séquito de señoritas vestidas de gala, seguidas por el juez de
policía y multitud de ciudadanos con banderas y faroles. Después del baile
oficial de circunstancia, y en horas de la madrugada, se despacharon comisiones
para que fueran a dar serenatas frente a las ventanas de las casas de las más
caracterizadas familias federales de la capital cordobesa. Otro tanto había
acaecido también en Buenos Aires, aunque con menor alharaca, al recibirse,
desde Famaillá, el estandarte con la imagen de Ntra. Sra. de la Misericordia,
tomada al Ejército de Lavalle, en Monte Grande. Fue la última de las batallas
que librara y la postrer derrota que sufriera contra las aguerridas fuerzas del
general Manuel Oribe. El vencido, con el
resto de sus dispersos, después de haber atravesado Salta, llegó a Jujuy, en
donde encontró la muerte. Sus restos
mortales fueron a dar a Bolivia y sepultados en la Catedral de Potosí. La
música de la Marcha que después, y por decenios llevó el nombre del general,
fue prohijada por el pueblo de aquella nación. Al ser cantada se suplantó, como
es natural, la voz original; Argentinos por la de Bolivianos.
La frivolidad del joven Alberdi iba con los años a desaparecer, convirtiendose en un gran argentino, que se reunia con el Restaurador en el exilio de este, y un enemigo de la guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay, recibiendo el odio de Mitre y Sarmiento.
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