miércoles, 26 de diciembre de 2012

Heroica Paysandú: orígenes de la "Guerra de la Triple Infamia"

Por José María Rosa

“¡Heroica Paysandú! Yo te saludo
hermana de la tierra en que nací,
tus triunfos y tus glorias esplendentes
se cantan en mi patria como aquí”.


Cantaba el negro payador Gabino Ezeiza y sus estrofas han llegado hasta nosotros, aunque pocos saben su significado. ¿Para quién, que no sea alguien versado en historia dicen algo los nombres de Leandro Gómez, Lucas Piriz, Federico Aberastury, y tantos héroes de la “heroica” que se sacrificaron por el pueblo contra el imperialismo? ¿ Quién recuerda las estrofas de Olegario Andrade que hace cien años repiten todos, grandes y chicos...?

“¡Sombra de Paysandú! ¡Sombra gigante
que velan los despojos de la gloria.
Urna de las reliquias del martirio
¡Espectro vengador!
¡Sombra de Paysandú! Lecho de muerte
donde la libertad cayó violada
¡Altar de los supremos sacrificios!
Yo te voy a evocar...”


¿Quién sabe hoy, después de un siglo de historia falsificada y enseñanza colonialista en nuestras escuelas, que en Paysandú, tierra oriental, empezaría esa grande, esa tremenda epopeya de la guerra del Paraguay, donde todo un pueblo hermano fue sacrificado por defender al pueblo argentino y oriental de la prepotencia de los imperialistas? ¿Quién no supone que Bartolomé Mitre que tiene estatuas, avenidas, pueblos con su nombre, fue un gran presidente, precisamente porque la historia oficial ha borrado de sus capítulos a Paysandú y a la guerra del Paraguay?.

La misma lucha que tenemos hoy, la tenían nuestros abuelos hace una centuria. Por una parte estaba un pueblo que quería ser libre y ser dueño de sus destinos, por la otra una oligarquía empeñada en mantenerlo en condición deprimente. Aquél estaba defendido por sus caudillos – que en esos tiempos eran el “sindicato” de los gauchos y artesanos -; éstos se apoyaban en las fuerzas extranjeras, o que engañaban a los suyos.
Eso pasaba en la Argentina de hace cien años. Juan Manuel de Rosas, gran jefe popular idolatrado por su pueblo, y que supo resistir con gallardía los embates de Inglaterra y Francia aliados a la oligarquía de los unitarios argentinos, había caído derrotado en Caseros volteado por el propio ejército argentino sublevado por su jefe, Justo José de Urquiza, pasado al imperio de Brasil – con quien estábamos en guerra – y de quien recibió dinero, armas y soldados. Contra ellos se estrelló el pueblo en Caseros el 3 de febrero de 1852.
Pero un orden tan firme como el federal no se derrumba de la noche a la mañana. El pueblo tenía conciencia de su posición y si había cedido a las bayonetas nacionales y extranjeras, costaba hacerle perder sus privilegios.
No era posible un gobierno sin apoyo del pueblo, por lo menos sin engañar al pueblo. Y aquí viene el papel de Urquiza, que al día siguiente de Caseros se declara caudillo, calificó a los oligarcas de salvajes unitarios e impuso la divisa roja del federalismo, el color del pueblo en la Confederación Argentina desde los tiempos de Artigas, Facundo Quiroga y Rosas. Urquiza, traidorzuelo sin grandeza, lleno de apetencias y sediento de dinero se dijo jefe del pueblo, habló del partido federal y usó la divisa colorada, y desgraciadamente fue creído. Todo era una comedia arreglada con los oligarcas para poder dominar de manera definitiva. Mientras clamaba contra los salvajes unitarios y hablaba del pueblo y sus derechos, se los fue quitando uno a uno. E impidió que otros grandes y prestigiosos caudillos federales resurgieran, como Nazario Benavídez, el valiente sanjuanino, asesinado en la prisión de su ciudad natal.

