viernes, 19 de julio de 2013

Rosas, Urquiza y el drama de Caseros

Por Arturo Jauretche


El revisionismo histórico se ha particularizado en un momento de la historia argentina: el que va del año veinte a Caseros, aunque cada vez se extienda más, hacia atrás y hacia adelante. Su pivote ha sido la discusión de la figura de don Juan Manuel de Rosas y su momento. Explicaremos que no podía ser de otra manera porque es figura clave; tan clave, que la falsificación de la historia hubo de hacerse tomándolo como pivote a la inversa. Nada se puede entender sobre esa época ni lo que ocurrió más adelante, sino se trata de entender lo que significó Rosas.

La Patria Grande resurge por la aparición, en Buenos Aires, de una tendencia opuesta a los directoriales y unitarios, cuya expresión política es Rosas. Esta tendencia, que no se divorcia del pasado hispanoamericano, tiene la concepción política de la Patria Grande, es celosa del mantenimiento de la extensión, y si bien representa las tendencias predominantes del puerto, comprende la necesidad de una conciliación con los intereses del interior y representa los primeros pasos industrializados del país, en la economía precapitalista del saladero, que es propia.
La necesidad de mantener la aduana para conservar el poder unificador que exigía la permanente guerra internacional, como garantía del orden en peligro, es cosa que se olvida. Se le impuso cualquiera fueran sus puntos de vista teóricos. Anótese en cambio la ley de aduanas que significó la defensa de la industria del interior, que reverdeció bajo su influencia, restableciendo el trabajo estable y organizado en las provincias. Se pretende reeditar un viejo argumento falsificador, presentando a Rosas como a un unitario vestido de colorado, para lo que es necesario aceptar que los cándidos federales se engañaban. Por el contrario éstos eran políticos realistas; tal vez para ellos Rosas no fuera lo más federal pero era lo más aproximado a un federal que podía dar Buenos Aires, pues la opción eran los rivadavianos y sus continuadores. Es cierto que un antirrosista, Don Pedro Ferré, intelectualmente era el federal más profundo, pero éste, en los hechos, actuó siempre a favor de los unitarios, y en política son los hechos y no las ideas abstractas, los que valen.


En 1838, el primer ministro británico, Lord Palmerston, al constatar la insistencia de Rosas en el proteccionismo, “comunicó al ministro británico que no hiciera uso del derecho de protesta formalmente, pero que deseaba que el ministro aleccionara al Gobierno de Buenos Aires sobre las virtudes del libre comercio y la locura de los altos impuestos aduaneros, y que le señalara los perniciosos efectos sobre el comercio del país que con tanta seguridad se seguirían de aquellos”. “No hay duda –sostiene Vivian Trías– de que la virazón en la política aduanera de Rosas influyó en el cambio operado en las relaciones con Gran Bretaña”. En noviembre de 1845 una flota anglo francesa compuesta por 22 barcos de guerra, equipados con la tecnología militar más avanzada de la época, penetró en el Río de la Plata. El objetivo anglo francés era claro: imponer el libre comercio. Los objetivos de la política exterior inglesa consistían en: a) asegurar en la Cuenca del Plata un mercado para sus exportaciones y para sus créditos e inversiones; b) abrir la navegación de los ríos interiores; y c) crear un nuevo estado tapón conformado por las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones. La guerra que se desató entonces, de la cual la Confederación Argentina resultó victoriosa, fue calificada por el general José de San Martín la “Segunda Guerra de Independencia”.
El gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, que había logrado resistir con éxito la invasión anglo francesa, cayó el 3 febrero de 1852 en la batalla de Caseros. El gobernador de Entre Ríos, jefe del ejército de vanguardia que la Confederación Argentina había preparado para la Guerra contra el Brasil, luego de entrar en tratos con la diplomacia brasileña, decidió marchar sobre Buenos Aires y no contra Río de Janeiro.

En 1851 Urquiza llega a la conclusión que, con el apoyo en tropas, armas, dinero y logística del imperio del Brasil, estaría en condiciones de eliminar el principal obstáculo para la “alianza” (léase subordinación) con Inglaterra. Ese obstáculo era Rosas.