Finalmente un día, cuando Urquiza creyó segura la cosa, se dejó vencer por Mitre. ¡Por Mitre, que jamás había ganado una batalla en su vida! Fue el vencedor aparente en la batalla de Pavón el 17 de setiembre de 1861, ya que Urquiza se retiró sin combatir dejando que a los federales los degollasen los mitristas.
Esto parece enorme, pero los documentos cantan. Urquiza se había arreglado con los mitristas por agentes norteamericanos y masones (está probado), comprometiéndose a perder la batalla de Pavón. A cambio de eso le dejarían el gobierno de Entre Ríos, gozar de su inmensa fortuna y acrecentarla con nuevos negociados; pero debería entregar a los pobres criollos que clamaban ¡viva Urquiza! creyéndolo un caudillo auténtico de los quilates de Rosas o Facundo cantaban la Refalosa partidaria y llevaban al pecho la roja divisa federal. Eso fue Pavón el 17 de setiembre de 1861.
Y ocurrió entonces que otro gran oligarca y degollador de gauchos – que en la historia oficial pasa por un viejito muy bueno, muy demócrata y muy amante del pueblo –, un tal Domingo Faustino Sarmiento, que pertenecía al partido unitario, aconsejó a Mitre el 20 de setiembre de 1861: “No ahorre sangre de gauchos, es un abono" que debemos hacer útil al país; la sangre es lo único que tienen de humanos.”. Y el ejército vencedor en Pavón se lanzó a degollar gauchos, siempre claro está que los ganchos no se hicieran mitristas. ¿Cuántos degollaron? El número lo ha ocultado cuidadosamente la historia oficial, pero los revisionistas lo sabemos: fueron más de 20.000 en dos años. Una cifra que espanta si tenemos en cuenta que la argentina de entonces apenas pasaba de un millón de habitantes
. Un uruguayo a las órdenes de Mitre – el general Venancio Flores - se paso a degüello casi todo el resto del ejército federal, en Cañada de Gómez 'el 22 de diciembre; los uruguayos. Sandes; Iseas, Arredondó, Paunero y el chileno Irrazaval degollaron a miles y miles de riojanos, cordobeses y catamarqueños. Por eso se levantó el General Ángel Vicente Peñaloza, el llamado el Chacho, que quería defender a los suyos. Chacho era un ingenuo que creía que Urquiza lo iba a ayudar a combatir a los mitristas. ¡Bueno!... No era culpa del Chacho solamente, porque todos los federales creían en Urquiza; decían que algún día Urquiza volvería de Entre Ríos para tomar la lanza y emprenderla contra los oligarcas. ¡Viva Urquiza! Y Urquiza vivía y aplaudía – en secreto – a Mitre y a Sarmiento. Así murió el Chacho; o mejor dicho lo asesinaron y Sarmiento mandó colgar su cabeza en lo alto de un palo. “No hay que ahorrar sangre de gauchos...” Y Urquiza que aparentaba alentar al Chacho lo alentó a Sarmiento.
Después de pavonizar la Argentina, los mitristas se fueron a pavonizar al Uruguay. Había allí un gobierno blanco, tradicionalmente amigo de los federales argentinos. No estaba a su frente un caudillo sino un abogado, don Prudencio Berro, buena persona que protegía a los criollos de su tierra. Por eso había que sacarlo; por eso y porque no les hacía mucho caso a los brasileños e ingleses que pretendían manejar al Uruguay. Como Mitre era aliado de los brasileños mandó al Uruguay al general uruguayo, pero que estaba a sus órdenes, Venancio Flores (el degollador de Cañada de Gómez) para que lo sacase al presidente Berro, se hiciera presidente él, y entregase el país a los brasileños e ingleses.
Claro es que para invadir el Uruguay, Mitre y Flores inventaron un pretexto. El presidente Berro andaba en conflicto con un canónigo de la Catedral de Montevideo expulsado de su cargo por meterse en política. ¡Ya estaba el pretexto! Aunque Mitre y Flores eran masones, levantaron en sus banderas una cruz y llamaron a su aventura “cruzada libertadora”. Y así se lanzó Flores el 19 de abril de 1863 a libertar y los brasileños le mandaron plata. Y los católicos (no hablo de los buenos católicos, sino de los zonzos) lo apoyaron... Pero los orientales se defendieron. Nada podían los soldados mitristas y el oro brasileño contra el coraje criollo. Y no eran solamente los orientales blancos, porque muchos argentinos federales cruzaron el río al comprender que en la otra Banda se libraba la batalla por la libertad y por el pueblo.
El emperador del Brasil, que se llamaba Pedro II, quería acabar cuanto antes con la “cruzada libertadora”. ¿Cómo era posible que un puñado de orientales resistiese a los batallones mitristas disfrazados de floristas y al dinero que se le mandaba desde Río de Janeiro? Y quiso intervenir en la guerra buscando un pretexto cualquiera: que la guerra civil era larga y molestaba a los brasileños con estancias en el Uruguay. Mitre dijo otro tanto. De la mano, Mitre y el emperador acabarían con los blancos uruguayos y pondrían a Venancio Flores en la presidencia de la República.