Caseros es la victoria de la patria chica, con todo lo que representa desde la desmembración geográfica al sometimiento económico y cultural: la historia oficial ha disminuido su carácter de victoria de un ejército y una política extranjera, la de Brasil. Si para los liberales y unitarios la caída de Rosas y la confederación significaba un cambio institucional y la posibilidad de un nuevo ordenamiento jurídico, para los intereses económicos de Gran Bretaña significó la destrucción de todo freno a su política de libertad de comercio y la creación de las condiciones de producción a que aspiraba. Para Brasil fue cosa fundamental. Derrotado siempre en las batallas navales y terrestres, Brasil tenía conciencia clara de que su marcha hacia el sur y hacia el oeste estaría frenada mientras la política nacional de la Patria Grande subsistiera en el Río de la Plata. Era necesario voltear a Rosas, que la representaba, y sustituirlo en el poder por los ideólogos que odiaban la extensión y que serían los mejores aliados de la política brasileña, destruyendo al mismo tiempo toda perspectiva futura de reintegración al seno común de los países del antiguo virreinato.

Caseros significa así, en el orden político internacional, la consolidación de la disgregación oriental, altoperuana y paraguaya y las manos libres para su expansión para el Brasil, para su expansión definitiva sobre los países hispanoamericanos limítrofes, de los que la Confederación constituía el antemural. Lo que importa es dejar establecido que en Caseros triunfó la Política Nacional del Brasil por sobre la Política Nacional de los argentinos y que su resultado en la política de la guerra significa el abandono de la línea nacional. Pero lo más grave no consiste en que Caseros sea una victoria brasileña, sino que se la presente como una victoria argentina, porque ese punto de partida falso imposibilita la construcción de un esquema racional de nuestra política exterior y de defensa.

Así, la revisión histórica se impone como una exigencia lógica para establecer las bases del razonamiento y del punto de apoyo de nuestras acciones. Sabiendo que Caseros es una victoria brasileña y una derrota argentina, la Política Nacional es una, e inversa, ignorándolo. El debate en torno a la figura del Restaurador debe ser fecundo ,y no producto de la vanidad personal de Historiadores que se apoyan en los caudillos, simplemente por no dar su brazo a torcer respecto de Rosas

jueves, 18 de julio de 2013

Conferencia sobre el "Descubrimiento de América", causas y consecuencias

Nuestro compañero el Dr. Julio R. Otaño realizao una conferencia sobre este interesante tema a traves de la "Comisión de Historia del Colegio de Abogados de Gral San Martín.
El video lo pueden ver en internet:
http://www.youtube.com/watch?v=mzCROZ100y8"

Algunas fotos:



La conferencia intento darle un enfoque objetivo en medio de las distintas posiciones sobre el tema, haciendo hincapié en la necesidad de mejorar las condiciones de vida de las comunidades indígenas de América en general pero tambien resaltando la importancia de la colonizacion española: con su principal consecuencia: la raíz social mestiza que predomina en el continente, ademas del sentido misional y religioso y de la importancia de la lengua. Fue la presentacion en sociedad de la COMISION DE HISTORIA DEL COLEGIO DE ABOGADOS DE GRAL SAN MARTÍN