Pero entonces se oyó una voz desde el norte: el Paraguay. Gobernaba Paraguay un gran patriota que se llamaba Francisco Solano López, hombre de temple como se da pocas veces en la historia. La nuestra lo trata mal por haber hecho lo que hizo. No importa: mañana, cuando la Argentina sea de los argentinos, lo tratará muy bien; le levantaremos estatuas y borraremos la iniquidad de la guerra del Paraguay. López dejó oír su voz de alerta desde Asunción, cuando Mitre y Pedro II se disponían a comerse el Uruguay. “¡Cuidado!... ¡Manos afuera de la República Oriental, porque habría quien la protegiera! Al primer soldado brasileño o mitrista que atravesase sus fronteras, irían los paraguayos a protegerla.” Y no era un chiste. Paraguay entonces no era lo que es ahora, después de la guerra donde lo aniquilaron. Era un gran país, con ferrocarriles, telégrafos, hornos de fundición y gran riqueza. Todo eso lo ofrendaría Solano López en beneficio de sus hermanos orientales y argentinos que gemían bajo Brasil, Inglaterra y el mitrismo. Vendría a libertar el Río de la Plata el bravo y corajudo guaraní, ya que su defensor, que debió ser Urquiza, se estaba tranquilamente en su palacio San José.
El ministro inglés en Buenos Aires, Mr. Thornton quería destruir al Paraguay, que era un país libre de ellos, que se permitía tener fundiciones de propiedad del Estado y no comprarle géneros de Manchester o Birmingham. Fue Mr. Thornton quien anudó la alianza mitrista-brasileña para invadir el Uruguay y acabar con los blancos, asegurando que Paraguay no se metería.
Y aquí viene lo de Paysandú. El ejército brasileño cruzó la frontera en el invierno de 1864 y se fue contra la ciudad de Paysandú, defendida por el general Leandro Gómez con un puñado de hombres; la escuadra brasileña, después de ser abastecida de bombas por Mitre en Buenos Aires, remontó el río Uruguay y bloqueó Paysandú. La ciudad, defendida por ochocientos o mil voluntarios, estaba sitiada por un ejército de 20,000 brasileños y floristas (afortunadamente para el honor argentino no llegaron a tiempo los mitristas) y una escuadra poderosa de quince buques, entre ellos algunos acorazados, con los cañones más potente s de la época.
El 6 de diciembre empezó el sitio, el épico sitio de Paysandú. De Buenos Aires, de Córdoba, de Entre Ríos, de Corrientes, miles de voluntarios argentinos fueron a pelear y morir si fuese necesario junto a Leandro Gómez. Pero Urquiza no los dejó pasar; hasta último momento se esperó que el caudillo argentino, a quien todavía se tenía por jefe del partido popular, cruzase el río y liberara Paysandú. Pero enfrente de ella, en su palacio de San José, desde el cual se podían seguir los pormenores de la lucha, Urquiza se limitaba a prometer que iría. ¿Iría?. Ya lo habían comprado los brasileños – muy en secreto, pero los documentos han sido encontrados porque nada queda ajeno a la historia – por casi dos millones de francos.
Le compraron a un precio altísimo todos los caballos entrerrianos, y eso significó un negocio para Urquiza, que embolsó una diferencia de 390.000 patacones de plata (más o menos dos millones de francos oro, algo así como trescientos millones de pesos de nuestra moneda). La condición era que se quedara quieto, pero prometiéndole
a los suyos que iría a liberar a Paysandú. Porque si Urquiza no hubiese dado esta promesa y hubiese renunciado a la jefatura del partido federal, los argentinos solos hubieran liberado la ciudad.
Paysandú resistió 30 días el fuego de los cañones brasileños y la metralla de los regimientos floristas.
Con su guarnición reducida a poco más de doscientos hombres, sin municiones, sin velas siquiera para alumbrar las noches, Leandro Gómez seguía resistiendo entre las ruinas de la ciudad. El general brasileño – Propicio Menna Barreto – había prometido al emperador que la bandera brasileña ondearía en lo alto de Paysandú la noche de año nuevo; y ésta se acercaba y todavía estaba allí la oriental, iluminada por las granadas mitristas disparadas por los cañones brasileños. El último ataque, la noche de año nuevo, fue tremendo, pero la bandera oriental seguía allí. Finalmente, el 2 de enero, los defensores de Paysandú, que ya se defendían a cascotazos, fueron masacrados. A Leandro López se le fusiló como a casi todos los suyos. Entre los pocos que se escaparon por haberse escondido entre las ruinas, estaba un joven argentino llamado Rafael Hernández, cuyo hermano José (futuro autor de Martín Fierro) no pudo pasar desde Entre Ríos porque Urquiza no lo dejó.También quedaron Carlos Guido Spano, Olegario Andrade y lo más granado de la juventud federal argentina mordiéndose los puños de rabia por no haber podido pelear y morir en Paysandú. Mitre felicitó al almirante brasileño Tamandaré y al general Propicio Menna Barreto por su “hazaña”. Pero, como era de rigor, desde el norte Francisco Solano López ordenaba a sus divisiones que empezaran la guerra para librar al Plata de la oligarquía. Y si no podían, para morir como mueren los patriotas.

Así empezó la guerra del Paraguay hace casi cien años.

lunes, 17 de diciembre de 2012

El Realismo de Rosas

Por Héctor B. Petrocelli


¿Pueblo para una constitución o constitución para un pueblo?
El realismo de Rosas
La personalidad que surgiría en medio del caos de aquellos años, Juan Manuel de Rosas, hombre de lecturas, sin duda, como la moderna historiografía lo ha dejado sentado, pero por sobre todo, atento y frío observador de la realidad circundante que fue su maestra, dejó estampados juicios sorprendentes en su profuso epistolario respecto a la materia que abordamos. Como dichas apreciaciones las sostuvo a todo lo largo de la vida, incluso en el exilio, no es extraño que al final de ella, en 1873, hiciera estas reflexiones a Vicente G. Quesada y a su hijo Ernesto que ocasionalmente lo visitaron: “. . . una constitución no debe ser el producto de un iluso soñador sino el reflejo exacto de la situación de un país. Siempre repugné a la farsa de las leyes pomposas en el papel y que no podían llevarse a la práctica. . .”. “Nunca pude comprender ese fetichismo por el texto escrito de una constitución, que no se quiere buscar en la vida práctica sino en el gabinete de los doctrinarios: si tal constitución no responde a la vida rea! de un pueblo, será siempre inútil lo que sancione cualquier asamblea o decrete cualquier gobierno. El grito de constitución, prescindiendo del estado del país, es una palabra hueca”.  El realismo de Rosas, patente en toda su correspondencia, merece algunas otras transcripciones. Así, en la carta del 16 de diciembre de 1832 escrita al gobernador santiagueño Felipe I barra, le dice: “Si me dejara arrastrar por las inspiraciones de mi corazón sería el primero en clamar por una asamblea que, ocupándose de nuestros destinos y necesidades comunes, estableciese un sistema conforme a las opiniones de la mayoría de la República y centralizase la acción del poder. Pero la experiencia y los repetidos desengaños me han mostrado los peligros de una resolución dictada solamente por el entusiasmo, sin estar antes aconsejada por la razón y por el estudio práctico de las cosas” . . . “la prudencia prescribe marchar con las circunstancias y con los sucesos, para no perdernos en ensayos precipitados”. Atenderá la experiencia, los desengaños, la razón y la prudencia, estudio práctico de las cosas, marchar con las circunstancias y con los sucesos, son presupuestos permanentes en la concepción del pragmático caudillo en materia organizativa. A Quiroga, en carta del 4 de octubre de 1831, le explica: “lo que principalmente importa es que cada provincia se arregle, se tranquilice interiormente y se presente marchando de un modo propio hacia el término que le indique la naturaleza de sus elementos, y recursos de prosperidad. Son muchísimos y absolutamente indispensables los embarazos actuales para entrar ya en una organización general”. “Lo que haya de hacerse después, lo indicará el tiempo, la marcha de los sucesos, y la posición que vayan tomando los pueblos por su buena organización, y verdadero patriotismo”. Y en la carta del 28 de febrero de 1832: . 
Señalo: la naturaleza de sus elementos, el tiempo, la marcha de los sucesos, la posición que vayan tomando los pueblos, la Federación como voluntad de los pueblos, el voto expreso de los pueblos, los deseos de éstos, el gradualismo como método. La contemplación de todos estos aspectos no figura generalmente en el bagaje de los ideólogos, sino en las alforjas de los estadistas fundadores. A los apuros constitucionales de Estanislao López contesta en misiva del 6 de marzo de 1836 instándolo a “guardar el orden lento, progresivo y gradual con que obra la naturaleza, ciñéndose para cada cosa a las oportunidades que presentan las diversas estaciones del tiempo y el concurso más o menos eficaz de las demás causas influyentes”. 
Respecto del método para el logro de una organización que responda al ser y a la voluntad de la Nación, Rosas expresa en carta al mismo López, anterior, del 2 de setiembre de 1830: “Los Congresos no deben ser el principio sino la consecuencia y último resultado de la organización general”. Y a Quiroga el 3 de febrero de 1831: “Primero es saber conservar la paz y afianzar el reposo; esperar la calma e inspirar recíprocas confianzas antes que aventurar la quietud pública. Negociando por medio de tratados el acomodamiento sobre lo que importe el interés de las provincias todas, fijaría gradualmente nuestra suerte; lo que no sucedería por medio de un congreso, en que al fin prevalecería en las circunstancias la obra de las intrigas a que son expuestos. El bien sería más gradual, es verdad, pero más seguro. Las materias por el arbitrio de negociaciones se discutirían con serenidad; y el resultado sería el más análogo al voto de los pueblos y nos precavería del terrible azote de la división y de las turbulencias que hasta ahora han traído los congresos, por haber sido formados antes de tiempo. El mismo progreso de los negocios así manejados, enseñaría cuando fuese el tiempo de reunir el congreso; y para entonces ya las bases y io principal estaría con ven i do y pacíficamente nos veríamos constituidos”. 
Ideas que reafirma en la famosa carta del 20 de diciembre de 1834 al mismo Quiroga escrita en la Hacienda de Figueroa: “entre nosotros no hay otro arbitrio que el de dar tiempo a que se destruyan en los pueblos los elementos de discordia, promoviendo y alentando cada gobierno por sí el espíritu de paz y tranquilidad. Cuando éste se haga visible por todas partes, entonces los cimientos empezarán por valernos de misiones pacíficas y amistosas por medio de las cuales sin bullas, ni alboroto, se negocia amigablemente entre' los gobiernos, hoy esta base, mañana la otra hasta colocar las cosas en tal estado que cuando se forme el Congreso lo encuentre hecho casi todo, y no tenga más que marchar llanamente por el camino que se le haya designado. Esto es lento a la verdad, pero es preciso que así sea, y es lo único que creo posible entre nosotros después de haberlo destruido todo, y tener que formarnos del seno de la nada” .
Los pactos como medio de alcanzar una sólida unidad nacional que salvase lo que había quedado de la primitiva herencia territorial, algo más que diezmada por la pérdida de casi la mitad de su superficie, teniendo en cuenta que ese saldo estaba a punto de llegar al paroxismo de la disolución en catorce republiquetas independientes. El Congreso como coronación del proceso organizativo y no como prefacio, pues varios congresos y asambleas ya habían fracasado estrepitosamente desde 1810 en esa misión. Obra lenta, en que el tiempo debía hacer su parte, serenando los espíritus, brindando la posibilidad a la inteligencia argentina de captar la índole y la voluntad de un pueblo en la tarea de darle organismos políticos. Obra que a veces es tan lenta, que insume siglos. Acomodamiento de los intereses de todas las partes involucradas, esto es, las provincias. La paz como elemento primordial; paz nacida de la concordia, del acuerdo de los corazones de los argentinos, factor esencial para el logro del consenso político que importa la organización de un país.
El párrafo final transcripto: “es lo único que creo posible entre nosotros después de haberlo destruido todo, y tener que formarnos del seno de la nada”, merece una breve consideración. ¿Qué era lo que en el concepto de Rosas se había destruido totalmente, a punto tal que ahora darse instituciones significaba “formarnos del seno de la nada”? Evidentemente se refiere a las instituciones españolas, implantadas durante más de doscientos años de ensayos que importaban otros muchos siglos de experiencia Ibérica-europea, y que el vendaval del iluminismo había arrasado de cuajo dejándonos a la intemperie de la que hablaba Sarratea en carta ya glosada.