miércoles, 17 de julio de 2013

Perspectiva falsa. Politiquear con la Historia

Por Jorge O. Sulé
El diario Clarín del domingo 20 de noviembre publica una nota firmada por Susana Viau en el que, con mirada crítica, se refiere a la eliminación de los subsidios a los servicios públicos, medida anunciada por el gobierno.
La autora habla de “improvisación”, “incertidumbre”, de la ausencia de explicaciones de los requisitos que deberá reunir el consumidor “que quiera permanecer en la categoría de subsidiable” y otros “embrollos” que se originarán a posteriori.
Pinta un panorama crepuscular, casi apocalíptico, como consecuencia de la decisión adoptada y se pregunta “cuantos MILLONES de trabajadores sociales harán falta para el informe ambiental al que deberán someterse” los “que pretendan mantener el beneficio” del subsidio. Después de esta millonaria profecía catástrofe, embiste contra las opiniones historiográficas de la Sra. Presidente.
A la autora del diario Clarín le disgusta la reivindicación de Encarnación Ezcurra y de Juan Manuel de Rosas ejercida por tan alta investidura, porque Rosas, según la autora de marras, “andaba conquistando el desierto matando indios”. La articulista repite el repertorio liberal o neomarxista que deformó la historia argentina durante más de un siglo.
Rosas comandó la campaña al desierto en 1833 para alargar la frontera sur de la provincia de Buenos Aires y de la Argentina respondiendo a requerimientos económicos, geopolíticos y de seguridad a los pobladores de pueblos rurales, y lo hizo con la colaboración de los indios pampas y los vorogas de Salinas, Masallé y Epecuén.
La expedición reclutada con criollos, mestizos e indios no se proponía el exterminio indígena ni sería una correría de carácter filibustera. El objetivo concreto era desarticular el centro de comercialización establecido entre el Río Negro y el Río Colorado en donde se llevaba la hacienda que había sido sustraída por los malones en los campos de Córdoba, San Luis y Buenos Aires y que era conducida hacia Choele-Choel: éste era el punto estratégico; desde aquí la hacienda era llevada para su comercialización a Chile. El jefe operativo de esta intermediación era el indio Chocorí , que había secundado a los Pincheiras en esta faena, pero acabó por ser independiente y sustituir a sus jefes.
Chocorí no comandaba a un pueblo, no era un “gulmen” sino que conducía a grupos de indios, soldados y suboficiales alzados con asiento transitorio en Choele-Choel. Por eso era considerado un simple bandolero que se servía de renegados, manteniendo cautivas blancas que pagaba con alcohol a sus apresores ranqueles o capitanejos voroganos, para servicio y serrallo de los suyos.
La autora del artículo está desactualizada en materia histórica y sus simetrías son desafortunadas, además de las simplificaciones y descontextualizaciones en las que incurre. Hay también mucha mirada sesgada e ignorancia. Afirma que Rosas inició la tiranía con la concesión de facultades extraordinarias, la suma del poder, etc.
Ignora que las “facultades extraordinarias” venían de antaño: la Primera Junta de Mayo heredó del virrey depuesto toda la suma del poder público. La Asamblea del Año XIII otorgó a Posadas “facultades extraordinarias”. A Sarratea se le concedieron “facultades, amplias” lo mismo que Balcarce y Ramos Mejía. A Martín Rodríguez, la Junta presidida por Rivadavia le otorgó “el lleno de facultades y la mayor amplitud de ellos”, luego Viamonte también tendría “facultades extraordinarias”. El escamoteo de la autora es para inducir al lector a la creencia de que Rosas ejerció la “tiranía” por las facultades extraordinarias otorgadas y que éstas se concedían por primera vez.
Hay en el texto un recuerdo para la mazorca y el artículo 29 de la Constitución de 1853. El periodismo que analiza la política con mirada crítica pero objetiva y sin desmesura es tarea honorable, pero cuando se politiquea con la historia es decididamente deleznable.

jueves, 11 de julio de 2013

Las ideas políticas del General San Martín en Cuyo (1814-1816)