viernes, 7 de diciembre de 2012

Politica y negocios en 1820

Por Juan Carlos Serqueiros














El 28 de octubre de 1820, Nicolás de Anchorena (en realidad, Mariano Nicolás de Anchorena, aunque su segundo nombre prevalecería sobre el primero, y así se lo conoce históricamente) le escribía desde Montevideo a su hermano mayor, Juan José; una carta en la cual le detallaba sus actividades en torno a los negocios de la familia, carta esta que contiene un párrafo muy sugerente, el cual transcribo a continuación:
“… Cullen, portador de ésta, me ha dicho que ha visto una carta de persona respetable del Arroyo de la China, repitiendo que Artigas ha caído prisionero de Francia, habiendo querido refugiarse en la Candelaria; que Ramírez se lo ha pedido, y que Francia le pedía en cambio a Campbel y a Méndez, cuyo cambio cree el autor de la carta se verificaría. Deduce Cullen que Ramírez y Francia se han de componer, y de consiguiente que hemos de tener mucha yerba, por lo que él va a activar la venta. Yo no estoy conforme con esta política, porque aunque Francia esté por el cambio, este no será por disposición de convenirse con Ramírez, sino por las ganas que tiene de Campbel y de Méndez, para que le paguen los azotes que dieron a los paraguayos, porque para Francia el mismo papel hacen Ramírez y Campbel, y tan ladrón considera al primero como al segundo, porque ninguno de su cuna, educación y fibra puede conformarse con que un domador, sólo por ser atrevido y osado, sea el árbitro de tres Provincias vecinas, y que reconocido por él, mañana podrá verlo en la suya, u otro como él. Además Ramírez ha de querer continuar con el estanco de la yerba, para hacer su fortuna y la de sus ahijados: hemos visto que él ambiciona dinero y prosélitos, y que se ha propuesto adquirirlos por ese recurso. Aquí está su ayudante que ha venido habilitado por él con un corto número de tercios. Francia, pues, no ha de entrar por estas trabas, por lo mismo que Ramírez trata de ganar con ellas ...” (sic)
Es notable cómo la aguda percepción de un hombre de negocios (que Nicolás –al margen de su patriotismo, que lo tenía- era básica y fundamentalmente eso: un hombre de negocios; y las alternativas de la política interna las veía y analizaba desde esa perspectiva) lo llevaba a comprender y calibrar adecuadamente una situación determinada y los personajes que la protagonizaban; y cómo de acertada resultaría su predicción. Pero en primer lugar, aclaremos a quiénes y a qué se refería Nicolás de Anchorena, y cuál era el contexto en que se producían los sucesos:
El “Cullen” citado, era Domingo Cullen, un español de las Canarias, que después sería ministro de Estanislao López (terminaría fusilado por traidor en 1839, por orden de Rosas), y que andaba por ese tiempo radicado en Montevideo dedicado al comercio por las costas del Paraná. Debe haberle propuesto a Nicolás de Anchorena algún negocio vinculado al tráfico de yerba mate, y éste, aprovechando un viaje de Cullen a Buenos Aires, le enviaría a través suyo esta carta a su hermano mayor Juan José. El “Arroyo de la China” era la villa de ese nombre, actual ciudad de Concepción del Uruguay, en Entre Ríos. “Artigas”, obviamente está referido al general José Gervasio de Artigas; “Francia” era el doctor Gaspar Rodríguez de Francia, gobernante del Paraguay ; y “Ramírez” era Francisco Pancho Ramírez, teniente de Artigas en Entre Ríos, que acabaría traicionando al Protector. En cuanto a “Campbel” y "Méndez", se refiere a Pedro Campbell, un marino irlandés que llegó al Río de la Plata cuando las Invasiones Inglesas, desertando de las tropas británicas para quedarse aquí, convirtiéndose después en jefe de la escuadra artiguista; y a Juan Bautista Méndez, gobernador de Corrientes cuando los Pueblos Libres. Ambos habían caído prisioneros de Ramírez luego de la derrota del artiguismo a manos de éste. El general Artigas se había asilado el 5 de setiembre de 1820 en el Paraguay que gobernaba el doctor Francia; y Ramírez le reclamaba a éste su extradición, a lo que Francia no accedió; tal como en la carta supone Nicolás de Anchorena que habría de ocurrir.
A fines de junio de 1820, el otro hermano de Nicolás; Tomás Manuel de Anchorena, que había sido secretario del general Belgrano y diputado por Buenos Aires al Congreso de Tucumán, consideró conveniente pasar a la Banda Oriental en razón del curso que habían tomado las convulsiones políticas en Buenos Aires, y 4 meses después, haría lo mismo Nicolás, el menor de los Anchorena, y desde allí escribiría a su otro hermano, Juan José, que había quedado en Buenos Aires, esta carta cuyo párrafo leemos. Es injusta la carga que hace contra “Campbel” (Campbell), a quien tilda de “ladrón”, presumiendo (erróneamente) que el doctor Gaspar Rodríguez de Francia lo reputaría de igual modo. Deben haber primado ahí sus prejuicios de clase o de alguna otra índole, porque Campbell de manera alguna ni bajo ningún punto de vista podía ser considerado un ladrón; y tampoco Francia lo juzgaba así, como lo demuestra el hecho de que al ser liberado por Pancho Ramírez, Campbell se exilió justamente en el Paraguay (y fallecería allí en 1832), cosa que no habría hecho ni por asomo si desconfiase de que el doctor Francia quisiera verlo muerto (éste último se limitó a tenerlo preso un tiempo –tal como hizo con el general Artigas- y luego le dio la libertad, radicándose Campbell en Pilar, dedicado al negocio de la curtiembre). No..., suponía mal Nicolás de Anchorena en ese punto. Claro, él se guiaba por la presunción de que como Méndez y Campbell en 1815 habían combatido y expulsado junto a Andrés Guacurarí a las tropas paraguayas que por orden del doctor Francia habían invadido los pueblos de las Misiones al este del Paraná; el Dictador Perpetuo del Paraguay tendría hacia ellos un odio cerval que lo impulsaría a proponer a Ramírez entregarle al general Artigas a cambio de que éste a su vez les entregase a él a Campbell y a Méndez; y por eso Nicolás de Anchorena escribe “aunque Francia esté por el cambio”, refiriéndose con “cambio” al canje de prisioneros con miras a ultimarlos. La “carta de persona respetable del Arroyo de la China” que Cullen le refirió a Anchorena haber leído, por lo visto no era nada confiable, ya que por entonces lo que Ramírez estaba planeando, era invadir el Paraguay, y precisamente su ligereza en el cuidado de la correspondencia que éste les mandaba a los opositores del doctor Francia en el Paraguay, fue causal de la ruina y desgracia de éstos; porque Francia ahogó en sangre la revolución que contra él se tramaba
Por lo demás, es asombrosa la exactitud de la información que poseía Anchorena. Pensemos que allá por 1820 ¿cuántas serían las personas (fuera de quienes vivían en el escenario mismo de los hechos o en las cercanías, digo) que sabrían las alternativas de los combates entre las tropas artiguistas al mando de Andrés Guacurarí y las que el doctor Francia había enviado para ocupar los pueblos de las Misiones, con tanto detalle como Nicolás de Anchorena (noten que pone, refiriéndose a Campbell y Méndez, “para que le paguen los azotes que dieron a los paraguayos”)? O la acertadísima semblanza que hace de Francia, esa de "su cuna, educación y fibra" (y tener en cuenta que eso es tanto más extraordinario, si se considera que Anchorena… ¡no conocía personalmente al doctor Francia!). Asimismo, la comparación entre las características de Ramírez y Francia –independientemente de que no corresponda reducir a Ramírez a “un domador”, cosa que hace Anchorena con sectarismo refiriéndose de ese modo al entrerriano- es muy ilustrativa; porque en efecto, la distancia moral e intelectual que había entre esos dos personajes históricos, era sideral: el doctor Francia, más allá de aciertos y errores, obraba movilizado exclusivamente por la defensa de los intereses paraguayos y nada quería ni buscaba para sí mismo; mientras que Ramírez actuaba en función de las conveniencias de su provincia, pero también (de paso, cañazo) de su ambición personal y de sus intereses particulares; porque es cierto que entre otras cosas, perseguía el fin de enriquecerse con la yerba mate y que para eso había mandado a la Banda Oriental a Manuel Antonio Urdinarrain; tal como menciona Anchorena en su carta: “… ambiciona dinero y prosélitos, y que se ha propuesto adquirirlos por ese recurso. Aquí está su ayudante…”.
Y en definitiva, como consigné precedentemente, la predicción de Nicolás de Anchorena resultaría cumplida, porque Francia no entregó al general Artigas para que Ramírez lo matase, y la yerba paraguaya sería comercializada exclusivamente por el Estado paraguayo; y si Cullen, como apunta Anchorena, efectivamente “activó la venta”, debe de haberse visto después en graves problemas para cumplir los compromisos a que se hubiese obligado.
Y en todo caso, el ejemplo sirve para reflexionar acerca de cómo dos hombres de negocios poseyendo idéntica valiosa información, pueden interpretarla de distintas maneras y utilizarla conveniente o inconvenientemente: Anchorena, con los datos que poseía, no quiso entrar en el negocio de la yerba mate, y acertó plenamente en cuanto a la actitud que tomaría Francia; en cambio Cullen se involucró (o por lo menos, se aprestaba a hacerlo) en un negocio que a la postre resultaría desastroso, y a la hora de formarse un juicio, ni siquiera reparó en las diferencias de catadura moral e intelectual que había entre Ramírez y Francia.
Seguramente por “pequeños” detalles así, Anchorena sería uno de los hombres más ricos de esta parte de América; mientras que Cullen acabó sus días fusilado por traidor