Por el Prof. Alejandro Sanfilippo
A juzgar por lo que nos dice la historiografía liberal argentina y nuestras maestras, la vida, obra y pensamiento del Capitán General José Francisco de San Martín son tan simples como absurdas. Recorrió medio mundo a los sablazos, expuso su tranquilidad material y espiritual por su tierra natal, cuando en realidad vivía en ella. Es más, cuando anduvo por América no visitó nunca su entrañable Yapeyú, actitud propia de esas tiernas almas románticas que pueblan el mundo, a excepción de los ejércitos y sus cuerpos de oficiales, lugares por donde transitó su existencia.
San Martín no es un tema fácil históricamente hablando, y esta es nuestra primera afirmación. En él concurren los más altos intereses políticos de nuestra nacionalidad y por ello, históricos culturales, sometiéndolo a un forcejeo que no hubiese tolerado en vida. El material existente sobre su persona es casi infinito, hay de todos los tamaños y pelajes, radicando allí una importante dificultad. Se comienza a leer, consultar e investigar y en vez de ingresar en un recto y caudaloso río, lo hacemos a un delta de innumerables cursos, para desembocar finalmente en un inmenso océano, donde desaparece a primera vista cualquier posibilidad de síntesis. Fundamentalmente se transforma en costosa empresa dar una conclusión categórica para un trabajo como el presente, donde la extensión debe compatibilizarse con el interés de una lectura numerosa.
Como inicio, establezcamos los límites del trabajo: este se focaliza en los años en que San Martín fue Gobernador Intendente de Cuyo (1814-1816); basándose en los escritos autógrafos y éditos que se hallan en la colección DOCUMENTOS DEL ARCHIVO DE SAN MARTIN, Tomo V, Comisión Nacional del Centenario, 1910, Buenos Aires, existente en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, en los cuales hace mención de su pensamiento político en dicha oportunidad y circunstancia.
Desde el primer momento debemos sostener que lo aquí expresado se halla sujeto a revisión. Pues, habiendo sido realizado el presente con la mayor de las seriedades, conciencia y aplicación, es honesto, intelectualmente, confesar que el campo abierto supera el punto de vista actual del autor. Creemos profundamente, que se trata de un vacío historiográfico nacional la cuestión San Martín, no solo de quien suscribe, aunque parezca un contrasentido frente a la cantidad.
Cuando un grande en todos los campos (menos en lo militar), como lo fue el General Bartolomé Mitre, hace y escribe historia transfiere, haciendo extensiva su grandeza a ella, así falte a la verdad intencionalmente o solo se equivoque de modo involuntario. Bartolomé Mitre dejó un San Martín que se ha transmitido escolar y masivamente a todos los argentinos. Desde su manejo directo y exclusivo en primer momento de los archivos del personaje, contra la voluntad del propio prócer, ordenados por este con esmero e intencionalidad, como la desaparición de las memorias que afirmaba haber escrito, prometiéndoselas a su escudero amigo Tomás Guido, el Divus Bartolus construyó un San Martín de muy fácil comercialización y muy difícil desguace.
Sesudos autores de nuestra historiografía han trabajado sobre él, pero no se han visto coronado por el éxito como el General que escribía historia y no ganaba ninguna batalla. Una cantidad de puntos oscuros rodea al Gran Capitán de Los Andes, aún frente a los ríos de tinta que su figura ha producido y produce. La primer pregunta sobre San Martín desata el problema prematuramente: ¿Por qué vino a América?. Raúl Roque Aragón, al igual que el Dr. Enrique Díaz Araujo dicen que lo hizo para salvar la tradición hispana, la religión católica y su cosmovisión y con esa precisa afirmación, Bartolomé Mitre, casi saliendo de su tumba, no pararía de gritar ¡Blasfemia! San Martín vino a realizar una revolución republicana, liberal y democrática. A.J. Pérez Amuchástegui sostiene que llegó para alcanzar la independencia y unidad de un país poderoso, rico y prometedor, como era la América española, cuyas relaciones comerciales interesaban positivamente a la Gran Bretaña, tarea común de los cofrades de la Gran Reunión Americana. El Dr. Rodolfo Terragno, por su parte, sumará a este último el plan continental (fraude heurístico de Fidel López) diseñado por Maitland en 1800. Así como estos, podríamos citar tantos otros autores y sus respuestas, únicamente para la primer pregunta, que el mismo protagonista cuando tuvo que satisfacerla dijo: “Con destino a Lima, a arreglar mis intereses”. Es decir, si en la más elemental de las preguntas el bulto le gana a la claridad, imaginemos el resto, como el tema de la masonería, sus medios y modos de vida en Europa, etc.
En definitiva, el General San Martín era un hombre austero, sencillo y honesto, pero es difícil para la historia porque en ella aparece enigmático, reservado y como remate cúlmine de una construcción por él forjada y conducida. Reiteremos que la documentación original, tal cual la había ordenado y prometido, nos llegó tras la intervención o filtrado indebida de Mitre, de cuyos intereses políticos muchos desconfían pero nadie duda.