Punta Canal

Por Don Singulario


PUNTA CANAL
-¡Hola don Singulario! Ese título me recuerda una nota suya de hace un tiempo cuando habló de inundaciones y de Villa La Ñata, ahora famoso por los partidos de fútbol

-Tiene Ud. razón, en setiembre de hace dos años, escribimos una nota que llevaba por título Mientras los bichos huyen… Se refería al agua y su fuerza descontrolada, y a sus esforzados habitantes ribereños por contenerla. Se la dedicamos por ser el lugar que nos aquerenciamos para descansar y donde mis hijos y nietos disfrutan aún, de ese sabor pueblerino a las puertas de la gran ciudad.  Ud. ahora la ubica famosa por los encuentros de fútbol entre intendentes, gobernadores y otros políticos, La prensa hegemónica se hace un festín cuando aparecen lugares o reuniones con tintes conspirativos

-Sería algo así como la jabonería de Vieytes…

-Así va a quedar Villa La Ñata y su equipo de fútbol como un lugar emblemático de ciertos destituyentes, pero eso es anecdótico. En ella, además de estar rodeada (nunca mejor empleada esta palabra cuyos sinónimos son: cercada, envuelta, encerrada, sitiada, asediada, bloqueada) por agua y múltiples barrios cerrados con nombres tomados del Santoral, existe otro espacio emblemático que se encuentra oculto por la gran prensa.

-Claro don, lo recuerdo, Ud. se refería a un sitio sagrado, algo así como un cementerio aborigen, y que incluso se dio el “mal gusto” de opinar que si se enteraban los yanquis nos podrían bombardear por el placer de romper con todo vestigio arqueológico como hicieron con Irak…

-La semana pasada, regresando de allí, un grupo de jóvenes nos entregaron un volante haciendo referencia a los esfuerzos que están haciendo las comunidades originarias de la zona para preservarse del ataque indiscriminado de los empresarios de esos complejos edilicios privados. Denuncian que están alambrando y destruyendo tierras que corresponden al patrimonio cultural y arqueológico; ataques no sólo a los derechos humanos, sino también a la flora y fauna con la destrucción sistemática de humedales y campos. Patotas contratadas por esas empresas atacan a los pobladores que se resisten a su avance y hasta arrojaron violentamente al río una Whipala, con el dolor que causa cuando un símbolo sagrado es mancillado.

-Tienen razón don Singu, me acuerdo cuando nos contó que la Whipala es la bandera tradicional de los pueblos originarios, que contiene los colores del arco iris en forma de damero.

-El relato que me hicieron los muchachos me estremeció pensando que desde que nos reconocemos como pueblo occidental y cristiano tras la llegada de los españoles a América, siempre el hombre “blanco” acompañado del poder legal y muy bien custodiado por las armas y la cruz se han empeñado en usurpar las tierras que habitan desde siempre los pobladores naturales: hombres y mujeres, plantas, aves y animales terrestres que sólo se sirven de la naturaleza para la supervivencia y no la destruyen.
-Por lo que Ud.  comenta don, es que esos emprendimientos tienen un marcado tinte religioso.
-El Opus Dei, una especie de secta católica es la cara visible de estos despropósitos, pero déjeme recordar que el nombre del lugar sagrado –ahora Punta Querandí– tiene que ver con el pueblo que lo habitaba a la llegada de los conquistadores. Y aquí me gustaría volver a recordar el primer encuentro de ese pueblo con aquellos europeos tal como lo contó un soldado alemán que los acompañó. Nos referimos a Ulrico Schmidel que en su libro Viaje al Río de la Plata (1536-1554) hace una pormenorizada narración de aquella travesía. Tiene la simpleza de un espectador de baja jerarquía que pudo retratarla con originalidad e ingenua sorpresa.

-Don, ¿fue aquel que contó la historia del fulano que se comió la pierna de su hermano ahorcado por el hambre, en la primera Buenos Aires?

-El mismo, vamos a dejarlo al Herr Ulrico que nos cuente su encuentro con los querandíes:
«En esta tierra dimos con un pueblo en que estaba una nación de indios llamados carendies como de 2.000 hombres con las mujeres e hijos, y su vestir era como el de los zechurg (charrúa), del ombligo a las rodillas; nos trajeron de comer, carne y pescado. Estos carendies (querandí) no tienen habitaciones propias, sino que dan vueltas a la tierra, como los gitanos en nuestro país; y cuando viajan en el verano suelen andarse más de 30 millas (leguas) por tierra enjuta sin hallar una gota de agua que poder beber. Si logran cazar ciervos u otras piezas del campo, entonces se beben la sangre [...]
Estos carendies traían a nuestro real y compartían con nosotros sus miserias de pescado y de carne por 14 días sin faltar más que uno en que no vinieron. Entonces nuestro general thonn Pietro Manthossa (don Pedro de Mendoza) despachó un alcalde llamado Johann Pabón, y él y 2 de a caballo se arrimaron a los tales carendies, que se hallaban a 4 millas de nuestro real. Y cuando llegaron adonde estaban los indios, acontecioles que salieron los 3 bien escarmentados, teniéndose que volver en seguida a nuestro real.                                                
 Pietro Manthossa, nuestro capitán, luego que supo del hecho por boca del alcalde (quien con este objeto había armado cierto alboroto en nuestro real), envió a Diego Manthossa, su propio hermano, con 300  lanskenetes y 30 de a caballo bien pertrechados: yo iba con ellos, y las órdenes eran bien apretadas de tomar presos o matar a todos estos indios carendies y de apoderarnos de su pueblo. Mas cuando nos acercamos a ellos había ya unos 4.000 hombres, porque habían reunido a sus amigos.
Y cuando les llevamos el asalto se defendieron con tanto brío que nos dieron harto que hacer en aquel día. Mataron también a nuestro capitán thon Diego Manthossa y con él a 6 hidalgos de a pie y de a caballo. De los nuestros cayeron unos 20 y de los de ellos como mil. Así, pues, se batieron tan furiosamente que salimos nosotros bien escarmentados. 
     Estos carendies usan para la pelea arcos, y unos dardes, especie de media lanza con punta de pedernal en forma de trisulco. También emplean unas bolas de piedra aseguradas a un cordel largo; son del tamaño de las balas de plomo que usamos en Alemania. Con estas bolas enredan las patas del caballo o del venado  cuando lo corren y lo hacen caer. Fue también con estas bolas que mataron a nuestro capitán y a los hidalgos, como que lo vi yo con los ojos de esta cara, y a los de a pie los voltearon con los dichos dardes.
     Así, pues, Dios, que todo lo puede, tuvo a bien darnos el triunfo, y nos permitió tomarles el pueblo; mas no alcanzamos a apresar uno sólo de aquellos indios, porque sus mujeres e hijos ya con tiempo habían huido de su pueblo antes de atacarlos nosotros. En este pueblo de ellos no hallamos más que mantos de nuederen (nutrias) o ytteren como se llaman, iten harto pescado, harina y grasa del mismo ; allí nos detuvimos 3 días y recién nos volvimos al real, dejando unos 100 de los nuestros en el pueblo para que pescasen con las redes de los indios y con ello abasteciesen a nuestra gente; porque eran aquellas aguas muy abundantes de pescado [...]
Después de esto seguimos un mes todos juntos pasando grandes necesidades en la ciudad de Bonas Ayers hasta que pudieron aprestar los navíos. Por este tiempo los indios con fuerza y gran poder nos atacaron a nosotros y a nuestra ciudad de Bonas Ayers en número hasta de 23.000 hombres; constaban de cuatro naciones llamadas carendíes, barenis (guaraníes), zechuruas (charrúas) y zechenais dembus (chanás timbús).  La mente de todos ellos era acabar con nosotros; pero Dios, el Todopoderoso, nos favoreció a los más; a Él tributemos alabanzas y loas por siempre y por sécula sin fin; porque de los nuestros sólo cayeron unos 30 con los capitanes y un alférez.
 Y eso que llegaron a nuestra ciudad Bonas Ayers y nos atacaron, los unos trataron de tomarla por asalto, y los otros empezaron a tirar con flechas encendidas sobre nuestras casas, cuyos techos eran de paja (menos la de nuestro capitán general que tenía techo de teja), y así nos quemaron la ciudad hasta el suelo. Las flechas de ellos son de caña y con fuego en la punta; tienen también cierto palo del que las suelen hacer, y éstas una vez prendidas y arrojadas no dejan nada; con las tales nos incendiaron, porque las casas eran de paja
 A parte de esto nos quemaron también cuatro grandes navíos que estaban surtos a media milla  de nosotros en el agua. La tripulación que en ellos estaba, y que no tenía cañones, cuando sintieron el tumulto de indios, huyeron de estos 4 navíos a otros 3, que no muy distante de allí estaban y artillados. Y al ver que ardían los 4 navíos que incendiaron los indios, se prepararon a tirar y les metieron bala a éstos; y luego que los indios se apercibieron, y oyeron las descargas, se pusieron en precipitada fuga y dejaron a los cristianos muy alegres. Todo esto aconteció el día de San Juan, año de 1535 [...]

-Don Singulario, Ud. siempre se trae alguna historia para dejar mal parados a los conquistadores…

-La escribió alguien que los acompañó  Se me ocurre que la memoria histórica es de largo alcance y sería interesante que quienes se consideran descendientes de aquellos conquistadores comprendan que los tiempos han cambiado y que los pueblos no necesitan ahora de flechas incendiarias para hacer valer sus derechos.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Schopenhauer: el primer golpe a la Ilustración