Para el presente trabajo, como se tiene dicho, trabajaremos a partir de las expresiones documentadas, manifestadas durante la Gobernación Intendencia de Cuyo. Recurriremos a otras, para auxiliar las referidas a los años 1814-1816, realizadas anterior o posteriormente que son las más al respecto, solo cuando sea estrictamente necesario.
Empecemos por la llegada a Cuyo, más precisamente a la ciudad de Mendoza. Gracias al gran embuste de Fidel López, acerca de la apócrifa carta de San Martín a Rodríguez Peña en la cual le transmite confidencialmente “su secreto”, se ha generalizado la creencia que vino a ejecutar su premeditado (o plagiado a Mr. Maitland, según Terragno) Plan Continental. Luego de los debates entre Mitre y López e incorporado a la obra liminar de la historiografía argentina, sino fuese por el trabajo esclarecedor de Pérez Amuchástegui, continuaríamos creyendo en dicha carta.
A juzgar por los hechos, la documentación y la bibliografía más reciente, San Martín luego de organizar defensivamente el territorio norteño, Salta, Jujuy y Tucumán, con el Ejército del Norte y los gauchos de Güemes, se retiró a Córdoba a restablecer su quebrantada salud, porque los generales a veces también se enferman. Según algunos autores sus dolencias, hemorragias incluidas, derivaban de la herida recibida en Cádiz cuando el atentado al general Solano. Como fuere que haya sido, se trasladó a Córdoba en busqueda de descanso y recuperación, que le brindaría el clima serrano.
Su estadía en el territorio cordobés fue escasa y partió para Cuyo, gracias al nombramiento de Gobernador Intendente fechado el 10 de agosto de 1814. Recapitulemos entonces, a fines de enero de 1814 fue nombrado Jefe del Ejército del Norte, el 25 de abril del mismo año sufre sus primeras indisposiciones graves y el 29 de mayo iba llegando a los límites de Córdoba, buscando altura y menor humedad ambiente. El 10 de agosto del mismo 1814 se lo nombró Gobernador Intendente de Cuyo “... a solicitud suya con el doble objeto de continuar los distinguidos servicios que tiene hechos al país y el de lograr la reparación de su quebrantada salud en aquella deliciosa temperatura.” Es decir, si el plan continental de F. López no existe documentalmente, si se retiró por enfermedad y buscaba altura y sequedad, podemos decir, que a Mendoza llego buscando salud. No existía todavía el afamado Plan Continental. Se lo nombró Gobernador Intendente para que siguiese aportando a la revolución, para no marginarlo, pues, el ascenso alvearista se consignaba a pasos agigantados y podía mal interpretarse, provocando reacciones o desequilibrios en el seno de la Logia y por ende, en el gobierno, mientras que el lugar asignado le permitía un protagonismo público distendido (Cuyo contaba con 40.000 almas apenas, según Mitre) junto a las menores preocupaciones, mayor altura y sequedad. San Martín se reponía, sin perderse, en la “ínsula Cuyana”.
Con la caída de la revolución en Chile y la llegada masiva de emigrados transandinos, los rumores y temores de invasión ultramontana, San Martín se vio obligado, como Gobernador Intendente y soldado a prever y organizar la defensa de Cuyo, primero, y la de la sobreviviente revolución platense, frente a la caída del resto y el amago fernandino. En ese momento comenzó la organización militar, pero más defensiva que ofensiva. Debió llegar el año 1816 para encontrar una carta que tenga origen en “Campo de instrucción en Mendoza. 19 de enero de 1816”, frente al resto de las enviadas que encabeza con “Mendoza” y diga que retornó la actividad en El Plumerillo. A la vez que solicita esfuerzos a Pueyrredón y su autorización para la invasión a Chile y luego, unidos los americanos de ambos lados de la cordillera, al Perú.
Fue durante su estancia en Cuyo, producto de la caída del Director Supremo Carlos María de Alvear y su círculo, junto a la influyente presión sanmartiniana, cuando se convocó a Congreso en Tucumán, tan nombrado como inexactamente conocido e intencionalmente deformado. Reunido el Congreso, este elige como Director Supremo a Juan Martín de Pueyrredón, diputado a la sazón por la ciudad de San Luis, por lo tanto representante de Cuyo y a Narciso Laprida como presidente del propio Congreso, casualmente diputado por la ciudad de San Juan, también componente de la misma gobernación de intendencia. O sea, la casualidad obraba a favor de San Martín o este trabajaba con eficacia a partir de la nueva situación política en el único reducto revolucionario que todavía sobrevivía.
Para militar sin aspiraciones políticas, como lo tipifica Mitre, le salía todo al revés. El Gobernador Intendente de Cuyo también se daba tiempo por esta época para mantener una profusa y clarificadora correspondencia con estos afortunados de la política, donde poco es azar, para expresarles sus ideas políticas del momento. Quizá, como muchas otras personas en todo tiempo y lugar, las haya mudado luego o tal vez poseía otras anteriormente, pero lo cierto es que las cartas remitidas desde Cuyo en general, ocasionalmente desde Córdoba, entre los años 1814 a 1816, y especialmente durante 1816, año en que ya sesiona el congreso, manifestaban la sistemática pretensión de declaración de la independencia sudamericana y la preferencia por el sistema monárquico de gobierno.
Sobre la necesidada de declarar la independencia se lo hacía conocer así al Dr. Tomás Godoy Cruz, su vocero en el congreso:
“¡Hasta cuando esperamos declarar nuestra independencia! No le parece a usted una cosa bien ridícula, acuñar moneda, tener el pabellón y cocarda nacional y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos. ¿Qué nos falta para decirlo? ... Los enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos... Veamos claro, mi amigo, si no hace el congreso es nulo en todas sus partes, porque reasumiendo este la soberanía, es una usurpación que se hace al que se cree verdadero, es decir, a Fernandito.”
(Carta de San Martín a Godoy Cruz. Mendoza, 12 de abril de 1816.)..