Por el Prof. Alberto Buela

En Arturo Schopenhauer (1788-1860) toda su filosofía se apoya en Kant y forma parte del idealismo alemán pero lo novedoso es que sostiene dos rasgos existenciales antitéticos con ellos: es un pesimista y no es un profesor a sueldo del Estado. Esto último deslumbró a Nietzsche.
Hijo de un gran comerciante de Danzig, su posición acomodada lo liberó de las dos servidumbres de su época para los filósofos: la teología protestante o la docencia privada. Se educó a través de sus largas estadías en Inglaterra, Francia e Italia (Venecia). Su apetito sensual, grado sumo, luchó siempre la serena reflexión filosófica. Su soltería y misoginia nos recuerda el tango: en mi vida tuve muchas minas pero nunca una mujer. En una palabra, conoció la hembra pero no a la mujer.
Ingresa en la Universidad de Gotinga donde estudia medicina, luego frecuenta a Goethe, sigue cursos en Berlín con Fichte y se doctora en Jena con una tesis sobre La cuádruple raíz del principio de razón suficiente en 1813.
En 1819 publica su principal obra El mundo como voluntad y representación y toda su producción posterior no va ha ser sino un comentario aumentado y corregido de ella. Nunca se retractó de nada ni nunca cambió. Obras como La voluntad en la naturaleza (1836), Libertad de la voluntad (1838), Los dos problemas fundamentales de la ética (1841) son simples escolios a su única obra principal.
Sobre él ha afirmado el genial Castellani: “Schopen es malo, pero simpático. No fue católico por mera casualidad. Y fue lástima porque tenía ala calderoniana y graciana, a quienes tradujo. Pero fue “antiprotestante” al máximo, como Nietzsche, lo cual en nuestra opinión no es poco…Tuvo dos fallas: fue el primer filósofo existencial sin ser teólogo y quiso reducir a la filosofía aquello que pertenece a la teología”
En 1844 reedita su trabajo cumbre, aunque no se habían vendido aun los ejemplares de su primera edición, llevando los agregados al doble la edición original.
Nueve años antes de su muerte publica dos tomos pequeños Parerga y Parilepómena, ensayos de acceso popular donde trata de los más diversos temas, que tienen muy poco que ver con su obra principal, pero que le dan una cierta popularidad al ser los más leídos de sus libros. Al final de sus días Schopenhauer gozó del reconocimiento que tanto buscó y que le fue esquivo.
Schopenhauer siguió los cursos de Fichte en Berlín varios años y como “el fanfarrón”, así lo llama, parte y depende también de Kant.
Así, ambos reconocen que el mérito inmortal de la crítica kantiana de la razón es haber establecido, de una vez y para siempre, que los entes, el mundo de las cosas que percibimos por los sentidos y reproducimos en el espíritu, no es el mundo en sí sino nuestro mundo, un producto de nuestra organización psicofísica.
La clara distinción en Kant entre sensibilidad y entendimiento pero donde el entendimiento no puede separarse realmente de los sentidos y refiere a una causa exterior la sensación que aparece bajo las formas de espacio y tiempo, viene a explicar a los entes, las cosas como fenómenos pero no como “cosas en sí”.
Muy acertadamente observa Silvio Maresca que: “Ante sus ojos- los de Schopenhauer- el romanticismo filosófico y el idealismo (Fichte-Hegel) que sucedieron casi enseguida a la filosofía kantiana, constituían una tergiversación de ésta. ¿Por qué? Porque abolían lo que según él era el principio fundamental: la distinción entre los fenómenos y la cosa en sí”.
Fichte a través de su Teoría de la ciencia va a sostener que el no-yo (los entes exteriores) surgen en el yo legalmente pero sin fundamento. No existe una tal cosa en sí. El mundo sensible es una realidad empírica que está de pie ahí. La ciencia de la naturaleza es necesariamente materialista. Schopenhauer es materialista, pero va a afirmar: Toda la imagen materialista del mundo, es solo representación, no “cosa en sí”. Rechaza la tesis que todo el mundo fenoménico sea calificado como un producto de la actividad inconciente del yo. ¿Que es este mundo además de mi representación?, se pregunta. Y responde que se debe partir del hombre que es lo dado y de lo más íntimo de él, y eso debe ser a su vez lo más íntimo del mundo y esto es la voluntad. Se produce así en Schopenhauer un primado de lo práctico sobre lo teórico.
La voluntad es, hablando en kantiano “la cosa en sí” ese afán infinito que nunca termina de satisfacerse, es “el vivir” que va siempre al encuentro de nuevos problemas. Es infatigable e inextinguible.
La voluntad no es para el pesimista de Danzig la facultad de decidir regida por la razón como se la entiende regularmente sino sólo el afán, el impulso irracional que comparten hombre y mundo. “Toda fuerza natural es concebida per analogiam con aquello que en nosotros mismos conocemos como voluntad”.
Esa voluntad irracional para la que el mundo y las cosas son solo un fenómeno no tiene ningún objetivo perdurable sino sólo aparente (por trabajar sobre fenómenos) y entonces todo objetivo logrado despierta nuevas necesidades (toda satisfacción tiene como presupuesto el disgusto de una insatisfacción) donde el no tener ya nada que desear preanuncia la muerte o la liberación.
Porque el más sabio es el que se percata que la existencia es una sucesión de sin sabores que no conduce a nada y se desprende del mundo. No espera la redención del progreso y solo practica la no-voluntad.
El pesimista de Danzig al identificar la voluntad irracional con la “cosa en sí” puede afirmar sin temor que “lo real es irracional y lo irracional es lo real” con lo que termina invirtiendo la máxima hegeliana “todo lo racional es real y todo lo real es racional”. Es el primero del los golpes mortales que se le aplicará al racionalismo iluminista, luego vendrá Nietzsche y más tarde Scheler y Heidegger. Pero eso ya es historia conocida. Salute.

Post Scriptum:
Schopenhauer en sus últimos años- que además de hablar correctamente en italiano, francés e inglés, hablaba, aunque con alguna dificultad, en castellano. La hispanofilia de Schopenhauer se reconoce en toda su obra pues cada vez que cita, sobre todo a Baltasar Gracián (1601-1658), lo hace en castellano. Aprendió el español para traducir el opúsculo Oráculo manual (1647). También cita a menudo El Criticón a la que considera “incomparable”. Existe actualmente en Alemania y desde hace unos quince años una revista de pensamiento no conformista denominada “Criticón”. También cita y traduce a Calderón de la Barca.
Miguel de Unamuno fue el primero que realizó algunas traducciones parciales del filósofo de Danzig, como corto pago para una deuda hispánica con él. En Argentina ejerció influencia sobre Macedonio Fernández y sobre su discípulo Jorge Luis Borges. Tengo conocimiento de dos buenos artículos sobre Schopenhauer en nuestro país: el del cura Castellani (Revista de la Universidad de Buenos Aires, cuarta época, Nº 16, 1950) y el mencionado de Maresca.