“Ha dado el congreso el golpe magistral con la declaración de la Independencia...”
(Carta de San Martín a Godoy Cruz. Córdoba, 16 de julio de 1816.).

Con respecto al sistema de gobierno más apropiado para las circunstancias bélicas, culturales y fundamentalmente políticas de la América española, no dudará un momento en sostener el gobierno monárquico, o de uno como regente hasta se materializan los proyectos en danza para coronar algún príncipe americano o europeo:
“Ya digo a Laprida lo admirable que me parece el plan de un inca a la cabeza, las ventajas son geométricas, pero por la patria les suplico no nos metan en una regencia de personas; en el momento que pase de una todo se paraliza y nos lleva el diablo; al efecto, no hay más que variar de nombre a nuestro director y queda un regente: esto es lo seguro para que salgamos a puerto de salvación”
(Carta de San Martín a Godoy Cruz. Córdoba, 22 de julio de 1816.)

A título de excepción, solo cabría destacar la epístola del 24 de mayo de 1816, que dice:
“... un americano republicano por principios e inclinación, pero que sacrifica estas mismas por el bien de su suelo...” “1º Los americanos de las Provincias Unidas no han tenido otro objeto en su revolución que la emancipación del mando del fierro español y pertenecer a una nación.” “2º ¿Podremos constituirnos República sin una oposición formal del Brasil (pues a la verdad no es muy buena vecina para un país monárquico) sin artes, ciencias, agricultura, población y con una extensión de tierra que con más propiedad puede llamarse desierto?” “3º ... gobierno puramente popular,... tiene este una tendencia a destruir nuestra religión...”
(Carta de San Martín a Godoy Cruz. Mendoza, 24 de mayo de 1816.)
Si los principios e inclinación republicanas eran reales, como afirma en esta, los sacrifica por la independencia, que suplica se declare y por el orden, que añora para las Provincias Unidas y mantiene en Cuyo. Por el contexto de la carta, por lo inmediatamente anterior y posterior, aparentemente fue una concesión discursiva efectista, destinada a realzar su opinión con un renunciamiento íntimo y principista. Pero aún cuando fuese verídico, hizo renuncia al republicanismo “por el bien de su suelo”.
En síntesis y a modo de conclusión, digamos que el padre de la Independencia de las Provincias Unidas de Sudamérica, tal como se declaró solemnemente aquel 9 de julio de 1816, por lo menos mientras fue Gobernador Intendente de Cuyo se confesó independentista y monárquico.
En cuanto al gobierno de la jurisdicción a su cargo, siguiendo lo dicho por el General Bartolomé Mitre, no alteró el sistema de Gobernación de Intendencia, con injerencia en las cuatro causas, heredada de la tradición virreinal y monarquista por concepción filosófica. A excepción del duro esfuerzo al que sometió al pueblo cuyano y a la fisonomía cuartelera que adquirió Mendoza cuando la expedición libertadora de Chile se confirmó, el resto parece encuadrarse dentro de la tradición hispana de las Gobernaciones de Intendencias. Posiblemente con mayor dinámica que otras gobernaciones cuyanas anteriores, pero sin alteración de la estructura vertical jerárquica del gobierno. San Martín era un político y un militar de profesión, no un ideólogo. Vino a Cuyo a reponerse sin ausentarse de escena y aquí, al compás de las necesidades, de su objetivo que era la independencia y de los hechos, gobernaba, dando nacimiento a un plan político militar, que pasó de lo defensivo a lo ofensivo.
Si con anterioridad, el Libertador apreció cualidades más propicias en otra forma de gobierno o si más tarde desistió de la monarquía excede a los límites de este trabajo, aunque no al interés de quien suscribe.